Читать книгу Emboscada en Dallas - Pedro J. Sáez - Страница 12

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2. Se abre la veda

A la mañana siguiente, bien temprano, Tulipán marchó hacia la Estación Central y compró un billete con destino a Turku. Ya en el tren, ocupó su tiempo en planificar sus primeros movimientos: encontrar alojamiento en un hotel céntrico durante unos días, buscar algún piso de alquiler, alquilar un coche, etc. Luego, ya establecida, localizaría la biblioteca y estaría a la espera durante un tiempo prudencial buscando a su presa, a su cisne cantor. El siguiente paso a dar estaba condicionado a sus resultados, pero no tenía prisa; se movería según su criterio.

Llegó a Turku sobre el mediodía del 30 de noviembre. Trece días después, es decir, el viernes 13 de diciembre, ya estaba alojada en su piso. Nunca viajaba con mucho equipaje; lo que necesitaba lo compraba. Eso le permitía rapidez de actuación y poca dependencia, y de esa forma podía moverse fácilmente por todos los lugares. Solo una cosa le ataba: por donde viajaba, visitaba siempre que podía los museos de pintura, de esa cuestión era más que dependiente. Alquiló un pequeño coche, el que más se veía en las calles por entonces, ya que quería total discreción. Lo primero que hizo el domingo fue visitar el Museo de Arte de Turku. Le llamó mucho la atención la obra del pintor Akseli Gallen-Kallela, quien del realismo académico acabó en el expresionismo, pasando por el simbolismo y el naturalismo. Ella se movía muy bien entre estilos artísticos de pintura. La vieja y el gato le gustó mucho, porque reflejaba con todo tipo de detalles a la mujer castigada por la labor del campo; no lo conocía; de hecho, no cerró la posibilidad de volver a visitarlo de nuevo.

El martes 17 inició su rastreo en la biblioteca de la ciudad. Las fotos enviadas por su cliente, identificando quién era su objetivo, tenían como fondo la fachada de la biblioteca. Si a esto le añadimos que llevaba en sus manos tres libros, no era muy difícil suponer que ese tal Stowe acudiese con frecuencia a dicha biblioteca. No tenía ninguna duda de por dónde empezar.

Chapurreando un poco el finés, hablando bien el inglés y perfectamente el alemán, nuestra cazadora se presentó en información y solicitó el carnet de la biblioteca, para hacer uso de los libros de que su depósito disponía, especialmente los referentes a la sección de ornitología. Luego se sentó en una de las mesas desde donde podía observar con facilidad el mostrador de entrega de libros, y esperó.

Durante días estuvo yendo sin ningún tipo de resultado, pero ella no se preocupaba, sabía que la paciencia es una de las mejores armas para encontrar lo que uno busca. Llegaron las fechas de Navidad yAño Nuevo y, sin resultado alguno y habiendo cerrado la biblioteca por unos días, decidió irse a la capital. Quería disfrutar de las fiestas en aquel escenario único. Su cisne cantor tendría que esperar, y así fue.

Aquellas fechas las empleó en ella. Visitó casi todas las tiendas de ropa, se compró prendas de abrigo, incluido un buen gorro de marta y unas buenas botas, paseó por toda la ciudad y respiró el aire seco y puro de Helsinki. Pero le faltaba algo, lo que no había encontrado, o mejor, no había querido encontrar, la persona con quien compartir su anónima vida. Pensó en ello y decidió que ya había llegado el momento de tomar una decisión al respecto, pero declinó hacer nada hasta que estuviera de vuelta en su París. Aquel año nuevo lo recibió sola, pero el escenario auténticamente navideño de la ciudad compensaba con creces aquella soledad.

El martes 8 de enero ya estaba de vuelta enTurku.Trece días después, a las once de la mañana y sentada donde siempre, observó a un hombre que reunía todas las características de sus fotografías. Se levantó y, cogiendo uno de sus tantos libros, se dirigió al mostrador donde se encontraba la persona causante de quitarle el sueño muchas noches. Se colocó detrás de él, esperando su turno mientras observaba qué hacía y escuchaba lo que decía.

—Gracias, señor Virtanen. Ahora solo le falta devolver Todos los hombres del presidente, ¿correcto?

—Así es.

—¿Va a llevarse alguno más?

—Creo que sí, pero antes tengo que echar un vistazo. Luego me paso. ¿Le parece?

—Como usted quiera, señor Virtanen —contestó la funcionaria. Cuando le llegó el turno, la joven no quiso perder mucho tiempo, pues necesitaba observar al llamado Virtanen, de manera que se excusó.

—Perdone, pero me he dejado algo importante.

—No tiene por qué disculparse, señorita Kofman.

Sin prisa pero sin pausa, siguió el rastro de aquel hombre. Caminó despacio entre las estanterías hasta que por fin pudo observarlo, pero necesitaba verlo totalmente de frente. Quería asegurarse de que se trataba de la persona que buscaba. Tuvo que improvisar, de manera que tiró al suelo varios libros cuando el llamado Virtanen pasaba muy cerca de ella.

—¡Qué torpe! —exclamó en alemán lo suficientemente alto para que él la escuchara.

—Anna minun auttaa sinua8 —se ofreció el educado Virtanen, arrodillándose a recoger aquellos libros.

—Kiitos avusta9. Lo siento, no conozco bien su lengua. ¿Entiende mi inglés? —le preguntó en esa lengua.

Aquella estrategia funcionó.

—¿Es usted inglesa?

—No, alemana, pero por aquí el inglés se utiliza mucho, es lo que más se conoce. Gracias nuevamente.

—No hay de qué.

Los dos siguieron su camino. No tuvo duda, era la persona que le habían señalado. Se alegró mucho de aquel encuentro, porque tenía la sensación de que pronto su presa estaría en su punto de mira. Cuando observó que él había cogido un libro, marchó rápidamente a su mesa de trabajo, cogió su bolso, su abrigo y uno de los libros de consulta sobre fauna finlandesa y se dirigió rápidamente hacia el mostrador. La cuestión era llegar antes que él, y lo consiguió.

—Voy a estar unos días sin venir y quisiera llevarme este libro para estudiarlo más detenidamente.

—Sin problema, señorita Kofman.

El perseguido se encontraba ahora detrás de ella. Cuando terminó, dio las gracias a la bibliotecaria en finés y se marchó.

—Taimi, por favor, ¿sabes quién es la señorita que has atendido?

—Es una ornitóloga alemana que ha venido a estudiar nuestros cisnes, señor Virtanen.

—Muchas gracias, Taimi.

Y recogiendo su nuevo libro, se marchó.

El día estaba despejado, con una temperatura de -9 ºC y 30 centímetros de nieve, cosa muy normal para esas fechas y lugar. Con buen abrigo y coche apropiado, cualquier finlandés viajaba con toda normalidad; solo los inexpertos se movían con dificultad, y ese era el caso de Kofman.

Aleksi Virtanen abandonó el edificio, subió a su coche y marchó hacia su casa. Apenas había recorrido ochocientos metros cuando vio a una señora observando el motor de su coche. Bajó la ventanilla y le preguntó si necesitaba ayuda. Cuando se giró, pudo comprobar que se trataba de la joven que antes se cruzó en la biblioteca.

—¡Arvostan todella!10— contestó en un mal finés.

Al volverse, aquella mujer no pudo más que sorprenderse, haciendo un pequeño comentario en inglés.

—Está claro que hoy es usted mi ángel custodio.

—Déjeme que le ayude.

Aleksi miró aquel motor, tan simple como un encendedor. El coche, el más vendido en los dos últimos años en Finlandia, era tan simple como pequeño; apenas cabían dos personas.

—Este coche no es apropiado para estas condiciones climatológicas. Lo mejor es dejarlo y yo le acercaré a su casa. ¿Es suyo?

—No, alquilado.

—Pues le recomiendo que alquile un 4x4 si se quiere mover por estas tierras; de lo contrario, con la próxima nevada, y no tardará mucho, se quedará bloqueada, y si le ocurre lejos de alguna población, lo podría pasar mal.

—Creo que tiene razón. Le haré caso, llamaré a la agencia de alquiler para gestionar enseguida este problema.

—Me parece bien. Suba y le acerco a casa.

Kofman recogió de aquel Seat 600 sus pertenencias y se subió al potente Gaz-21, un coche ruso tan robusto como seguro.

—¿A dónde le llevo?

—Pues hace dos días que he alquilado una vivienda y no crea que lo tengo claro. Tenemos que cruzar el puente e ir en dirección sureste, ya le indicaré con tiempo por…

—Si me dice la dirección, quizá sea más rápido.

—Tiene razón. ¡Kaskentie, 25!

—No está muy lejos —le contestóAleksi poniendo el coche en marcha. Pasaron unos segundos de silencio, que pronto se rompieron.

—¿De turismo?

—Digamos que de turismo y trabajo.

—No está mal mezclar las dos cosas. ¿Sobre algo en especial?

—¿El trabajo?

—Simple curiosidad. No tiene por qué responder.

—Bueno, en realidad soy ornitóloga, viajo mucho, ahora quiero hacer un estudio sobre el Cygnus…

—¿El qué? —interrumpió Aleksi con sorpresa.

—El cisne cantor, al que ustedes llaman laulujontsen. Es aquí, en Finlandia, donde mejor lo puedo observar.

—Eso llevará su tiempo, ¿no?

—Pues sí. Y mucha labor de campo.

—Debe ser bonito y curioso.

—¿Le interesa?

—No, aunque reconozco que es interesante.Tengo otras ocupaciones, una muy parecida a la suya.

—¿Como cuál?

—La pintura —respondió él.

—¿Es usted pintor?

—No. Pinto sobre el natural, por mera satisfacción y disfrute personal.

—Bueno, no es tan diferente a lo que hago.

—Cierto, solo que mis pinceles son su prismático, y mi paisaje, su cisne cantor.

—La verdad es que sí, son aficiones que se complementan. Bueno, mejor diría actividades, ¿no le parece?

—Si ves cisnes, observas; si no los ves, pintas. Sí, creo que sí.

Kofman esbozó una pequeña sonrisa al tiempo que preguntó:

—¿A qué se dedica, señor Virtanen?

—No recuerdo haberle dicho mi nombre —exclamó Aleksi, sorprendido.

—Estaba detrás de usted cuando se lo escuché decir a la bibliotecaria. Pero si le ha molestado la pregunta…

—No, no, no, solo que me ha sorprendido. Me llamoAleksiVirtanen. Trabajo en el Museo de Arte —interrumpió.

—Solo quería dar conversación. ¡Creo que ya estamos llegando!

—Así es.

Cuando llegaron, la despedida no pudo ser más breve.

—Muchas gracias por todo, señor Virtanen.

—No hay de qué.

—Bueno, a lo mejor no nos vemos más. Cuídese.

—Lo mismo digo, aunque el destino tiene la última palabra.

—Eso es cierto —replicó Kofman.

Con un simple adiós, gesticulado con la mano mientras el coche se ponía en marcha, Kofman se fijó con cierto disimulo en la matrícula del coche del hombre que tenía el encargo de eliminar y la memorizó rápidamente: EFT-304. Cuando subió a la vivienda y cerró con llave, un suspiro de satisfacción escapó de su boca.

—¡El día no ha podido ser más provechoso! Ya te conozco y pronto sabré dónde tienes tu madriguera —se dijo, incluso para escucharlo ella misma.

Con toda parsimonia, despacio y abstraída en un pensamiento, fue al armario de la cocina, cogió un pequeño vaso y la botella de vodka; se sentó en una de las sillas del comedor y, sirviéndose, fue analizando los siguientes pasos a dar. Pero sobre todo cómo iba a eliminarlo, aparentando que fuera una venganza rusa, aunque era consciente de que primero tenía que descubrir dónde vivía, cosa que no le preocupaba mucho, ya que ahora tenía numerosos recursos para averiguarlo.

No tardó en hacerse amiga de Taimi, una de las trabajadoras de la biblioteca, una chica alegre y muy dinámica que cayó en las garras de Kofman cuando le invitó a pasar un fin de semana observando las aves y buscando zonas de asentamiento del cisne cantor. La joven tenía veintidós añitos mientras que Kofman la superaba en dieciséis. Sin embargo, eso no fue impedimento para que entre las dos se forjase poco a poco una amistad sincera. Incluso se permitían tener, en ocasiones, conversaciones de tipo personal.

—Kathleen, ¿cómo es posible que no estés casada con lo simpática y guapa que eres?

—Gracias, Taimi. Quizás es que no he encontrado a la persona apropiada.

—Puede ser, pero ¿ahora no hay nadie que te llame la atención? Y no me digas que no, porque sé cómo le miras cada vez que viene el señor Virtanen.

—¿Te has dado cuenta?

—¡Claro! Soy joven, pero no tonta.

—Es un señor maduro y no sé si está…

—¿Cómo que maduro? Si solo tiene cuarenta y ocho años. Hasta para mí resulta atractivo.Además, es un lobo solitario. ¿Sabes qué? Creo que le pasa lo mismo que a ti, que no ha encontrado la otra cara de la moneda.

—¿Tú crees?

—Y tanto. ¿Cómo es posible que, siendo tan inteligente, seas tan torpe en las cosas del amor? Tienes que dar tú el primer paso, porque creo que si esperas a que lo de él, lo llevas claro.

—¿Eso piensas? —le preguntó Kofman, haciéndose más tonta de lo que era.

—¡Claro! La próxima vez que le veas, le tiras el guante.

—¿Y si no lo recoge?

—Pues si no lo recoge, ¡le tiras el otro!

A finales de marzo, ciento veinte días después de haber llegado a Finlandia, Kathleen Kofman ya disponía de los datos y la dirección de Aleksi Virtanen, el famoso William Stowe, alias Kevin Sullivan, su presa. Sin embargo, para Aleksi, aquel encuentro en la biblioteca y la posterior avería de coche, al tiempo que agradable, le resultaba extraño. Estaba viviendo los últimos meses con cierta precaución. Es cierto que estaba en un país seguro resguardado de cualquier sospecha, que ya era ciudadano finlandés, con un buen trabajo y que había rehecho su vida, pero tenía un pasado. Había vivido y participado en sucesos que levantaban todo tipo de ampollas, y ese condicionante era muy difícil de olvidar. Además, estaban las muertes, que él consideraba asesinatos, de numerosos testigos que conocía y que estaban desapareciendo por el caso Kennedy, motivo por el que no tardó en poner tierra de por medio. Y, por si eso fuera poco, tenía que añadir el aviso de su amigo Scott. Así que optó por tomar precauciones. Debía indagar quién era la tal Kofman, y para ello tendría que pedir ayuda a sus amigos. Desde que ocurrió la desaparición de Sassa, casi no visitaba a su hijo, que vivía en casa de su cuñado. Lo tenían hablado, especialmente Aleksi, que no quería exponerlos ni que le relacionaran con él, al menos hasta que todo su problema se resolviera, pero tenía que hablar con Heikki. Después de preguntar por su hijo y por el resto de la familia, entablaron una corta, pero interesante conversación.

—Los rusos se han puesto en contacto de nuevo.

—Ya les dijimos que tiene que pasar tiempo. Con lo que nos ha ocurrido, al menos a mí, quiero retrasarlo.

—Lo sé, lo sé, pero tenemos que decirles algo, alguna fecha. Ellos también están dispuestos a ayudarte —añadió Heikki.

—Bien, diles que cuando se descubra a mi verdugo y se elimine, lo haremos. Estoy dispuesto a ser el cebo para atraerlo y descubrirlo, si así lo consideran. Por eso quiero que se investigue lo de esa mujer.

—¿Qué tiene de extraño que te hayas tropezado, casualmente, con una ornitóloga? ¿Qué es lo que te hace sospechar? —preguntó su amigo Heikki.

—No sé, pero mi instinto me dice que hay algo extraño. No me cuadra. Es todo tan perfecto…

—Bueno, no te preocupes. Haremos nuestras investigaciones, pero creo que tienes que relajarte. ¿Por qué no vienes a casa una temporada? Así pintarías, escribirías y daríamos nuestros paseos, hasta podríamos ir de caza, ¿qué te parece? Y estarías con tu hijo.

—No te diría que no. Gracias por todo, Heikki. Dales un beso muy fuerte a todos.

Después de aquella conversación, Aleksi recordó cómo conoció a sus amigos finlandeses.

A finales de 1969 recibió una carta de mi amigo Scott. Por su contenido y por ser la primera vez que contactaba con él, después de haberse fugado, comprendí el alcance de la misma, aunque más que carta era un aviso, o mejor, una despedida, que me había llegado por la vía que él solo conocía. Decía lo siguiente:

LI.0. Como ya te había comentado, ahora estoy fuera de La Compañía. He montado una agencia de investigación en México, donde siempre tendrás un puesto, pero deduzco que has elegido otro camino y espero que todo marche bien. Todas las agencias están patas arriba. Desde hace meses se está haciendo limpieza. Las operaciones húmedas ya han empezado.

Ya hemos hablado muchas veces de estas conductas de limpieza. Las cuestiones de seguridad nacional tienen ahora prioridad con «RN11»; se está tomando el camino recto, sin atajos. Se eliminan huellas y se retira a los que estorban. Recuerda a tu amiga Dorothy.Avisa a tus amigos; los que han tenido relación directa puede que tengan problemas. Hasta yo estoy en la cuerda floja. Uno de los que más me señala y me cuestiona es Charles William Thomas. Cuando leas esta nota, destrúyela; por mi parte, he destruido todo lo referente a tu expediente. He sabido que La Compañía ha comenzado con la operación limpieza. No te fíes de ellos. Si lo necesitas, véndele información a Hoover, es el único que te podría proteger.Ya sabes que esto se suele hacer encargando la negociación a un tercero; si no es así, aléjate a un lugar seguro.

Te confirmo que estás en lista negra. Te dije que intentaría saber más del verdugo. Es un holandés; le llaman Tulipán.

Orgulloso de tu amistad. Un abrazo.

WMS.

No había duda, había llegado el momento de poner tierra por delante. Lo primero que hice fue hacer acopio de todas sus notas, apuntes y expedientes que tenía en mi despacho de Nueva York; los guardé en tres cajas bien precintadas y las trasladé a un trastero que tenía alquilado en la City, en Queen, junto con otros efectos personales. No quise moverlos a Nueva Orleans, por si ya estaban observándome. Luego me marché al aeropuerto. Tenía que hacer gestiones desde allí.

Hacía tiempo que Scott me había dado, para cuando ocurriese alguna emergencia, y este era el caso, tres teléfonos correspondientes a los tres hombres que darían la vida por él. Uno de ellos era Jalo, su hombre de Finlandia. Lo medité antes de decidirme, porque pasar aquel Rubicón suponía romper con mi pasado y comenzar una nueva vida con una nueva personalidad. Sin duda, opté por aquel hombre, porque ya lo conocía, mientras que los otros dos me eran desconocidos. La clave para contactar era llamar por teléfono tres veces y colgar; luego dos veces y de nuevo colgar, y a la última llamada estar a la espera; entonces responderían. Así que marché al Aeropuerto Internacional de Idlewild, en Queens, y desde allí hice las llamadas internacionales al mismo número. Después de realizar aquel protocolo de seguridad, contestaron.

—Dígame —contestaron al otro lado.

—¿El señor Jalo?

—¿Quién le llama?

—Un amigo de Scott.

—Jalo murió hace diez meses. Soy su hija.

Me quedé sin habla por unos momentos, pero cuando iba a colgar escuché:

—¿Necesita ayuda?

—Sí, pero tengo que hablar personalmente.

—El lunes próximo a las 10:00 horas. ¿Le parece bien?

—OK.

—Ya conoce el lugar. Esté de pie, leyendo el periódico Helsingin Sanomat de ese día.

—Gracias.

Casi no me dio tiempo de escuchar lo último que dijo, porque colgó muy rápido. Desde el mismo aeropuerto compré un billete para Helsinki con escala en Londres para el jueves 18 de diciembre de ese año. La vuelta, una semana después. Ocupé esos cuatro días de espera hasta coger el vuelo en repasar las pertenencias que tenía que destruir, recopilar y guardar, sobre todo los archivos de Nueva Orleans, que tenía con documentos de Dorothy. Di órdenes a mi amigo James Alcock para que empaquetase todo lo suyo y de Dorothy. Luego escribí una carta a mi socio Ed Mantle, para entregársela cuando llegara el momento con todo tipo de explicaciones y favores. Llegado el jueves, tomé el vuelo a las 19:30 con la Pan Am y llegué a Helsinki un día después a las 14:10 hora local. Me hospedé en el mismo lugar que la primera vez que visité la ciudad, en el Radisson Blu Plaza Hotel. De eso hacía ya algunos años. El lunes 22 compré el periódico indicado y me dirigí al lugar de la cita. No había cambiado en nada la ciudad; la encontré tal como la dejé, con ese manto blanco que al pisar escuchas el ruido de la nieve aprisionada bajo tus pies, incitando a pasear por el mero placer de sentir la naturaleza fría y helada en tu rostro. Fui dando un pequeño rodeo hasta llegar al lugar de encuentro: la fuente Havis Amanda. No llevaba ni un minuto con el periódico abierto, como leyendo, cuando escuché mi nombre.

—¿Señor Sullivan?

Plegué el periódico y presté atención a la persona que tenía enfrente. Era un rostro como de un ángel, pelo rubio y ojos claros.

—¡El mismo! —contesté.

—Paseemos, por favor. ¿En qué podemos ayudarle?

Le expliqué brevemente el problema que tenía y que, según mi criterio, podría ser el más difícil de resolver conforme pasara el tiempo, atendiendo a lo que le había avisado al señor Scott. La joven me escuchó sin interrumpirme. Luego comenzó a ofrecerme ciertas sugerencias y ruegos a los que no tuve nada que objetar.

—El primer problema que tenemos es el idioma, aunque eso se puede salvar. Esto es lo que haremos.Antes de volver a casa le daré una dirección de uno de nuestros hombres en Nueva York; con él aprenderá finés, y le pido que se aplique y haga el máximo esfuerzo por aprenderlo; de ello depende su vida. Será con él, solamente, con quien tratará este asunto. Una pregunta: ¿de cuánto dinero estamos hablando que debe sacar?

—Lo tengo en efectivo en una caja de seguridad. Cerca de 300000 dólares.

—Eso es mucho.

—Son los ahorros por los esfuerzos de mi trabajo.

—No digo que no se los merezca. Lo comentaba por cómo pasarlo sin levantar sospecha.

Hubo unos minutos de silencio.

—¿Se fía de nosotros, señor Sullivan?

—Por eso estoy aquí.

—¡Bien! Cada vez que tenga un encuentro con nuestro hombre, usted le entregará 25000 dólares en un paquete bien cerrado. Buscaremos una nueva identidad y abriremos con ese nombre una cuenta en el Banco de Finlandia, donde iremos depositando cada uno de los importes que recibamos.Así, solo usted los podrá retirar cuando ya sea ciudadano finlandés. Cuídese de tener suficiente efectivo para poder moverse hasta entonces.

—¿Cuándo prevén que esto ocurra? —pregunté.

—Dentro de un año, a no ser que todo se precipite; en ese caso, ya resolveremos.

—De acuerdo.

—Ahora está la otra cuestión, la más importante: por precaución, necesitaría un lugar en Finlandia, una casa aislada, cerca de la frontera rusa. Cuando pase un cierto tiempo, podríamos buscar residencia en Helsinki u otro lugar. ¿Qué le parece?

—Lo que usted diga, señorita.

—Llámeme Inkeri. Piense en su alias, que utilizaremos a partir de mañana.

—¿Por qué mañana?

—Mañana nos trasladaremos a Karelia y buscaremos una casa que se acomode a sus preferencias. Le recogeré a las 11:00 horas, estaremos unos tres días ocupados. Así conocerá mejor el país que le va a acoger. ¿Está casado?

—No. Estoy solo. No llevo ninguna mochila.

—Eso lo hace todo más fácil. ¡Que descanse!

Aquella preciosa mujer se marchó alejándose con paso ligero, dejándome con un montón de preguntas y dudas que tenía en mente. Segundos después, volví al hotel. Haber escuchado ese plan con tanta seguridad me tranquilizó, aunque, por otra parte, no dejaba de pensar en los paquetes que debía entregar al profesor de finés.

—¿Qué otra solución tienes, Stowe? —me pregunté.

Al día siguiente Inkeri me recogió con su coche.

—¿Está preparado?

—Lo estoy.

—Nos esperan en un lugar que creemos que reúne todas las condiciones que buscamos. Si no es así, subiremos hasta Joensuu, e incluso hasta Kajaani. No hay prisa ni tenemos que precipitarnos, máxime cuando el lugar que elija podría ser para el resto de su vida. ¿Le parece bien?

—OK.

—¿Ha pensado su apodo?

—¿Sibelius?

—Simple pero bonito. Me gusta —afirmó Inkeri.

—¿Lo cree acertado?

—Es acertado. Hasta que tenga su carta de ciudadano finés, solo utilizaremos este nombre.

—OK.

—Mi primer consejo es que evite pronunciar «OK», eso delata mucho. Intente decir una expresión más nuestra como «mukaan», que es como decir «conforme», pero sin abusar.

—OK. Perdón, mukaan.

Después de un momento en silencio, Sibelius inició una conversación.

—Siento lo de su padre.

—Sí, ha sido un duro golpe. Todos sentimos su pérdida, pero la vida continúa. Y esto que estamos haciendo por usted es lo que él hubiera hecho para ayudarle.

—¿Sigue con actividad su red?

—Prácticamente está dormida. Nos activamos según sea la importancia de la persona.

—No creía que fuese tan importante.

—Usted no, esto se hace por el señor Scott.

Después de bastante tiempo en silencio y recorridos unos cien kilómetros, Inkeri comenzó a hablar en un tono más personal.

—¿Por qué no se ha casado?

—No he tenido mucho éxito con las mujeres.

—¿Por alguna circunstancia especial?

—Quizá sea mi actividad la que no me ha permitido echar raíces, no sé…

—Usted es aún muy joven. Ahora, en su nueva vida, seguro que tendrá la oportunidad que espera.

—La verdad es que no sé si tengo tiempo ya para eso.

—¿Qué edad tiene?

—Cuarenta y cuatro; aunque bien pensado, tal vez puedo tener alguna oportunidad.

—Me parecía más mayor. En cuanto a sus posibilidades de conquistador, creo que las tiene todas, confíe en mí. Bueno, dejemos esta cuestión; ahora escúcheme con atención. A donde vamos nos espera una pareja que nos acompañará; veremos dos lugares muy próximos a la frontera rusa. Ellos serán los que pregunten y serán los interesados en la compra. Usted péguese a mí, y si le gusta algo que veamos, hágamelo saber.

—OK.

—¡Sibelius! Ese OK… —le recriminó.

—¡Perdón!

No tardaron mucho en llegar a Hamina, una ciudad con puerto al Báltico. Inkeri se dirigió al ayuntamiento, en cuya plaza les esperaba una pareja. Hechas las presentaciones, se marcharon a comer. Después reanudaron la marcha hacia Imatra, que estaba en Karelia del Sur. Los nuevos acompañantes, Heikki y Seija, no tuvieron ningún problema de comunicación.Ambos hablaban perfectamente inglés, lo que hizo el resto del viaje mucho más cómodo.

—Me gustaría visitar Norteamérica, ver Washington, Nueva York, Los Ángeles… Debe ser maravilloso —comentó Heikki.

—Bueno, no sería tan difícil. Podría volver conmigo si no le ata nada aquí. Podría estar el tiempo que quisiera.

Cuando acabó de soltar tal sugerencia, las dos mujeres permanecieron calladas durante unos momentos, no parecía haberles hecho gracia aquella propuesta.

—Perdonen si he dicho algo que les pudiera molestar. No era esa mi intención.

—No, no es su culpa, ha sido Heikki quien se ha precipitado. No puede ir a Norteamérica, al menos ahora. Su mujer está embarazada y debe permanecer aquí.

—¿Su mujer? —preguntó Sibelius.

—Sí, su mujer; que soy yo —contestó toda orgullosa Seija.

—Heikki es mi hermano, y aunque todos sabemos que su sueño es visitar Estados Unidos, tiene que quedarse aquí, esperando a que su mujer tenga el bebé —aclaró Inkeri.

Tras unos momentos de silencio, se escuchó:

—¡Sassa! Tal vez no sea una mala idea. Yo puedo esperar hasta que vuelva. Ya sabes que nunca estaré sola, mi madre estará encantada de hacerme compañía. ¿Qué dices? —dijo con esperanza Seija, a quien hasta ahora se hacía llamar Inkeri.

Todos se dieron cuenta del error que había cometido Seija al llamar a Inkeri por su verdadero nombre. Hasta Sibelius se percató de ello.

—Os he comentado muchas veces que lo más importante es no llamarnos por nuestro verdadero nombre cuando estamos involucrados en este tipo de trabajo entre personas desconocidas. La suerte que hemos tenido es que Sibelius es de total confianza. Con otra persona, lo ocurrido hubiera sido suficiente como para eliminar testigos. ¡Que no vuelva a ocurrir, Seija!

—Bueno, tampoco ha sido tan grande el error cometido, yo no me había percatado de ello —mintió con toda intención Sibelius para salvar a la joven.

Stowe se sorprendió al escuchar aquel nombre nuevo, de modo que se volvió a ella y, con cierta malicia, comentó con una sonrisa:

—Eso, ¿qué opina, Sassa? Mi aprendizaje será más rápido teniendo la compañía de Heikki; seré un buen anfitrión.Además, para él será el sueño de su vida. Y todo el mundo sabe que nos movemos, nos motivamos y vivimos gracias a nuestros sueños.

—Tendría que pensarlo. Dejemos ahora esa cuestión y centrémonos en lo que nos ha traído hasta aquí: la búsqueda de un nuevo hogar para un hombre que lo necesita. ¿No le parece?

Así termino aquella conversación. Cuando llegamos a nuestro primer destino, Imatra, la luz ya había desaparecido y tuvimos que hacer noche en un pequeño hotel de la ciudad. Tomamos algo ligero y caliente y nos marchamos pronto a descansar. Cuando nos despedimos, Seija me dio un beso en la mejilla, al tiempo que me daba las gracias en voz baja por haberla salvado de aquel error.

El día siguiente se presentaba bastante movidito. Sin embargo, cuando subí a mi habitación, no me resultó tan fácil conciliar el sueño. Entonces recordé lo que desde Hamina a Imatra hablamos Inkeri y yo, mejor dicho, Sassa y yo.

—¿Qué significa «Sassa»?

—Es un diminutivo de Alejandra. Mi madre era sueca.

—¿Y cómo quiere que la llame?

—A estas alturas, como más le guste.

—Me gustaría que me tuteases, simplemente porque me siento más cómodo. En cuanto a mí respecta, el nombre de Sassa me gusta más. Es precioso y suena más dulce que Inkeri.

—Me parece bien —respondió Sassa con una leve sonrisa.

—¿Falta mucho para llegar?

—Un poco… Con referencia a lo que hemos estado hablando sobre que mi hermano te acompañe, no podría ser, a menos que se tomen todo tipo de precauciones. Creo que, si es cierto lo del señor Scott, y no tengo la menor duda, ¿quién dice que no tengas problemas en cuanto llegues o a los pocos días? Podrían estar a la caza.

—¿Tan pronto?

—¿Por qué no?

Hubo momentos de silencio antes de continuar con la conversación.

—Si fuese así, sería arriesgado ir —contesté.

—¿Tienen registrado el nombre que lleva el pasaporte que utilizas?

—Más que registrado.

—Pues entonces tenemos problemas. Hay que cambiar el plan previsto. Se requiere otro que deje atrás cualquier rastro de tu persona. Hablaremos de ello más tarde. Hay que estudiarlo bien y tomar la delantera.

Me llamó la atención la seguridad con la que reflexionaba y anticipaba cambios en los planes. Era como si ella dirigiese toda la red de su padre. Quizás, ¿por qué no?

—Esto debe de ser precioso en verano.

—En primavera y verano no hay otro igual. Estarás en plena naturaleza y vivirás al ritmo que ella te marque. Ningún extranjero se ha arrepentido de haber echado raíces en esta tierra.

—Espero que así sea.

No pude recordar más sobre aquella conversación, porque el sueño se presentó casi sin aviso...

De pronto, escuché las palabras de un hombre desconocido:

—A nadie le sorprende oír la frase de que Finlandia es única, y menos a un finlandés. Los fuertes contrastes que provocan las estaciones son la principal causa para afirmar que ese dicho es cierto. En Finlandia, gran parte del año la tierra está cubierta de hielo y nieve, pero con las estaciones el paisaje cambia y con él también sus gentes.

Aquellas palabras le provocaron una sensación de omnipresencia. Sin saber cómo, se encontró sentado en un teatro. Frente a él, en escena, sobre una decoración de interior apenas iluminada, uno de los actores comenzó a hablar con palabras solemnes, ensalzando las ventajas de su maravillosa tierra al tiempo que una mujer respondía a modo de arenga.

—Todos saben que la primavera por estas tierras pasa de puntillas y es en verano cuando la actividad bulle. Es cuando los finlandeses se comportan como hormigas, utilizando esa estación para realizar todo tipo de actividad; salen a la calle y se aprovechan de cualquier acontecimiento para relacionarse y hablar después de mucho tiempo casi aislados por la nieve y el frío.

Se hizo la oscuridad.Apenas una luz entraba por una pequeña ventana que iluminaba al actor principal, el protagonista de la obra. Con pasos pausados pero seguros, y con una calavera entre sus manos, recitaba:

«¡Ser o no ser, esa es la cuestión!

¿Qué debe más dignamente optar el alma noble entre sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas y, afrontándolo, desaparecer con ellas?

Morir, dormir, no despertar más nunca, poder decir todo acabó en un sueño; sepultar para siempre los dolores del corazón, los mil y mil quebrantos que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara concluir así! ¡Morir… quedar dormidos… Dormir… tal vez soñar!

¡Ay! Allí hay algo que detiene al mejor. Cuando del mundo no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños vendrán en ese sueño de la muerte! Eso es, eso es lo que hace el infortunio planta de larga vida.

¿Quién querría sufrir del tiempo el implacable azote, del fuerte la injusticia, del soberbio el áspero desdén, las amarguras del amor despreciado, las demoras de la ley, del empleado la insolencia, la hostilidad que los mezquinos juran al mérito pacífico, pudiendo de tanto mal librarse él mismo, alzando una punta de acero? ¿Quién querría seguir cargando en la cansada vida su fardo abrumador?

Pero hay espanto allá, al otro lado de la tumba. La muerte, aquel país que todavía está por descubrirse, país de cuya lóbrega frontera ningún viajero regresó, perturba la voluntad, y a todos nos decide a soportar los males que sabemos más bien que ir a buscar lo que ignoramos.

Así, ¡oh, conciencia!, de nosotros todos haces unos cobardes, y la ardiente resolución original decae al pálido mirar del pensamiento. Así también enérgicas empresas, de trascendencia inmensa, a esa mirada torcieron rumbo, y sin acción murieron —[silencio]—».

Poco a poco, ese personaje se fue transformando en un hombre actual, su rostro fue cambiando y su calavera se convirtió en una esfera terrestre. William Stowe se vio a sí mismo. Podía verse como un espectador más, podía saber lo que estaba pensando y podía ver cómo la decoración cambiaba. Y en esa transformación leyó su pensamiento.

Fue tal la intensidad y el realismo vivido en ese sueño que me incorporé bruscamente sobre la cama.Tuve que levantarme para mojarme la cara y sentir que aún estaba vivo. Luego miré tras la ventana; estaba nevando. ¿Qué otra cosa podría ocurrir en Finlandia en diciembre? La abrí y extendí el brazo, quería sentir cómo los copos de nieve se posaban acariciando mi mano. Luego, sin saber por qué, dije:

—¡No me abandones!

¿A quién iba dirigida esa petición? Ni yo mismo lo sé; quizás a la nueva tierra que me había acogido, a la esperanza de una nueva vida, a la naturaleza que ya me saludaba o al Creador de todo aquello.

A la mañana siguiente, teníamos que ver tres propiedades en venta en Imatra, en la región de Karelia del Sur. Una ciudad tranquila a las puertas de uno de los países más poderosos de la tierra: la Unión Soviética.Vimos las tres. Yo ya lo había decidido, no necesitaba ver más, y así se lo hice saber a los compañeros. El lugar era un terreno de unos 5850 m², con una casa de madera de 110 m² que aún se conservaba bien, situado en la avenida Kuparintie. El precio era asumible, 138325 dólares, de manera que la búsqueda, por lo que a mí respectaba, había acabado aquel mismo día. Así pues, decidimos volver a Helsinki.

Esa misma noche cenamos juntos para celebrarlo y, por supuesto, invité yo. Se habló de todo. Recuerdo que un sentimiento de fidelidad y sinceridad nos envolvió aquella noche; todos confesaron su identidad y su pasado, incluyéndome a mí como por la familia de Jalo. Era Nochebuena y todos los corazones se abrieron.

Cuatro días después, Sassa me explicó su nuevo plan. Era un poco complejo y difícil de ejecutar, pero se jugaba con el factor sorpresa y el de la anticipación, y eso era una gran ventaja. Tuve que cambiar el billete de vuelta y retrasarlo hasta el sábado 3 de enero. Ni que decir tiene que recibí en compañía de la familia de Jalo el nuevo año. Aquel ambiente y atmósfera familiar me insuflaron nueva energía y esperanza por mi nueva vida.

Tal como se había previsto, regresé a casa, a Nueva York. Solo que esa vez, en el pasaje de aquel vuelo iban también, separados de forma deliberada, Heikki y Sassa, los hijos de Jalo.

Y así comenzó el plan de retirada. Lo primero que hice al aterrizar fue llamar al segundo de La Oficina para mantener una entrevista urgente y darle información personalmente, dada la importancia de esta. Quería anticiparme y poner una bomba en la línea de flotación del FBI para que apretase las tuercas a la Agencia Central de Inteligencia.

El miércoles 7 de enero, cuatro días después de su llegada, a las 10:00 horas y con un plan más que premeditado, me entrevisté en Washington con el subdirector del FBI, Clyde Tolson.

—Me alegro de volver a verle, señor Sullivan. ¿Noticias importantes?

—Más que importantes.

—¡Estoy impaciente!

—Todo ha resultado un poco rocambolesco.

—Cuénteme.

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8 Déjeme que le ayude.

9 Gracias por la ayuda.

10 Agradezco mucho (traducido literalmente).

11 Richard Nixon.

Emboscada en Dallas

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