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Prólogo

La lectura de la historia que nos cuenta en esta novela realista Pedro Sánchez Jacomet va a resultar familiar o, al menos, muy cercana para mucha gente de su generación (que es la mía), pero también interesará a todas aquellas personas que tengan una sana curiosidad por sumergirse en el ambiente social, político y laboral de la España de la segunda mitad del siglo XX y de los primeros años del nuevo siglo. Además, por supuesto, de que gustará a quienes aprecien la buena literatura, sin más pero sin menos.

En efecto, a medida que nos adentramos en la trayectoria vital del protagonista, Vicente Blanch, el Larguirucho, vamos (re)conociendo cuáles eran el tipo de educación y el clima de represión política, cultural y sexual que se vivía en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo y, ya en el tardofranquismo, los cambios en las relaciones entre chicas y chicos, pero también el proceso de politización que se daba en la Universidad de Madrid, lugar en el que coincide Blanch con activistas como Alfredo Pérez Rubalcaba estudiando la carrera de Químicas.

Más tarde, acontecimientos como la matanza de Atocha de enero de 1977 o el golpe de estado del 23F de 1981 son algunos de los hitos de la mitificada Transición que aparecen en esta narración, sin olvidar las experiencias que atraviesa el protagonista en su vida personal, familiar y también profesional, especialmente tensa esta última y muy afectada por episodios como la tragedia de la catástrofe de la presa de Tous. Un recorrido que comparte en su adolescencia y, tras un paréntesis, con su amigo, Joaquín Nebreda, al que tratará de ayudar a salir de su profunda depresión hasta el último momento de su vida.

Con todo, es la relación que mantiene con sus abuelos, por un lado, y con su padre y su madre, por otro, de ideas políticas muy distintas y enfrentadas, la que preside su entrada en la edad adulta, su posterior evolución y, sobre todo, su constante percepción de que desde Madrid no se entiende lo que es sentirse catalán. Porque ésa es una de las principales claves de esta novela en la que el protagonista, citando a Amin Maalouf en Identidades asesinas, se pregunta: “¿Por qué la supremacía de una sola identidad frente a todas las demás?”. Sus dificultades para asumir la doble condición de catalán y español se reflejan en que, como cuenta el autor, “tratar el tema de Cataluña y que al Larguirucho le sudaran las manos era todo uno. Se ponía en tensión”. Así le ocurrió también ante las reacciones con las que se encontró cuando quiso poner a su hijo el nombre de Jordi. Y en medio de tensiones recurrentes seguirá transcurriendo la existencia de Blanch a lo largo de toda la obra, preguntándose muchas veces sobre su pertenencia a Cataluña o a España para acabar reconociéndose, como también concluye Maalouf a propósito de tantos conflictos, en “la pertenencia que es más atacada”.

No faltan tampoco menciones a otros momentos históricos que, aun no habiéndolos vivido el protagonista, como la revuelta catalana de 1714 o el asesinato de Lluís Companys por las tropas franquistas tras un simulacro de juicio, merecen su especial atención por el simbolismo que tienen en su aprendizaje de la historia y la recuperación de la memoria colectiva. Blanch acabará identificándose con estas palabras del ex president de la Generalitat: “Todas las causas justas tienen sus defensores, en cambio, Cataluña sólo nos tiene a nosotros”…los catalanes. Una sensación de falta de solidaridad, dirigiéndose a Europa, que el protagonista considera que sigue existiendo hoy.

Así que solo me queda recomendar sinceramente que se lea esta obra porque, además de ser una buena novela, nos ayuda a volver nuestra mirada a nuestra historia contemporánea y a la más reciente hasta llegar a las vísperas de los tiempos turbulentos que estamos viviendo. Y lo hace con esa voluntad de recordarla sin desfallecer ante los obstáculos que abruman al protagonista, siempre, creo deducir, con voluntad de afrontar mejor el futuro.

En su Nota final el autor nos dice que “el Larguirucho y Nebreda son personajes que no han muerto. Han vivido muchas aventuras y viajado en pasajes diversos por los rieles de la existencia. Estos dos amigos quizá estarían dispuestos a contar más episodios de su periplo si los sufridos lectores disfrutan con esta primera entrega. Espero que seáis vosotros, mis queridos lectores, los que digáis si de verdad merece la pena”. Por mi parte, al menos, sí contestaría que merecería la alegría, y no la pena, poder leer más episodios de estos dos amigos.

Jaime Pastor

El tren del páramo

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