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Оглавление4. CANTOS SILENCIADOS
Al visitar la Academia de Ciencias de California, localizada en el Golden Gate Park en San Francisco, se puede aprender sobre las tragedias que han experimentado algunas especies de aves extintas como resultado de las actividades humanas. Para llegar a la sección donde se encuentran las colecciones científicas uno debe recorrer, cual explorador, estrechos y laberínticos corredores, hasta llegar a la Colección de Ornitología. Entre innumerables gabinetes se encuentra uno con un letrero que dice “aves extintas”. Al abrirlo y mirar el interior se experimenta un terrible impacto al ver muchos ejemplares de una gran cantidad de especies que ya no existen. Se pueden observar especies como el carpintero imperial que habitaba la Sierra Madre Occidental y el petrel de la isla de Guadalupe, ambos de México. Cada una de las especies está cuidadosa e irónicamente preservada; no fue hace mucho tiempo que fallamos en asegurar su conservación mientras vivían. A medida que se observan esos especímenes inertes, el horror se convierte en tristeza, pues son sólo muestras de lo que alguna vez fueron criaturas animadas. Las estadísticas tienen, sin duda, cierta capacidad para desconcertarnos, pero el hecho de ver las reminiscencias de tantas especies de aves debería tocar algunas fibras sensibles y propiciar un compromiso.
Más allá de África
Hasta hace aproximadamente 60 mil años, sólo las aves y otros animales de África habían tenido la experiencia de interactuar con los humanos. Miles de especies de aves en el hemisferio occidental, la mayoría de Asia, Australia y las islas oceánicas, habitaban tierras y aguas jamás visitadas por seres humanos modernos. Incluso en África los humanos eran pocos y habitaban sólo algunas partes del continente; pero luego empezaron a propagarse por todo el mundo. Primero comenzaron por Eurasia, luego ocuparon algunas islas del suroeste del Pacífico para finalmente llegar a Australia e invadir el hemisferio occidental. Las aves se enfrentaron a esta especie que no era como ninguna otra. Estos inteligentes, sociales y hambrientos primates, nuestros ancestros, sometieron a las aves con cacerías al estilo blitzkrieg. Al enfrentarse a esa versión temprana de las guerras relámpago, muchas aves ingenuas nunca tuvieron oportunidad de sobrevivir, pues la diáspora de los humanos fue tan rápida en términos evolutivos que había pocas oportunidades para que las aves valoradas como alimento o por sus plumas evolucionaran en respuesta adaptativa a la depredación de nuestros antepasados.
La caza fue tan sólo uno de los aspectos de la conquista de los humanos. Los cambios sin precedente en los hábitats y las introducciones accidentales o deliberadas de animales como gatos, ratas, cabras y cerdos a menudo causaron más destrucción que la caza directa. De acuerdo con registros fósiles y otras evidencias, alrededor de 2 mil especies de aves fueron orilladas a la extinción solamente en las islas del Pacífico después del establecimiento de los humanos hace unos 2 mil a 3 mil años. Muchas de estas aves estaban en desventaja porque, al no tener depredadores terrestres, sus alas eran vestigiales y no podían escapar volando de los humanos o de las ratas; y aquellas aves que sí podían volar eran más propensas a irse de las islas hacia un destino incierto. Antes de la aparición del Homo sapiens, las aves que no hacían una inversión metabólica en el uso funcional de sus alas invertían esa energía en aspectos más importantes de su sobrevivencia.
Hace relativamente poco, desde el siglo XVI, por lo menos 132 especies de aves se han extinto en las islas mencionadas, otras 15 especies están posiblemente extintas y cuatro más sobreviven sólo en cautiverio. Muchas otras extinciones han ocurrido en todos los continentes, como la del pato cabeza rosada y la de la codorniz del Himalaya, ambos oriundos de la India; y las del avión ribereño asiático de Tailandia, el chipe de Bachman de Estados Unidos, el zanate del río Lerma de México y el pato poc o zampullín del lago Atitlán en Guatemala. Actualmente un gran número de especies en peligro de extinción se encuentra en regiones tropicales como Madagascar, Australia, Filipinas, India, China, el sureste asiático (incluyendo Vietnam y Camboya), Sumatra y Borneo en Indonesia, Brasil oriental y los Andes en Ecuador y Perú, donde la pérdida de los hábitats y otras causas han llevado a incontables especies al borde de la extinción. Estados Unidos, México, Brasil, Egipto, Tanzania, Angola y Sudáfrica también poseen un gran número de especies y poblaciones en peligro de extinción. Es muy probable que el número exacto de extinciones sea mayor, ya que no hay duda de que muchas especies desaparecieron antes de ser conocidas por la ciencia, mientras que otras, al ser extremadamente raras, no han sido observadas desde hace mucho tiempo y probablemente ya estén extintas.
El enigmático dodo
Entre todas las aves que se han extinto, el dodo ha sido el icono más representativo, por ser la primera especie de la que se tiene registrada su extinción. El dodo tenía un aspecto raro y sólo se encontraba en la isla de Mauricio en el océano Índico, a 870 kilómetros al este de Madagascar. Un navegante danés llamado Heyndrick Dircksz Jolinck, quien visitó la isla en 1598, fue el primero en describir al ave. Según los escritos de Jolinck, el dodo era un ave grande con alas del tamaño de las de una paloma, inservibles para volar. Jolinck escribió que estas particulares aves poseían un estómago tan grande que podía proveer a dos hombres de una comida deliciosa y que, de hecho, esa era la parte más sabrosa. Sin embargo, otros registros contemporáneos acerca de los dodos indican que su carne sabía mal y que era dura. Aun así, ya que su carne podía obtenerse de manera sencilla, sin duda podía ser consumida por marineros hambrientos, por lo que las tripulaciones de los barcos que llegaban a Mauricio mataban y se alimentaban de grandes cantidades de dodos indefensos.
Mucho de lo que actualmente sabemos acerca del dodo proviene de dibujos y pinturas donde se aprecia un ave obesa y torpe. No obstante, es probable que algunos de estos bosquejos sean de aves sobrealimentadas en cautiverio pues, en al menos una ilustración que data del siglo XVI, los dodos son representados como una especie esbelta. Además, en la isla de Mauricio las estaciones húmedas y secas están bien definidas, por lo que es posible que los dodos engordaran gracias al consumo de frutas durante la temporada húmeda y, posteriormente, vivieran de su reserva de grasa durante la temporada seca cuando la comida era escasa. Los dodos también pudieron haber acumulado grasa corporal durante la temporada de apareamiento para luego irla perdiendo conforme este periodo finalizaba.
El dodo era indudablemente un ave grande. Su pico era enorme, sus fosas nasales pronunciadas y sus ojos saltones. Su cola era un cúmulo de plumas posicionadas en lo alto de la espalda. Los dodos adultos probablemente medían 1 metro de alto y pesaban 20 kilogramos. Estas aves anidaban en el suelo y se alimentaban de vegetación. Sus largos picos parecían ser aptos para comer frutos caídos o para romper raíces y plantas. Es posible que la cubierta córnea de su pico se desprendiera mientras no era temporada de apareamiento.
El icono de los animales extintos es quizá el dodo, desaparecido hace mucho tiempo. Esa ave no voladora, muy dócil y presa fácil para los marineros, habitaba la isla Mauricio en las costas de África oriental. Uno por uno los dodos fueron cazados hasta el día en que el último dodo, un ave que probablemente aprendió a evitar a los humanos, sucumbió a la vejez y dejó tras de sí un universo empobrecido.
Los dodos (o sus ancestros) habían estado en la isla de Mauricio por millones de años y, como muchas aves insulares, evolucionaron sin depredadores. Mauricio, sin lugar a duda, era su Edén con una abundancia de frutas dispersas en el suelo. Los dodos eran el ejemplo clásico de adaptación animal a la vida en islas remotas. Los marineros decían que los dodos no les tenían miedo a las personas y, quizá, ésta fue una de las razones por las que su número comenzó a disminuir. Sin embargo, también es probable que otros factores además de la cacería hayan contribuido a su extinción, incluyendo los cambios en su hábitat debido a la introducción de cabras, la depredación de sus huevos por parte de animales exóticos introducidos (ratas, cerdos y el macaco cangrejero) y tal vez por desastres naturales como los ciclones y las inundaciones, a los que podrían haber sobrevivido en condiciones normales. En otras palabras, muchos de los factores que actualmente amenazan a las aves se unieron contra los dodos y marcaron su destino.
La última observación confirmada de un dodo vivo ocurrió en 1662, menos de un siglo después de que los europeos los descubrieran. Hoy ni siquiera tenemos un espécimen completo conservado para su estudio. El último dodo disecado fue destruido alrededor de 1775 debido a su aspecto deteriorado. Del esqueleto de este ejemplar sólo fue conservada una parte de la pata y de su cráneo, algunos de esos fragmentos incluyen los restos del tejido blando.
El tambalacoque es un árbol endémico de Mauricio conocido como el árbol del dodo. Se trata de una especie longeva, con una madera apreciada en el mercado y con un fruto parecido al durazno. En 1973 estuvo a punto de extinguirse pues tan sólo existían 13 individuos con una edad estimada de 300 años. En 1977 se conjeturó que estos árboles desaparecerían porque sus semillas sólo podían germinar cuando pasaban por el tracto digestivo de los dodos y, de haber sido así, los dodos y su árbol habrían sido un singular ejemplo de coevolución. Pero ahora hay evidencia de que sus semillas pueden germinar aun después de la exterminación de los dodos y de que pueden ser dispersadas con éxito por especies actuales como murciélagos frugívoros y pericos. Aun así, uno no puede mirar al árbol del dodo y no imaginarse cómo habrá sido la escena de los dodos incubando sus huevos a la sombra de estos árboles.
Esperando a los zarapitos
Durante miles de años los primeros habitantes de Alaska esperaron pacientemente las noches cortas y los días largos de junio. El verano anunciaba la llegada de cientos de miles de zarapitos esquimales migrantes, los cuales eran cazados por su tierna carne. Estas aves de aspecto frágil regresaban a Alaska después de lograr una de las migraciones más formidables del mundo: un viaje redondo que realizaban cada año entre el Ártico y el sur de Sudamérica. A finales del siglo XIX, sin embargo, las numerosas parvadas desaparecieron. Cada verano los cazadores de Alaska esperaban en vano y, de manera gradual, los recuerdos de su llegada se desvanecieron como el de un pariente que murió hace tiempo. Pero ¿qué ocurrió? ¿Cómo es que la abundancia se convirtió en escasez? A partir del crecimiento de las ciudades norteamericanas, los comerciantes legales de los 48 estados interiores de la Unión Americana cazaron a estas aves para venderlas como alimento a los pobladores. Por 20 años aproximadamente (entre 1870 y 1890) los zarapitos, en su travesía hacia el norte o hacia el sur, se encontraban con una lluvia de balazos.
Fred Bodsworth, en su excelente novela publicada en 1954, El último de los zarapitos, describió de una manera novedosa y conmovedora la situación de estas aves. Bodsworth detalló los numerosos peligros naturales a los que se enfrentaban los últimos zarapitos esquimales en su larga migración y cómo, aun cuando superaban esos peligros, muchos de ellos finalmente sucumbían a las armas de fuego en las grandes llanuras de los Estados Unidos. Bodsworth escribió: “Pero las grandes bandadas no llegan ya, y sólo quedan las leyendas... Ahora la especie se mantiene precariamente al borde mismo de la extinción. Únicamente algún superviviente raro arrostra la peligrosa emigración desde los campos patagónicos… a las empapadas planicies que descienden al océano Glacial Ártico. Pero el Ártico es muy vasto y, generalmente, aquellos sobrevivientes buscan en vano. Últimos de una especie agonizante, vuelan solos.” El zarapito esquimal seguramente ahora está extinto, pues ninguno ha sido visto en muchos años.
No hay garantía en el número
Hace doscientos años la paloma pasajera era el ave más común de Norteamérica. Contaba con una población de quizá 5 mil millones de individuos, aproximadamente el mismo número de todas las aves que ahora invernan en Estados Unidos. Su abundancia es difícil o imposible de imaginar. El ornitólogo, artista y pionero John James Audubon observó a lo largo de tres días una sola parvada de palomas pasajeras y calculó que probablemente más de 300 millones pasaban cada hora, y que el tamaño de esa parvada oscilaba en 2 mil millones de aves.
Las palomas pasajeras consumían grandes cantidades de semillas de encinos, hayas y castaños y formaban colonias de anidación densas que se extendían hasta 23 kilómetros. Se decía que el solo peso de las aves anidando llegaba a quebrar las ramas de grandes árboles y derribaba los arboles pequeños ¿Cómo desaparecen 5 mil millones de aves? El exterminio comenzó en la costa oriental de Norteamérica principalmente por la destrucción de los bosques. Después, al terminar la Guerra Civil, los ferrocarriles llegaron hasta territorios del medio oeste donde las palomas eran más abundantes. Ahí se instalaron líneas de telégrafos y gracias a ellas los cazadores profesionales podían informarse rápidamente sobre la localización de colonias. La tecnología, el creciente apetito urbano de carne y los numerosos cazadores se combinaron en lo que resultó ser una despiadada matanza. Los suculentos pichones eran enviados a los mercados de las ciudades orientales de Estados Unidos, mientras que los adultos eran capturados y usados como blancos en los campos de tiro. En 1878 un solo cazador envió tres millones de palomas de Michigan a los mercados del este del país. Un artículo en la revista Forest and Stream describió lo que sucedía en Pennsylvania en 1886: “Cuando aparecen las aves todos los habitantes varones del vecindario dejan su habitual ocupación como granjeros, leñadores, exploradores de petróleo y holgazanes, y se unen a la tarea de capturar y comercializar a las aves. La ley en Pennsylvania claramente prohíbe la caza de palomas en sus sitios de anidación, sin embargo, nadie la respeta y las aves han sido asesinadas por decenas de miles.”
La paloma pasajera es quizás el símbolo mejor conocido de la extinción. John James Audubon, el primer gran artista de vida silvestre, plasmó a estas elegantes aves en este lienzo pintado a mano.
El final de esas superabundantes aves llegó sorprendentemente rápido. Aunque la cacería cesó cuando ya no era rentable y todavía quedaban algunos miles de palomas habitando en grandes extensiones de hábitat, la especie decayó velozmente. Las causas de su extinción aún son un misterio. La mejor hipótesis es que estas aves requerían agruparse en colonias gigantes para reproducirse con éxito. Dado que de manera individual eran bastante vulnerables ante los depredadores, es posible que esta estrategia de reproducción les ayudara a evadirlos, pues al reproducirse rápidamente su población incrementaba considerablemente y las pérdidas por depredación no eran tan significativas. No obstante, conforme las colonias fueron reduciéndose, la cantidad de depredadores aumentó proporcionalmente y, finalmente, las pocas aves restantes desaparecieron en las fauces de sus enemigos.
El último individuo vivo de la especie fue una hembra llamada Martha, la cual murió en el zoológico de Cincinnati en 1914. Martha se encuentra disecada en el Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsonian de Estados Unidos y el recuerdo de su especie se encuentra conmemorado en una de las ilustraciones más evocadoras de John James Audubon. Pero este no es el final de la historia. Al consumir millones de semillas, derribar árboles y depositar vastas cantidades de excremento cada verano, estas aves configuraban la dinámica ecológica de los bosques caducifolios del este de Estados Unidos. Se considera que las multitudes de palomas dejaban un reducido número de semillas disponibles para los ratones de campo, por lo que cuando las palomas desaparecieron, la población de estos ratones se vio enormemente beneficiada, particularmente los años en que los encinos produjeron más bellotas. Además, como se mencionó, los ratones son vectores de la enfermedad de Lyme que actualmente es un problema de salud para las comunidades humanas. ¿Será esa la venganza de la paloma pasajera?
Los carpinteros más grandes
El declive de la paloma pasajera es quizá la extinción aviar más famosa de Norteamérica. Otra historia bien conocida trata del inmenso carpintero real. El ave era (algunos dirían que quizá sigue siendo) habitante de los bosques pantanosos del sureste de Estados Unidos y de los bosques vírgenes de Cuba. Hace 150 años Audubon describió con vehemencia su hábitat en América:
Quisiera describir la extensión de esos profundos pantanos, eclipsados por millones de cipreses oscuros y gigantescos, extendiendo sus robustas ramas cubiertas de musgo como para advertir al hombre intruso a hacer una pausa y reflexionar sobre las muchas dificultades que debe afrontar si persiste en aventurarse más allá en sus casi inaccesibles recovecos, extendiéndose por kilómetros ante él, donde sería interrumpido por enormes ramas, troncos masivos de árboles caídos y en decadencia y miles de plantas de innumerables especies arrastradas y retorcidas.
De casi 50 centímetros de longitud de cabeza a cola, esta gran ave se ha considerado extinta desde hace mucho tiempo, aunque algunos albergan la ilusión de que el carpintero real sobreviva en algún área remota del sureste cubano. Hace algunos años la esperanza revivió cuando un grupo de científicos del famoso Laboratorio de Ornitología de la Universidad Cornell en Arkansas reportaron haber observado al “Ave Señor Dios” (llamada así por las reacciones que ocasionalmente acompañaban las primeras observaciones del ave). Pero las búsquedas posteriores y el análisis de la evidencia han generado dudas acerca de estas afirmaciones. Hoy se piensa que el ave observada en ese entonces por los investigadores era un carpintero similar y más común: el carpintero imperial.
Lamentablemente en México también hay historias de pérdidas similares. El todavía más grande carpintero imperial habitaba los bosques de pino y encino de la sierra Madre occidental y tenía una longitud de 56 centímetros. Al igual que su pariente el carpintero real, la tala fue una de las causas que lo llevó a la extinción, pues requería grandes extensiones de bosque continuo. El antropólogo noruego Carl Lumholtz observó a esta especie en las montañas de Chihuahua en 1902 y dejó escrito: “Un mexicano llamado Figueroa apareció una mañana con tres magníficos carpinteros; eran unos ejemplares extraordinariamente grandes de Campephilus imperialis. Esta ave espléndida mide 60 centímetros de altura, su plumaje es negro y blanco y el macho porta una cresta roja en su cabeza que resalta particularmente en la nieve”.
Es triste que la única buena fotografía que existe de un carpintero imperial (aparte de pieles disecadas) sea ésta, un magnífico ejemplar destinado a la cazuela. Aunque existen reportes ocasionales —y dudosos— de carpinteros imperiales y carpinteros reales, si alguien quisiera tener una idea de cómo era el más grande de los carpinteros tendría que viajar a los bosques templados andino-patagónicos de Sudamérica, tener suerte y observar a un carpintero negro, una especie similar cuya longitud es casi tres cuartos de la que tenía el carpintero imperial.
Además de la tala, la caza también llevó al carpintero imperial al camino de la extinción, no sólo por su carne (los polluelos eran considerados una exquisitez), sino también por sus plumas, las cuales eran sumamente valoradas como ornato. Una de las últimas observaciones fue realizada en 1958 por W. L. Rheim, un dentista y observador de aves aficionado. Él documentó haber visto a un tepehuano (cuya etnia es famosa por su rebelión contra los españoles) cargando un carpintero imperial muerto y quien lo describió como “un gran pedazo de carne”.
La cotorra americana
Las pérdidas de los carpinteros más grandes del mundo, al igual que la pérdida de la paloma pasajera fueron eventos muy lamentables, y desafortunadamente no han sido los únicos en Norteamérica. Una de las pérdidas más tristes fue la de la colorida cotorra de Carolina, la cual se extinguió al mismo tiempo que la paloma pasajera. Estos pericos o cotorros eran ampliamente cazados por los granjeros que se oponían a que las grandes parvadas de estas aves asaltaran sus reservas de granos y consumieran los frutos de sus huertas. Se volvieron blancos fáciles por el hábito que tenían de mantenerse unidos a sus compañeros heridos.
Otros factores que aceleraron su declive incluyen la captura de individuos para comercializarlos como mascotas, la pérdida de su hábitat (en especial la desaparición de árboles viejos con huecos donde hacer sus nidos) y la competencia por los huecos con enjambres de abejas originalmente importadas para la producción de miel. Es posible que, al igual que la paloma pasajera, los pericos requiriesen grandes parvadas para protegerse de los depredadores. Funestamente, la última cotorra de Carolina murió en el zoológico de Cincinnati en 1914, en el mismo año y lugar en que murió Martha, la última paloma pasajera.
Gracias a la magnífica ilustración de Audubon puedes tener una idea de la belleza de la cotorra de Carolina que alguna vez adornó el oriente de Estados Unidos. También podrás sentir la gran pérdida que todos sufrimos cuando el único perico del este del país, nombrado por Audubon, fue exterminado por acciones humanas.
Pericos nocturnos y del paraíso
Entre todas las aves, la familia de los pericos es uno de los grupos más vulnerables. El perico del paraíso de Australia era una bella especie que habitaba bosques abiertos de eucaliptos y pastos. Su distribución se limitaba a Queensland y el norte de Nueva Gales del Sur. Estos pericos, con parches rojos brillantes en sus hombros, rabadilla turquesa y larga cola color verde bronce, eran considerados muy bellos. Eran diurnos (activos durante el día) y aparentemente pasaban mucho tiempo en el suelo alimentándose de pastos y otras plantas. Aunque existe relativamente poca información sobre su biología, se sabía que anidaban en nidos de termitas. Algunas causas de su declive son los incendios, el sobrepastoreo y el cambio de uso de suelo, aunque la introducción de depredadores sin duda agravó el problema. Desafortunadamente, al igual que la cotorra de Carolina y el ara tricolor, esta especie se encuentra seguramente extinta. Las últimas aves fueron vistas en 1927. ¡El tiempo que ha pasado desde entonces es demasiado largo para que una especie tan llamativa no sea vista si es que sigue existiendo! Pero, a pesar de ello, quizá todavía haya esperanza. Por ejemplo, el perico nocturno australiano, una especie que habita la zona árida y que, como su nombre indica, realiza sus actividades durante la noche, se creía extinto. Afortunadamente ha sido redescubierto y ya se han capturado excelentes fotografías de un individuo.
Un cuento de museo
El alca gigante, como su nombre lo indica, fue un ave de gran tamaño que medía un metro de altura. Era un ave que no volaba, de la que podría decirse era la versión boreal de los pingüinos. Marina por naturaleza, era extremadamente abundante y estaba ampliamente distribuida en el Atlántico Norte, desde Canadá y Estados Unidos hasta el norte de Europa. Las alcas gigantes eran utilizadas por exploradores europeos como fuente de alimento y cebo de pesca. Sus huevos y plumas tenían gran valor en Europa, un atractivo fatal que las llevó hacia la extinción. A juzgar por algunos registros contemporáneos, las alcas eran fáciles de matar. En un solo año decenas de miles fueron capturadas y para mediados del siglo XVI sus poblaciones europeas ya habían sido completamente exterminadas. Conforme las exploraciones y las conquistas europeas se expandieron, la población norteamericana de alcas empezó a desplomarse década tras década hasta que en el siglo XIX el alca gigante se convirtió en una especie rara.
Posteriormente una catástrofe natural aceleró su declive. En 1830 una zona de anidación en Islandia fue destruida por la erupción de un volcán. Aunque sin lugar a dudas esta erupción aceleró su final, el alca ya estaba encaminada a la extinción por la cacería descontrolada. Finalmente, naturalistas que buscaban huevos y pieles para los museos europeos y para colecciones privadas destruyeron al último grupo de alcas sobrevivientes en 1840. Quizá la última ave de su tipo, un solo individuo, fue visto en 1852. Desde entonces no se ha presentado ningún avistamiento creíble.
Moas en apuros
Nueva Zelanda es uno de los pocos grupos de islas que permanecieron libres de humanos por un largo periodo de tiempo. Aunque en los últimos 50 mil años el mundo entero fue siendo colonizado por distintos grupos humanos, Nueva Zelanda comenzó a ser poblado hasta hace aproximadamente mil años. Al contrario de lo que comúnmente se piensa, los humanos no llegaron a las islas desde Australia sino desde Polinesia y no fue hasta después de cientos de años que llegaron los europeos. Cada una de estas invasiones humanas tuvo un enorme impacto en la biodiversidad de Nueva Zelanda.
Los ancestros polinesios que llegaron a Nueva Zelanda fundaron la singular cultura maori y este grupo probablemente no tuvo mucha interacción con el resto de Polinesia debido a la distancia entre Nueva Zelanda y otras islas. Es posible que los primeros colonizadores llevaran perros y algunas hortalizas básicas. Es casi un hecho que los polinesios introdujeron de manera deliberada a las ratas del Pacífico (kiore), ya que las consideraban una exquisitez y las transportaban de isla en isla en jaulas de bambú. Posteriormente, además de las kiore, aparecieron la rata negra y la rata gris, especies que infestaban los barcos europeos.
A pesar de que el nombre celta del alca gigante significa originalmente “pingüino” y su apariencia es efectivamente similar a la de estas aves, como se puede observar en esta hermosa pintura de James Audubon, el alca gigante extinta no está emparentada con los pingüinos. En realidad, esta ave marina está emparentada con el alca común y otras alcas del hemisferio norte, las cuales pertenecen a un orden completamente diferente al de los pingüinos.
A sólo 500 años después de la llegada de los polinesios, la mitad de los vertebrados terrestres de Nueva Zelanda había sido eliminada, entre ellos once especies de aves no voladoras. Quizá la desaparición más importante fue la de las nueve especies de moas, que eran aves de tamaño gigantesco. Las moas evolucionaron a partir de un linaje de ancestros voladores que llegó a Nueva Zelanda hace 80 millones de años. Estas aves, viviendo aisladas y sin depredadores antes de los humanos, perdieron la capacidad de volar. Las moas se alimentaban de plantas y, como muchas aves herbívoras, comían rocas para moler el alimento en sus mollejas. Los machos y las hembras diferían en tamaño y forma, y algunas investigaciones indican que construían nidos de poca profundidad (a menudo en refugios rocosos) cubiertos de vegetación. Hoy sabemos poco acerca de su reproducción, pero hay cerca de cuarenta huevos de moas conservados en distintos museos.
En un principio se pensaba que la desaparición de las moas se debía al drástico cambio del clima global de finales del Pleistoceno hace unos 12 mil años, pero el hallazgo de algunos restos en antiguos asentamientos polinesios sugiere que la razón principal de su extinción fue la cacería. Es posible que antes de la llegada de los polinesios Nueva Zelanda estuviera poblada por cerca de 160 mil moas. Algunas evidencias del sitio arqueológico conocido como Shag River Mouth sugieren que los polinesios consumían cada año toneladas de carne de moas. También existen pruebas que indican que los cazadores comenzaron a consumir otras especies más pequeñas a medida que las grandes fueron desapareciendo. Este patrón de matar a las presas grandes y fáciles primero para luego orientarse a especies pequeñas es típico de la sobreexplotación humana. Ocurrió con los moluscos explotados desde hace miles de años en las costas de Sudáfrica y actualmente ocurre con las pesquerías oceánicas en todo el mundo.
Las moas eran aves gigantescas. En poco tiempo los invasores humanos exterminaron a las nueve especies de moas de Nueva Zelanda, antes abundantes. Aunque desaparecieron hace 500 años, aún se observan plantas comunes que cuentan con adaptaciones que les permitían protegerse del forrajeo de estas aves.
Fueron varios los factores que se sumaron a la condena de las moas en manos de los grupos humanos. Uno de ellos era su baja tasa reproductiva, pues existen indicios de que cada hembra ponía sólo uno a dos huevos por año y los polluelos alcanzaban la madurez sexual a los 5 años o incluso más tarde (un tiempo corto para estándares humanos, pero bastante largo para las aves). Se ha calculado matemáticamente que las moas pudieron haberse extinguido en el transcurso de los cien años posteriores a la llegada de los polinesios a Nueva Zelanda. También se ha propuesto otro modelo en el que este periodo de tiempo pudo ser más largo; considerando que los primeros colonizadores rondasen en unas cien personas y matasen una moa hembra para veinte personas por semana, el modelo estima que las moas pudieron extinguirse en un lapso de 160 años. Aun así, su extinción habría ocurrido más rápido si se contempla que la población humana creciera entre 2 y 3 por ciento anualmente, o si el número de colonizadores hubiera sido mayor, o si los pobladores también consumieran los huevos, o si también destruyeran el hábitat. Además, es muy probable que los perros introducidos por los colonizadores depredaran los huevos, lo cual habría acelerado aún más su declive. Si se suman todos estos factores el periodo de cien años es factible. En cualquier caso, estas fascinantes aves fueron exterminadas muy rápidamente.
El único depredador natural de las moas era la gigante águila de Haast. Se considera que era 40 por ciento más grande que el águila real actual y que podía volar a una velocidad de 80 km/h. Las hembras llegaban a pesar de 10 a 15 kilogramos. Muchas aves rapaces actuales tienen este dimorfismo sexual en el que las hembras son más grandes que los machos. Es posible que esta diferencia permita a ambos sexos alimentarse de presas distintas y así evitar competir entre ellos por el alimento, entre otras posibles razones. Aunque no es clara qué proporción de los nueve tipos de moas eran presa del águila de Haast, se considera que la desaparición de todas ellas contribuyó a la extinción de esta águila. Sin duda, la destrucción del hábitat y la cacería por parte de los polinesios recién llegados fueron también factores importantes, pues si pensamos que estas águilas estaban acostumbradas a cazar presas bípedas y grandes como las moas, no sería ninguna sorpresa que también se llevaran niños y que ello las convirtiera en blanco de los cazadores con sed de venganza.
Con sus enormes montañas y vigorosas costas, panoramas que se hicieron famosos en películas como El señor de los anillos, uno podría imaginarse cómo era Nueva Zelanda antes de las invasiones humanas y ¡qué increíble sería visitar hoy este país y ver a las moas corriendo y al águila de Haast sobrevolando en esos paisajes! No obstante, aun si los polinesios nunca hubieran llegado, es poco probable que las moas lograran sobrevivir hasta hoy, pues los colonos europeos que eventualmente llegaron no contaban con ninguna ética conservacionista y no es difícil imaginar que habrían encontrado en las moas una presa fácil para alimentarse, tal como sucedió con tantos otros animales en diversas regiones del mundo. Sin embargo, aquellos que visitan Nueva Zelanda en la actualidad todavía pueden presenciar un vestigio vivo de las moas: las plantas nativas aún muestran adaptaciones que les permitían evitar ser consumidas por estas aves altas y herbívoras que desaparecieron hace mucho tiempo.
Las gigantes aves elefante
Una isla similar a Nueva Zelanda es Madagascar. Esta isla parece haber sido poblada por primera vez en el año 300 a. C. Los malgaches probablemente tenían un origen multiétnico y contacto con los árabes. Esta población logró sobrevivir a las invasiones europeas hasta el siglo XVI y, hasta ese momento, muchas especies interesantes de aves sobrevivieron. Sin embargo, el establecimiento de la población europea marcó el destino del ave elefante. Después de sobrevivir 60 millones de años en Madagascar, en el siglo XVII todas las especies de aves elefante de la isla —entre seis y doce— se extinguieron. La especie de ave elefante más grande medía 3 metros de alto y pesaba unos 450 kilogramos. Al igual que los dodos, las aves elefante no tenían depredadores terrestres y no contaban con capacidad de vuelo. Los huevos de las aves elefante eran enormes, con una circunferencia mayor a un metro y una longitud mayor a 34 centímetros. Recientemente se obtuvo el ADN de huevos fosilizados de ave elefante y a raíz de este suceso se han hecho sugerencias de intentar clonarlos en el futuro (¡tranquilos! Es más difícil clonar especies extintas de lo que creíamos).
Las aves elefante estaban emparentadas con los avestruces y los emús, especies que afortunadamente todavía existen. Estas aves eran fornidas, con cuellos largos, picos en forma de lanza y patas masivas con garras afiladas. A diferencia de los avestruces no eran veloces y sus plumas tenían una apariencia peluda parecida a las del emú. A pesar de su imponente aspecto, las aves elefante eran pacíficas herbívoras.
Las aves elefante, más pesadas que la moa más grande, habitaban en Madagascar hasta hace aproximadamente 400 años. Sus enormes huevos representaban grandes banquetes para los grupos familiares, por lo que no es de asombrarse que los invasores humanos hayan acabado rápidamente con ellas.
No sabemos con claridad si las aves elefante habitaban exclusivamente en las selvas tropicales de Madagascar, pero es un hecho que estas aves eran las únicas capaces de dispersar las semillas de algunas especies tropicales de palmas. Al igual que con las moas de Nueva Zelanda existen vestigios de coevolución en la flora de Madagascar que dan cuenta de la antigua relación entre estas aves y las plantas nativas. Algunas plantas endémicas de Madagascar, como las uñas de gato, tienen una serie de ganchos que posiblemente les facilitaran sujetarse a las patas de las aves elefante para dispersarse. Otras especies de plantas contaban con espinas que les ayudaban a evitar el forrajeo de estas aves.
Una evidencia que muestra el consumo de huevos de aves elefante por los antiguos pobladores es la presencia de cáscaras en restos de fogatas antiguas. Al igual que sus parientes las moas, su reproducción era lenta, lo que imposibilitaba la recuperación de sus poblaciones, especialmente bajo la doble presión de la recolección de huevos y la depredación por parte de ratas y perros introducidos. Otros factores que contribuyeron a la extinción del ave elefante fueron la pérdida de su hábitat, la transmisión de enfermedades y la sequía progresiva de Madagascar durante los últimos 12 mil años.
El gato Tibbles
El chochín de Stephens, sin duda, era un ave extraña. Diminuta, nocturna y no voladora, se alimentaba de insectos que habitaban el sur de las islas principales de Nueva Zelanda. Las ratas grises o ratas de Noruega introducidas de manera accidental por el hombre eliminaron rápidamente al chochín en todos los sitios donde antes existía, excepto en un pequeño islote cerca de la costa. En 1840 el chochín habitaba solamente la isla de Stephen de 150 hectáreas, aproximadamente la mitad del tamaño del Central Park de Manhattan.
El chochín fue exterminado de la isla a inicios de 1890 tras la construcción de un faro. La causa directa fue la depredación por parte de gatos, aunque por muchos años se asumió que un solo gato había sido el responsable. Tibbles, el gato guardián del faro, llevaba frecuentemente chochines a modo de regalo al cuidador del faro, quien fue lo suficientemente cuidadoso para guardar uno. Él se lo dio a uno de los ingenieros, quien lo disecó y envió a Londres como espécimen para un museo. Éste fue el primer registro científico de la especie y, simultáneamente, su fin. Los eventos en la isla no son claros, pero parece probable que una gata embarazada o varios gatos llegaran con la tripulación de algún barco, se multiplicaran y cazaran a los chochines hasta la extinción. Tras una búsqueda realizada en 1895 no se encontró ningún chochín. Tibbles y sus amigos habían erradicado a la última población de las pocas aves cantoras no voladoras que el mundo ha conocido.
Las Galápagos mexicanas
La isla de Guadalupe en México, formada hace cientos de miles de años como resultado de actividad volcánica, es muy remota. Está ubicada en el océano Pacífico a 250 kilómetros de distancia de la península de Baja California, mide 35 kilómetros de longitud y 10 kilómetros de ancho. La isla fue descubierta por los biólogos en 1875 aunque ya era conocida por los balleneros. Edward Palmer, uno de los primeros naturalistas que visitaron la isla, encontró una gran variedad de aves únicas, al igual que otras formas de vida. Palmer comparó su descubrimiento con aquellos de Charles Darwin y su investigación en las islas Galápagos.
Debido a su lejanía del continente, las especies que llegaron a la isla Guadalupe se aislaron de otras formas de vida y evolucionaron en nuevas especies. Pero, como ocurrió en las Galápagos, los visitantes causaron problemas a Guadalupe, pues introdujeron cabras, perros, gatos, ratas y ratones que devastaron este paraíso biológico. Algunas de estas introducciones fueron deliberadas: en el siglo XIX los balleneros y cazadores liberaron cabras para estar seguros de contar con un suministro de carne fresca cada vez que visitaban la isla y ambos, balleneros y pescadores, intencionalmente liberaron gatos y perros. Las ratas y los ratones llegaron accidentalmente en sus barcos.
A principios del siglo XX, veintiséis especies de plantas y once especies o subespecies de aves habían sido exterminadas de la isla Guadalupe. La situación se agravó cuando la población de cabras aumentó; en 1956 una población estimada en 60 mil cabras habitaba la isla, devastando toda la vegetación a su paso. La isla se convirtió en un lugar desolado. Los antes extensos bosques de enebros, encinos y pinos, cubiertos de epífitas (plantas que crecen encima de otras plantas) prácticamente desaparecieron. En 1990 sólo permanecía un remanente de estos bosques en la parte norte de la isla y todos sus árboles son bastante viejos.
Los gatos y las ratas eliminaron al pequeño paíño de Guadalupe que anidaba en el suelo y carecía de defensas contra estos depredadores. Al mismo tiempo, los locales exterminaron al peculiar caracará porque lo veían como una amenaza para sus cabras y, al igual que con el alca gigante, en 1911 un científico colectó a los últimos 11 individuos y los envió a una colección privada en Inglaterra.
A pesar de la pérdida de biodiversidad en la isla Guadalupe, aún existe esperanza, ya que las cabras, los gatos y los perros introducidos fueron recientemente erradicados. Ahora la vegetación original está regresando, muchas especies de plantas con flor consideradas extintas por más de un siglo han reaparecido y las poblaciones de las aves sobrevivientes están creciendo. Ya existen también muchos pinos, enebros y encinos pequeños, y los bosques locales están en franca recuperación. La isla Guadalupe es un modelo sólido de lo que puede lograrse en sitios que han sido devastados. Aunque lamentablemente, aquellas especies que se perdieron ya no podrán ser vistas nunca más. Sin embargo, quizá nuestra generación pueda ser juzgada por lo que hicimos para salvar y restaurar la flora y fauna que aún existe.
Más que un destino turístico
Las islas hawaianas fueron descubiertas en 1778 por James Cook mucho tiempo después de que los polinesios se establecieran en estas islas volcánicas. Los primeros pobladores apreciaban las hermosas plumas de varias especies de aves y las cazaban para elaborar capas y otros atuendos. Pero la llegada de Cook inauguró una era de destrucción para este entorno. La llegada de ganado, cabras y conejos, al igual que de mosquitos transmisores de malaria y poxvirus aviar, y el protozoario parasitario Toxoplasma gondii se sumaron a los problemas causados por las ratas y cerdos introducidos por los polinesios.
La malaria demostró ser especialmente devastadora al provocar la desaparición de varias poblaciones aviares en altitudes bajas donde los mosquitos prosperaban. De hecho, la malaria aviar causó un serio declive o extinción en al menos 60 especies aviares endémicas del archipiélago. Este declive se debió a que estas especies habían evolucionado sin la presencia de este microorganismo, por lo cual sus poblaciones eran simplemente incapaces de enfrentarse a la nueva enfermedad. Una buena noticia fue que aquellas aves que sobrevivieron el establecimiento de la enfermedad, como los túrdidos, muestran resistencia, pero muchas otras, como el amenazado akikiki de Hawái, son todavía vulnerables.
En el año 2002 el alala o cuervo hawaiano fue agregado a la lista de especies extintas en estado silvestre. Históricamente se encontraba en la isla principal de Hawái, pero el descubrimiento de huesos en Maui indica que posiblemente también habitaba esta isla antes de la llegada de los humanos. Este cuervo habitaba originalmente los bosques secos y húmedos en altitudes por debajo de los 300 metros sobre el nivel del mar, pero para el año 1992 los 11 o 12 individuos que quedaban de esta especie estaban confinados a las zonas montañosas de la isla. Ese fue el último año que un polluelo de cuervo emplumó.
Las personas que habitan en regiones continentales suelen ver a todas las especies de cuervos como plagas, lo que en ocasiones puede llegar a suceder con algunas especies. Sin embargo, el caso del cuervo hawaiano o alala es otra historia. Ahora se encuentra extinto en estado silvestre debido a las mismas amenazas que se ciernen sobre el resto de la fascinante avifauna hawaiana: las enfermedades transmitidas por mosquitos, la deforestación, la depredación por mangostas y ratas introducidas y la destrucción de la vegetación original por cerdos. Los intentos para reintroducir a estos cuervos han fallado debido a la depredación por halcones hawaianos, que irónicamente están en peligro de extinción también.
El declive del cuervo hawaiano se debió a causas similares a las de otras extinciones: la depredación por especies exóticas (especialmente ratas y mangostas asiáticas), la introducción de enfermedades y la pérdida de su hábitat. Mientras los gatos ferales propagaban la toxoplasmosis (enfermedad que puede afectar a los cuervos), rancheros y cafetaleros veían a los cuervos como plaga y los atraían imitando sus cantos para luego dispararles. Por estas razones, salvar a la especie implicaba sacarla de su estado silvestre. Actualmente sólo 6 individuos de cuervos hawaianos sobreviven en un centro de reproducción en cautiverio, pero el riesgo de endogamia (reproducción entre individuos genéticamente emparentados) es una preocupación. Debido a que la reintroducción a su medio natural sigue siendo la única posibilidad de que la especie resucite, en el año 2009 el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos anunció un plan de cinco años con un costo de 14 millones de dólares para evitar su extinción por medio de la protección del hábitat y la disminución de amenazas (por ejemplo, erradicando a los depredadores introducidos). Este será un proyecto difícil, pues esfuerzos similares realizados con otras especies no han funcionado. Sin embargo, a pesar del riesgo que implica, vale la pena intentarlo por la posibilidad de que la especie gradualmente logre recuperarse.