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Prólogo

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El lector se encuentra ante un libro que, estoy seguro, removerá muy profundamente criterios, actitudes e incluso sentimientos ante la vida y, muy especialmente, ante la manera de vivir la fe. Poco a poco y sin darnos cuenta, la mayoría de creyentes tenemos tendencia a ir sobrecargándonos de pesos que nos impiden sentir la fe como un regalo para nuestras vidas, cuando en realidad no es otra cosa que un don precioso y gratuito.

A lo largo de mi dilatada experiencia de vida de Iglesia, y más concretamente en el ejercicio de responsabilidades durante tres décadas como miembro de la Comisión Permanente de la Iglesia Evangélica Española, he ido acumulando el sentimiento de que a mayor trabajo, dedicación y compromiso, más se diluía en medio de las ocupaciones cotidianas el vivir la fe con alegría y el sentir el gozo que debiera ser inherente a todo creyente. Y en momentos de reflexión me ha asaltado más de una vez la contradicción de sentir que, alrededor de lo que es el eje de tu vida, del cual hablas y predicas continuamente, se ha ido levantando con el tiempo una sutil barrera que impide cada vez con mayor intensidad acercarse a la vivencia más genuina de la fe, que no es otra que seguir el camino de Jesús.

Debo reconocer que la reflexión de Pedro Zamora me ha ayudado, y mucho, a identificar las razones de esta barrera, de qué está formada y cuál es su esencia. En mi caso particular, está vinculada a un hecho fundamental: la vivencia como dirigente de Iglesia que va acumulando experiencias de conflictos y dificultades de todo tipo (humanas, pastorales, económicas), que absorben, y no poco, las horas, las fuerzas y los recursos de los que uno dispone, robando un tiempo precioso para poder vivir con pausa, de forma serena. En consecuencia, los espacios de meditación y reflexión se ven gravemente comprometidos, ya que ¡estamos hablando del motor, de la esencia de la que se debe nutrir todo cristiano!

La propuesta del autor es de una originalidad extrema, presentándonos como argumento central del texto la vida de un hombre con dos identidades claramente diferenciadas, un hombre que ha vivido dos vidas: la primera, llena de poder, de proyectos, de grandes obras que le permitieron situarse en el zenit, viviendo el máximo esplendor de los hombres de su época; la segunda, la de un hombre al que solo le queda la palabra como único y último valor, por lo que vive como un predicador que dedica el resto de su existencia a reflexionar sobre la vida y el verdadero sentido de esta. El nexo entre estas dos vidas es la característica esencial del personaje y el motivo por el cual es conocido en la historia relatada en el Antiguo Testamento: se trata de «la sabiduría». Es fácil, pues, identificar al personaje: se trata del rey Salomón.

Las reflexiones del Predicador del que nos habla el libro son el núcleo desde el que Pedro Zamora elabora su aportación fundamental, en la que el lector puede sentirse fuertemente interpelado a la búsqueda de una vida y una fe mucho más sencilla, y a renunciar a la multitud de hechos que hacen que vivamos una vida llena de complejidades, que solo constituyen un obstáculo que impide vivir la «vida verdadera».

Este hombre, que es uno de los mayores paradigmas en la historia humana de poder y de sabiduría, y que ha destinado una parte muy importante de su vida a «hacer», a «construir», a querer dejar algo perenne para la posteridad, reflexiona, a veces amargamente, sobre la vanidad y la vacuidad de todo lo hecho, y descubre de manera profundamente lúcida que lo único que da sentido a la existencia humana son los «otros»; son los demás quienes dan valor a nuestra vida, y tan solo queda de todo hombre el impacto y el recuerdo que ha dejado en los otros hombres.

Todo este entramado tiene un broche de oro en la referencia en el último capítulo al Predicador de predicadores: Jesús mismo. Él es la encarnación de la vida sencilla, un camino de sacrificio en el que sufre, una y otra vez, la tentación externa de abandonarla, al principio de su ministerio por el tentador, y durante sus tres años de peregrinaje también por sus discípulos. Pero él sigue su camino de la cruz en la confianza y obediencia al Padre, para ofrecer a los suyos, a los que quieran seguirle, una vida completa con un modo de vivirla; por eso, como diría el evangelista Juan de un modo más teológico, Jesús se convierte en «el camino, la verdad y la vida».

El autor ha invitado como compañeros de viaje a dos teólogos un tanto desconocidos en el entorno español, o, para decirlo mejor, no muy renombrados. Se trata de Charles Wagner (francés) y de Adolf von Harnack (alemán). El lector comprobará que es un gran acierto, ya que la profundidad de pensamiento y el modo en que alumbran con sus reflexiones, efectuadas a principios del siglo pasado, la reflexión central de Pedro Zamora son de una alta eficacia, reforzando la línea argumental de todo el libro, constituyendo contrapuntos e ilustraciones de una gran vigencia en el momento actual.

El reto de vivir una vida de fe mucho más auténtica, desprovista de artificios, percibirla como un regalo de Dios que nos llevará, indefectiblemente, a vivirla con gozo y que ella sea una celebración permanente en la que no tengan cabida piedades calculadas o instrumentales, es el verdadero reto al que nos enfrenta La fe sencilla.

Finalmente, me gustaría señalar la «oportunidad» del libro en este difícil tiempo que nos ha tocado vivir, en este principio de siglo en el que una feroz crisis económica nos invade. No se trata de una más. Es ya evidente para muchos que estamos ante una nueva era, ante un cambio «sistémico», que está comportando, y lo hará mucho más en el futuro, un cambio sustancial de los ritmos de vida. Será necesario un cambio en profundidad del orden de valores que ha prevalecido en la segunda mitad del siglo XX, una renuncia a una vida llena de cosas por una vida llena de valores; será necesario volver a una vida mucho más espiritual y centrada en dar preeminencia a la cooperación entre los hombres, a la búsqueda del prójimo como lugar de encuentro y realización, a volver la vista a la naturaleza y a sus leyes, al respeto, en suma, a la creación de Dios. Son los caminos que debemos empezar a andar, y esto se resume afirmando que es preciso renunciar a las complejidades de las que nos hemos rodeado y buscar, como única salida, vivir una vida mucho más sencilla en la que el gozo no será ni el consumo ni el poseer grandes cosas, sino el compartir y dar tiempo para que la pausa entre en nuestras vidas. También en este sentido, La fe sencilla es una gran e inestimable aportación que viene a darnos luz en un tiempo difícil y de cambio; una contribución más dentro de este gran anhelo de los hombres de hoy: la creencia de que «otro mundo es posible», por lo que poco a poco lo vamos construyendo, quizá no con la rapidez que desearíamos, en la fe y la esperanza.


Mira la obra de Dios: ¿quién podrá enderezar lo que él torció?

En el día del bien goza del bien, y en el día de la adversidad, reflexiona (Ecle 7,13).


JOEL CORTÈS,

presidente de la Comisión Permanente

de la Iglesia Evangélica Española

y de la Fundación Federico Fliedner,

Sant Cugat del Vallès, 4 de abril de 2011

La fe sencilla

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