Читать книгу La aniquilación de la naturaleza - Paul R. Ehrlich - Страница 11
Оглавление3. EL ANTROPOCENO
El surgimiento y evolución de los seres humanos tiene implicaciones críticas para el futuro de la vida en la Tierra. Por miles de millones de años la biodiversidad fue diezmada por cataclismos naturales que ocurrieron a intervalos de miles o cientos de millones de años. Después de millones de años de tranquilidad la aparición del Homo sapiens moderno cambió, una vez más, el rumbo de la vida. En pocos miles de años los humanos pasaron de lanzar rocas y usar trampas, emplear lanzas y arcos con flechas, a cazar con armas de fuego. A lo largo de este camino, como otros depredadores omnívoros, los humanos nos alimentábamos y vestíamos matando plantas y otros animales. Pero nuestra eficiencia fue asombrosa y mucho antes de que se inventaran las armas de fuego, probablemente ya habíamos exterminado a grandes manadas de mamíferos herbívoros de tamaño mediano y grande, como los mastodontes, los perezosos terrestres y varias especies de canguros gigantes. Sin ningún disparo también acabamos con especies que amenazaban nuestra seguridad como los osos de las cavernas, los lobos gigantes y un marsupial carnívoro del tamaño de una leona, entre muchas otras especies.
En África, Europa y Asia, donde los animales tenían una larga experiencia evolutiva con los humanos, la mayoría de las especies de gran tamaño sobrevivieron. Pero la invasión humana relativamente reciente de Australia y América parece que contribuyó a numerosas extinciones. Más tarde, los primeros colonizadores de algunas grandes islas, encontraron y eliminaron las grandes aves del planeta, como el ave elefante de Madagascar, un animal masivo de aspecto peculiar de 3 metros de alto y 400 kilogramos de peso, y las igualmente impresionantes moas de Nueva Zelanda. Así, la expansión de Homo sapiens durante el periodo del Pleistoceno, aproximadamente hace 50 mil a 12 mil años, se caracterizó por una serie de extinciones de la megafauna de varias regiones del planeta.
Luego, a partir del inicio de la revolución agrícola hace cerca de 10 mil años, la población humana comenzó a crecer, primero lentamente y después vertiginosamente. Enormemente. Por increíble que parezca, nuestra población se ha incrementado más en el último siglo que en toda la historia de la humanidad. En 1930 el total de la población humana era de 2 mil millones de personas, y para 1960 la población había crecido a 3 mil millones. Hoy hay más de 7,800 millones de personas en el mundo y este número aumenta en alrededor de 300 mil personas por día. Los demógrafos proyectan una población de 9 mil millones para 2045 y más de 11 mil millones para el año 2100, aunque es muy posible que la población se estabilice entre 8 y 9 mil millones de personas.
Con respecto a la diversidad biológica del planeta, la correlación más obvia es la siguiente: más personas equivale a menos especies. Para sobrevivir, todos los organismos (incluidos los seres humanos) deben poder extraer recursos críticos de su medio, liberar desechos al ambiente y tener espacio para realizar esas actividades. A medida que las poblaciones humanas aumentan (salvo algunas excepciones), el espacio que es vital para otros organismos, los recursos y los sumideros (reservorios naturales que absorben, descomponen y reciclan desechos o restos inutilizables) disminuyen. Algunas excepciones son aquellos organismos que los humanos han domesticado para su uso como los pollos, los cerdos, el ganado vacuno, los caballos y algunas variedades de granos y vegetales; o aquellos que han aprendido a vivir junto a la humanidad como las ratas, los piojos, los virus del dengue y varias hierbas. La actual sexta extinción masiva se extiende desde el siglo XX al siglo XXI. A este periodo los científicos lo llaman el Antropoceno. Este término reconoce que la población humana enorme y creciente ha sido la fuerza principal que define las características de la biósfera, que es como se conoce a la capa superficial de la corteza terrestre, incluyendo la región oceánica, la atmósfera y la vida que se desarrolla en ellas.
Las evidencias señalan que las aves elefante eran numerosas en Madagascar antes de la llegada de los seres humanos. Muchos restos de huevos, incluyendo huevos enteros, se han encontrado en varios sitios en la isla. Los enormes huevos tienen un volumen similar o mayor al de ¡150 huevos de gallina! Aquí, un miembro de la tribu Antandroy del sur de Madagascar sostiene un huevo fosilizado de un ave elefante.
Las proporciones cambiantes de gases atmosféricos del Antropoceno están terminando con el clima tan favorable que los seres humanos han disfrutado por 10 mil años. Ese clima gracias al cual la agricultura y la civilización pudieron desarrollarse. En el Antropoceno también se han visto dramáticas alteraciones ambientales en la superficie terrestre y en los océanos, especialmente en el siglo pasado. En cierto modo, los cambios por los que el planeta está pasando son distintos a los anteriores, pero hay aspectos que recuerdan también a los eventos catastróficos pasados. Así como se piensa que un asteroide devastó la vida hace 65 millones de años, nosotros podríamos terminar por aniquilar más de 70 por ciento de las especies del mundo, incluidos los humanos.
La tesis de que el ser humano está causando la sexta extinción masiva es fácil de respaldar. La perturbación y fragmentación de los hábitats; la sobreexplotación por la caza o extracción; la desenfrenada contaminación; la introducción de especies invasoras y de enfermedades; el consumo desmesurado y, ahora, cambio climático, son causas bastante claras con impactos evidentes en otras formas de vida para cualquiera que analice los datos con frialdad. ¿Qué tan malo es? Los científicos que trabajamos en temas de conservación hemos concluido que cada año millones de poblaciones y miles de especies están siendo aniquiladas globalmente. A esto le hemos llamado la aniquilación biológica.
El quetzal es un ave espectacular de México y Centroamérica. Los aztecas en el centro de México y otros grupos mesoamericanos lo asociaban con la “serpiente emplumada”, Quetzalcóatl, ya que al volar las colas largas y verdes de los machos parecen una serpiente. Es el ave nacional de Guatemala, aparece en su uniforme militar y su moneda lleva su nombre. La pérdida de los bosques de niebla donde habita está causando la desaparición de muchas poblaciones de esta especie.
¿Por qué nos deberían interesar esas desapariciones si hay miles de millones de poblaciones y especies de plantas y animales conocidas para la ciencia y millones más sin catalogar que aún faltan por describir? ¿Qué importa un vaso de agua cuando tienes una cubeta entera?
En primer lugar, las extinciones causadas por el ser humano son catastróficas por razones éticas. Cada especie es una entidad única, un producto de miles de millones de años de evolución. Una vez que se extingue, se ha ido para siempre; es improbable que el universo vuelva a ver ese ensamble particular de genes. Además, la pérdida de cualquier especie puede llevar a la pérdida de otras que coexisten con ella. Las plantas, animales y microorganismos que habitan un área determinada interactúan entre ellos y con su medio físico, para crear y mantener las condiciones necesarias para la vida. La desaparición de cualquier especie conllevará consecuencias para las otras.
Los abejarucos euroasiáticos están ampliamente distribuidos y son depredadores de insectos, especialmente abejas y avispas. Las especies de aves que se alimentan de abejas se habían mantenido relativamente estables en el inicio de la sexta extinción masiva, pero ya están sufriendo debido a su caza asociada a actividades deportivas y la procuración de alimento, la canalización de ríos que destruye las orillas donde hacen sus nidos y, potencialmente, por reducciones en la disponibilidad de presas debido al uso extendido de pesticidas.
En segundo lugar, la vida genera nuestro recurso más esencial: el oxígeno. Este recurso es una creación biológica que no estaría disponible sin la ayuda de algunas especies. Las plantas y algunos microorganismos capturan la energía proveniente del Sol en el complejo proceso bioquímico llamado fotosíntesis. Mediante este proceso, estos organismos producen químicos ricos en carbohidratos y, al mismo tiempo, liberan oxígeno a la atmósfera. Nosotros y todos los demás animales (así como las plantas que lo producen) necesitamos oxígeno para quemar (oxidar) los carbohidratos que las plantas producen y nosotros consumimos en forma de alimento, con lo cual obtenemos energía para todas nuestras funciones celulares. Cuando alteramos los elementos de los ecosistemas que proveen oxígeno, podríamos estar, literalmente, amenazando la vida de nuestros descendientes distantes, porque a pesar de que por el momento hay mucho oxígeno en la atmósfera, a largo plazo podría agotarse.
Finalmente, las poblaciones de plantas y animales están estrechamente conectadas en secuencias ecológicas de alimentación llamadas cadenas tróficas. Por ejemplo: pasto → vaca → humano → mosquito → murciélago. Claramente muchas otras especies (como roedores e insectos que también consumen pasto) están involucradas y conectadas entre sí. La energía y los nutrientes se transfieren de una especie a otra a través de las cadenas, las cuales se entrelazan en complejas redes tróficas. A su vez, cuando la muerte interviene y las plantas pierden sus hojas o los animales cambian su piel y eliminan líquidos y residuos sólidos, otros organismos llamados descomponedores sobreviven obteniendo energía a través de los carbohidratos, grasas y otros compuestos orgánicos de cadáveres y sus desechos. Estos organismos convierten esas sustancias en productos químicos inorgánicos más simples como nitrógeno, potasio, fósforo y varios oligoelementos que pueden ser reciclados por varias especies y sus futuras generaciones. Cuando provocamos la desaparición de especies interrumpimos este proceso cíclico de la vida, la muerte y la renovación.
Estas tres razones nos parecen convincentes y podemos resumirlas en la siguiente frase: “protege los ecosistemas de la Tierra o muere”. Todos vivimos en y con los ecosistemas, que son unidades definidas de tamaño variable que albergan formas de vida. Por ejemplo, tu boca es un ecosistema que contiene miles de millones de bacterias, hongos, virus y otros microorganismos, algunos benéficos y otros perjudiciales para tu salud. Tu ecosistema se mantiene por la energía proveniente del Sol que eventualmente obtienes a partir de plantas e, indirectamente, de los animales que consumes. La cuenca del río Amazonas es un ecosistema mucho más grande, pero opera bajo principios similares y, como casi todos los ecosistemas, al igual que tu boca, el Amazonas es alimentado por el Sol y contiene incontables organismos, incluidas personas. La energía viaja a través de los ecosistemas y sin ella se desintegrarían rápidamente. Con la constante entrada de energía las formas de vida pueden prosperar y los descomponedores pueden reciclar los materiales que todos los seres vivos necesitan.
Los humanos, al igual que todos los demás organismos, son completamente dependientes del funcionamiento de los ecosistemas del planeta, aunque algunos preferirían pensar diferente o no pensar en ello en lo absoluto. Sin costo alguno los ecosistemas naturales realizan una amplia serie de funciones esenciales que incluyen mantener la combinación respirable de gases en la atmósfera; el abastecimiento de agua fresca; el control de inundaciones; la generación y reposición de suelos; la eliminación de residuos; la polinización de cultivos y protección de plagas; el suministro de peces para alimentación y deporte; la dotación de plantas medicinales y comestibles; y además evitar que nos volvamos neuróticos al proveernos con lugares de recreación y reflexión. Incluso los ecosistemas creados y administrados por humanos, como las granjas, se benefician críticamente y necesitan la ayuda de los ecosistemas naturales en los que se encuentran.
La pérdida de incluso una sola especie puede tener efectos importantes en un ecosistema. Las llamadas especies clave son formas de vida que tienen un impacto mayor en el ecosistema de lo que podría inferirse a partir únicamente de su abundancia. Por ejemplo, los perritos de la pradera de cola negra o perros llaneros son ardillas grandes terrestres que viven en colonias de miles o decenas de miles de individuos en los pastizales de Norteamérica (aunque sus colonias eran de millones de individuos en el pasado). Los perritos llaneros se alimentan de pastos y hierbas, y crean sistemas complejos de madrigueras subterráneas. Sus actividades son benéficas porque destruyen las semillas, plántulas y pequeñas plantas de arbustos desérticos invasores como el mezquite, cuyo crecimiento descontrolado convierte los pastizales áridos en matorrales desérticos. El sistema de madrigueras también provee refugio y protección a una plétora de animales desde insectos hasta zorrillos, ayuda en la aireación de los suelos y aumenta la infiltración de agua promoviendo la fertilidad del suelo y previniendo deslaves e inundaciones.
Una serie de estudios realizados a principios de los años noventa acerca de los perritos de la pradera en el suroeste de Estados Unidos demostró que, a pesar de ser considerados plaga por los ganaderos, estos animales son esenciales para el mantenimiento de la productividad de los pastizales. Por ello, la desaparición de perritos de la pradera —principalmente por envenenamiento— tuvo como consecuencia la proliferación e invasión del matorral y la desertificación del ecosistema, la cual terminó por destruir el valor de la tierra para actividades de pastoreo.
Los perritos de la pradera de cola negra fueron alguna vez uno de los mamíferos más abundantes de la Tierra con una población estimada de miles de millones de individuos. Esta especie es fundamental para mantener la salud de los ecosistemas de pastizales y proporcionar servicios ecosistémicos como el almacenamiento de carbono en los suelos y la recarga de mantos acuíferos. A pesar de ello aún siguen siendo envenenados en su área de distribución y son susceptibles a la introducción de enfermedades como la peste bubónica.
Los servicios ecosistémicos de los que depende la humanidad son generados a escala local por las poblaciones de organismos. Por lo tanto, es igual de importante preocuparnos por las altas tasas de destrucción de poblaciones que por las pérdidas de especies. Después de todo, si una especie de murciélago insectívoro disminuye y sólo una población sobrevive, no ocurrirá la extinción de la especie, pero las personas que vivan en las áreas donde este murciélago ha desaparecido padecerán más picaduras de mosquitos y sufrirán una mayor prevalencia de las enfermedades que esos insectos dañinos propagan.
Por lo general, la mayoría de las poblaciones de especies ampliamente distribuidas desaparecerán antes de que sus especies eventualmente se extingan. Así sucedió, por ejemplo, con muchas poblaciones de palomas pasajeras, que en 1880 ya habían desaparecido debido a la caza comercial excesiva, por lo que ya no era rentable cazarlas. Sin embargo, la especie resistió 30 años más para finalmente desaparecer debido a la ausencia de las gigantescas bandadas que eran indispensables para su reproducción. Una posible consecuencia de la desaparición de miles de millones de estas aves fue el aumento en la disponibilidad de alimento para ratones silvestres, los cuales solían competir con estas palomas, ya que ambos se alimentaban de las bellotas de los encinos. La explosión poblacional de esos roedores resultó, además, perjudicial para muchas personas ya que los ratones son el principal reservorio de la enfermedad de Lyme, un serio padecimiento bacteriano transmitido a los humanos por medio de la picadura de las garrapatas que proliferan en los ratones.
En la sobrepoblada Ruanda, las laderas erosionadas se pueden identificar por el color rojo fangoso de los ríos que erosionan los suelos agrícolas. La biodiversidad de Ruanda está confinada a pequeñas reservas que están bajo el asedio constante de personas de bajos recursos desesperadas por extraer madera, alimento o establecer pequeñas granjas. Desde el horrible genocidio de 1994 se han plantado árboles en cada espacio de tierra no destinado a la agricultura, carreteras o urbanización, pero en su mayoría estos árboles son eucaliptos exóticos. Si bien los eucaliptos proveen ciertos servicios ecosistémicos, son inútiles para reconstruir la biodiversidad del devastado paisaje. Sin embargo, esos paisajes podrían parecer bien conservados para las personas sin una buena educación ecológica.
Las distintas actividades humanas generan efectos sinérgicos cuyos impactos combinados son mucho mayores a la suma de sus impactos individuales. Un ejemplo común es cuando las actividades humanas restringen la distribución de una especie o cuando alteran el clima local y regional. Las actividades antropogénicas han causado que un mayor número de especies ahora sean raras o escasas, lo que las hace más vulnerables que sus ancestros a la perturbación climática, desastres naturales y demás perturbaciones. Estas especies han sido llamadas “zombis” o muertos vivientes. Han sobrevivido a la disminución de sus poblaciones o al cambio climático, pero no lograrán sobrevivir a ambos.
Las vastas llanuras del Serengueti en África oriental poseen la mayor biomasa (peso vivo) de mamíferos en la Tierra. El apropiado nombre significa en lenguaje masái “planicie infinita”. Ir a visitar el Serengueti le permite a uno regresar al Pleistoceno, cuando agrupaciones similares de mamíferos grandes eran mucho más comunes, incluso en América. El turismo en esta llanura es un motor importante de la economía de Kenia y Tanzania. Hoy las inmensas migraciones se encuentran amenazadas por planes de infraestructura de carreteras al servicio de empresas mineras.
Si bien es cierto que las extinciones de poblaciones y especies son procesos naturales y han ocurrido a lo largo de la historia, es importante destacar que las tasas de extinción actuales son extraordinariamente altas, especialmente cuando se comparan con las tasas de evolución de nuevas especies. Es decir, no hay manera de que las extinciones sean balanceadas con la evolución de nuevas especies. Lamentablemente no hay suficientes biólogos profesionales u observadores amateurs para documentar todas las extinciones que están ocurriendo, aun cuando se trate de grupos de organismos bien conocidos, como las aves y los mamíferos. La tarea de registrar la aniquilación de poblaciones es aún más grande y complicada. Además, algunas personas afirman que la seriedad de la crisis de extinción está sobreestimada, lo que es equivalente a decir que una playa que está erosionándose ante nuestros ojos no está desapareciendo porque hay en ella un gran número de granos de arena o porque el número de granos que está desapareciendo no ha sido contabilizado. Es arriesgado y hasta deshonesto generar estas dudas, pues si la actual ola de extinción sigue acelerándose, no sólo será un presagio del trágico declive de la variedad de seres vivos que habitan este planeta, sino del fin de la civilización humana y la prematura muerte de miles de millones de personas. Como menciona el personaje de caricatura estadunidense Pogo: “Hemos conocido al enemigo y somos nosotros”. A pesar de nuestra inteligencia y de lo mucho que comprendemos los ecosistemas, nos comportamos de manera absurda. Ya sea desde una perspectiva ética o de interés personal podemos ver que el camino que estamos siguiendo es el erróneo y, aun así, nos comportamos como los moscovitas de Tolstoi con Napoleón en la puerta: bailando alegremente mientras la destrucción se acerca.