Читать книгу El Universo, su conciencia cuántica y tu cerebro - Pedro Blanco Naveros - Страница 6

Dialogando con mi Cerebro

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Quiero primero aclarar, que este ensayo sigue un orden cronológico en su concepción, básicamente, mi evolución como ser humano desde etapas muy tempranas de la vida consciente, con las consecuencias y reflexiones que ello supuso y el eje principal de su contenido no es sólo la conciencia, sino todo aquello que ha dado lugar a que este milagro se produzca y seamos seres inteligentes, con lo que ocupa un lugar predominante, la biología, la cosmología, la astrofísica, las matemáticas, la física clásica, la física cuántica y por supuesto la psicología, amén de otras disciplinas, de una de las cuales no quiero olvidarme, la filosofía, que como su nombre griego “ΦιλοσοΦία” (amor por la sabiduría), ha influido profundamente siempre en el pensamiento de los seres humanos, por su estudio, haciendo énfasis en los argumentos racionales, de cuestiones fundamentales para la mujer y el hombre, como pueden ser, la verdad, la existencia, la moral, la mente, la belleza, etcétera; sin desdeñar la importancia de los datos empíricos; no podemos olvidar que muchos de los filósofos más prestigiosos fueron a su vez grandes científicos.

La sabiduría es la aplicación de la inteligencia en la experiencia propia, lo que nos capacita para reflexionar, obteniendo conclusiones sobre los hechos sometidos a estudio. Como dijo Aristóteles en su obra la Metafísica, “todos los hombres desean, por naturaleza saber”, para llegar al conocimiento verdadero de las cosas.

Qué cerca se encuentra la definición de la sabiduría filosófica de lo que entendemos hoy día por conciencia, la subjetividad individual de un organismo, la conciencia reflexiva, conocer lo que se conoce; pero la gran diferencia no está en el objeto del conocimiento, muy similar entre sí, sino en el procedimiento posterior para validar dicho conocimiento, que necesariamente debe apoyarse en los resultados empíricos obtenidos y avalados para cualquier observador que quiera repetir el experimento, con las mismas premisas previamente establecidas y aquí es donde diverge significativamente el campo de la filosofía del conjunto de las disciplinas científicas.

Si verdaderamente queremos reflexionar sobre la conciencia, ¿qué es?, ¿dónde se asienta?, ¿cómo emerge?, etcétera, no nos queda otro remedio que adentrarnos en los orígenes del tiempo, no para saber cómo surgieron los seres vivos, sino para saber cuándo nació el tiempo mismo, y el espacio, y lo que conocemos como nuestro Universo. Ello es una aventura alucinante que ha tenido y sigue teniendo a la especie humana, tratando de desentrañar todos los misterios que le rodean y han hecho posible la vida que conocemos. Aún no sabemos el resultado final del por qué estamos aquí, aunque la ciencia siempre ha ido resolviendo los grandes enigmas de una manera elegante y sencilla, porque aunque parezca que la naturaleza es muy compleja, a la hora de la verdad aparece como su propio nombre indica, de “carácter natural” y por tanto contrapuesto a lo milagroso o sobrenatural, y abarca desde el mundo subatómico al galáctico y también, tal vez, ¿por qué no?, al mundo multiversal.

Desde niño he sido muy pensativo y metodológico y no me he aburrido nunca, he encontrado siempre algo en lo que distraerme o divagar e incluso he llegado a jugar con trozos de papeles de periódico, a los que asignaba diferentes personalidades del mundo del deporte o del cine.

Me atrajo pronto la psicología aún desconociendo su significado y una de las metas que tenía que cumplir, era estudiar dicha disciplina, como así hice años más tarde.

Curiosamente, la propia vida es la mejor escuela a la que se puede asistir no sólo como alumno, sino como parte activa de los procesos y experimentos psicológicos. Así, muchas de las habilidades de las que me he servido posteriormente en mi beneficio o en el de mis pacientes, las he aprendido de esta forma, refrendadas, ampliadas y perfeccionadas con las enseñanzas universitarias, las de postgrado y sobre todo, con la sabiduría que da la realización de la propia profesión.

En el ensayo ya citado: “El centinela que nunca duerme: el Cerebro”, de Almuzara Editorial, traté de plasmar mis experiencias como psicólogo clínico, a la vez que desarrollé una novedosa teoría psicológica, que titulé “la psicología cerebral”, que en muy resumidas palabras es la psicología del cerebro, la psicología de las neuronas, las células especializadas del sistema nervioso.

Ya en ese libro, se llegaron a conclusiones como éstas:

“Es el cerebro, el órgano donde se asienta todo lo que somos o dejamos de ser.

Nuestra personalidad está dispersa en ese tejido nervioso y el placer no está en la zona corporal acariciada, sino en uniones de células situadas en el neocórtex. “

Lo que realmente somos, es un cerebro lleno de más o menos neuronas, conectadas con los diferentes órganos necesarios para realizar las funciones que conocemos como actividades humanas.

Pues bien, esta teoría la empecé a esbozar en aquellos años jóvenes de curiosidad y observación relajada, ávido de todo tipo de aprendizaje y experiencia.

Sin saberlo y sin proponérmelo, comencé a descubrir y comprender el funcionamiento de ese órgano tan maravilloso y complejo que denominamos cerebro.

“El cerebro es un gran desconocido para el hombre”, “sólo empleamos una ínfima cantidad de nuestro cerebro”, “posiblemente dentro del cerebro se encuentre el alma en su sustrato terrenal y es por ello el gran desconocimiento del mismo”. Tengo que reconocer que todas estas aseveraciones no me convencieron en absoluto y que en secreto iba tramando mi propio esquema que luego fui desarrollando al paso de los años.

Lo contemplaba todo y trataba de escuchar conversaciones de adultos referentes al tema de la vida, del cuerpo humano, del cerebro. Más tarde en mi propio escondrijo, en mi cerebro personal, creaba, planeaba, pensaba, imaginaba, todo un mundo de hipótesis, tesis y antítesis, y así me divertía y era feliz. Mi madre no acababa de conectar conmigo, ni podía imaginarse mi gran mundo interior, muy alejado del de las actividades lúdicas que le correspondían a un niño de mi edad en aquellos años.

Miraba el cielo mi otra gran pasión y sobre todo las estrellas y procuraba que un primo hermano, mayor que yo, que poseía un telescopio, me mostrase los principales planetas, en especial, Saturno, ante quién quedaba extasiado, viendo como flotaba en la lejanía con sus impresionantes anillos. Mi cuerpo entero se estremecía ante aquella enigmática visión, ante tanto misterio. Ello era, mi cuento de hadas y la base de los relatos fantásticos de mi niñez, soñaba despierto con Saturno e imaginaba que volaba hacia él y mis sueños eran diferentes, según el día o el momento, pero siempre aparecía algo nuevo, distinto al viaje anterior; sin duda, Saturno ejerció una atracción muy especial en mis esbozos de experiencias conscientes. Y Saturno fue mi antesala del Universo, quedé impresionado de por vida ante tan colosal bóveda celestial y siempre he seguido con mucha atención los avances científicos que poco a poco han ido desentrañando sus ancestrales secretos.

También me sentaba en la arena y contemplaba el mar: “con las olas van que vienen y van”. ¡Qué belleza y qué gran tranquilidad! El mar es bello hasta cuando ruge.

Igualmente disfrutaba con las grandes tormentas veraniegas, una lluvia intensa que me empapaba de arriba abajo, con truenos y relámpagos constantes y esos grandes rayos de luz intensa y cegadora, culebrinas de formas caprichosas.

Y qué sentido tenía todo aquello, ¿porqué estaba allí, cómo se había formado?

¿Para qué tantos astros celestes sin sentido y tanto espacio sin contenido? Además la distancia con nosotros los hacían inaccesibles.

¿Y el ser humano? ¿De dónde veníamos y para qué estábamos? Mi curiosidad predicha por Aristóteles de mi deseo de saber, no se cansaba de formular preguntas a mi cerebro pensante. No acababa de comprender nuestras simetrías, dos brazos, dos ojos, dos piernas, dos orejas, dos nalgas, etcétera, pero sólo una cabeza, un hígado, un corazón....

Mi mente infantil no lograba llegar a una comprensión muy acertada, pero iba dando sus primeros pasos: Es lógico tener dos piernas, sin ellas no podríamos caminar, dos brazos para poder coger bien las cosas, dos nalgas para poder sentarnos bien equilibrados, etcétera. Un sólo corazón es suficiente para bombear la sangre que necesitamos para movernos y así poco a poco iba formando mi teoría más simple de la vida, pero seguía sin encontrar respuesta al sentido de la existencia del hombre ni a la necesidad de tantos astros brillando por la noche; me pareció siempre un derroche exagerado de la naturaleza, tal vez hubiese sido suficiente habernos quedado con nuestro sol, nuestra luna, algunos planetas y unas pocas de estrellas más, pero la Vía Láctea era algo inmenso, además en aquel entonces estaba firmemente convencido que el cielo, como yo lo llamaba, era estático y permanente en el tiempo, hacia el pasado, en el presente y hacia el futuro, siempre había sido así y lo seguiría siendo. Tumbado en la playa o en el campo solía divagar ante aquel escenario inabarcable y nunca lograba atisbar tan siquiera su verdadero significado, era algo muy bello y me entretenía viendo como cambiaban de brillo aquellos lejanos luceros pero me preguntaba a mí mismo: en realidad qué hacían allí y todavía más complicado, quién lo había hecho.

La época que me tocó vivir, era de muchas carencias y pocas actividades complementarias, sin apenas espacios para jugar y reunirse, aún no existían la televisión, ni los videojuegos. Mi primer juguete fue una caña que recogí de uno de los muchos cañaverales que había en mi contorno y la transformé en mi caballo, ¡qué grandes carreras a lomo de nuestras cañas, hice con mis amigos de entonces!

Esa falta de posibilidades de diversión, hizo que me dedicara a congeniar con el mundo de mi propia conciencia, lo que unido a una gran imaginación, dio como resultado que mi mejor amigo fuese mi cerebro. Mi primer gran amigo verdadero, que vivía escondido dentro de mi cabeza.

Dialogaba grandes ratos con él y aprendí mucho, prácticamente todo lo que soy y de conversar con mi cerebro pasé a observar otros cerebros que paseaban por la calle: el cerebro de un niño, el de una mujer agradable, el de un hombre cabizbajo, también observaba los cerebros de los animales más próximos, incluso el de los insectos y a la vez que observaba, adivinaba lo que creía que estaba ocurriendo en esos cerebros.

No me cabía la menor duda, lo más importante de los seres vivos era su cerebro, y gracias a él podíamos comunicarnos, ir o venir, hablar, nada parecía tener sentido sin el cerebro.

Con el aprendizaje de la lectura di un salto de gigante, porque al margen de estar leyendo todo el día “El Quijote”, libro de texto con el que verdaderamente aprendí a leer y a escribir sin faltas de ortografía, disfruté con la genial fantasía de Cervantes, y pude acceder a otros libros y en un golpe de suerte me regaló un familiar, médico de profesión, un libro de biología muy interesante sobre las teorías de Darwin y de la evolución humana. Leí ávido todo su contenido.

Aquello iba encajando, sin plantearnos el origen de la vida, estaba meridianamente claro que el hombre al igual que el resto de los seres vivos había tenido el mismo origen. Una especie de llamemos burbujas flotantes insignificantes, bautizadas como coacervados por Oparin, importante biólogo y bioquímico ruso que aportó grandes avances conceptuales sobre el origen de la vida terrestre, así, al referirse al caldo prebiótico, enunció los coacervados, los verdaderos protobiontes, formados por partículas de sustancias proteínicas, que constituían verdaderos enjambres moleculares y que vivían en una tierra incipiente, llena de volcanes, terremotos, grandes tormentas, con formación en el cielo de gases espesos y de nubes inmensas, las que cubrieron de agua completamente un globo terráqueo semilíquido compuesto de magma en su mayor parte, cual caldo primigenio, borboteante y humeante.

Ese caldo se fue enfriando, surgió una atmósfera azulada, aparecieron continentes, grandes lluvias formaron ríos caudalosos y los coacervados se fueron transformando en burbujas más grandes y más complejas, siendo el origen de los primeros protozoos, en el transcurso de millones de años. Luego surgieron los metazoos y algunos aprendieron a vivir fuera del agua, otros en el subsuelo o en el aire, pero todos, absolutamente todos, procedían de los coacervados más primitivos.

La lectura me fue descubriendo el origen de la Tierra y cómo habíamos surgido los seres vivos. Era muy emocionante, el mismo origen para todos, desde una gallina, un ratón, una planta, un insecto, hasta el ser humano, emparentados con unas burbujas flotantes en un magma primigenio.

Había un denominador común, nuestros ascendientes necesitaban energía para poder desarrollarse, la que recibían normalmente del sol y combustible para alimentar sus organismos, fagocitando elementos varios de la naturaleza, incluidos sus propios congéneres.

Pero lo que más llamó mi atención, fue que unos peces minúsculos, que vivían en los mares del período cámbrico hace más de quinientos millones de años, ocupaban selectivamente las zonas más superficiales de su hábitat, recibiendo directamente la energía solar sobre su dorso, por lo que desarrollaron en el mismo una especie de primordio, sistema nervioso en forma de banda sensorial, embrión del sistema nervioso humano, para poder captar el movimiento dentro del agua de otros organismos microscópicos, que constituían su principal alimento, y que se movían asimismo en el líquido elemento, sistema muy eficaz, ya que avisaba al pez de la presencia de futura comida así como de la aparición del sol sobre su horizonte, subiendo hacia la superficie para recibir la energía tan indispensable para su supervivencia. En mi pensamiento, imaginaba los pececillos de color plateado, con una banda azulada en lo que constituía el primordio sensorio, y cómo captaban el movimiento de sus presas, con las imperceptibles ondas que éstas producían al ir moviéndose por el agua, y también como advertían las ondas luminosas que el sol proyectaba, lo que les hacía subir de inmediato a la superficie para recibir el benéfico calor energético sobre sus diminutos cuerpos.

Y fue así como apareció el boceto que la naturaleza diseñó para ir construyendo el primer sistema nervioso con sus primeras células, las primeras pseudoneuronas, siendo su objetivo fundamental el de proporcionar información a su poseedor, para que pudiese obtener energía y alimento, ambas cosas vitales, para poder sobrevivir en su medio de asentamiento.

- Cerebro, sabes que venimos de un cerebro muy pequeño, de unos peces minúsculos anteriores incluso a nuestra prehistoria y que lo más importante es captar información; sin información no habría vida desarrollada, tú, Cerebro, captas la información que necesito para poder vivir, a través de tus neuronas y te pasas la vida estableciendo nuevas conexiones, haciendo funcionar conexiones ya establecidas o tendiendo puentes entre unas neuronas y otras neuronas según mis nuevas experiencias.

- Así es, querido Humano, me encargo continuamente del funcionamiento de las neuronas y de captar toda la información que necesitas para poder vivir, pero además te facilito todo aquello que tiene interés para ti. Te informo de los estímulos que están a tu alrededor y que te facilitan alcanzar tus deseos.

Cuando quieres algo de verdad, yo te doy continuamente pistas para que puedas conseguir tus objetivos. A veces me haces caso, otras no, y de ello depende el tiempo que tardes en llegar a tu meta final. Ten en cuenta que estamos en un medio bombardeado por estímulos continuos de todo tipo, de los que hago que ignores la mayor parte de ellos.

En este mismo momento, tal vez puedas captar los latidos de tu corazón, pero deberás concentrarte para ello, habrá múltiples sonidos cercanos y lejanos, visiones de todo tipo, gran cantidad de olores; todo lo estoy captando yo, tu cerebro, pero sólo te transmito lo que verdaderamente vas a utilizar en cada instante de tu comportamiento, entre otras cuestiones para que no te sientas confundido, inmerso en un mundo infinito de estímulos que te impedirían vivir, y que debe estar controlado por alguien que te avise, o bien de un peligro próximo o de una oportunidad que estás buscando. Y ya sabes quién se encarga de ese arduo trabajo, a través de mis miles de millones de neuronas, soy tu mejor amigo y vivo exclusivamente para ti y ni tan siquiera duermo un sólo segundo, pues una cabezada mía podría ser fatal para tu vida.

Además, soy quién conoce a la perfección, tus inquietudes, tus sinsabores, no tienes secreto alguno que yo no conozca, puedo penetrar hasta en lo más recóndito de tus pensamientos, no podrás engañarme jamás, siempre sabré como te sientes de verdad.

Querido Humano, si eres alguien y puedes vivir, es gracias a mí, tu cerebro, y debes saber que soy insensible a cualquier estímulo que apliques a mi tejido, a mi estructura blanda y amorfa, no noto nada con el contacto exterior, pero sí sé cuando eres feliz o sufres con un gran dolor, mis conexiones neuronales me lo van indicando y voy leyendo cada mili segundo de lo que te está ocurriendo como persona.

Debes mantener siempre una gran comunicación conmigo y sacar el máximo provecho de nuestra estrecha amistad, y no olvides nunca que si te enfrentas a mí, tendrás serios problemas para poder sobrevivir e incluso podrías provocar tu muerte y la mía, pues estamos asociados a morir el mismo día y a la misma hora.

Aunque no lo apercibas a simple vista, tengo miles de millones de neuronas conmigo, la mayor parte de ellas están libres, con unas terminaciones preparadas para enlazarse con otras neuronas, pudiendo llegar a formar grandes y complejas redes neuronales, pero aún no lo han hecho. Otras en cambio sí están enlazadas con varias o múltiples neuronas, vecinas o alejadas físicamente entre sí. Todo este entramado está a tu disposición y dispones de él a tu voluntad, con una excepción muy importante, hay una serie de neuronas conectadas, unas desde tus primeras fases embrionarias dentro de tu vientre materno y otras en estadios posteriores y que están encargadas de asegurar la homeóstasis de nuestro organismo compartido, algo así, como asegurarnos que el corazón va a dar sus latidos, que los pulmones van a funcionar adecuadamente y que todas aquellas funciones vitales inconscientes siguen su estricto protocolo de supervivencia.

Otras neuronas las has ido enlazando tú, mi querido Humano, con tus continuas experiencias y comportamientos diarios. Cada vez que imaginas o piensas en algo, estás enlazando neuronas entre sí, algunas por primera vez y otras ya enlazadas de ocasiones anteriores o con grandes grupos de neuronas bien asentadas, grupalmente hablando. Todo va a depender del tipo de pensamiento y reiteración del mismo. Esas redes neuronales establecidas, debido a la frecuencia de uso, tendrán más posibilidad de dispararse en el futuro, aún en ausencia de los estímulos originales, haciéndose más patentes durante el sueño y ocupando nuestra mente en situaciones de poca actividad del intelecto, como en momentos de algún tipo de relajación normal del quehacer diario a lo largo del día, o simplemente en ratos de descanso esporádicos.

Aquellas conversaciones interiores me sobrecogían, me consideraba el dueño de la magia más poderosa del planeta. Poder conversar con mi propio cerebro era alucinante y el diálogo surgía más fluido según iba avanzando en la dificultad de mi aprendizaje autodidacta.

No tenía la menor duda de que todos los seres vivos tenían el mismo origen, la materia pura y dura, que tras complicadas transformaciones, unidas a casualidades increíbles de la naturaleza, había producido la materia orgánica en sus múltiples expresiones y hábitats.

Aquellos pececitos dieron lugar a los cordados con un neuroeje que se fue invaginando en el tiempo, para proteger de los golpes, tan sensible materia nerviosa, esbozo primigenio de la médula espinal y de la futura columna vertebral. Había surgido el orden de los vertebrados.

El Universo, su conciencia cuántica  y tu cerebro

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