Читать книгу Consolar a los afligidos - Paul Tautges - Страница 9
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LOS SATÉLITES METEOROLÓGICOS orbitan la tierra, monitoreando los sistemas climáticos a medida que se mueven alrededor del globo. Estos satélites nos avisan con antelación de los cambios en las condiciones meteorológicas y nos alertan de posibles peligros. Los canales de televisión y las aplicaciones de los teléfonos inteligentes reciben esta información y nos permiten monitorear el clima. Y el hecho de conocer el futuro en ese sentido, nos proporciona un poco de consuelo, ¿no es así? Ya que nos ayuda a planear nuestras vidas con anticipación, de manera tal que podamos evitar incomodidades y peligros.
En ocasiones, nosotros deseamos que Dios, de manera similar, nos alerte de antemano con tal de que estemos preparados para las tormentas de la vida, es decir, las dificultades que Él pone en nuestro camino. Pero por lo general, Dios no se anticipa a decirnos ese tipo de información. Sin embargo, Él no nos oculta la verdad de que, en un sentido general, es un hecho que enfrentaremos dificultades y problemas en esta vida (Juan 16:33; 1 Pedro 4:12), aunque, por otra parte, Él no nos revela los detalles particulares de nuestro sufrimiento individual. Porque si lo hiciera, probablemente nos inclinaríamos a andar por vista, no por fe. Trataríamos de controlar nuestras propias vidas, evitando el dolor en lugar de aprender a confiar en Él, en Su bondad, y en Sus promesas. Así que, por encima de todas las cosas, debemos aprender que Él tiene el control. Y cuando vengan las tormentas más feroces, no deberíamos avergonzarnos de correr hacia Dios y encontrar refugio en Él.
El pueblo de Dios necesita un ancla a la que pueda aferrarse en medio de las tormentas de la vida. Los ministros de la gracia de Dios deben aprender cómo ayudar a las personas a encontrar esta ancla, por medio de establecer un fundamento doctrinal sólido para su gente. Necesitan permitir que la verdad del evangelio genere raíces más profundas, a través de una predicación regular que les ayude a las personas a confiar en que la soberanía de Dios está por encima de todos los eventos de la vida, y que les provea de un entendimiento del cuidado personal que Dios le provee a Sus hijos (desde el día de su nacimiento, hasta su muerte). Deborah Howard, una enfermera de un hospital para enfermos terminales, escribe acerca de la importancia de saber y creer que Dios es bueno y que tiene el control de todo: “Debemos tener la fe y la confianza esenciales en Dios antes de que nuestros corazones se desgarren. Sólo así tendremos las herramientas necesarias para entender y afrontar la situación sin ser devastados.”4 Los ministros fieles deben comenzar por preparar al pueblo de Dios para enfrentar los peligros de la vida y ayudarles a desarrollar una fe vigorosa en el soberano Dios de consolación.
Para ministrar la gracia de Dios en tiempos de pérdida, debemos ser testigos llenos de verdad y pastores amorosos. Debemos hablar la Palabra de Dios fielmente, para que nuestros hermanos cristianos tengan una base tan sólida como una roca sobre la cual puedan construir sus vidas. Pero también debemos ser pastores sensibles que conducen a sus ovejas por el oscuro valle del sufrimiento (sin importar que se trate de la muerte misma), mientras ellos se aferran al consuelo de Dios. Al servirles con compasión, Dios nos usará para inculcar una esperanza y confianza bíblica que coincida con la del salmista:
Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás
conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Salmo 23:4
La predicación no puede separarse del cuidado pastoral. Al contrario, es una parte vital de ese cuidado. Nosotros proveemos de cuidado pastoral a través de una predicación que es sensible a las necesidades del rebaño, y no existe nada que pueda lograr ese cuidado de una manera más eficaz que la predicación regular acerca de esta realidad doble: La absoluta soberanía de Dios y Su tierno cuidado para con los suyos. Podemos encontrar este equilibrio a lo largo de los salmos, pues ahí tenemos un conjunto de palabras inspiradas que nacieron en medio del dolor humano y la tragedia.
El escritor de un himno antiguo declara: “¡Cuán firme cimiento se ha dado a la fe, de Dios en Su eterna Palabra de amor!”5 Esas son palabras que complementan lo que el apóstol Pedro dijo cuando nos aseguró que “tenemos también la palabra profética más segura”, la cual es mucho más significativa que la experiencia espiritual más drástica que uno pueda tener (2 Pedro 1:19). Como creyentes, no hay momento en nuestras vidas en el que esta base segura de verdad bíblica sea más necesaria que cuando estamos a las puertas de la muerte.
Dios, el Fundamento del Consuelo
El Salmo 46 nos ofrece un fundamento para este ministerio de consuelo, junto con una aplicación útil. El énfasis principal del Salmo 46 no es tratar de adivinar cuándo y dónde ocurrirán las tormentas. Más bien, el énfasis se encuentra en conocer al Dios que es la fuente de protección y descanso en medio de las tormentas. Dios raramente nos advierte cuando se acerca una tormenta. Pero es un hecho que Él provee de protección y consuelo en la tormenta. Debemos aprender a “refugiarnos” en Dios (Salmo 143:9), encontrando nuestra fortaleza, nuestra paz, y nuestro descanso en Dios y en sus promesas, incluso cuando nuestras almas luchan con dolor y sufrimiento en el interior. Sólo Dios es el que puede satisfacer nuestras necesidades más profundas, y promete sustentarnos y enseñarnos lo que realmente significa confiar en Él a través de cada prueba de la vida. El salmista escribe estas palabras:
Dios es nuestro amparo y fortaleza,
Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Por tanto, no temeremos, aunque la tierra
sea removida, Y se traspasen los montes al
corazón del mar;
Aunque bramen y se turben sus aguas
Y tiemblen los montes a causa de su braveza
Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios,
El santuario de las moradas del Altísimo.
Dios está en medio de ella; no será conmovida.
Dios la ayudará al clarear la mañana.
Bramaron las naciones, titubearon los reinos;
Dio él su voz, se derritió la tierra.
Jehová de los ejércitos está con nosotros;
Nuestro refugio es el Dios de Jacob.
Venid, ved las obras de Jehová,
Que ha puesto asolamientos en la tierra.
Que hace cesar las guerras
hasta los fines de la tierra.
Que quiebra el arco, corta la lanza, Y quema los
carros en el fuego.
Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré
exaltado entre las naciones;
enaltecido seré en la tierra. Jehová de los
ejércitos está con nosotros;
Nuestro refugio es el Dios de Jacob.
Salmo 46
Al mirar más de cerca lo que el salmista dice aquí, vemos que Dios es nuestro “amparo”. Dios es un lugar de refugio para nosotros, un lugar de seguridad. El Salmo 46 no es el primer lugar de la Biblia en el que aparece esta imaginería. La Escritura nos provee de bastantes imágenes de la seguridad que hay en el cuidado amoroso de Dios para con nosotros en medio de los tiempos de temor y tristeza. Por ejemplo, Moisés pinta un cuadro del fuerte y amoroso cuidado de Dios cuando escribe: “El eterno Dios es tu refugio, y debajo están los brazos eternos.” (Deuteronomio 33:27 LBLA). La frase “brazos eternos” ilustra la fuerte protección del Creador y Su tierno cuidado. Otra imagen que nos ayuda a apreciar el cuidado de Dios por Sus hijos es la referencia a las “alas” de Dios en el Salmo 57, el cual fue escrito cuando David estaba huyendo de Saúl. Y en ese momento, David oró:
Ten misericordia de mí, oh Dios, ten
misericordia de mí; Porque en ti ha confiado
mi alma,
Y en la sombra de tus alas me ampararé Hasta
que pasen los quebrantos.
Salmo 57:1
Moisés también utilizó la misma imagen en el Salmo 91:4:
Con sus plumas te cubrirá, Y debajo de sus
alas estarás seguro; Escudo y adarga es
su verdad.
Tanto Moisés como David veían el cuidado y la protección de Dios como algo semejante al cuidado que un ave protectora les provee a sus polluelos. En tiempos de conflicto, Dios extiende Sus alas de amor para guardar a Sus hijos para que “ningún mal les sobrevenga” (Salmo 91:10). El mismo Jesús dibujó esta imagen cuando dijo: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23:37).
Dios es nuestro amparo, pues nos ofrece Su tierno cuidado y Su protección, pero también es nuestra “fortaleza”. Él pone en acción Su poder a favor de nosotros. Sabiendo esto, deberíamos “Buscad al Señor y su fortaleza; buscad su rostro continuamente” (1 Crónicas 16:11 LBLA). Su fortaleza obra por nosotros en nuestros tiempos de debilidad. De hecho, de acuerdo con el apóstol Pablo, la fortaleza o el poder de Dios se perfecciona de alguna manera en nosotros cuando somos débiles y dependemos de Él (2 Corintios 12:9). Sólo hasta que sentimos que todo se derrumba a nuestro alrededor es cuando comenzamos a reconocer cuán débiles somos realmente. En esos momentos, la fortaleza de Dios se vuelve perfecta y completa en nuestras vidas. Nosotros podemos experimentar la plenitud de la fortaleza de Dios solamente cuando somos humillados en nuestra debilidad.
El salmista también nos recuerda que Dios es nuestro “pronto auxilio” cuando llega la aflicción y el temor. Dios no nos responde a distancia. Más bien, Él se acerca a nosotros. Su omnipresencia es personal y activa. Él actúa a favor de nosotros. Y está cerca de los que corren hacia Él, aquellos que lo buscan como su amparo y su fortaleza. Esto lleva al autor del Salmo 46 a garantizarnos que hay dos resultados que se derivan del hecho de refugiarse en Dios.
1. Debido a que Dios es nuestro amparo, nosotros somos libertados del temor (versículos 2-7). Cuando Dios es grande, nuestras circunstancias son pequeñas. Ya no tenemos que temer a nuestras circunstancias presentes ni preocuparnos por el futuro. Porque debido a que Dios es nuestro amparo “no temeremos”. Y en ese sentido, Proverbios 14:26 añade: “En el temor del Señor hay confianza segura, y a los hijos dará refugio” (LBLA). Si has experimentado el dolor de la aflicción y el sufrimiento, sabes que no tienes la fortaleza para enfrentar tus temores por tu propia cuenta. Pero no estás solo. Dios nos da la fortaleza cuando nos acercamos a Él. Cuando Dios es nuestro amparo, nosotros tenemos la fortaleza para enfrentar nuestros temores, incluso el temor de nuestra propia muerte o el de la muerte de un ser querido. Jesús nos exhorta en Mateo 10:28: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno.” Cuando un ser amado muy cercano viene a nosotros después de una consulta con un especialista en cáncer y nos dice que no hay nada más que hacer, que “es cuestión de tiempo”, en ese momento nuestros corazones claman llenos de dolor y aflicción. El dolor es real, pero no debemos sucumbir ante el temor y la desesperación. Dios es nuestro amparo, especialmente en esos momentos, y “por tanto, no temeremos”. Confiar en Dios disipa todos los demás temores porque sólo Él es soberano sobre la muerte. Sabemos que la muerte no es definitiva, que Dios tiene el control, y que nos ha prometido la victoria final en Jesús. A medida que crezcamos en nuestro amor por Dios y en el entendimiento de Su amor por nosotros, este “perfecto amor [echará] fuera el temor” (1 Juan 4:18).
¿Qué es el temor? Lo podemos definir de una manera simple como una confianza fuera de lugar. Es decir, en vez de confiar en Dios, nuestra confianza está puesta en otro lugar, por lo regular, en nosotros mismos. Confiamos en nuestra propia habilidad para controlar nuestro futuro y nuestras circunstancias inmediatas. Sin embargo, la fe requiere de una pérdida de control, que es de carácter positivo, es decir, una renuncia a nuestra supuesta autoridad sobre nuestras vidas, y una entrega voluntaria de nuestro control a Dios, quien posee el control final, junto con una bondad y sabiduría infinitas. Dustin Shramek da una vívida ilustración de la fe que se aferra a Dios, especialmente cuando no tenemos la fuerza para aferrarnos:
Experimentar la aflicción y el dolor es como caerse de un acantilado. Todo se pone de cabeza, y dejamos de tener el control de lo que está pasando. Y mientras vamos cayendo, podemos ver un solo árbol que creció entre la pared del acantilado. Así que lo sujetamos y nos aferramos a él con todas nuestras fuerzas. Ese árbol es nuestro Dios Santo. Sólo Él puede evitar que caigamos de cabeza en nuestra desgracia. Simplemente no hay otros árboles de los cuales nos podamos sujetar. De manera que nos aferramos a este árbol (el Dios Santo) con todas nuestras fuerzas.
Sin embargo, no nos dimos cuenta de que, mientras caíamos y tratábamos de alcanzar ese árbol, nuestro brazo se atoró entre las ramas, por lo que en realidad el árbol es el que nos está sosteniendo. Nosotros nos aferramos a él para no caer, pero no alcanzamos a ver que no podemos caernos debido a que el árbol nos tiene sujetos, por lo que estamos seguros. En ese sentido, en su santidad, Dios nos sujeta y nos muestra Su misericordia. Y posiblemente no alcanzamos a darnos cuenta, pero es verdad. Él está con nosotros incluso cuando nos encontramos en el foso más profundo y oscuro.6
Cuando las circunstancias se salen de nuestro control, y parece que están operando en contra de nosotros, debemos aferrarnos a la verdad de que Dios nos ama y de que no hay nada que pueda separarnos de ese amor si estamos en Cristo: “Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39). Por medio de esta declaración, el apóstol Pablo no está asegurando que Dios ayudará de manera general a todas las personas que están en aflicción, pues esa es la manera en la que a veces se utiliza ese texto; más bien esa es una promesa para aquellos que ponen su fe y su confianza en Jesucristo.
Cuando lucho con temores, a menudo conduzco unos pocos kilómetros hasta la orilla del lago Míchigan, el cual se encuentra en la Región de los Grandes Lagos, y paso un tiempo escuchando las olas y reflexionando acerca del asombroso poder de Dios. Cuando se produce una tormenta, las olas se enfurecen y amenazan con dañar los veleros y yates que están ahí anclados; sin embargo, el agua del puerto permanece relativamente tranquila debido al rompeolas. Los barcos que reposan en el puerto están seguros porque la pared de roca está diseñada para contener las olas amenazantes.
En ese sentido, el hecho de vivir en el puerto no nos protege de las experiencias de aflicción y dolor, pero sí nos permite tener paz en medio de las tormentas, porque tenemos acceso al poder protector de Dios. Ya no estamos a merced de las circunstancias, sino que nos aferramos a la misericordia de Dios. A través de imaginería de olas, James Bruce escribe acerca de la realidad del dolor que produce la aflicción, y acerca de la esperanza que uno puede tener cuando tenemos un ancla firme:
La aflicción real no es fácil de consolar. Es como las olas del mar que avanzan hacia la arena y retroceden sólo para avanzar de nuevo. Estas olas pueden variar en tamaño, frecuencia, e intensidad. Algunas son tan pequeñas que simplemente pasan alrededor de tus pies. Otras son tan fuertes que espuman el agua a tu alrededor y te hacen tambalear. Pero también hay olas tan implacables que pueden poner tu mundo de cabeza y arrastrarte a las aguas profundas. Y en tiempos como esos, aquellos que están en aflicción necesitan desesperadamente un ancla.7
Esa ancla a la que debemos aferrarnos es Dios. A medida que confiamos en Él, nos mantenemos firmes, resguardados, y seguros en Su tierno cuidado. Sin importar cuán difíciles puedan ser las tormentas, es posible soportar las con calma y gozo en el interior. El autor del Salmo 46 escribe: “Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, las moradas santas del Altísimo” (versículo 4 LBLA). Y una vez más, se nos asegura que la presencia del Señor está con nosotros en todas partes: “Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana” (versículo 5). La ciudad de Dios, en donde Él habita, es un lugar apacible. Y si nosotros habitamos con Dios, sabemos que, incluso cuando las circunstancias se salen de nuestro control, estamos exactamente en el lugar en el que Dios quiere que estemos. En medio de nuestra aflicción, aprendemos a confiar en Él, en Aquel que se deleita en venir en nuestra ayuda.
2. Debido a que Dios es nuestro amparo, nosotros somos libertados de la ansiedad (versículos 8-11). A la luz de esta seguridad de la protección de Dios, el salmista nos dice en el versículo 10 que debemos “estar quietos, o “dejar de luchar”, como se traduce en la versión en inglés NASB. Esa es la segunda lección del salmo. La palabra hebrea que se traduce como “estar quieto” o “dejar de luchar” puede significar “hundirse”, “relajarse”, “dejarse llevar” o “abandonar”. “Luchar” es un término que típicamente se refiere a la guerra, de modo que la amonestación del versículo 10 podría expresarse de la siguiente manera: “Estén en paz.”
De acuerdo con Filipenses 4:6-7, el medio para alcanzar esa paz protectora de Dios es la oración: “Por nada estéis afanosos [no se inquieten], sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” Cuando llevamos nuestros temores y preocupaciones ante Dios en oración, Él nos envía Su paz como si ésta fuera un centinela que hace guardia a la puerta de nuestro corazón y nuestra mente. La paz de Dios es el cerrojo más seguro en contra de la ansiedad.
La paz de Dios llega a nosotros a medida que recordamos las poderosas obras de Dios. Eso nos provee de una de las armas esenciales para la batalla en contra del temor. Los versículos 8 al 10 nos dan la siguiente instrucción:
Venid, ved las obras de Jehová, Que ha puesto
asolamientos en la tierra.
Que hace cesar las guerras hasta los fines de la
tierra.
Que quiebra el arco, corta la lanza, Y quema los
carros en el fuego.
Estad quietos, y conoced que yo soy Dios.
En otras palabras, “¡Dejen de preocuparse! Yo soy Dios; ustedes no. Yo obtendré la victoria. Dejen de actuar como si ustedes estuvieran a cargo. Deténganse, cálmense, y descansen en Mí. Yo soy su Dios. Yo seré su paz.” Este descanso espiritual no es algo que nosotros experimentamos pasivamente; más bien es una demostración de una fe activa. Escribiendo acerca de nuestro “descanso” en Dios y en Sus palabras para con nosotros, Walter Kaiser enseña lo siguiente: “La palabra “descanso” (manoa) se relaciona en el hebreo con la palabra “consuelo” (manahem) y es una palabra que posee un considerable peso teológico. El “descanso” en Dios es un estado del alma en el que entramos por medio de creer.”8 En otras palabras, a diferencia del descanso físico, el descanso espiritual en Dios implica una elección activa. Debemos ponerle fin a nuestra preocupación y debemos reemplazarla por la confianza de que Dios es Dios, y, por lo tanto, Él tiene el control absoluto. Cuando los temores nos amenazan con sobrepasarnos y destruir nuestra paz, nosotros debemos descansar activamente en Dios por medio de la fe.
Y en ese sentido, nosotros descansamos por medio de recordar Sus poderosas obras: “Venid, ved las obras de Jehová”. Cuando somos tentados a preocuparnos, debemos recordar las grandes obras que Dios ha hecho (no sólo aquellas cosas que ha hecho en la tierra, sino las que ha hecho en nuestras propias vidas). Descansar implica reflexionar en todas las maneras en las que Dios providencialmente ha tenido cuidado de nosotros, cubriendo nuestras necesidades, y demostrándonos Su poder, amor, y gracia. Ese es el antídoto directo para nuestras preocupaciones, y es el mismo principio que Jesús les enseñó a Sus discípulos en Mateo 6:25-34:
“Por tanto [debido a que ninguno puede servir a dos señores] os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo [¡contemplen las obras de Dios!], que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?
Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen [¡contemplen las obras de Dios!]: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así [¡contemplen las obras de Dios!], ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.”
La preocupación obstaculizará nuestra fe, nublará nuestro entendimiento y nos robará la capacidad de ver claramente las buenas obras del Señor. De manera que, la preocupación no produce ningún beneficio. Alguien dijo de manera muy acertada: “La preocupación es como una mecedora. La cual podrá mantenerte ocupado, pero no te llevará a ningún lugar.”9 Y lo peor de todo es que, la preocupación es enemiga de la fe. Así que, en lugar de inquietarnos por aquellas cosas que no podemos controlar, necesitamos aprender a descansar quietamente en Aquel que es soberano por encima de cada átomo del universo. Jesucristo, el Creador omnipotente, “es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten” (Colosenses 1:17).
El Salmo 46 termina repitiendo una verdad clave para nosotros: “Jehová de los ejércitos está con nosotros; Nuestro refugio es el Dios de Jacob.” Esta verdad ya nos había sido presentada en el versículo 7 y en el versículo 1 con palabras distintas: “Dios es (...) nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.” Al decir la misma verdad tres veces de maneras ligeramente diferentes, el salmista está enfatizando un punto importante: Cuando nos encontremos en medio de nuestras tormentas, nunca debemos olvidarnos de que la presencia de Dios es real. Él no está lejos de nosotros. Sino que está muy cerca de nosotros en nuestra aflicción y en nuestro sufrimiento.
¿Crees esto? Dios dice que nunca te desamparará, ni te dejará (Hebreos 13:5). No importa cuán dolorosa sea la prueba que venga a tu vida, Dios siempre permanecerá contigo si tú perteneces a Él en Cristo. Esta verdad ha sido transmitida de manera hermosa en el siguiente poema, que se basa en Isaías 43:2, y se titula: “Cuando pases por las aguas”. Espero que te anime de la misma forma en la que lo hizo conmigo:
¿Acaso vas por el camino con el corazón desanimado?
¿Será que todo a tu alrededor parece más oscuro que el peor
día nublado?
¡Oh, cuán difícil es aprender la lección a medida que pasamos
bajo la vara de la corrección!
Tanto el sol como la sombra se someten al servicio de la
voluntad de Dios.
Pero luego aparece su promesa, así como aparece la señal del
arco de Dios:
“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos,
no te anegarán”.
Si la carne se desgasta de cansancio, el espíritu es devastado.
Pues las tentaciones lo atormentan con carnadas de pecado.
Siempre hay un refugio para el gorrión en la tormenta;
si las pruebas te atormentan, el refugio en la Palabra siempre te sustenta;
Con la ayuda del Espíritu tus enemigos huirán, y si pasas por las aguas más profundas, éstas no te anegarán.
Cuando llega la tristeza y nadie entiende tu sentir, Cuando el peso de tu carga no se puede resistir,
Mira a aquel Consolador, cuya gracia a ti te ayuda si le rindes el corazón
Mira a aquel Siervo Sufriente, quien tu carga a ti te quita para darte redención;
Sus promesas tan preciosas nunca a ti te fallarán, Y si pasas por las aguas, éstas no te anegarán.
Cuando la flor de mi vida comience a marchitarse, y sienta que la muerte está a la puerta;
Cuando pase por el valle de la oscuridad desierta;
Mis manos abiertas a Jesús extenderé, en Su seno amoroso solo yo me esconderé,
y en el cruce hacia la muerte sólo de Él dependeré.
Así pues, yo te he descrito la promesa que sus fieles cantarán:
“Cuando pases por las aguas, éstas no te anegarán.”10