Читать книгу Diario de un MIR. Aventuras y desventuras de un médico con vocación - Pau Mateo - Страница 12

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El trabajo de médico, o mejor dicho, la profesión de médico trae muchas cosas buenas y otras no tanto. Digamos que es una especie de maleta que poco a poco vas deshaciendo. Muchos pensarán que el maletín o cabás te lo entregan el primer día de universidad, pero la realidad es que el maletín te lo entregan el primer día que decides ser médico.

El día en el que se te mete en la cabeza, o entre ceja y ceja como me gusta decir a mí, que vas a ser médico y que nada te lo va a impedir, llama al timbre una persona de la agrupación médica mundial y te da un maletín. Aquí no hay gente predestinada a ser médico ni gente que no puede serlo, no. Aquí lo que se pone en marcha es tu vocación. La vocación de ser médico, el deseo de ayudar a los demás, la necesidad de renunciar a vida social para aprender cómo ser la mejor opción que tengan tus pacientes, son algunos de los requisitos para poder ser médico.

Las instrucciones del maletín son claras: es como un botiquín de los que utilizamos cuando vamos en las ambulancias y tiene muchos compartimentos. Cada bolsillo tiene una etiqueta muy clara y viene definida por una etapa en tu nueva vida como médico. Tienes un bolsillo marcado con «abrir cuando estés seguro de que quieres ser médico» y otro marcado con «abrir cuando entres en Medicina». Hay bolsillos de todos los tamaños y colores. De hecho, por lo que he podido hablar con mis compañeros son todos más o menos iguales. Es verdad que algunos de los maletines de mis colegas son más pequeños, otros son más grandes. El mío digamos que es un tamaño medio tirando a grande. Pesa, pero se puede llevar.

El día que renuncié a estudiar Química para después hacer una segunda carrera de Enología y me decanté por Medicina, llamaron a la puerta. Esa tarde estaba solo en casa. Mis padres trabajaban y mi hermana estaba entrenando a tenis. Abrí la puerta y no vi a nadie. Miré hacia todos los lados y solo cuando decidí mirar hacia abajo encontré el maletín. Tenía aspecto de ser técnico, con reflectantes por todos los lados pero también tenía pinta de ser algo vintage. Como si ya hubiese pertenecido a algún galeno antes que a mí. Encima del mismo había una nota donde estaba escrito «Para el futuro doctor Mateo». Claro, mi corazón empezó a acelerarse (una taquicardia, pero de las normales, de las que te suceden cuando estás emocionado) y empecé a sudar un poco. Lo recogí, cerré la puerta y subí corriendo a mi habitación. Lo dejé en mitad de la alfombra y me quedé mirándolo incrédulo.

¿Qué tengo que hacer ahora con esto?

Por detrás, la nota decía, una letra pequeña de máquina de escribir: «Abrir solo si se está 100 por ciento seguro de querer ser médico». No tardé ni cinco segundos en decidirlo. «Adelante», me dije a mí mismo. Y empecé a abrir la cremallera superior. El maletín olía a neopreno pero también a tienda de segunda mano. Como si la tienda de deportes estuviera justo al lado de una tienda de ropa usada y esos olores se entremezclaran. No tenía ningún tipo de descosido ni roto pero por la parte trasera y abajo tenía un par de parches como si lo hubieran reparado en algún momento de su vida anterior.

Al abrir el maletín encontré muchísimos compartimentos. Algunos muy pequeños, otros muy grandes: «abrir en tu primer día de Medicina», «abrir en tu graduación de Medicina», «abrir en tu último día como médico». Mi corazón iba a mil. Bueno, a mil no, que si no estaría en urgencias. Ya me entendéis.

Estuve un rato sin abrir ninguna cremallera (algunas iban hasta con candado como para asegurarse de que se iban abriendo a su debido tiempo, sin prisas, cada cosa cuando fuese necesario).

Ya os he dicho que había renunciado a ser químico para ser médico. En esos momentos estaba en casa estudiando para la selectividad. Entonces en España el examen para entrar en la universidad se llamaba Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) y siempre hacía bromas malas con mi nombre y con ese examen. Es más, aún las hago.

Total, que con una inspiración profunda decidí abrir el bolsillo. Para mi sorpresa solo había un sobre con una carta dentro, escrita a mano, con letra de médico. Nada más. ¿Toda la parafernalia para una simple carta? Me quedé chafado. Tiré la carta encima de la cama y dije «bueno, ya vale». Estoy perdiendo mucho tiempo con este maletín y tengo que seguir estudiando para la selectividad. Así que lo cerré, lo metí debajo de la cama y yo me senté en mi silla para seguir estudiando Historia.

Tengo que reconocer que esa tarde no fue demasiado productiva. No hacía más que pensar en el maletín, en quién me lo habría enviado, en quién había dicho que quería ser médico. Era un secreto que solo sabían mis padres y hermana, ni tan siquiera mis amigos más cercanos lo sabían. Me preguntaba que de quién habría sido ese maletín y que por qué lo tenía yo. Me fastidiaba pensar que solo había recibido una carta, además escrita a mano.

Seguí leyendo y repasando Historia todo lo que pude, cené con mis padres y hermana y volví a estudiar media hora más. La selectividad empezaba la semana siguiente por lo que podía permitirme una media hora de lectura del libro de aventuras que tenía empezado en ese momento.

Cuando ya estaba tumbado en la cama, con los dientes lavados y habiendo dado las buenas noches a mi familia, me puse a leer. Desde siempre me han gustado los libros de fantasía. Creo que conseguía empatizar muy bien con el protagonista y me sentía uno más dentro de la historia. Sentía sus derrotas y celebraba sus victorias. Aún recuerdo con mucho cariño cuando tenía unos catorce años y mi padre entraba en mi habitación a las dos de la madrugada para decirme que me fuera a dormir inmediatamente porque al día siguiente tenía clase. No podía parar de leer. De alguna manera, la persona que me hizo llegar la bolsa sabía esto. Porque, ¿adivinas qué me encontré en la siguiente página del libro a modo de marcapáginas? El sobre.

Todo empezaba a ser muy raro. Parecía que no me quedaba más remedio que leer esa carta. Pero yo quería evitarlo. Quería evitarlo porque aunque estaba seguro de querer ser médico toda la escena de la mochila me ponía los pelos de punta. Sabía que una vez abriera ese sobre ya no habría marcha atrás.

Me senté en la cama, estaba nervioso. ¿Qué hago? ¿Se lo digo a mis padres? Seguramente me dirán que me lo estoy imaginando, que será alguna historia sacada de mis libros. ¿Se lo digo a mi hermana pequeña? No quería asustarla.

Inspiración. Espiración. Inspiración. Espiración. Inspiración profunda y abrí el sobre. Despegué el lacre con cuidado, ya que no quería romperlo. Venía marcado con un sello. En el sello se podía distinguir una vara con una serpiente enrollada. Esto lo he visto antes, pensé. Corrí a por la enciclopedia de mis padres y lo busqué. ¡Lo sabía! ¡Es la vara de Asclepio! Pero, espera un momento, Asclepio es el dios griego de la medicina, ¿no? ¿Los romanos no lo llamaban Esculapio? ¿Tiene algo que ver que mi anterior colegio se llame Escolapias o es todo una coincidencia muy extraña?

Volví corriendo a mi habitación, cerré la puerta sin hacer ruido y empecé a leer.

Estimado Pau, futuro Dr. Mateo, te doy mi más sincera enhorabuena y cálida bienvenida a la profesión más antigua que existe, la medicina.

Soy un compañero tuyo. O mejor dicho, serás un futuro compañero mío. Soy un médico, o como se nos llamaba antiguamente, soy un galeno. No pertenecemos a la misma época médica. Aunque yo aún esté vivo mientras escribo esto, la medicina que yo estudié es muy diferente a la que tú estudiarás. Los avances en nuestra rama del conocimiento son rápidos y para los viejos como yo cada vez es más difícil estar actualizados. Por eso hay un momento en que dejamos de visitar a pacientes. Al cirujano con cierta edad se le retira el bisturí porque su pulso ya no es lo que era, al médico se le retira porque su mente ya no es la misma. Pero, hijo mío, uno nunca deja de ser médico. Esta profesión te envuelve, te atrae y te cambia.

Te ocurrirá que una vez que seas médico y vayas por la calle y alguien esté en dificultad, aunque no estés en tu horario de trabajo, te saldrá de dentro una fuerza para intentar socorrerlo. Amigos y familiares acudirán a ti con dudas sobre su salud y tú te prestarás a ayudarlos con la mejor de tus sonrisas. No te quedarás de lado ante injusticias sociales e intentarás hacer lo que esté en tu mano para ayudar al prójimo.

Eso sí, esta profesión conlleva sus sacrificios. Tu vida social se verá reducida considerablemente, perderás amigos porque no entenderán que tengas que quedarte en casa estudiando o en el hospital trabajando. Pasarás horas y horas entre libros, te frustrarás cuando olvides algún tipo de tratamiento. Recordarás la cara de todos los pacientes que no puedas salvar, pero estará en tu mano acompañarles en su final de vida, ya que como jurarás en el día de tu graduación, comprenderás cuándo ha llegado el momento de una persona y permitirás que mueran con dignidad.

Será duro, no te voy a engañar. Llorarás, sudarás y sufrirás. Pero todo esto se te olvidará con cada sonrisa de un paciente, con cada «gracias doctor, ya no me duele». Con cada diagnóstico hecho a tiempo y con cada vida salvada.

En este maletín encontrarás la sabiduría de todos los médicos que han ejercido esta maravillosa profesión. Todas sus batallas ganadas y todas sus derrotas. Todos sus aprendizajes sobre el trato con el paciente y experiencias personales que te ayudarán a ser un médico mejor. Cuando tengas miedo, cuando estés exhausto, cuando pienses que no puedes más recuerda estas palabras: «No temas, sigue. Tus pacientes te necesitan».

Son las palabras que más me han marcado de todo el maletín. También fueron las palabras que más marcaron a las doscientas generaciones anteriores de médicos que han utilizado ese maletín. Como comprenderás, mi maletín ahora es tuyo. Lo he reparado, tuve un par de problemillas que ya te contaré. Utilízalo como creas, utilízalo como debas. Cuídalo. El maletín de un médico es lo más preciado que tiene. Además de guardar los libros más importantes para tu práctica médica, también podrás guardar en él medicinas, jeringuillas, tu fonendoscopio, todo lo que te ayude a curar a las personas.

Por ahora no te diré mucho más. Todo a su debido tiempo. Poco a poco, despacito y con buena letra.

Quiero compartir contigo la carta que lo empezó todo. Mejor dicho, voy a compartir contigo algunos pedazos de la misma. Los demás los irás descubriendo tú en tu profesión. El título que le puso su descubridor es «Consejos de Esculapio a su hijo». Así es, Pau. El mismísimo Esculapio. Como verás, la medicina fundamentalmente no ha variado tanto en los siglos que han pasado.

Léela, estúdiala, recuerda lo que dice. Cada vez que desfallezcas vuelve a leerla.

Me despido, por ahora.

Un abrazo, compañero.

«Consejos de Esculapio a su hijo»:

¿Quieres ser médico, hijo mío? Aspiración es esta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia. Deseas que los hombres te tengan por un dios que alivia sus males y ahuyenta de ellos el temor. Pero ¿has pensado en lo que va a ser tu vida?

Tendrás que renunciar a la vida privada: mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, terminada su tarea, aislarse lejos de los inoportunos, tu puerta estará siempre abierta a todos. A toda hora del día y de la noche vendrán a turbar tu descanso, tus aficiones, tu meditación; ya no tendrás horas que dedicar a tu familia, a la amistad, al estudio. Ya no te pertenecerás.

Eras severo en la elección de tus amigos. Buscabas el trato de hombres de talento, de almas delicadas, de ingeniosos conversadores. En adelante, no podrás desechar a los pesados, a los cortos de inteligencia, a los altaneros, a los despreciables. El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado: prolongarás vidas nefastas y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir o denunciar acciones indignas de las que serás testigo.

Crees firmemente que con el trabajo honrado y el estudio atento podrás conquistarte una reputación: ten presente que te juzgarán, no por tu ciencia, sino por las casualidades del destino, por el corte de tu capa, por la apariencia de tu casa, por el número de tus criados, por la atención que dediques a las chácharas y a los gustos de tus clientes. Los habrá que desconfíen de ti si no gastas barba, otros si no vienes de Asia; otros, si crees en los dioses; otros, si no crees en ellos.

Aunque la medicina es ciencia oscura, que, gracias a los esfuerzos de sus fieles, se va iluminando poco a poco, no te será permitido dudar nunca, so pena de perder tu crédito. Si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees, para curarla, un remedio que no falla, el vulgo irá a charlatanes que venden la mentira que necesita.

No cuentes con el agradecimiento de tus enfermos. Cuando sanan, la curación se debe a su robustez; si mueren, tú eres quien los ha matado. Mientras están en peligro, te tratan como a un dios: te suplican, te prometen, te colman de halagos. Apenas empiezan a convalecer, ya les estorbas. Cuando les hablas de pagar los cuidados que les has prodigado, se enfadan y te denigran. Cuanto más egoístas son los hombres, más solicitud exigen.

Cuando a costa de muchos esfuerzos hayas prolongado la existencia de algunos ancianos o de niños débiles y deformes, vendrá una guerra que destruirá lo más sano que hay en la ciudad. Entonces te encargarán que separes los menos dotados de los más robustos, para salvar a los enclenques y enviar a los fuertes a la muerte.

Piénsalo bien mientras estás a tiempo. Pero si, indiferente a la fortuna, a los placeres, a la ingratitud; si, sabiendo que te verás muchas veces solo entre fieras humanas, tienes el alma lo bastante estoica para satisfacerse con el deber cumplido, si te juzgas suficientemente pagado con la dicha de una madre que acaba de dar a luz, con una cara que sonríe porque el dolor se ha aliviado, con la paz de un moribundo a quien acompañas hasta el final; si ansías conocer al hombre y penetrar en la trágica grandeza de su destino, entonces, hazte médico, hijo mío.


Diario de un MIR. Aventuras y desventuras de un médico con vocación

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