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Los francos

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El papa buscó en el noroeste un protector alternativo: los francos. Al igual que muchos de los pueblos de la Europa occidental posrromana, los francos eran una confederación de tribus. En su caso, provenían del noroeste de Alemania, de la región del Weser-Rin conocida en aquella época como Austrasia y, más tarde, con el nombre genérico de Franconia. Al contrario que sus vecinos del sur, los alamanes de Suabia, los francos asimilaron mucho de Roma a medida que se expandieron hacia el oeste y se adentraron en la Galia a partir de 250.7 Hacia el año 500, acaudillados por el gran guerrero Clodoveo, controlaban toda la Galia. Este unificó todas las tribus francas y fue proclamado rey. Clodoveo recibió bautismo de la Iglesia de Roma, en lugar de hacerse arriano, como era habitual entre los germanos; sus sucesores cooperaron con los misioneros papales, en particular con las actividades de san Bonifacio en los confines orientales y septentrionales de su reino.

Es probable que esos factores influyeran en la decisión del papa, si bien también fue importante la extensión y proximidad del reino franco. En torno a 750, este se extendía más allá de la Galia y del noroeste de Alemania hasta incluir Suabia y –algo crucial– Borgoña, que abarcaba el oeste de Suiza y el sudeste de la actual Francia, por lo que controlaba el acceso a Lombardía a través de los Alpes. Estos enormes territorios, conocidos como Francia, eran regidos por los merovingios, descendientes de Clodoveo. Los merovingios, injustamente criticados por los historiadores galos posteriores, que los denominaron les rois fainéants («los reyes holgazanes») habían logrado mucho, pero padecían a causa de la endogamia y de la costumbre franca de dividir la propiedad entre los hijos, lo que provocó repetidas guerras civiles durante el siglo VII y principios del VIII. El poder acabó en manos de la familia carolingia, que ostentaba el cargo de «mayordomo de palacio» que controlaba el patrimonio real.8

En consecuencia, el papa no dirigió su primera solicitud al rey merovingio, sino a su mayordomo Carlos, llamado Martel («martillo») tras su victoria contra los moros en Poitiers, en 732. La cooperación se fustró menos de un año después a causa de la muerte de Carlos, que fue seguida por una nueva contienda civil franca. El deterioro de la situación del pontífice a causa de la caída de Rávena le llevó a elegir la osada medida de adoptar la estrategia romano-bizantina de ofrecer estatus a un líder «bárbaro» a cambio de lealtad y apoyo. Por mediación de Bonifacio, el papa Zacarías coronó en 751 al hijo de Martel, Pipino el Breve, como rey de los francos, lo que daba así validez al derrocamiento de los merovingios. Pipino mostró su subordinación al papa en dos reuniones, en 753 y en 754. En ambas, se postró, besó el estribo papal y ayudó al pontífice a descabalgar. Como era de esperar, las crónicas francas posteriores no dejan constancia de este «servicio de palafrenero», que asumió una considerable significación en las relaciones posteriores entre papado e imperio, como forma de visualizar su superioridad.9 Por lo demás, en 754-756, Pipino invadió Lombardía y capturó Rávena, con lo que alivió la presión sobre Roma, pero no por completo.

La alianza franco-papal la renovó en 773 Carlomagno, primogénito de Pipino, el cual acudió numerosas veces en ayuda del papado, pues los lombardos trataban de volver a imponer jurisdicción secular sobre Roma. El futuro emperador, de 1,80 m de estatura, se alzaba a considerable altura sobre sus contemporáneos (también tenía un vientre prominente a causa de comer en exceso). Aunque Carlomagno detestaba la embriaguez y vestía con modestia, es indudable que disfrutaba siendo el centro de atención.10 Los recientes intentos de desacreditarlo como jefe militar son poco convincentes.11 Los francos eran, simple y llanamente, el reino posrromano mejor organizado para la guerra, como Carlomagno demostró de sobra en su campaña de 773-774 para rescatar al papa (vid. Lámina 4). Carlomagno asedió Pavía durante un año; su captura, en junio de 774, puso fin a doscientos años de reinado lombardo. De acuerdo con la costumbre franca, Lombardía no fue anexionada de forma directa, sino que siguió siendo un reino separado con Carlomagno. Tras suprimir una rebelión en 776, Carlomagno reemplazó la mayor parte de la élite lombarda con francos leales y empleó las tres décadas siguientes en consolidar de forma despiadada su autoridad por toda Francia y en extender su influencia con nuevas conquistas en Baviera y Sajonia.

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