Читать книгу Diario de un MIR. Aventuras y desventuras de un médico con vocación - Pau Mateo - Страница 14

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Verás, creo que para explicarte mejor cómo es la profesión de médico es importante que te aclare algunos conceptos. Siempre que trabajamos tenemos «compañeros» de turno, o así les llamamos nosotros, que aunque no son visibles están siempre presentes. Uno de ellos, por ejemplo, es la muerte. Siempre intentamos a toda costa evitar que un paciente nuestro fallezca, pero también está en la mano del médico, y esto es superimportante que lo tengas claro, acompañar al paciente en sus últimas horas para que alcance el final de su vida con dignidad. Cuanto antes interiorices esto mucho mejor te irá.

Cuando empezamos un turno de noche en urgencias siempre deseamos que no haya ningún fallecido. Bueno, un turno de noche o cualquier día que entramos al hospital. Nunca nos decimos nada entre nosotros. Sabemos lo que queremos, sabemos lo que deseamos pero no lo decimos en voz alta. Como si decirlo en voz alta fuera a traer mala suerte. Sí, es poco científico, lo sé, pero te aseguro que cuando estás haciendo la guardia de noche y dices las palabras «parece que está tranquilita la noche» alguien en su casa se acuerda de que le duele la rodilla desde hace un año y que las tres de la mañana es la mejor hora para ir a urgencias a ver qué le dice el médico.

No quiero que esto se malinterprete. No estoy diciendo que alguien no tenga que ir al médico porque le duele una rodilla desde hace un año, es más, ¡debería haber ido antes! Lo que quiero decir aquí es que las urgencias deberíamos usarlas para lo que son, para las urgencias. Es responsabilidad de todos. Nosotros, los sanitarios, tenemos que educar sobre cómo usarlas y los pacientes deben aprender qué es urgente y qué no. Si no, vamos a cargarnos el sistema público de sanidad, que ya está malito y casi necesita cuidados intensivos.

Esto lo hablaremos más adelante en el libro. Es un tema muy interesante y del que tengo que contarte anécdotas muy divertidas, pero todo a su debido tiempo, joven padawan.

Como te decía antes, otra de las compañeras de profesión es la frustración. Te sientes frustrado cuando no sabes cómo ayudar a un paciente porque no sabes cómo diagnosticarle; cuando un cáncer vuelve a dar guerra a pesar de la quimioterapia, radioterapia y cirugía radical; te frustras cuando no puedes salvar a alguien porque no hay respiradores ni sitios suficientes en terapia intensiva, pero tienes que aprender a convivir con ella.

Mi primer contacto con la carrera de Medicina fue ¡no conseguir entrar! Seguro que conoces a alguien en mi situación o quizá tú te encuentras en esa situación ahora. Tranquilidad. Vamos a ir parte por parte y te voy a contar cómo logré superar esa frustración.

Viajemos atrás en el tiempo y veamos un joven estudiante de dieciocho años recién cumplidos que hace la selectividad y no consigue entrar en Medicina. El tortazo y golpe psicológico que me llevé se oyó hasta en Siberia, según me contaron más adelante unos compañeros rusos.

El chasco, la rabia y la frustración que sentí en ese momento fueron realmente difíciles de sobrellevar. Ponte en mi lugar (o en cualquiera de los cientos de estudiantes que no pueden entrar en la carrera deseada a la primera). Te esfuerzas mucho durante Bachillerato, renuncias a tanta vida social con tus amigos, te presentas a todos los exámenes para subir nota, haces caso omiso de las personas que te dicen que no lo vas a conseguir, para nada. Te sientes como un perdedor. Sientes que lo que te decían esas personas que te aconsejaron que no lo intentaras era verdad. Te cabreas contigo mismo. Repasas todos y cada uno de los detalles que te han llevado a fracasar. Dejas incluso que te invadan pensamientos como ¿y si no valgo? ¿Y si no me lo merezco?

Si estás pensando esto mientras lees este libro deja de pensarlo ahora mismo. Es más, vamos a hacer una cosa. Levántate (no, en serio, hazlo). Ve al espejo más cercano que tengas. Mírate a los ojos. Quiero que repitas muy lentamente (mientras te miras a la cara): Voy a conseguir todo lo que me proponga. Soy capaz. Me lo merezco. Soy bueno en lo que hago. Nada ni nadie me va a impedir llegar a mi meta.

Esto lo puedes aplicar en cualquier situación de tu vida, ante cualquier obstáculo. Te recomiendo que repitas esas palabras cada mañana. En serio. Mírate al espejo y repítetelo. Haz de esto tu mantra. Fake it until you make it («finge hasta que lo consigas», que dirían los británicos).

¿Y cuándo puedo dejar de repetirlo? Muy fácil: cuando te lo creas.

Pues bien, tras estos minutos motivacionales, volvamos a nuestra historia. Tú ponte en el lugar de una persona de dieciocho años que la vida le da su primer tortazo profesional. Mientras yo estaba en esa situación mi padre, sin decirme nada, había reservado plaza en una universidad privada para poder entrar en Fisioterapia.

Jamás me había planteado estudiar Fisioterapia. Es más, sabía más o menos de qué trataba, pero no la había valorado. Yo quería hacer Medicina. Lo tenía claro. Pero no iba a poder ser ese año. En ese tipo de situaciones —y ahora, siendo médico— de frustración profunda es importante apoyarte en tus seres más cercanos. Bien sea tu jefe, compañeros, pareja, padres, hermanos, es importante que le pongas palabras a lo que sientes. Verbalizar todo lo que pasa por tu cabeza, ya sea con alguien que se dedica profesionalmente a ello, a un amigo, o incluso un diario te ayudará a darle la importancia y el lugar que se merece.

No te lo quedes para ti o te acabará consumiendo. Escucha lo que las personas que de verdad te conocen y que no van a poner límites a tus metas tienen que decirte. Te conocen realmente bien. Quizá tienen puntos de vista que tú no has llegado a ver sobre el motivo por el que no has conseguido tu objetivo. En serio, escúchalos.

El verano fue de transición. Ya no éramos estudiantes de Bachillerato, éramos preuniversitarios. Un viaje por Europa con mis mejores amigos fue lo que me ayudó a aceptar la situación. No fui el único de mi grupo de compañeros que no consiguió entrar en Medicina. Algunos optaron por Farmacia, otros por Enfermería y otros más por Odontología. Claro que hubo gente que entró, pero de estos ya hablaremos más adelante. Os voy a hacer un pequeño espóiler, yo fui el único que acabó siendo médico. Quizá fue porque la Fisioterapia no acabó de enamorarme o quizá porque mis amigos se enamoraron de sus nuevas carreras. El hecho es que se me había metido entre ceja y ceja hacer Medicina, como ya sabes.

Fíjate, curiosamente en mi primer año de universidad como estudiante de Fisioterapia cometí uno de mis peores errores: estuve a punto de renunciar a ser médico. Empezaron las clases, y la experiencia del colegio mayor, vivir fuera de casa de mis padres, conocer a mucha gente y las hormonas, casi consiguen que se me fuera olvidando la frustración (o eso creía yo). Las clases de Anatomía y Bioquímica eran las mismas que seguían los estudiantes de Medicina, por lo que pude saborear un poco lo que era estudiar Medicina. Tenía amigos que estudiaban Ingeniería, Física, Química, Biología, Derecho, Economía y también Medicina. Con estos últimos no acababa de llevarme del todo bien. Es más, esto es un secreto que te desvelo ahora: les odiaba.

En serio, repudiaba todo lo que hacían. Los había muy majos, claro que sí, pero no podía ni verlos. Honestamente, no sabía por qué. Pensaba que eran unos creídos, unos niños de papá, unos malcriados, unos que tenían mucha suerte y que no se la merecían. Te haces una idea, ¿no? Con el tiempo aprendí que eran un recordatorio constante de lo que yo no había podido conseguir. Eran un recordatorio constante de que yo iba a ser un médico frustrado toda mi vida.

Esto seguro que lo has oído más de alguna vez. «Sí, yo iba para médico pero acabé siendo podólogo: soy un médico frustrado». «Yo no estudié Medicina no porque no tuviese nota, sino porque con Enfermería podía empezar antes a trabajar y me daba pereza estudiar tanto, podría decirse que soy un médico frustrado». «Yo hice Ingeniería porque quiero ser ingeniero, déjame tranquilo, te lo suplico, deja de seguirme por la calle o llamo a la policía».

No había palabras que me dieran más miedo por aquel entonces: médico frustrado. ¿Cómo? ¿Lidiar con la sensación de frustración toda la vida? Menuda mierda tenía que ser aquello.

Pasaron los meses y yo cada vez sentía menos interés por la Fisioterapia. Veía a muchos de mis compañeros apasionados por aprender las técnicas de valoración, los diferentes tipos de corrientes que se pueden aplicar al cuerpo para estimularlo profundamente o para conseguir efectos analgésicos, la cantidad de Anatomía que teníamos que aprender, pero yo no sentía mariposas en el estómago. La Fisioterapia me parece que es una rama sanitaria preciosa y muy necesaria para la rehabilitación, tratamiento y prevención de muchas patologías, pero yo no la sentía como mía.

Estudiaba asignaturas mucho más sanitarias que Historia o Ciencias de la Tierra como había hecho en Bachillerato pero aun así no lo sentía.

Llegué incluso a autoconvencerme de que lo que haría sería rescate marino. Terminaría Fisioterapia y me dedicaría a salvar a personas desde un helicóptero. Sí, evidentemente ver la película El Guardián tuvo ese efecto en mí en un momento en el que estaba perdido profesional y personalmente. Podría haber sido una carrera bonita, pero seamos honestos, era una huida hacia delante para no afrontar el verdadero problema: no iba a poder ser médico.

Mentí a todas las personas de mi entorno y les dije que me gustaba, que se me había quitado de la cabeza el ser médico. Quizá pude engañar a unas cuantas, pero había una a la que no podría haber engañado nunca y que desde el primer día sabía que era mentira. ¿Sabéis a quién me refiero? Eso es, a mí mismo.

Recuerdo con mucho cariño a nuestro profesor de Neuroanatomía. Él, neurocirujano puntero y algo excéntrico, no se dio cuenta de que con un simple gesto consiguió devolver la llama casi apagada de un estudiante de Fisioterapia que andaba más perdido que un pulpo en un garaje. Un día nos dijo que si queríamos podíamos entrar con él a quirófano. Podría ser muy interesante, pensé. Y acabé siendo, curiosamente, uno de los pocos estudiantes que acabaron yendo.

Una anécdota graciosa que recuerdo de aquel día es que fuimos mi compañero de clase y yo a verle operar. Solo que nos equivocamos de hospital. Cuando llegamos, subimos hasta la zona donde tenían los pacientes de neurocirugía y le pregunté a un médico dónde iba a operar esa tarde el doctor García (no es su nombre verdadero, es un alias para proteger su identidad. No porque sea un agente secreto ni nada parecido, sino porque voy a hacerlo así y ya está).

El médico al que me dirigí, que resultó ser neurocirujano también, le preguntó a su jefe de servicio si había contratado a García. Debía haber malos rollos entre el jefe y el neurocirujano ya que empezaron a discutir. «Me habías dicho que no le ibas a contratar y ahora vienen estos preguntando que si le pueden ver operar en mi quirófano». Menuda liamos. El jefe en mitad de la discusión se giró y nos dijo, el doctor García no opera aquí, opera en el Hospital de la Mandarina (otro nombre en clave, ya sabes).

Nos fuimos corriendo y llegamos justo a tiempo de presenciar la operación del doctor García. Evidentemente, no le contamos nada de nuestro pequeño incidente, espero que tú tampoco lo hagas.

Llegamos supersudados y pidiendo perdón porque nos habíamos equivocado de hospital. Yo tenía excusa, llevaba pocos meses en la ciudad, mi compañero sin embargo vivía en esa ciudad. Por aquel entonces empezaban a aparecer los primeros móviles con internet. ¿Me siento como un dinosaurio diciendo esto? Afirmativo. Pero bueno, la primera se perdona.

La cirugía que iba a hacer era un recambio de dos discos intervertebrales por dos prótesis. Los discos intervertebrales son las almohadillas que tienes entre las vértebras, lo que te permite mover tu columna y que no rocen entre ellas. Seguro que has oído hablar de ellos cuando tu tía la del pueblo se queja de las hernias discales que tiene. Que sepas que en medicina llamamos hernia a cualquier cosa que se sale del sitio donde debería encontrarse. Como, por ejemplo, la hernia inguinal. Pues bien, ahora ya sabes a qué discos me refiero.

La paciente a la que iban a operar parece ser que tenía dos discos completamente fastidiados, por lo que tenían que ponerle dos prótesis. Nos dieron un delantal de plomo (que pesaba muchísimo) para que nos protegiera de la radiación de la cirugía (ya que iban a ir haciendo radiografías para ver cómo iban) y nos dijeron una frase que tienes que grabarte a fuego si alguna vez entras a un quirófano y no eres un paciente o un sanitario: «No toques lo verde».

Era la primera cirugía que veía en mi vida en directo (sí, había visto ya alguna en YouTube) y recuerdo que durante las tres horas que duró no pude tener la boca cerrada de asombro. Menos mal que llevábamos mascarillas quirúrgicas y no se me podía ver la cara de tonto.

Después de dar las gracias cincuenta mil veces al cirujano salimos del hospital aliviados de no tener que llevar el delantal de plomo. Para mi compañero (ahora un fisioterapeuta y preparador físico buenísimo, apasionado de lo que hace) fue una experiencia más. Para mí sin embargo fue LA EXPERIENCIA.

Sentí un ardor en el pecho, pero no de gastritis ni de reflujo, no, un ardor de emoción. Me dieron ganas de llorar, de gritar, de reír. Me sentí tan inundado de emociones diversas que no sabía muy bien cómo reaccionar. En cuanto llegué a casa llamé a mis padres y les dije que lo que yo quería era ser médico. Que además quería ser cirujano, porque no me imaginaba que existiese un trabajo tan bonito. Su respuesta es una frase que siempre llevaré conmigo. Me dijeron «nosotros ya lo sabíamos, estábamos esperando a que te volvieras a dar cuenta tú».

Lo que quiero transmitirte es que, si te encuentras en una situación similar, no estás solo. Muchas personas no conseguimos nuestro propósito a la primera. Qué carajo, yo he tenido que intentar todo varias veces para encontrarme donde estoy ahora. Si no has conseguido entrar en Medicina no digas «no he conseguido entrar en Medicina» lo que tienes que decir es «no he conseguido entrar en Medicina AÚN». Te aseguro que esa palabra, ese «aún» hace una gran diferencia. No te desanimes. No te desestimes. No te quedes sin fuerzas ahora. No va a importar cuántas veces lo has intentado una vez que estés dentro. Es más, tengo ganas de tenerte como futuro compañera o compañero. Dale caña, los médicos, tus futuros compañeros, te estamos esperando.


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