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Julio de 2009.

«Estimado señor Pau Mateo, sentimos informarle de que no ha sido aceptado en la [inserta aquí el nombre de cualquier facultad de Medicina de cualquier universidad pública española] y por lo tanto pasa usted a la lista de espera».

Ese fue mi primer encuentro directo con la medicina. Pero ¡eh! ¿Dónde he dejado mis modales? Haré contigo como hago con mis pacientes. Buenos días, soy el doctor Mateo y seré su médico hoy. Aunque, honestamente, me parece bastante impersonal. Ya que has decidido comprar mi libro y leer las cosas que tengo que contarte creo que lo más correcto es que nos tuteemos, o por lo menos yo voy a hacerlo, así que espero que pienses en mí como Pau. Lo que tienes ahora mismo en las manos es un amalgama de historias, anécdotas, algo de biografía personal y mucha logorrea (algo que, sinceramente, me define) para que podamos pasar unas cuantas mañanas, tardes, noches o trayectos en transporte público entretenidos. Así que, abróchate el cinturón porque vienen curvas.

Este manuscrito —vamos a darle una palabra más mística, porque te aseguro que para mí las líneas que vamos a compartir, yo tecleando y tú leyendo, lo merecen— es una máquina del tiempo. También es una bitácora y una libreta de apuntes de anatomía. Además, es un cuaderno donde apuntar las mnemotécnicas para preparar el examen MIR o un atrapa polvo de estantería. Es todo lo anterior. (El MIR es el examen que los médicos en España tienen que hacer para entrar en la residencia médica para especializarse, por lo tanto cuando uno pasa a ser llamado Médico Interno Residente, MIR).

Como solía decir Jack el Destripador: vamos por partes. Vamos a la parte en la que se empieza a gestar en mí el deseo de ser médico. Imagino que habrás oído a más de uno decir que sabía que quería ser médico desde pequeño, porque sus padres son médicos, porque le gustó de pequeño la serie de televisión Érase una vez el cuerpo humano o porque Anatomía de Grey o House M.D. fueron de sus series de televisión preferidas. Bueno, pues yo ni lo uno ni lo otro. Yo, de pequeño, quería ser basurero. Pero no uno cualquiera, quería ser el basurero que va montado en la parte de atrás del camión y que tiene que cargar los contenedores en un tiempo récord para no entorpecer el tráfico de los coches. Me acuerdo que cuando tenía cuatro años y estaba en casa de mi abuela en Barcelona no me podía ir a dormir hasta que el camión de la basura paraba casi delante de la ventana de mi habitación, descargaba el contenedor y los basureros en un salto acrobático aterrizaban en una pequeña plataforma de metal y se aferraban a una barra que salía del camión de la basura. Ese momento para mí era especial. Entre eso, el calor del verano en Barcelona y el hecho de que la casa de mi abuela estuviera en el primer piso de una calle bastante estrecha hacían de esa escena una orgía de olores que te puedes imaginar. Pero para mí era especial.

Pasados unos años decidí que quería ser químico. Aunque nací en Barcelona, crecí en Logroño, una ciudad increíble en el norte de España, donde he vivido toda la vida. Como capital de La Rioja que es, el vino forma parte de la cultura. De hecho, recuerdo que cuando estábamos en el colegio teníamos un tema en una asignatura que se llamaba Conocimiento del Medio que nos explicaban cómo se hacía el vino. Yo pensé: seré químico y después enólogo. Pero claro, después vino ella.

Y con ella no me refiero a un amor juvenil que desa ta pasiones y que hizo que me olvidara de todo lo demás. Bueno, quizá un poco sí. Ella fue la Biología. Pero no una Biología cualquiera, la Biología Humana. Empezamos a aprender en qué consistía la célula, los diferentes órganos humanos. Recuerdo que mirar por el microscopio unos portaobjetos (ya sabes, esos trocitos de cristal que se ponen en el microscopio), que pertenecían a la colección personal de la madre Celina (una monja que yo pensaba que tenía cien años) me hacía abstraerme de cualquier evento externo. El poder descubrir el mundo microscópico me fascinaba. Cuanto más aprendía sobre el cuerpo humano más crecía mi curiosidad. Estaba naciendo en mí una pasión (espóiler: sigue vigente) que me llevaría a recorrer miles de kilómetros para alcanzar mi sueño. Los otros temas de Biología me interesaban poco, lo que más me gustaba era la Biología Humana. Recuerdo que por aquel entonces apodé al cuerpo humano como la máquina perfecta.

Vale, me dije a mí mismo. Tengo que dedicarme a algo que entre mucho en contacto con el cuerpo humano. Creo que la verdadera iluminación de que quería ser médico vino cuando mi profesor de Educación Física decidió enseñarnos primeros auxilios y reanimación cardiopulmonar cuando teníamos catorce o quince años. Algo muy vanguardista en esa época y por lo que le estaré eternamente agradecido. Nos enseñaba a reconocer y estabilizar fracturas de huesos grandes, como el fémur, el húmero o la tibia, con palos de plástico. Nos explicaba que si nos encontrásemos en la naturaleza y tuviésemos que realizar una inmovilización deberíamos encontrar palos grandes y resistentes. La idea vanguardista de este profesor, de enseñar primeros auxilios a chavales adolescentes, hizo que unos meses más tarde una alumna un año más pequeña que yo —que ha acabado siendo médico también— le realizase una reanimación cardiopulmonar a una persona que lo necesitaba ¡y le salvó la vida! Si mi memoria no me juega una mala pasada creo que incluso hicimos un examen escrito en el que debíamos explicar cómo pondríamos en práctica lo aprendido en un accidente de coche. Primero velar por la propia seguridad. Segundo proteger la zona del accidente. Tercero designar a alguien para pedir ayuda. Unas pautas que se me han quedado grabadas desde entonces. El examen era escrito —sí, también dábamos teoría en Educación Física— y tuve que pedir un par de folios más para poder escribir todo lo que tenía en la cabeza. Saqué un diez. Nunca antes había sacado un diez en mis años de la ESO (Educación Secundaria Obligatoria). Lo tenía claro, yo tenía que ser médico y, como descubrirás en las líneas por las que navegaremos a continuación, estaba dispuesto a hacer lo que fuera para conseguir mi sueño.


Diario de un MIR. Aventuras y desventuras de un médico con vocación

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