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ROMANO El legado de Roma

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El legado romano tenía un atractivo poderoso, pero difícil de asimilar en el nuevo imperio. El conocimiento de la antigua Roma era imperfecto, si bien en el siglo IX mejoró gracias a un movimiento intelectual y literario, el llamado renacimiento carolingio.40 La Biblia y las fuentes clásicas presentaban a Roma como la última y más grande de una sucesión de imperios mundiales. Tanto la palabra germana káiser (Kaiser) como el ruso zar (tsar) derivan de Caesar (césar) y el nombre Augusto (Augustus) es también sinónimo de «emperador». Carlomagno era representado en las monedas vestido de emperador romano y coronado con hojas de roble.41 Pero Carlomagno no tardó en dejar de usar el título Imperator Romanorum impuesto por León III, tal vez para evitar provocar a Bizancio, que seguía considerándose a sí mismo el Imperio romano (vid. págs. 137-143). Otra razón era que el adjetivo «romano» no era considerado necesario, pues no había necesidad de emplear dicho calificativo en una época en la que no se tenía por «imperial» a ninguna otra potencia.

También existían presiones domésticas contrarias a la unión con Roma. Carlomagno era soberano de su propio reino, lo cual estimuló imitaciones: tanto el polaco król, como el checo král y el ruso korol, que significan «rey», derivan de «Carlos». Los francos no estaban dispuestos a renunciar a su identidad y entremezclarse con los pueblos recién conquistados y convertirse en un único grupo de ciudadanos romanos. Pues, aunque los francos estaban romanizados, el centro de su poder se hallaba en y más allá del Limes, las fronteras del antiguo Imperio romano. Perduraba el recuerdo, como las conocidas historias que explicaban cómo César en persona había puesto los cimientos de varios edificios de importancia. No obstante, la mayoría de asentamientos romanos habían perdido importancia o estaban abandonados por completo. Las instituciones romanas influían en la gobernanza merovingia, pero también habían sido modificadas en profundidad o reemplazadas por métodos completamente nuevos.42 En Italia la situación era diferente, pues allí tres cuartas partes de las antiguas ciudades seguían siendo centros económicos y de población en el siglo X y, a menudo, conservaban su trazado urbano original.43 El control franco de Italia era muy reciente, se remontaba a 774 y fue desbaratado por la partición del imperio carolingio en 843. Italia y el título imperial fueron reunidos con los antiguos territorios francos orientales en 962, pero en ese momento estaban bajo soberanía de la dinastía otónida de Sajonia, región que nunca había formado parte del Imperio romano.

Para ganar el favor de las tierras al norte de los Alpes los otónidas adoptaron las tradiciones francas con gran ostentación. Otón I vestía como un noble franco y se presentó en Aquisgrán como continuador directo de la soberanía carolingia, no de la romana. El cronista de su corte, Viduquindo de Corvey, ignora en su historia la espléndida coronación imperial en Roma (962) y presenta a Otón en 955, después de su victoria sobre los magiares en Lechfeld, como «padre de la Patria, amo del mundo y emperador».44 Aun así, las tradiciones romanas fueron relevantes para Otón I y sus sucesores. Es improbable que la adopción en 998 por parte de Otón III del lema Renovatio imperii Romanorum formase parte de un plan coherente, pero la ulterior controversia histórica sirve para revelar la importancia dual de Roma, como centro imperial secular y como ciudad de los apóstoles y madre de la Iglesia cristiana.45

En su origen, el título imperator quería decir «comandante militar». Adquirió un sentido político con César, pero sobre todo con su sucesor e hijo adoptivo, Octavio, que asumió el nombre de Augusto y reinó como primer emperador pleno a partir de 27 a. C. El título evitaba herir la identidad romana, basada en la expulsión de los reyes originales a finales del siglo VI a. C. y disfrazaba la transición del gobierno republicano a gobierno monárquico. El que los soldados aclamasen emperador a un general victorioso indicaba elección por mérito y capacidad, no una sucesión hereditaria, lo cual podía ser reconciliado con la continuación del Senado romano, que daba respaldo formal a la decisión de la tropa.46 Este método podía adaptarse con facilidad a las tradiciones francas y cristianas. La monarquía germánica también se basaba en el concepto de aclamación del monarca por sus guerreros, lo cual permitió que la élite franca aceptase la coronación de Carlomagno en 800. La victoria era considerada señal del favor divino y la ficción de que todos los presentes aclamaban su consenso unánime se interpretaba como la expresión directa de la voluntad de Dios.47

Las tradiciones romanas podían adaptarse, pero la ciudad de Roma era otra cuestión. En 754, el papa había otorgado a Pipino el título de patricio romano, lo cual indicaba la concesión de cierta tutela sobre la ciudad. Pero los nobles francos eran guerreros terratenientes que no tenían la menor intención de residir en Roma como senadores. Algunos emperadores posteriores también aceptaron el título de patricio, es probable que porque esperaban que este les permitiera influir en las elecciones papales, pero no estaban dispuestos a recibir su dignidad imperial de los romanos. La mejor oportunidad para forjar vínculos más estrechos con los habitantes de Roma llegó en la década de 1140, cuando el Senado resurgió para cuestionar el control papal sobre la ciudad. A pesar de su problemática relación con el pontífice, los Hohenstaufen rechazaron a las delegaciones romanas que vinieron a ofrecerles el título imperial en 1149 y 1154. El papa no dejaba de ser la cabeza de la Iglesia universal, mientras que los senadores eran los meros gobernantes de una gran ciudad italiana. Los romanos se sintieron traicionados; en 1155, los caballeros de Federico Barbarroja tuvieron que impedir que una turba furiosa interrumpiera su coronación, oficiada por el papa Adriano IV. Tan solo Luis IV aceptó una invitación romana, en enero de 1328, pero con la circunstancia especial de un cisma papal y solo después de haber sido excomulgado por Juan XXII. Cuatro meses más tarde, una vez su posición hubo mejorado, se hizo coronar por su dócil pontífice, Nicolás V. La última oferta vino de Cola di Rienzo, que se había hecho con el control de Roma en 1347, en una fase posterior de ese mismo cisma. Su llegada a Praga provocó una situación embarazosa para el rey Carlos IV, el cual le hizo arrestar y enviar de regreso a su ciudad, donde fue asesinado por adversarios locales.48

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