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Los Luxemburgo y el papado

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Al igual que el decreto Venerabilem del papa Inocencio, los dictámenes imperiales también reconocían límites. Resultaba difícil nacionalizar el título imperial sin antes aceptar que este ya no proporcionaba superioridad sobre el resto de monarcas. En pocas palabras: Luis y Carlos seguían aspirando a la cooperación idealizada con el papado que sus predecesores no habían logrado obtener. Carlos aprovechó un breve lapso de unanimidad entre güelfos y gibelinos y viajó a Italia con tan solo 300 soldados para hacerse coronar emperador. La coronación fue oficiada por un legado papal en Roma en abril de 1355 y fue la primera desde 1046 que no se veía perturbada por actos violentos.136 El papado seguía insistiendo en la prerrogativas reclamadas en el Venerabilem, mientras que los señores alemanes se mantuvieron en la línea reemprendida en 1338. En 1376, Gregorio XI fue ignorado cuando el hijo de Carlos, Venceslao, fue elegido rey de romanos, título empleado desde entonces por el sucesor designado para el imperio.

La muerte de Gregorio, en marzo de 1378, cambió la dirección de las relaciones papado-imperio. Tan solo hacía 22 meses que Gregorio había llevado al papado de regreso a Roma desde Aviñón. Los romanos se habían acostumbrado al autogobierno; los cardenales se veían a sí mismos como los electores del imperio y no estaban dispuestos a dejarse tratar como funcionarios papales. La reticencia de Francia a perder su influencia añadió un tercer factor. El resultado fue el Gran Cisma, que duró hasta 1417 y que coincidió con un periodo de dramáticos acontecimientos intelectuales y religiosos. La fundación de universidades durante el siglo XII puso fin al monopolio de la Iglesia de la educación. El Gran Cisma aceleró esta tendencia, pues los pobladores de Centroeuropa ya no podían acceder a la universidad de París o a las universidades italianas a causa de la desorganización de la vida pública. Ya en 1348, Carlos IV había proporcionado una alternativa con la fundación de la universidad de Praga. A esta le siguió la de Viena (1365) y otras quince universidades más hasta el año 1500. El número de estudiantes del imperio se duplicó con creces hasta superar los 4200 durante el siglo XV.137 Las verdades establecidas fueron puestas en entredicho por los nuevos enfoques críticos del Humanismo renacentista. Entre las certezas cuestionadas estaba la Donación de Constantino, que Lorenzo Valla demostró en 1440 que se trataba de una falsificación.138 Tales críticas resultaban en extremo sospechosas para la oleada de religiosidad popular que amenazaba con escapar a la supervisión oficial. Esta incluía nuevos santuarios que atraían a millares de peregrinos, como el de Wilsnack, en Brandeburgo, entre 1383 y 1552, además de cultos marianos, nuevas oleadas de monasticismo y coleccionismo de reliquias.139

Los debates en torno a la fe y a la práctica religiosa imprimieron urgencia a la controversia sobre la gobernanza eclesiástica, dado que ambos no podían ser resueltos por separado. También se fusionaron con las discusiones de la reforma del imperio, donde la noción de que electores y señores ejercieran la responsabilidad colectiva se entrelazó con el nuevo concepto denominado conciliarismo. Esta idea, surgida en la universidad de París, sostenía que la monarquía papal debía equilibrarse con un consejo general de obispos y cardenales. La política práctica añadió ímpetu adicional. Tanto Venceslao como Ricardo II de Inglaterra fueron depuestos por conspiraciones aristocráticas con menos de un año de diferencia y en Francia estalló una guerra civil en 1407 que se amplió con la intervención inglesa cuatro años más tarde. La inestabilidad impidió en 1400 la coronación imperial de Venceslao o la de su rival, Ruperto del Palatinado. La negativa de Venceslao a renunciar, incluso después de que su hermano menor, Segismundo, fuera elegido en 1410, prolongó la incertidumbre política hasta su muerte, acaecida en 1419. Para entonces, el imperio se enfrentaba a su propio movimiento herético, los husitas de Bohemia, además del amenazador avance de los otomanos, que marchaban por el este, a través del reino de Segismundo, Hungría.

La intervención decisiva de Segismundo demostró que el ideal imperial seguía conservando su potencia. También mostró las muchas cosas que habían cambiado desde que Enrique III había puesto fin al anterior cisma de 1046. Mientras que Enrique había actuado de forma unilateral, Segismundo tuvo que tener en cuenta a otros reyes y las múltiples corrientes en el seno de la Iglesia. Primero, se alió con los conciliaristas que habían convocado un consejo general en Pisa y eligieron a su propio papa en 1409, en abierto desafío tanto a Aviñón como a Roma. Tras haber ganado apoyos, convocó su propio consejo en Constanza en noviembre de 1414. Con esto, Segismundo superó a tres papas, que hacia 1417 habían abdicado o habían sido depuestos, lo cual permitió reunificar a la Iglesia bajo la dirección de un papa de tendencias reformistas, Martín V.140

El Gran Cisma dejó muy debilitado al papado, que ahora tenía que hacer frente a los conciliaristas más radicales, que en 1439 eligieron al que sería último antipapa de la historia, el duque Amadeo VII de Saboya. Aunque el conciliarismo se apagó con la abdicación, diez años más tarde, de Amadeo, el nuevo cisma permitió a los monarcas europeos obtener nuevas concesiones del papado romano. Esto resultó de extraordinaria importancia para el imperio, donde la autoridad monárquica estaba pasando de basarse en la aplicación de prerrogativas imperiales al control directo de extensas posesiones dinásticas… Método perfeccionado por los Habsburgo, que gobernaron el imperio desde 1438, con una única interrupción, hasta su desaparición en 1806. El Concordato de Viena conseguido por Federico III el 17 de febrero de 1448, sumado al de Worms de 1122, constituyó el documento fundamental que reguló la Iglesia imperial hasta 1803. No llegó al extremo de su homólogo francés, que prohibió toda tasa papal en el interior del reino, pero, aun así, recortó la influencia del pontífice en los nombramientos en todos los rangos de la jerarquía eclesiástica del imperio. Al contrario que la Iglesia galicana nacional de Francia, no hubo una única ecclesia Germania. En lugar de ello, entre 1450 y 1470, los grandes príncipes negociaron sus propios concordatos, con arreglo al modelo de Viena, para regular el clero menor de sus jurisdicciones.

Aun así, el conciliarismo había favorecido una mayor cohesión de los obispados, considerados ahora obispados nacionales, entre ellos los de Alemania. El sínodo de los obispos alemanes de 1455 en Maguncia redactó el primer Gravamina nationis Germanicae, o quejas de la Iglesia germana, que se presentó al papa. Las cuestiones fueron planteadas en la asamblea imperial en 1458 y las subsiguientes gravamina se convirtieron en elementos integrales de la política imperial, en especial debido a que a menudo servían a los intereses imperiales en las continuas disputas con el papado con respecto a las jurisdicciones de la Italia septentrional.141

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