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Escuchas anteriores a la escucha

Los espías escuchan. También miran, desde luego, para vigilar. Pero una buena parte de su actividad es auditiva. Como lo escribe uno de los comentadores de El arte de la guerra, un tal Chia Lin: “Un ejército sin agentes secretos es como un hombre carente […] de oídos”.[14]

Así, en general, los espías están al pendiente. Ante todo son escuchas atentos a lo que se está tramando, receptores auditivos que se despliegan hacia lo que viene o se esconde, hacia lo que viene escondiéndose. De esta manera, el espionaje parece ser una de las prácticas más viejas de la escucha o de la auscultación del mundo que se hayan observado.

Pero, a la inversa, ¿no existe un impulso o una tendencia a informarse en toda escucha? ¿Acaso no siempre participa el oído de un trabajo de inteligencia [intelligence], como se dice en inglés?

Si se revelara que la escucha y el espionaje se mezclan inextricablemente en sus historias respectivas, sería difícil decidir al respecto, fijar el número, circunscribir la acción o la pasión de los espías, escuchas insignes, en la Biblia o en cualquier otro lugar. Pues sin mencionar siquiera los eventuales problemas de traducción, la simple inspección penetrante, así sea muy atenta, de las acepciones literales que los designan y los esclarecen (“espía”, “agente secreto”, “soplón”, “sicofante”, “indicador”, “chivato”, “espión”) ya no bastará para hacer salir a los topos de grandes oídos disimulados en las galerías de textos y de archivos de todo tipo. ¿Se puede incluso pensar que los primeros oyentes —Adán y Eva— no estaban lejos de adoptar una postura de espías cuando —tras caer en falta al probar del “árbol de la ciencia del bien y del mal”— se esconden y parecen espiar ansiosamente “el ruido de los pasos” —o “la voz”,[15] según las versiones— del Eterno, quien camina por el jardín en el ocaso?[16] La primera escucha humana —la audición edénica o adámica— en todo caso, retomando las palabras de Barthes en un ensayo que habrá que releer, se orienta “hacia los índices”.[17]

Evidentemente sólo puedo soñar y especular sobre esos primeros oídos fantásticos y fantasmáticos. Por el contrario, una operación informativa bien dirigida a través de las redes etimológicas del nombre de código escucha me da muchos otros motivos de conjetura.[18]

De esta manera, el Diccionario de la Academia francesa, en 1694, da para el verbo escouter la acepción: “oír con atención, prestar oídos para oír”. Pero extrañamente el sustantivo escoute no designa la simple y neutra acción correspondiente a ese verbo; significa (subrayo): “Lugar desde donde se escucha sin ser visto”. La escucha, en su historia francesa al menos, habrá designado en un principio los puestos y avanzadas donde había que esconderse para percibir lo que se decía. O, además, por aposición de valor adjetival, habrá nombrado al que practica la vigilancia auditiva: el mismo diccionario menciona que una hermana escucha es “la religiosa designada como asistente de otra que va al locutorio, a fin de escuchar lo que se dice en la conversación”.

Esos viejos sentidos emparentados, que innegablemente hacen de la escucha un asunto de espías, se han mantenido ramificándose hasta muy tarde, excluyendo cualquier otro. En el artículo “Escucha”, la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert se complace lacónicamente en esto: “en Arquitectura, se le llama así a las tribunas con celosías en las escuelas públicas, donde se colocan las personas que no quieren ser vistas” (el subrayado es mío). Y el gran Larousse del siglo xix indica también, después de haber citado la definición precedente de la Academia, otros usos similares que parecen acercar aún más la escucha a una actividad de información:

Lugar cerrado, en un convento, desde donde puede seguirse el oficio sin ver ni ser visto.

Mil. Pequeñas galerías en las minas donde puede escucharse si el minero enemigo trabaja y avanza. // Centinelas colocados en estas galerías para seguir el trabajo del enemigo.

En primer lugar, y con certeza, la escucha habrá sido, en su etimología francesa, un asunto de topos.

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