Читать книгу Diario de un MIR. Aventuras y desventuras de un médico con vocación - Pau Mateo - Страница 10

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Verás, voy a contarte un secreto muy bien guardado entre los médicos que no se suele hacer público a la población general. La profesión de médico se ha visto envuelta en un aura de respeto, se considera que son personas de gran conocimiento y brillantes. Digamos que es una de las profesiones más antiguas, si no la más antigua. Seguramente habrás oído, o incluso pensado tú mismo, «ah, es médico, seguro que es muy inteligente y sacaba notas muy buenas en el colegio». Pues sorpresa, sorpresa, hay un porcentaje muy alto (un 63 por ciento, pero es un porcentaje que me acabo de inventar) de médicos que no son brillantes en el colegio, ni en Bachillerato. Lo sé, te acaba de entrar un sudor frío por la espalda, se te ha secado la boca y te cuesta pensar con claridad. Espera, si esto te está pasando de verdad pide ayuda, puede ser que estés a punto de sufrir lo que llamamos un síncope vasovagal; vamos, el clásico «se le ha bajado la presión asín, de golpe». Lo mejor será que te tumbes en el suelo, mirando hacia arriba y que alguien te levante las piernas para que queden más altas respecto al corazón, para favorecer así el retorno venoso. De esta forma ayudarás a redistribuir los líquidos por el cuerpo y dejarás de tener esa sensación de mareo.

Mira, ya que me lo preguntas: sí, alguna vez me ha pasado con algún paciente, realmente es algo bastante común. Y sí, ya que insistes voy a contarte una anécdota reciente. No voy a decirte el sexo ni la edad ni el nombre de la persona, porque no son cosas importantes para explicar el caso y porque la privacidad del paciente es una de las cosas más importantes que existen. Tú piensa que cuando las personas acuden a nosotros normalmente es porque tienen algún problema, ya sea orgánico, psicológico o social, y esperan que les atendamos con todos nuestros sentidos y que no emitamos ningún juicio de valor. Es muy fácil juzgar a alguien sin saber la historia que tiene detrás. «Ah, es un borracho y se dedica a jugarse el dinero en el casino del barrio» podría ser una primera lectura. Pero cuando indagas más, cuando te sientas media hora o incluso una hora (siempre que el tiempo y las circunstancias te lo permitan) y te atreves a preguntarle por su vida, descubres que su madre tiene un problema de drogodependencia y que cuando nuestro paciente era pequeño su madre lo prostituía (y ella también) para conseguir dinero para la siguiente dosis que acabaría lentamente con su vida. ¿Ves cómo no hay que juzgar a la primera?

Bueno, volvamos al paciente X del que te iba a hablar. Persona joven que venía por un dolor lumbar desde hacía unos meses que no conseguía controlar con medicación habitual; pesaba poco (unos cincuenta kilos) y se le había olvidado decirme que no había desayunado ni comido aquel día. Como vi que con Paracetamol no conseguía calmar el dolor decidí subir un peldaño en la escala analgésica y probé con el siguiente peldaño en cuanto a efectividad, lo que denominamos opioides menores. Cada cuerpo es un templo, por lo que cada uno tolera de manera diferente las medicinas. El paciente al principio se mostraba algo reacio a la idea de iniciar la terapia en vena pero al final tras explicarle las diferentes posibilidades terapéuticas aceptó. Al cabo de cinco minutos nos llamó la persona que le acompañaba diciendo que no se encontraba demasiado bien.

Cuando le miré a la cara —mirando a la cara de las personas puedes entender y diagnosticar muchas más cosas de las que piensas— vi que tenía un color amarillo verdoso que no me gustaba nada. Lo tumbamos en una camilla, medimos presión sanguínea, pulso y temperatura y miramos si estaba sudado o no y si respiraba bien, y procedimos a bajar la cabeza y poner las piernas más altas que el corazón, como decía al principio. Si te toca esta pregunta en el Trivial o quieres fardar delante de tus amigos o quieres dejar boquiabierto al médico de urgencias, esta postura se llama posición Trendelemburg. Aunque, cuidado porque hay nuevas guías que dicen que con tumbar al paciente boca arriba sería más que suficiente.

Perdóname. Me enrollo más que una persiana. Muchas veces los médicos tenemos este problema. Cuando empezamos a hablar de medicina nos podemos tirar horas. Muchas veces cuando salimos a tomar algo con amigos no médicos nos miran con cara de «¿otra vez?», y tienen toda la razón. Así que, si te encuentras con algún amigo médico y sabes que en el grupo hay otro, sepárales o déjales aislados. Lo digo por tu bien. Te ahorrarás horas de palabras raras que no tienen mucho sentido. Aunque también podrías preguntarles alguna anécdota divertida, interesante, pero, sobre todo, y te lo digo como médico y amigo, no le plantees dudas médicas sobre ti.

Cuando le preguntas a un amigo médico «oye, me duele el dedo, ¿qué podría ser?» le estás pidiendo que diagnostique. Además, podría ser cualquier cosa. Desde un tirón muscular a un tumor de los huesos, por lo que muchas veces no es tan sencillo llegar a una respuesta correcta. De la misma manera que no se te ocurriría pedirle a tu amigo el panadero —un día, tomando una cerveza— que subiera a casa a preparar un pan, ya que sería pedirle que trabajara a deshoras, no nos lo pidas a nosotros. No nos importará resolver una duda puntual o dos. Muchos amigos médicos no te lo dicen a la cara por miedo a ofenderte: estar recibiendo preguntas todos los días sobre la salud es un poco coñazo.

Volvamos al tema del capítulo. Como iba diciendo, el 63 por ciento de los médicos no fuimos brillantes en el colegio. De hecho mi nota de acceso a la universidad fue un 6,9 sobre 10. No era una mala nota, pero por aquel entonces no era suficiente para entrar en Medicina. Tampoco fue una sorpresa, yo ya lo veía venir.

En primero de Bachillerato, cuando tenía dieciséis años, sufrí de depresión y bastante ansiedad. No es algo que utilizo como excusa, pero me costó mucho concentrarme en los estudios. Tengo que reconocer que plasmar en un libro mi episodio de depresión y ansiedad me da algo de vértigo.

Vértigo porque hay muchas personas (la gran mayoría) que no conocen ese episodio de mi vida. Vértigo por el qué dirán. Vértigo porque no es algo de lo que solemos hablar. Pero, ¿sabes qué? Me voy a atrever. Creo que se debería hablar más de la salud mental. No nos da vergüenza hablar de unas anginas o unas hemorroides, pero parece que hablar de ansiedad, bipolaridad, trastorno de personalidad, esquizofrenia es como hablar de Voldemort (referencia a Harry Potter por si no lo has leído). Se tendría que hablar más de esto.

Bueno, pues, mi depresión y ansiedad mezcladas con mi grupo de música, la big band a la que pertenecía y que mi pasión era el skate hicieron un combo poco favorable para que académicamente fuera brillante. En el primer curso de Bachillerato teníamos cuatro evaluaciones. Yo, hasta entonces, creo recordar que nunca había suspendido ninguna evaluación en la ESO. O si había suspendido algo lo había recuperado en la sesión extraordinaria. Nunca me había quedado nada para septiembre. No fui un estudiante sobresaliente, pero tampoco suspendía. Creo que mi don, o mi maldición, es que me costaba poco aprender los temas, lo que hacía que me relajara y empezara a estudiar más tarde, y claro, me pillaba el toro la mayoría de las veces.

Total, que tras recuperar las asignaturas y acabar primero de Bachillerato con una media de 6,3, sabía que mi sueño de estudiar Medicina empezaba a alejarse. Necesitaba hacer un segundo de Bachillerato de 10 para tener algún tipo de posibilidad.

En septiembre de 2008 empecé a estudiar más fuerte, estaba más centrado, seguía con mi grupo de música y seguía en terapia con mi psiquiatra, lo que me ayudó a estar mejor psicológicamente y concentrarme más en el estudio. Mi media tras la primera evaluación fue de 7, no iba a poder conseguirlo.

Recuerdo la charla que tuve con mi tutor sobre mis posibles salidas profesionales. Me dijo: «No vales para médico, deberías hacerte crítico de música o algo parecido». Fue una bofetada psicológica brutal. Había empezado el curso esforzándome mucho más de lo que había hecho hasta entonces, estaba renunciando a muchas cosas por quedarme estudiando y la persona que tenía que ayudarme a decidir mi futuro me decía que la medicina no era para mí. Lo peor es que estoy seguro de que conoces a alguien al que le ha pasado lo mismo. Quizá te ha pasado a ti, te han dicho alguna vez que no vales para hacer algo. Déjame que te diga algo: es una gilipollez en toda regla.

De hecho, no deberías permitir que nada ni nadie te ponga límites para intentar conseguir lo que quieras ser en tu vida. ¿Quieres conseguirlo? Tienes que luchar por ello, tienes que desearlo, tienes que sudar y es posible que fracases inicialmente, pero al final merecerá la pena.

Acabé suplicando a todos los profesores que me dejaran repetir los exámenes de final de curso para subir nota. Llegué a subir un punto en todas las asignaturas, con lo que conseguí acabar segundo de Bachillerato con un 7,75 sobre 10 y una nota final de 7, que después haría media con la PAU (EBAU creo que se llama ahora) para acceder a las carreras universitarias.

No quiero hacerte un espóiler, aunque ya sabes que soy médico, así que quiero contarte el segundo encuentro que tuve con mi tutor de segundo de Bachillerato hace aproximadamente un año y medio cuando estuve un tiempo viviendo en casa de mis padres y trabajando como médico de una mutua.

Me lo encontré un día por la calle y la conversación fue algo así:

—¡Hola, [nombre del tutor], cuánto tiempo!

—¡Hola, Pau! ¿Qué tal, cómo estás?

—Yo bien, ¿y tú?

—Bien, bien, por el colegio todo bien. Tú ¿qué tal? ¿A qué te dedicas? ¿Qué fue de tu vida al final?

—Pues mira [dejo unos segundos de suspense, para disfrutar del momento aún más] al final hice Medicina y soy médico, de hecho trabajo aquí cerca, a dos calles.

—Ah… cuánto me alegro.

—…

Verás, no le guardo ningún rencor, de verdad. Mi idea con este capítulo era mostrar que no hay que tomar como dogma lo que diga una persona a la que admiras o que está por encima de ti. Ni siquiera si lo digo yo. El dueño de tu futuro eres tú, eres tú quien decide hasta dónde vas a ser capaz de llegar.

Aunque, desafortunadamente, el esfuerzo no siempre conlleva una recompensa, por lo menos no una inmediata. Ya que si consiguiésemos todo a la primera quizá dejaría de tener tanto valor para nosotros, ¿no?


Diario de un MIR. Aventuras y desventuras de un médico con vocación

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