Читать книгу Bajo escucha - Peter Szendy - Страница 11
ОглавлениеBreve historia de los grandes oídos
(hacia la panacústica)
La historia de Earwicker sería una larga historia, una vasta genealogía que se prolonga y ramifica hasta hoy. Sólo voy a detenerme en algunos momentos singulares.
Para empezar, como lo sugiere Joyce mismo en su fugitiva alusión a Dionisio, hay una muy vieja “gran oreja” conocida con el nombre de Oreja de Dionisio[36] y descrita por muchos viajeros que han pasado por Siracusa. Hacia 1780, en sus cuadernos de viaje, Swinburne habla de una gruta en la que un conducto parece haber servido “para recopilar los sonidos que emanaban de los interlocutores situados de este lado y para encaminarlos hacia un tubo en una pequeña celda doble salediza, donde eran escuchados con mucha claridad”.[37] Después de haber examinado detenidamente el espacio, a Swinburne no le queda duda alguna sobre su empleo: fue concebido “intencionalmente como una prisión y un lugar de escucha” (a prison, and a listening place).[38]
Un siglo antes de Swinburne, el padre jesuita Athanasius Kircher, en su Musurgia universalis,[39] también presenta esa mítica gruta de Dionisio el Tirano como un primer ejemplo de lo que llama una “ecotectónica” (es decir, una arquitectura de ecos) utilizada con fines de vigilancia auditiva. De la misma manera describe obra construida: no anfractuosidades naturales, sino palacios, edificios de todo tipo.[40]
Musurgia universalis, t. II, p. 305.
En esos monumentos donde se montan tanto discursos como su captación a escondidas, las salas o habitaciones dedicadas al overhearing merecerían ciertamente, y conforme a la etimología francesa, el nombre de escuchas. Hay que notar que están situadas arriba y de manera saliente; los oídos se alojan en los áticos o en las buhardillas (eaves, en inglés, que deriva por cierto en eavesdropping, otro término para la vigilancia). Pensamos en el extraño y sobrecogedor relato de Italo Calvino intitulado “Un rey a la escucha” (Un re in escolto) donde el léxico arquitectural y el de la descripción fisiológica del oído se mezclan de manera calculada:
El palacio es todo volutas, todo lóbulos, es una gran oreja en la cual anatomía y arquitectura intercambian nombres y funciones: pabellones, trompas, tímpanos, caracoles, laberintos; tú estás aplastado en el fondo, en la zona más interna del palacio-oreja, de tu oreja; el palacio es la oreja del rey.[41]
Y para cerrar ese vocabulario arquitectaural, a esta lista quizás sólo le haga falta la “ventana oval”, por la que el “vestíbulo” comunica con la rampa timpánica.
Esas arquitecturas, grutas o palacios, de alguna manera son las precursoras, en el plano acústico, de los dispositivos de vigilancia que Michel Foucault llamó panópticos, retomando la palabra usada, en 1787, por Jeremy Bentham en su proyecto para una Inspection-House.[42]
Sea cual sea su función exacta —prisión, hospital, correccional o incluso escuela—, el edificio concebido según el plan expuesto por Bentham debe permitir una visibilidad total e incesante de sus ocupantes: “lo ideal, lo perfecto” —escribe— significaría que “cada persona”, “a todas horas”, estuviera “vigilada” (under the eyes) por los celadores.[43] Como de manera práctica esta condición es irrealizable, Bentham plantea procurar que a cada ocupante, teniendo “razones para creerse vigilado y [siendo] incapaz de tener pruebas de lo contrario”,[44] se le conduzca a imaginar (conceive) que es objeto de una vigilancia ininterrumpida.
El plan panóptico de Bentham, como lo explica en su segunda carta, “Plan para el escenario de una penitenciaría”, consiste en un edificio circular: la habitación del vigilante ocupa el centro, las celdas de los prisioneros se sitúan en la circunferencia, separadas unas de otras por los radios del círculo.[45] Ahora bien, a fin de que cada prisionero, aislado de esta manera de los otros, no pueda ver si efectivamente lo vigilan o no, el plan general se completa minuciosamente, detalle a detalle, mediante un dispositivo que Foucault resume de la manera siguiente:
Bentham, para hacer imposible de decidir si el vigilante está presente o ausente, para que los presos, desde sus celdas, no puedan siquiera percibir una sombra o captar un reflejo, previó la colocación no sólo de unas persianas en las ventanas de la sala central de vigilancia, sino de unos tabiques en el interior que la cortan en ángulo recto, y para pasar de un pabellón a otro, en vez de puertas, unos pasos en zigzag; porque el menor golpeteo de un batiente, una luz entrevista, un resplandor en una rendija traicionarían la presencia del guardián. El Panóptico es una máquina de disociar la pareja ver-ser visto: en el anillo periférico, se es totalmente visto, sin ver jamás; en la torre central, se ve todo, sin ser jamás visto.[46]
Me parece importante que esa arquitectura para la vista, que esa máquina para ver todo vaya de la mano con la posibilidad —que Bentham considera sin desarrollarla verdaderamente— de un dispositivo que se puede calificar de panacústico. Dos veces, en efecto, en las cartas segunda y vigésima primera, Bentham evoca la voz (voice) y el oído (ear). La primera vez, se trata de la transmisión de la voz, como instancia de la autoridad vigilante:
Para evitar el esfuerzo vocal de otro modo necesario, y para prevenir que el recluso sepa que el inspector está lejos y ocupado con otro prisionero, hay un pequeño tubo de hojalata que conecta cada celda con la caseta del inspector […]. Por medio de este artilugio podrá oírse hasta el más ligero susurro del recluso (the slightest whisper of the one might be heard by the other) […]. Con respecto a la instrucción […] en todas las demás ocasiones en las que baste con dar órdenes a distancia, podrán usarse estos tubos. Por un lado, evitarán el desgaste de la voz del instructor que requeriría comunicar las órdenes a los obreros sin abandonar su puesto central en la caseta. Por otra, también se evitará la confusión a que daría lugar el que varios instructores o personas tuvieran que hablar a la vez con distintas celdas. En el caso de los hospitales, el silencio que asegura este pequeño diseño (little contrivance), aunque nimio a primera vista, proporciona una ventaja adicional.[47]
Lo que Bentham considera como un aditamento o un suplemento accesorio a su Panopticon es una suerte de megáfono pandireccional y selectivo a la vez: un Panacousticon que facilita la comunicación, la transmisión entre vigilantes y vigilados, en el contexto de un trabajo organizado.
Por el contrario, la segunda vez que se evoca el oído se trata de distinguir bien el principio del Panopticon de aquel, antiguo y rebasado, de la “oreja de Dionisio”:
Espero que ningún crítico […] cometa la injusticia de comparar la casa de inspección (inspection-house) con la oreja de Dionisio (Dionysius’ ear). El objeto de tal artefacto (contrivance) era saber lo que decían los prisioneros sin que sospecharan nada. El objetivo del principio de inspección es directamente lo contrario: no sólo han de sospechar, sino que tienen que estar seguros de que se sabe todo lo que hagan, aunque no sea cierto. La detección es el objetivo del primero, la prevención el del segundo. En el primer caso la persona dirigente es un espía (the ruling person is a spy), en el último no es más que un vigilante (a monitor). El objetivo del primero es conocer los secretos del corazón (to pry into the secret recesses of the heart), el del segundo, confinar la atención a los actos públicos y dejar los pensamientos y las fantasías a su juez adecuado, la corte celestial.[48]
Así, el Panopticon, con su eventual suplemento panacústico, sería a la vez más y menos que la oreja de Dionisio. Más, porque la vigilancia es potencialmente permanente; menos, porque aparentemente no pretende descubrir los secretos íntimos de sus ocupantes.
No obstante, el panóptico de Bentham y su panacústico parecen inscribirse en la continuidad de una historia del espionaje, si se considera que, de manera paradójica, la palabra empleada para distinguirlo —el término monitor— se revela sorprendentemente premonitoria. En inglés como en francés, en efecto, un monitor ciertamente es un instructor, un guía o un entrenador; pero también ha llegado a ser, con el tiempo y la evolución tecnológica, un aparato de vigilancia o un sistema de información (se habla de monitor cardiaco, o aun de monitores de control). En el espionaje moderno no es extraño que el acceso a los secretos latentes se confunda con la observación de los actos patentes de la que habla Bentham. De modo que la distinción entre espía y monitor llegaría a ser frágil, si no es que imposible.
Foucault había revelado el prolongamiento panacústico posible del plan de Bentham. En una nota observaba:
Bentham, en su primera versión del Panóptico, había imaginado también una vigilancia acústica por medio de tubos que unían la celda a la torre central. Abandonó esta idea en el PostScript [PostScript al Panóptico, 1791], quizá porque no podía introducir asimetría e impedir que los presos oyeran al vigilante tan bien como el vigilante los oía a ellos.[49]
Foucault omite el hecho de que, con sus tubos de acero, Bentham no pretendía privilegiar la vigilancia, sino más bien la transmisión de las órdenes. Sin embargo, por una parte, es innegable que a Bentham le habría costado aislar acústicamente, y en un único sentido, dichos tubos, como ha podido hacerlo con los campos visuales por medio de persianas y pasajes en zigzag. Por otra parte, no obstante, como prueban los grabados de Kircher, el poder de propagación y de infiltración del sonido nunca ha podido impedir la implementación de una “ecotectónica” que sirva a las escuchas.
¿Qué es lo que se pone en juego en esa diferencia entre el oído y la mirada en cuanto a la necesaria disimetría que implica la búsqueda de información, incluso la captación o la detección de un secreto en general?
Mientras esperamos a prestar oídos a lo que el mito de Orfeo podría darnos a conocer sobre cierta reversión, reversibilidad o reciprocidad imposible, me limitaré a dos observaciones, con dos indicios:
1.
En el proyecto de Bentham, el horizonte problemático de la vigilancia —ya sea auditiva o visual— es el del cierre del dispositivo en sí mismo. Para Bentham es importante que los prisioneros mismos estén protegidos por su visibilidad permanente, es decir, por la transparencia general. El panóptico se concibe para poner a su vez al vigilante bajo vigilancia, incluyendo a cualquier visitante potencial en el sistema de inspección. Como si la necesidad de una disimetría estructural en la circulación de las miradas (y de las escuchas) difiriera infinitamente el cierre, el sueño del circuito cerrado, introduciendo sin cesar un aumento de ojos (y de oídos): en el fondo, lo que Benthan llama el “gran comité abierto del tribunal del mundo”, no es otra cosa que esa différance de y en la panvigilancia recíproca.[50]
2.
No puedo dejar de pensar también en lo que Freud, paralelamente a lo que había identificado como “escena primitiva” —y que es de naturaleza esencialmente visual o escópica—, definía como la “fantasía del espionaje”. Al hablar de una paciente que creía escuchar un ruido de manera regular cuando se encontraba en la cama con su amante (se imaginaba que la vigilaban o sobreescuchaban), Freud señalaba: “El ruido […] es más bien un requisito necesario de la fantasía del espionaje y repite el ruido por el cual se delata el comercio de los padres, o bien aquel por el cual temió delatarse el niño que espiaba (el subrayado es mío).”[51]
De una manera u otra, la fantasía del espionaje extiende su amenaza en los dos sentidos. Su peligro irradia hacia los dos lados: hacia la escena que va a sorprenderse, pero también hacia el que escucha. ¿Esta mínima disimetría en relación con el ver, es decir, esta mínima protección de la escucha en tanto lugar secreto desde donde se espía habría que asociarla a una laguna léxica notable? A saber, para la palabra mirón parece que no existe ningún equivalente auditivo.