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Agradecimientos

A pesar de mí y de mi más sincera entrega, debido a ese abandono de sí que implica la escritura, estas palabras nunca buscaron identificarse con mi nombre. Este libro se debe a las personas que me acompañaron a lo largo de mi vida como estudiante universitario; aún hoy —después de tanto tiempo— me parece escuchar el eco de sus voces murmurando en mi escritura. Cada línea toma distancia de la soledad del asceta, recorriendo caminos que no me eran conocidos y que exploré de la mano de mis maestros, amigos, colegas y familiares.

Agradezco a quienes realizaron contribuciones directas a la presente investigación: a Adolfo León Grisales, por sus asesorías, incondicionalidad, dedicación y afecto, por estar siempre dispuesto a conversar y enseñarme que la única regla que vale la pena en la escritura es la sinceridad. A Nicolás Duque, por su amistad y por las traducciones que realizó para hacer posible el presente libro. A Jesús Ferro Bayona, Maximiliano Prada Dussán, Miguel Morey y Daniel Martín Sáez por compartir desinteresadamente sus palabras en las conversaciones que tuvimos. A Marcela Castillo, por ser mi primera lectora. A Jhon Isaza, por sus comentarios y observaciones.

Agradezco a mis maestros: a Sandra Lince, por transmitirme el apasionamiento hacia la estética y la filosofía del arte. A Jaime Alberto Pineda, por compartirme sus maneras de asechar lo desconocido y lo impensado. A Jorge Mario Ochoa, por mostrarme que el arte puede ser abordado con serenidad, y a Orlando Londoño, porque gracias a sus clases, tomé la decisión de emprender el camino de la filosofía.

También agradezco a mis amigos: a Jorge Arturo Melo, Cesar Aguirre, Oscar Gaviria, Julián Becerra, Felipe Vargas y Laura Escobar, por todas esas noches de lecturas rituales y de afirmación de la existencia en el Colectivo Artístico Sedimentos. A Juliana María Alzate, por su complicidad. A Luisa Marulanda, por enseñarme a resistir. A Natalia Giraldo, a Alex Trujillo y a Juan Diego Castillo, con quienes compartí anhelos, luchas y ensoñaciones. A Miguel Sepúlveda y a Diana Carolina Arbeláez, por esas conversaciones sobre todo tipo de asuntos metafísicos como el ser, la nada y la presentación personal.

Por último, agradezco a mi familia: a mis abuelos Carlota Cardona y Pedro Nel Valencia. A mis tías, especialmente, a mi tía Marleny Valencia, por la manera jocosa en que enfrenta los problemas de la vida. A mis primos, particularmente, a Juan José Valencia, por las conversaciones sobre gatos, Schrödinger y Nietzsche, que siempre terminaron en carcajadas. A Erika Tatiana Orozco, por estar siempre dispuesta a compartir mis aventuras y palabras. A mi hermana Carolina Rojas y a mi madre Edilia Valencia, porque sin ellas nada de esto hubiera sido posible.

Michel Foucault, la música y la historia

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