Читать книгу Fabulosas - Paulina Vieitez - Страница 8
Оглавление© Cristina Quintanilla
8 Artista visual, usa sus memorias auditivas y recuerdos como inspiración para pintar, dibujar y recomponer esas imágenes en un espacio pictórico y darles nueva forma, balance y vida.
¿Cuál es el momento de tu vida que haya hecho que jamás volvieras a ser la misma?
FUE EN EL TERCER AÑO de mi primer matrimonio cuando mi marido y yo enfrentamos una crisis muy fuerte, que no pudimos resolver. Mi decisión fue hacer lo “correcto” y tratar de salvar nuestro matrimonio. Quería ver las posibilidades de podernos reinventar, y le aposté a que lo podríamos superar. Desafortunadamente no fue así. Regresé a México y nunca más fui la misma. Era de las primeras divorciadas de mi entorno y, a juicio de los demás, lo que había pasado no se veía nada bien.
¿Qué crees que generó la crisis?
Creo que nos pasa a muchos que nos vamos a estudiar fuera de México, muy emocionados de estar fuera, estudiar en una universidad importante, y entonces perdemos piso y nuestras prioridades cambian. Yo creo que su perspectiva de vida y sus valores se vieron amenazados en el momento en que se encontró dentro de su sueño dorado: estudiar dos maestrías en Estados Unidos. Eso se volvió su prioridad y mi ego se vio lastimado porque ya no éramos los de antes. El estrés emocional fue el principio y el detonante de la enfermedad.
¿Qué edades tenían?
Yo tenía veintinueve y él treinta cuando nos casamos, y treinta y dos y treinta y tres cuando nos separamos.
Iban juntos a este sueño de que él estuviera en otro lugar haciendo lo que quería, ¿no?
Sí. Pero fue más bien su sueño, no sentí que fuera nuestro. Lo acompañaba, pero yo me sentía sola, desplazada, y no sabía bien a quién acudir. Traté de platicarlo con él varias veces, pero él no entendía qué me pasaba. Me parecía que él se sentía el importante, y yo estaba ahí para apoyarlo a él. Y claro que lo apoyé económicamente para abrir una cuenta y que pudiera entrar el dinero del préstamo americano, vendí mi coche para que pudiéramos vivir los primeros meses allá, apliqué para una visa de estudiante para poder estar con él; él era residente. Viví cuatro meses sola hasta que pude irme a Estados Unidos.
¿Y habías pensado algo para ti?
Me metí a una maestría en francés en la Universidad de Illinois en Chicago para estar juntos. Además tomaba clases de dibujo, pintura y escultura. Pensé que era temporal: estudiaba mientras él terminaba sus estudios. Mi error fue ése, pensar que tenía tiempo.
Los dos estudiábamos al mismo tiempo, fue pesado. Siempre he sido muy sensible y necesitaba de la atención, el cariño, la presencia de mi marido: no me sentía casada. Pero no supe expresar bien mis sentimientos para que él pudiera también comunicar los suyos, ni tampoco logré transmitir mi propio valor.
Me gané una beca que consistía en dar clases de francés para principiantes, mientras yo estudiaba la maestría. Así pude pagar la universidad. Quizá lo mejor hubiera sido hablar con él antes de que todo pasara. Pero en ese entonces yo no tenía la madurez emocional ni la facilidad de comunicar mis sentimientos de manera que él me escuchara. Hasta la fecha, me cuesta mucho la comunicación, la intimidad. Yo no tenía las herramientas, y estaba segura de que él no lo iba entender.
Tal vez no sabemos asumirlo porque también es cierto que pertenecemos a generaciones incapaces de hablar de esas cosas, ¿no?
Sí, he aprendido que, para tener intimidad con alguien, tienes que saber comunicar tus sentimientos y tus emociones. Para esto necesitas saber cómo identificarlos. Conocerte. Para reconocerlo, hay que aceptarlo y luego, con humildad, comunicarlo. No es tan fácil.
¿Cómo aceptaste que la relación ya no funcionaba?
Fuimos con tres diferentes psicólogos de pareja. Insistí en que lo arregláramos, aun así no se pudo superar. Entonces, me hice la valiente y me quedé un año más allá, sola. Estudiaba cine y video. Me estresé muchísimo dando clases, así que pensé que si cambiaba de universidad me iba a calmar. Pero ya había empezado con los síntomas de un episodio maniaco, dormía de tres a cuatro horas, pensaba aceleradamente, tenía delirios de persecución. Entré en mi primera crisis y por primera vez me diagnosticaron trastorno bipolar 1.
Gracias a Dios, yo tenía una tía abuela que residía en Evanston, muy cerca de donde vivíamos mi ex y yo. Ella se dio cuenta de que yo no estaba bien y llamó a mi mamá. Entonces mi mamá vino por mí y me ayudó a regresar a México.
¿Cómo llegó el diagnóstico? ¿Tenías algún antecedente?
Pueden diagnosticarte en cualquier momento de la vida. Lo que sí me diagnosticaron a temprana edad fue principios de anorexia y tendencia a la depresión, esto fue en mis veintes… Pero hasta los treinta y cuatro años, me diagnosticaron trastorno bipolar.
Primero, no te das cuenta de que estás enferma. La percepción que tienes de ti misma cambia. Es como si tuvieras un huésped dentro de ti que te critica, te hunde, te humilla. Sí estás fuera de la realidad, pero en otra realidad que es un naufragio, donde vas buscando pistas que te guíen para dónde ir y poder resguardarte. La persecución la sientes tan real que no puedes creerle a tu doctor ni a tus familiares. Los síntomas que tienes afectan a las emociones, los pensamientos y el comportamiento. Entonces estás fuera de ti, no eres tú y tus familiares no te reconocen. Sentía que me observaban, que se reían de mí. No estaba consciente de la realidad; vives otra realidad que tú misma creas. Las crisis afectan totalmente a la cognición, no coordinas tus pensamientos, tu razonamiento está basado en hipótesis inventadas y llegas a conclusiones erróneas.
El cerebro funciona en lo básico, físicamente funcionan todos tus órganos, pero parte de tu cerebro no tiene las sustancias necesarias para coordinar los pensamientos, no piensas como normalmente lo harías. Yo tenía el sentido de la responsabilidad, iba a mis clases, pero ahí sentía la persecución. No estás del todo presente en el ahora, porque se te olvidan muchas cosas por la misma tensión y el estrés que te provocan tus propios pensamientos. No puedes llevar una agenda porque vas viviendo al día en automático.
Y esta tía, ¿cómo lo supo?
Nos veíamos una a dos veces al mes. Una vez en su casa, ya con los síntomas arriba, empecé a llorar mucho, lloraba por todo lo que decía. Ella se dio cuenta de que algo no estaba bien y se dio a la tarea de encontrar a mi mamá.
El llanto puede hacer pensar en un estado depresivo. ¿Cómo pueden diferenciar una cosa de la otra?
Fui con varios doctores, porque yo también sentía que no estaba bien. Pero al llegar al consultorio, no lograba calmarme, y pensaba que el doctor era parte de la misma persecución. Entonces no le explicaba lo que estaba viviendo por dentro. Con sólo decir: “¡Doctor, siento que me están siguiendo!”, habría sido suficiente para recibir el tratamiento adecuado.
¿Qué pasó luego? ¿Te regresaste a México y empezaste un tratamiento?
Lo primero es una bomba de fármacos que, gracias a Dios, existen para esta enfermedad, para dormir bien y sacarte de la psicosis. Y sí, caes en la realidad muy suavemente, de repente ya no están los que te persiguen. Sientes un alivio, una paz. Pero las medicinas también tienen sus secuelas, como la de engordar. En mi caso, subí veinte kilos, lo que afectó durísimo a mi autoestima.
Darte cuenta de que todo lo que viviste no es verdad, es humillante. Lo que vives en tu mente psicótica se siente muy real. Es tan real, que es difícil sacarte de ahí si no es con medicina. Hay un umbral muy fino donde sí sabes que algo no está bien. Es importante la psicoeducación y la terapia para aceptar la enfermedad y aprender a cuidarte.
Claro, porque siempre hay una dosis de culpa. ¿Hay algo que tenga que ver con un proceso de aceptación, de “por qué a mí”? Me puedo ver espejeada porque tú sabes que tuve cáncer; me acuerdo de que cambió mi sensación de seguridad. ¿Te pasó así?
Lo que me dejó la primera vez que me sentí diferente fue la duda: si todo lo que viví era verdad o no, si el doctor me había diagnosticado bien o no. Es una enfermedad mental que afecta todo, hasta tu cuerpo, pero no tienes fiebre, no hay dolor: hay sufrimiento. Pero dudas de si estás enferma o no, si tendrás que tomar pastillas para toda la vida. Hasta que tienes la madurez de decir: “Está bien, lo acepto, soy bipolar, así soy yo, me tengo que tomar estas medicinas diario y para siempre”. Se dice fácil, pero me tuvo que pasar dos veces más para madurar y entender que sí me tengo que cuidar en serio.
A los cuarenta quise embarazarme y mi psiquiatra de entonces, como no quería arriesgarse a que perdiera el bebé, accedió a que dejara las pastillas, pero sólo durante el embarazo. Y sí estuve muy bien bajo su cuidado hasta que nació mi hija. Entonces quise amamantarla, y mi doctor accedió a que no tomara las pastillas durante el tiempo de lactancia. A los seis meses empecé con síntomas. Mucho fue por la falta de sueño.
Antes de que me cuentes sobre tu tercera crisis, volvamos un poco. Te embarazaste. ¿Cómo formaste tu nueva pareja? ¿Hablaste con él de esto? ¿Cómo se dio en ese ámbito de pareja la aceptación y la comunicación de este problema?
Normalmente una no va por la vida contando: “Soy bipolar”. Pero creo que cuando ya tienes una pareja con la que llevas mucho tiempo sí es importante compartirlo, porque te puede pasar algo y él sabrá cómo reaccionar. Lo hablé con él, le afirmé que me estaba cuidando, tomándome las pastillas, yendo una vez al mes al psiquiatra, y lo que entendí en ese entonces es que no le había importado. Lo aceptó, pero cuando me dio mi crisis dijo que no sabía que era tan grave, que yo no le había explicado lo delicado que era.
Debe de haber sido tristísimo y duro para ti, con una bebé. ¿Crees que lo viviste de alguna manera particular porque ya estabas preparada?
Sí, siempre tienes miedo, y cuando te empieza a suceder estás irritable y vas perdiendo el control de tus pensamientos, del tiempo, de ti; te exaltas o lloras por cualquier cosa. Es en ese momento que la ayuda de tus familiares cercanos, esposo, esposa, es indispensable. Lo más importante para nosotros, los bipolares, es el sostén familiar; el que nos escuchen, razonen y nos acompañen, nos fortalece mucho y nos ayuda a enfrentar la enfermedad con más confianza y valentía. Reconocer, ceder e ir de nuevo al doctor.
Cuando me vio mi doctor, lo primero que me dijo para que yo accediera a salirme de mi casa y sin mi bebé es: “Lo que necesitas es dormir”.
¿Y él se quedó un tiempo más? ¿O se fue inmediatamente después de la crisis?
Durante esta crisis lo que sentía y lo que me decían mis pensamientos era que me tenía que separar de él. En los episodios maniacos afloran muchas cosas. No quería que mi marido se enterara de nada de lo que yo hacía. Le pedí al nuevo psiquiatra que consulté que, por favor, no le dijera nada. Y poco a poco, él se fue alejando.
Fueron muchas pérdidas, a la par de tener que estar consciente y ser responsable de tu enfermedad. ¿Cómo fuiste trabajando contigo?
Primero, toca entender que no tienes la misma salud que los demás, por lo que no te puedes comparar. Segundo, aceptarme tal cual soy, aprender a cuidarme, dormir mis horas, saber que no me puedo estresar, tener una rutina, hacer ejercicio, comer bien, tomar las pastillas. El cuidado personal es primordial. Tercero, saber que no tienes el control de todo, entender que siempre hay un riesgo, pero que cuanto más estable estés, menos probabilidades habrá de que surjan más episodios. El reto es tener tu ánimo equilibrado, cumplir tus proyectos de vida y nunca subestimar la gravedad de la enfermedad.
¿Tu arte te ha servido de encuentro de paz y serenidad? ¿Te has distanciado de tu arte? ¿Te has acercado?
En esa última crisis destruí toda mi obra de los últimos veinte años. Tuve síntomas parecidos a las crisis pasadas, como los delirios de persecución y la sensación de que me observaban. Pero esta vez escribí muchísimo sobre todos mis pensamientos, no dejaba de escribir. No quería salir por el sentimiento de estar siendo perseguida. Según mi delirio, la gente que me perseguía lo hacía porque yo era artista. Por eso desgarraba mis monotipos, despedazaba mis grabados, taché la firma de mis pinturas y de mis collages. Y no sólo destruí mi obra: destruí mis herramientas de trabajo y todos mis álbumes de recuerdos. No quería que supieran nada sobre mí. Después de eso, ya no quise pintar, prometí que no volvería a hacerlo. Estoy empezando de cero, pero lo más maravilloso de la vida es que ahora estoy rompiendo mi trabajo conscientemente y con los retazos que conservo los reestructuro en una superficie —ya sea en papel o en lienzo—, les doy un nuevo orden, una forma diferente, una nueva vida. También rompo papel japonés que uso como ungüento para sanar lo roto, lo impredecible, las cicatrices de los recuerdos. Y rompo junto con mi hija —si me lo permite— dibujos de ella, que ahora tiene seis años. Uso sus dibujos y los entremezclo con los míos. Finalmente ahora somos las dos juntas en este trayecto de vida. De las piezas que encontré, que no llegué a romper porque no estaban a mi alcance, y de la obra reciente que fue creada para romperse, uso los retazos y con la técnica del collage los uno dándoles un nueva forma plástica.
Finalmente, la vida es un collage de recuerdos. Además los puedes intervenir y darles un sentido diferente. Y sí te puedes curar de tus recuerdos, ya sean individuales o colectivos, a través del arte, pero para esto necesitas dejar entrar esos recuerdos, que lo hacen fugazmente, sin advertencia, y entenderlos para darles una nueva memoria, una nueva imagen, un texto diferente. Sé que con este proceso me estoy sanando, estoy aceptando, estoy entendiendo la importancia de saberme diferente y verme desde otra perspectiva.
¡Qué importantes son las cicatrices en la vida! Son un símbolo de lo que puedes sobrepasar y tener aquí, recordándote tu vulnerabilidad e invitándote a vivir.
Sí. Bueno, en una enfermedad mental las cicatrices quedan en el cerebro, pero no se pueden ver. Mi doctora me dijo que, a veces, quedan pequeñas lesiones en el cerebro que se ven blancas en la resonancia magnética. Me dijo que son pequeños infartos y se cree que ocurren en especial durante los episodios.
Otra cosa difícil de esta enfermedad es que pierdes a mucha gente que quieres, muchas relaciones se pueden romper porque la gente no entiende por qué dejas de escribir o llamar por largos espacios. Ésas también son cicatrices que se crean al perder amistades, familiares, novios, esposos…
Sí, hay rupturas, pero también hay encuentros. ¿Cuáles han sido los tuyos?
Uno ha sido con mi propio trabajo como artista. Otro, el encuentro conmigo misma, con mis hermanos, mi mamá, mi papá, quienes son los principales héroes dentro de mi vida y mi bipolaridad. Por ellos sigo viva. Así como ellos, te he encontrado a ti y a mi amiga de Alemania. Ella me patrocinó irme un mes a pintar y exponer allá, a cambio de quedarse con cierta obra. El objetivo es que yo pueda tener nueva obra para presentar tanto aquí en México como en Alemania. Estoy muy contenta, creo que es el principio de algo importante para mí, y justo a mis cuarenta y siete años.
Sé también que tienes una nueva pareja. ¿Hay un proceso de reconciliación con tu cuerpo, con tu alma, con tus pensamientos?
Hoy mi pareja ha sido un gran compañero que me ha sorprendido porque nos conocimos cuando estaba en remisión de mi última crisis. Estaba yo muy estable, pero me sentía la persona más aburrida del mundo. Dejé la pintura por un tiempo… Todo se movía como en cámara lenta. Cuando le platiqué que era bipolar, como al año y medio de relación, me contó que él sufre de ansiedad. Entonces creo que nos podemos entender un poco. Me imagino que se conectó conmigo por eso, porque yo era estable. Y eso es lo que más ayuda a la recuperación: la estabilidad.
A propósito de los retos que hemos padecido y de la recuperación, creo que hay una palabra fundamental, que es compasión.
Sí, lo importante es aceptar tu propia vulnerabilidad, y aceptar a los demás en su vulnerabilidad. Estos episodios maniacos o depresivos que sufrimos los bipolares afectan tanto al pensamiento como al comportamiento. Y esos recuerdos sombríos que tengo sobre los cambios anímicos que he sufrido apenas los estoy viendo como una oportunidad de recrearlos y darles un nuevo significado. Son semillas que en su momento no parece que vayan a crecer, pero crecen y brotan en su tiempo, en textos, en dibujos, en música, en pintura, en collage. En otra cosa.
La primera vez que me sentí vulnerable, sin saber de dónde agarrarme, sentí como si cayera un fino velo delante de mí. La vulnerabilidad te dice mucho sobre ti, y como artista siento que ahí, en ese adentro, es donde debo trabajar.
Ahora estoy reestructurando mi vida y mi obra. Busco valerme por mí misma a través del arte, y sé que eso tiene mucho mérito cuando tienes una vulnerabilidad. Ahora más que nunca sé que mi proyecto de vida va enfocado en apoyar a muchos con el mismo trastorno y a sus familiares. Esto me levanta el ánimo. Para nosotros los bipolares es importante tener propósitos, proyectos y encontrar un entusiasmo por la vida. Encontré en mi trabajo un camino con contenido que refleja mi verdadero ser, me siento cercana a mí misma y mejor dentro de mi piel.
Has tenido, sobre todo en la época de tu matrimonio, una cercanía importante con la religión.
Después de mi primer divorcio, tuve un acercamiento muy fuerte con la religión católica. Fui fiel devota del Santo Rosario, de la misa de los domingos, de los aposentos de oración, de la adoración del Santísimo Sacramento. Pero durante mi última crisis, sentí que me destruí por dentro, hice pedazos mi orgullo, mi valentía, mi carácter, mi propio nombre. Entonces no tuve la fuerza para reencontrarme con Dios. Me sentía enojada con Él, con mi vida, con mi destino. A pesar de que anulé mi primer matrimonio, siguiendo todas las reglas de la Iglesia, me casé por segunda vez por la Iglesia y tuve a mi hija dentro del matrimonio, para que luego no funcionara y acabara divorciándome por segunda vez. Mi hija fue un milagro, eso sí. Tenía tantas ganas de tener una hija que le estoy eternamente agradecida por habérmela concedido. El amor que siento por ella es insuperable.
¿Cuál es hoy el sentido de hogar para ti? ¿Qué significa tener tu casa?
Mi hogar es mi familia y mi hija. Mi mamá me acogió justo en mi momento de crisis, y mis hermanos han sido un pilar dentro de mi caminar desde mis episodios hasta el proceso interminable de recuperación. He encontrado una paz en mí que me ha fortalecido durante mi remisión, en mucho gracias a mi psiquiatra, a los fármacos, a la disciplina diaria, durmiendo mis horas de sueño, viviendo bajo mi reloj biológico y encontrando proyectos que me entusiasmen. El tiempo y el cuidado me han restituido. Reconozco que soy resiliente al sobrevivir tres importantes episodios maniacos, y las fases depresivas que en algunas ocasiones les siguieron. Siento una seguridad en mí que nunca había sentido antes, una paz interior que es, a la vez, fuerza. He logrado ser paciente conmigo misma.
¿Hay una relación con la plenitud?
Sí, empezó a haber una cierta complicidad conmigo misma. Ya no quiero nada extraordinario. El haber tenido una tercera crisis y haberme derrumbado en lo más íntimo de mi ser, el haber sobrevivido y logrado la eutimia por cuatro años es ya suficientemente extraordinario.
Todo empezó con una Ana enamorada del arte, que viajó a París y estudió en Nueva York siempre buscando encontrar su voz para ser una gran artista. Después una siguiente Ana enferma, que elimina toda su obra de veinte años y sus herramientas de trabajo por sentirse perseguida por ser justamente artista. Ahora hay una Ana que descubre que por su enfermedad tiene una sensibilidad especial, una mirada diferente y una forma original de componer elementos en un espacio pictórico.
La enfermedad pasó de ser un obstáculo insalvable a ser una piedra angular sobre la que estoy construyendo mi trabajo como artista. Ahora rompo conscientemente mi obra no para destruir sino como base de un proceso creativo a través del cual resignifico mis memorias y recuerdos. El collage es el medio que me ha resultado lo más cercano a un bálsamo dando valor a la reconstrucción de uno mismo y de su propia historia.
La enfermedad sí destruyó parte de mi vida: matrimonio, amistades, familia. Pero también mi propio proceso dio lugar a mi reintegración. El arte fungió como terapia de sanación y una herramienta para encontrarme compasiva conmigo misma. Creo que finalmente me encontré.