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Оглавление© Jorge Moreno Cárdenas
8 Desde la mirada de dos culturas, hizo carrera en comercio internacional. Después de años de aprendizaje en el área de equipo médico, fundó su propia empresa en el ramo.
Si tuvieras que repasar un momento definitivo en tu vida, ¿cuál sería?
HABER TOMADO LA DECISIÓN de siempre trabajar. Lo he hecho desde la universidad, y eso me ha llevado a tener seguridad y satisfacción, a ser autosuficiente, a tener lo que siempre había querido, poder viajar… Mis padres, claro, tienen mucho que ver en todo esto. Y esta autonomía es por la que siempre seguiré trabajando toda mi vida.
Las carreras se determinan a una edad en la que muchos de nosotros no sabemos realmente a qué nos queremos dedicar. A esa edad yo nunca dije: “Voy a ser médico o voy a ser ingeniero”, nunca tuve una carrera en mente. Lo único que pensé es: “Soy buena en artes plásticas, buena para dibujar. ¿Qué carrera hay?”. Así que me metí a diseño gráfico. Pero tampoco fue una meta ser buenísima en ello. Lo que siempre quise desde chica fue viajar. Mis padres, en la medida que pudieron, me mandaban a Estados Unidos con su familia. Cuando tenía diecinueve años, la embajada americana contrataba gente temporalmente y comencé a trabajar como asistente comercial. Mi trabajo era buscar distribuidores para fabricantes de Estados Unidos. Al hacer esto, conocí una empresa de Santa Cruz, California, fabricante de equipo médico, que me contrató como intérprete de forma temporal para asistir a congresos en la Ciudad de México.
Cuando salí de la carrera, me llamaron del área de turismo de la embajada americana para cubrir una incapacidad durante sesenta días en la recepción y lo acepté. No me importó el puesto, lo importante era que llevaba dos semanas fuera de la universidad y al menos tendría trabajo por dos meses. El trabajo, que era temporal, se extendió año y medio, porque cuando volvió la persona que estaba sustituyendo, yo había ya aprendido otras tareas. Durante esos meses, la empresa americana que conocí me ofreció ser representante de ventas para México, Centroamérica y el Caribe.
El trabajo de ventas me empezó a gustar, y por supuesto que viajar fue fascinante.
¿Qué habían sembrado tus padres en ti sobre el trabajo?
En algún lado escuché que las mujeres independientes suelen tener un común denominador (no siempre, pero es muy frecuente): que el padre está muy presente, eso empuja mucho a la hija a desarrollarse, a ser independiente. Mi papá es norteamericano y mi mamá mexicana. Somos dos hijos, mi hermano mayor y yo. En la casa, ambos sabíamos cocinar, coser, planchar. Mi papá nos exigió por igual a los dos. A los dieciséis años, cuando salí por primera vez con un chavo, mi papá me dio dinero y me dijo: “Nadie debe invitarte nada, debes pagar siempre tus cosas, no le vas a deber nada a nadie”. A los diecinueve años, ya no les costaba mucho a mis papás; sí les costaba la carrera, pero yo me pagaba el material, el dentista, mi ropa, todo lo adicional que quisiera. Creo que esa forma de pensar hace que no voltees ni siquiera a ver como opción el ser ama de casa. Mi mamá siempre trabajó.
Creo que influyó que tu papá venía de otra cultura, que te sacó de un contexto y de una serie de creencias que estaban en tu entorno inmediato. ¿Te dabas cuenta de eso?
No, no lo veía así. Más bien, para mí siempre fue inexplicable que una mujer decidiera dejar de trabajar y que la familia dependiera de un solo ingreso. Porque la vida te presenta cosas inesperadas. A mis sobrinas y a mi hija les digo que siempre trabajen porque no sabemos qué pueda suceder. Nunca se me ha hecho justo que el hombre cargue con la cruz de ser el proveedor. Si queremos vivir mejor, si queremos educar mejor a nuestros hijos, necesitamos buscar la forma de que ambos integrantes de la pareja sean socios igualitarios dentro de la casa.
Así como señalas que, por serlo, los hombres quedan marcados como proveedores, también las mujeres nos compramos este discurso que nos presentan sobre hallar a quién nos mantenga. Esto hace que no pensemos en prepararnos, autodeterminarnos o mostrarnos a nosotras mismas que sí podemos. ¿Tú cómo te demostraste que podías?
Con el trabajo en la embajada. Ascendí muy rápido a un puesto que otras personas de ahí querían, en parte gracias a lo que aprendía de las mujeres maravillosas con las que trabajaba. En la empresa de equipo médico de Santa Cruz, California, tuve una capacitación muy básica, y la experiencia la fui adquiriendo por un camino empedrado, porque se involucraban muchos temas de los que yo no tenía conocimiento, como la parte médica y la de comercio internacional. Sin embargo, nunca me sentí menos; cuando la fábrica nos reunía en Estados Unidos, no me sentía intimidada por los vendedores que llevaban ya muchos años. Simplemente tenía una cuota que cumplir, trabajaba fuerte, con pasión, y lo lograba. Cuando ves que puedes lograrlo, cuando ves los números incrementarse, no quieres dejar de vender, se vuelve una pasión.
Cuando tuve que salir de la empresa por una crisis financiera, un amigo me propuso que fuéramos representantes de ventas internacionales independientes, trabajando con empresas pequeñas y medianas de América Latina, Asia y Europa, que no tuvieran la capacidad de pagar a gente interna para expandirse internacionalmente. Y lo hicimos.
La segunda empresa con la que trabajé por cinco años cotizaba en NASDAQ, estaba yo en las ligas mayores. Aquí sí recibí capacitación durante un mes en Nueva Jersey con un grupo de catorce hombres americanos y yo. Aunque el mundo del equipo médico es mayormente de hombres, nunca me sentí menos, y siempre he podido desarrollar una amistad genuina y entrañable con muchos de ellos. Han sido grandes compañeros que me cuidan, como yo los cuido.
Desde hace trece años, hice una sociedad con un amigo y nos establecimos como distribuidores de equipo médico, con cero inversión, sólo una excelente negociación de precios y crédito con los proveedores que ya nos conocían, y la confianza de los clientes que decidieron seguirnos. Me da satisfacción saber que mi voz tiene mucho peso. Sí, el mío es un medio con mucho machismo en México. Cuando estamos sentados en una reunión, los hombres sólo se dirigen a otros hombres. Pero esto, lejos de molestarme, me resulta divino: como no me están viendo, yo los estoy observando. Al final de la reunión, mi socio les dice que yo soy la administradora y socia, que toda la parte de logística y financiera la llevo yo.
Entonces, ¿tanto las características de los hombres como las de las mujeres están estereotipadas?
Hay un equilibrio, veo mujeres que quieren actuar como hombres y no es el camino, cada quien tiene su personalidad. ¿Cómo lo digo sin que suene raro…? Cuando estoy negociando con hombres, me siento igual, no me siento hombre o mujer, me siento un ser humano en la misma cancha. Nunca me he sentido menos ni con más ventajas por ser mujer.
Cuéntame sobre tu crecimiento personal y sobre las cosas que te fuiste adjudicando como responsabilidades.
Sin darte cuenta dices: “Yo puedo, yo hago, yo resuelvo”, y dejas de exigirles a los demás, les quitas poder de esa forma. Me pasó con Joaquín, mi marido: en un punto dejas de pedir ayuda y eres quien resuelve. Un amigo me describió perfecto: llego a mi casa con el portafolio, el súper, con las llaves en la boca tratando de abrir la puerta y me dicen: “¿Te ayudo?”. “No, yo puedo”.
La escena me dio mucha risa. Es apenas de seis años para acá que he aprendido a pedir ayuda. Trabajé sola desde mi casa más de quince años, yo era la que sacaba copias, llevaba paquetes a la mensajería, cotizaba, cobraba… Cuando me volví empresaria y empecé a tener empleados, no sabía dar instrucciones, no sabía explicar y capacitar, no delegaba. Mi socio fue quien me enseñó esta parte de trabajar en equipo y soltar la responsabilidad a los demás, aunque se equivoquen. Todavía me sigo tropezando, y quiero hacer cosas que otros pueden hacer. Lo mismo hago en mi vida personal, soy quien resuelve todas las necesidades de mis padres. Nos lleva tiempo entender que no podemos ser el colchón de todos, terminamos por desgastarnos.
Como hijos tenemos una responsabilidad, pero debemos poner límites. Me pasó en mi matrimonio: siempre quise resolver, ayudar, controlar, hasta que nos desgastamos y nos gritamos. Mi esposo me dijo: “No me dejas ayudar, y te veo tan confiada que dejé que tú tomaras todas las decisiones”. Fuimos todos entrando a una zona de confort, él se relajó, y fue como si me diera las llaves del auto y yo tuviera que manejar el resto del viaje mientras él dormía. Y esta dinámica hizo que le quitara autoestima. Ahora buscamos el equilibrio, le pido ayuda y él me apoya con gusto. Otro tema es la culpa, pienso que si algo sale mal es por mí. Lo cierto es que no podemos ser tan egocéntricos y pensar que todo se mueve a nuestro alrededor; por lo mismo, te adjudicas toda esa responsabilidad, cargas a todos y terminas enfermo.
Y después de que has forjado todo esto, los demás cuentan con ello, por lo que de alguna manera se crean relaciones dependientes. ¿Cómo has ayudado o educado a Emilia? Porque también es difícil lograr que un hijo único no sea el centro de todo, que sea independiente y libre, y pueda ir asumiendo responsabilidades.
Cuesta trabajo. Por ejemplo, lo que pienso es que si ella se va de México, se independizará. No voy a ser de esas madres que quieren que les hablen a diario; es justo lo que no me ha gustado de mi mamá. A Emilia le explico lo que nos da independencia; a mí me ha costado trabajo y constancia. Y es a través de la exigencia, de tener una rutina y una disciplina que lo logramos. Hacerle ver que la vida no es tan fácil. Que ella debe hacer sus cosas, su tarea y responsabilidades de la casa y el colegio.
¿Cómo te acostumbraste a ser tan franca, a ser tan congruente con quien eres, con tu naturaleza? Muchas veces nos pasa que por querer adaptarnos socialmente nos vamos anulando, disfrazando un poco quienes somos de manera natural. ¿Cuál ha sido tu fórmula para alcanzar esa congruencia?
La franqueza me ha causado muchos distanciamientos y no me ha importado mucho. Me duelen, sí, pero escuchamos muchas mentiras de todos lados. Pero de la misma forma que soy honesta, crezco más cuando son honestos conmigo. Joaquín es una persona cruda para la crítica, que me ha hecho crecer mucho más que si tuviera al lado una persona que me dijera: “Ay, qué lindo te quedó, qué bonito”. Su nivel de exigencia es muy alto, tiene una crítica muy interesante, es un tipo que a pesar de ser muy conservador es muy progresista. Eso me ha servido para crecer.
¿Cómo es la relación de las mujeres con el dinero? Hay quien lo busca para aparentar, pero en realidad está solventando algo, una necesidad que va más allá de lo económico.
Eso es para un análisis psicológico, no soy yo quien podría decirlo. Mi interpretación de las personas que salen con ropa y accesorios estampados con marcas es que sienten que su valor es la ropa y no ellas. Por ejemplo, los hombres con los autos, hay quienes genuinamente los aman, te hablan del rendimiento y los caballos de fuerza; y están los que se compran una fiera y no saben ni qué traen, pero lo tienen por otras razones que me parecen patéticas.
Me da mucha tristeza la gente que se hace cirugías plásticas. Como estoy en el medio de equipo médico enfocado en cardiología y anestesia, sé el peligro que representa una cirugía, te enteras de casos terribles. Qué puedes tener en la cabeza para correr el riesgo de dejar huérfanos a tus hijos. La belleza la vamos construyendo de dentro hacia fuera. Pero la sociedad exige mucho de la mujer: tiene que ser delgada, inteligente, estudiosa, con buen puesto, simpática, cosas que no se les exigen a los hombres, en eso no hemos progresado un ápice. Pero está en nosotras no ser partícipes de este juego.
¿Cómo cuidas tu cuerpo en cuanto a alimentación, apariencia y ejercicio?
También esto me viene de la casa. Por constitución genética soy muy delgada, así que un día que me vio mi papá con un vestido escotado de la espalda me dijo: “Estás muy huesuda, haz pesas”. He hecho ejercicio desde siempre; trato de hacerlo tres o cuatro veces por semana, o cumplir cuatro horas a la semana. Me llevó tiempo la búsqueda del ejercicio que me gustara: correr no me fascinaba, tampoco las pesas, tengo dos pies izquierdos y por eso los aerobics no se me dieron y del ballet, me corrieron. Así que iba haciendo lo que iba encontrando. Recién casada me inscribí a un club, me metí a clases de pilates y natación, y en 2000 el club tuvo disponible spinning, y lo amé, pues me desfogaba. Mi alto sentido de responsabilidad me ha llevado a sufrir estrés, así que el ejercicio siempre ha sido mi aliado. Poco después empecé a combinarlo con yoga y fue perfecto para mí. La meditación se me complica; hasta la fecha, mi mente brinca para todos lados. Me impresiona que haya gente que se pueda quedar dormida en plena clase haciendo meditación.
En la adolescencia tuve muchos problemas de acné, mi mamá me llevó a diferentes clínicas y cuando por fin dimos con un médico muy bueno, me recetó medicamentos, pero junto con una dieta estricta: no podía comer enlatados, embutidos, envasados ni fritangas. Traigo buenas costumbres alimentarias de la casa, buen metabolismo. El tema del cuidado de mi cara me hizo entender toda la porquería que trae la comida procesada.
Además, tuve cuadros de reflujo muy severos; en una ocasión me fui a Puebla para una reunión de trabajo, y de regreso no podía hablar, se me había quemado el esófago. En un programa de radio, Joaquín escuchó hablar a un trofólogo, Eduardo Hinojosa. Investigué de qué se trataba esto y él me trató tres meses; comprendí las combinaciones que debía hacer y los cambios en mi rutina alimentaria. El resultado es que llevo tres años sin tomar antiácidos y sin dolor de cabeza. Nunca me permito subir de peso, como bien, tomo mucha agua. Desde que fui con el trofólogo, me he dado a la tarea de leer mucho sobre el tema de la nutrición, analizar todo lo que consumimos, qué nos ponemos en la piel, saber leer en las etiquetas qué contiene cada producto que usamos.
El cultivo de tu espiritualidad es algo importante para ti. ¿Cómo llevas esa parte?
La lectura me gusta muchísimo, el enriquecimiento de platicar con la gente. Esto me ha vuelto empática y sensible a las relaciones humanas y sentimientos. A lo largo del tiempo he aprendido a quererme, a aceptarme, a reconocerme. Sigo en la búsqueda de no ser prejuiciosa. Si alguien está de malas, me sensibilizo para saber si tiene algún problema. También trabajo sobre la paciencia, que no es algo que se me dé. Disfruto estar sola, perderme en mis libros; a través de ellos me alimento y me pierdo en el laberinto de autores: uno me lleva a otro, y así, una cadena infinita.
¿Qué es para ti el sentido de hogar y familia?
Un oasis, tiene que ser tu fuerte, al enemigo lo tienes afuera, no dentro. Dentro debe haber paz. En casa de mis papás siempre había gritos, azotones de puertas, el drama con mi hermano, que generaba situaciones terribles. Yo no quiero que así sea en mi casa. Claro, hay momentos difíciles, pero es la forma de enfrentarlos lo que hace la diferencia.
¿Qué es para ti la gratitud?
Reconocer y agradecer lo que la gente que me rodea hace por mí, lo que la vida me ha dado: familia, salud, amigos. Agradezco tener la oportunidad de ayudar.
¿Qué son la libertad y la plenitud?
No depender de nadie, saber que puedo ver por mí, por mis padres y mi familia, que puedo reinventarme las veces que sea necesario para salir adelante, que tengo la capacidad de encontrar diferentes caminos para estar bien en el interior. No tener apegos. A raíz de que mi mamá se hizo mayor, tuve que desmontar su casa y me impresionó ver la acumulación de cosas inservibles. ¿Por qué guardamos tanta porquería, qué apego tenemos a lo material? Sentirte satisfecho con lo que tienes, sentirte feliz por los demás; no envidiar, no odiar, esos sentimientos no te permiten ser libre. Estaba leyendo que el odio y el amor son sentimientos muy parecidos, que te atan a las personas.
¿Cómo cambia tu criterio cuando vas creciendo? En este momento de tu vida, ¿te sientes en esa plenitud, con todos los elementos para discernir lo que quieres y no quieres para ti?
Te voy a ser honesta: de los cuarenta para acá, ya tengo muy claras las cosas, te puedo decir lo que no quiero y con quién no quiero estar. Tengo esa libertad de no ir a eventos por flojera. No me gusta bailar, me gusta tomar una copa con amigos. Ya no tienes que fingir que te gusta estar en una discoteca, ya tienes libertad y congruencia. Espero que Emilia pase rápido por ese aprendizaje.