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IMPERIO Singular y Universal

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La creencia en la traslación imperial podría parecerle a los lectores modernos algo muy alejado de la realidad del imperio, en especial tras la caída de los Hohenstaufen, acaecida hacia 1250. Pero, de todos los Estados europeos latinos, el imperio fue el único que desarrolló un ideal consistente, plenamente imperial (contrapuesto a uno únicamente monárquico-soberano) antes de la nueva era de imperios marítimos globales del siglo XVI.59 Entre 1245 y 1415, tan solo pasaron 25 años sin un emperador coronado. Aun así, el monarca del imperio continuó siendo considerado algo más que un simple rey.

Los apologetas del imperio se daban perfecta cuenta de que el territorio imperial era mucho más pequeño que la extensión del mundo conocido (vid. Mapa 1). Al igual que los antiguos romanos, estos distinguían entre el territorio real del imperio y su misión imperial divina, que consideraban que carecía de límites. Los reyes de Francia, España y otros países occidentales ponían un énfasis creciente en su autoridad real soberana, pero esto no podía contrarrestar el argumento de que el emperador seguía siendo superior. Incluso cuando reconocían los límites prácticos de la autoridad imperial, la mayoría de autores seguía creyendo en la conveniencia de un único líder cristiano secular.60

Se consideraba que el imperio era indivisible, dado que la teoría de la traslación imperial dictaminaba que solo podía haber un imperio a la vez. El clero presionó a los francos para que abandonasen su práctica de repartir la herencia. No está claro hasta qué punto Carlomagno aceptó cambiar, dado que dos de sus hijos fallecieron antes que él, con lo que en 814 tan solo quedaba un único heredero, Luis I.61 Este declaró al imperio indivisible en 817 debido a su condición de don divino. Pero el concepto de imperio que se impuso fue el de los francos, esto es, un liderazgo imperial de reinos subordinados, no un Estado unitario y centralizado. Así, Luis asignó a sus hijos menores Aquitania (el sur de Francia) y Baviera; así como cedió la mayor parte de las tierras al mayor, Lotario I, en calidad de emperador. Su sobrino Bernardo continuó siendo rey de Italia.62 Estas disposiciones fueron desbaratadas por las disputas familiares, que, a partir de 829, desembocaron en una guerra civil y después del Tratado de Verdún de 843 en una serie de particiones (vid. Mapa 2). Aun así, los carolingios continuaron considerando sus tierras parte de un conjunto más amplio. Entre 843 y 877, se celebraron un mínimo de 70 reuniones en la cumbre.63 Es la convención histórica posterior la única que ve en esas particiones la creación de Estados nación diferenciados. Esa misma convención subraya la discontinuidad, en especial al ignorar a los emperadores con sede en Italia entre 843 y 924, e interpreta la asunción del título en 962 por parte de Otón I como la fundación de un nuevo imperio «germano».64 Aunque la Francia oriental y la Francia occidental no se separaron de forma definitiva hasta 887, ninguno de los reyes carolingios con sede en París reclamó nunca para sí el título imperial. La singularidad del imperio estaba demasiado arraigada en el pensamiento político cristiano. Solo podía haber un emperador, del mismo modo que tan solo había un Dios en el cielo.

La política pragmática reforzó esta idea. Durante la mayor parte del Medievo, el imperio siguió siendo su propio mundo político. Durante los cuatro primeros siglos de su existencia, Bizancio y Francia fueron los únicos outsiders de importancia y la segunda quedó bajo la soberanía de reyes carolingios hasta 987, fecha en que se extinguió el linaje regio franco-carolingio de occidente. No hubo amenazas externas de importancia contra el imperio desde la derrota de los magiares en Lechfeld en 955 hasta la llegada de los mongoles en torno a 1240… y estos últimos, por fortuna, dieron media vuelta antes de poder causar daños significativos. Todos los demás gobernantes podían ser considerados periféricos tanto respecto al imperio como respecto a la cristiandad en general. Incluso cuando el territorio imperial se redujo, seguía siendo mucho más extenso que el de ningún otro monarca latino (vid. Capítulo 4).

Los conceptos francos dotaron al imperio de características importantes y le proporcionaron una fuerte continuidad ideológica, que, en último término, contribuyó a su incapacidad de adaptarse a las nuevas ideas políticas surgidas en Europa hacia el siglo XVIII. Aunque diferente en muchos aspectos, la antigua Roma tenía un aspecto sorprendentemente moderno. Los romanos consideraban su imperio un Estado unitario habitado por un pueblo común que había subsumido identidades previas por medio de la aceptación de una ciudadanía común. Por el contrario, los francos y sus sucesores imperiales eran más parecidos a otros emperadores premodernos como los de Persia, India, China y Etiopía, que se consideraban a sí mismos «rey de reyes», que gobernaban imperios compuestos de reinos diversos habitados por pueblos diferentes.

Esta era una fuente de gran fortaleza para los francos y para sus sucesores. Significaba que el título imperial seguía teniendo prestigio y suponía un objetivo mucho más realista que tratar de establecer la hegemonía directa sobre los súbditos de otros gobernantes. Pueblos y tierras solo estaban sometidos de forma indirecta al emperador, cuya autoridad se ejercía por mediación de una serie de señores de categoría inferior. Esta jerarquía se hizo más extensiva, en particular con los Hohenstaufen, y, con el tiempo, más compleja y rígida una vez comenzó a fijarse a partir del siglo XV por medio de una copiosa documentación escrita e impresa. Este aspecto, si bien en último término obstaculizó la adaptación al cambio, lo cierto es que proporcionó coherencia, pues estatus y derechos dependían de que cada señor o comunidad continuase perteneciendo al imperio. También hacía indeseable la creación de una monarquía nacional, pues el imperio se definía como una unión de muchos reinos, no un único reino.

El Sacro Imperio Romano Germánico

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