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Libertad
ОглавлениеDe igual modo, no debemos confundir las apreciadas libertades del imperio con el ideal moderno y democrático de Libertad. Este último deriva su inspiración de la Roma republicana y de las antiguas ciudades-Estado griegas, ninguna de las cuales desempeñó un papel de importancia en el legado clásico que asumió el imperio. Por el contrario, la cultura guerrera de los francos poseía un ideario notoriamente premoderno de libertades locales y particulares, que comenzó a conformar el imperio como una jerarquía de estatus y distribuía el capital político y social de forma desigual entre la sociedad. La coronación y la misión del emperador lo elevaban por encima de otros señores, pero estos todavía conservaban un papel en su ascenso al trono real. El éxito conquistador de los francos nutrió una cultura de poder aristocrático de la que los monarcas carolingios nunca pudieron escapar. Ningún rey podía permitirse ignorar por mucho tiempo a sus nobles principales. Por otra parte, estos raramente trataban de deponer al rey o establecer su propio reino independiente. Como veremos en el Capítulo 7, la aristocracia carolingia y la otónida dejaron pasar reiteradas oportunidades de desmembrar el imperio en algunas fases de gobierno real débil. Las rebeliones buscaban la influencia individual, no formas alternativas de gobierno.
La libertad más importante era el derecho de los señores a participar en las grandes cuestiones imperiales y a tener voz en la formación del consenso político. La historia política del imperio, más que como una batalla constante entre centralismo e independencia principesca, se comprende mejor como el largo proceso de delineación, fijación y precisión de tales derechos. Como explicaremos con mayor detalle en el Capítulo 8, estas graduaciones se hicieron más pronunciadas a partir de finales del siglo XII, cuando se da la distinción fundamental entre aquellos que están «en inmediatez imperial» y aquellos cuya relación con el emperador la mediatizaban uno o más niveles intermedios de jerarquía señorial. Durante los cinco siglos siguientes, la inmediatez quedó firmemente asociada con el reinado sobre territorios cada vez más diferenciados, así como sobre sus súbditos mediados. Mientras tanto, aquellos que disponían de inmediatez compartían derechos políticos comunes que, a partir de finales del siglo XV, empezaron a ejercerse a través de instituciones formales.
Libertades y estatus eran corporativos, en el sentido de que eran compartidos por los miembros de un grupo social legalmente reconocido, como por ejemplo el clero. También eran locales y específicas y variaban de un lugar a otro del imperio, incluso entre aquellos que tenían, en teoría, el mismo rango social. Pero, en lo fundamental, estas libertades y estatus relacionaban de un modo u otro a todos los habitantes con el imperio, que constituía la fuente última de las libertades individuales o comunales. La jerarquía imperial no era una cadena de mando, sino una estructura de múltiples estratos que permitía a individuos y grupos desobedecer una autoridad al tiempo que seguían profesando lealtad mutua. Ejemplo de esto fue la negativa de los condes Frederick y Anselm a unirse a la rebelión de su inmediato señor, el duque Ernesto II de Suabia, contra Conrado II en 1026: «Si fuéramos esclavos de nuestro rey y emperador, y sujetos por él a vuestra jurisdicción, no se nos estaría permitido separarnos de vos. Pero ahora, dado que somos libres y consideramos a nuestro rey y emperador el defensor supremo de nuestra libertad sobre la tierra, tan pronto como le abandonemos, perdemos nuestra libertad, que ningún hombre de bien, como dijo alguien, pierde si no es con la vida».68