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Capítulo 3 Fortalecido por su Palabra
Оглавление“Al encontrarme con tus palabras,
yo las devoraba; ellas eran mi gozo
y la alegría de mi corazón, porque yo llevo tu nombre,
Señor Dios Todopoderoso”
(Jeremías 15:16).
Estudiaba en ITIG,2 pero sabía que no podía quedarme y terminar mis estudios allí. Aunque el director había aceptado permitirme continuar el año académico, pronto entendí que sería por poco tiempo. A lo largo de todo ese tiempo, mis calificaciones habían sido las mejores de mi clase, pero para mi sorpresa, al final del año mi certificado analítico indicaba que había desaprobado y que no calificaba para pasar de año. El informe mostraba que me habían echado del colegio.
Estaba un poco preparado para irme, aunque no sabía adónde. Estaba tomando un curso de mecánica general y, hasta donde yo sabía, no había otro colegio en la región donde pudiera continuar con ese programa. Me estaba preguntando qué ocurriría ahora, cuando Dios proveyó una solución. Alguien me dijo que la Iglesia Adventista tenía un colegio con un programa de esas características a unos 483 kilómetros de la ciudad de Goma, en un lugar llamado Lukanga.
Acudí a los mismos líderes eclesiásticos que habían intervenido a mi favor con el director. Ellos rápidamente hicieron arreglos para que me aceptaran en el colegio en Lukanga, para poder continuar mis estudios allí. El único problema era que el colegio era muy costoso y me sería difícil pagar las cuotas. Sin embargo, pronto me di cuenta de que Dios había provisto de todo lo necesario para que yo fuera a Lukanga. Un primo a quien nunca había conocido, que estaba viviendo en Kigali, Ruanda, se ofreció a pagarme los estudios, y con eso se arregló la situación.
Mientras estudiaba en Lukanga, en el Congo, fui a casa en Ruanda para las vacaciones escolares, desde principios de agosto hasta finales de septiembre de 1990. Una semana después, cuando ya había vuelto al colegio en Lukanga, estalló la guerra en Ruanda, entre el Gobierno y el Frente Patriótico Ruandés (FPR).
El FPR era un grupo de ruandeses, mayormente tutsis, que había sido expulsado del país en 1959 por revolucionarios hutus, bajo la influencia del gobierno colonial belga. Habían estado viviendo como refugiados en países limítrofes. Por varios años habían estado negociando en vano un retorno pacífico. Ahora, estaban intentando volver a su país, armados, luego de unos treinta años.
Poco después del inicio de la guerra, estando yo en el colegio en Lukanga, me enteré de que muchos tutsis habían sido arrestados o asesinados en Ruanda. También recibí una carta de uno de mis amigos en Ruanda, que me informaba que algunos de mis familiares habían desaparecido o estaban en prisión. Anhelaba ir a casa para comprobarlo por mí mismo; pero no había forma de que pudiera regresar a ver a mi familia sin poner mi vida en peligro.
Para finales de 1990, más y más ruandeses se habían convertido en refugiados en países limítrofes. Muchos jóvenes se encontraron separados de sus padres, y sin posibilidades de estudiar. Yo estaba agradecido no solo por estar estudiando, sino también de estar en el colegio que había elegido: el Colegio Adventista de Lukanga. Sin embargo, estaba viviendo una crisis financiera seria. No estaba pagando las cuotas porque ya no podía recibir dinero de mi casa, y no tenía otra fuente de ingresos.
Mientras estaba en Lukanga, el Señor me estaba preparando para las peores situaciones que podían ocurrir. Estaba disfrutando de libertad religiosa, e interactuando con muchos pastores y jóvenes que conocían a Dios y hablaban de él todo el tiempo. Entendí el valor de estudiar en un colegio con internado donde podíamos cantar, orar y leer la Palabra de Dios cada mañana y tarde.
Durante este tiempo, leí varios libros que me ayudaron espiritualmente. Algunos de los libros que más me animaron en mi fe fueron de la autora Elena de White. Algunos de ellos fueron El camino a Cristo, El conflicto de los siglos, Primeros escritos y Testimonios para la iglesia. El Sr. y la Sra. Kamberg, que eran misioneros en la zona, me habían recomendado esos escritos. Todavía valoro esos libros, junto con la Biblia, y se los recomiendo a cualquier persona que quiera construir una relación significativa y personal con Dios.
Mientras estaba totalmente desconectado de mi hogar, solo podía encontrar alivio leyendo la Palabra de Dios y esos libros. Leía por varias horas cada tarde, y especialmente los sábados de tarde.
Tenía un amigo con quien pasaba tiempo leyendo y hablando de diversos libros, mientras reflexionábamos sobre lo que significaban para nuestra vida. Como no podía volver a Ruanda, también usé todo mi tiempo de vacaciones leyendo la Palabra de Dios y los libros mencionados.
Pronto, el preceptor del hogar de varones me eligió para estar a cargo de las actividades espirituales para mis compañeros. Organizaba los cultos matinales y vespertinos. A veces las personas no podían cumplir con sus compromisos de predicación, así que muchas veces yo me hacía cargo y daba las meditaciones.
En mi último año de secundario, surgió una nueva dificultad. Congo aprobó una nueva ley que requería que todos los alumnos extranjeros pagaran una tarifa por examen de 150 dólares. Como yo no tenía forma de comunicarme con mi hogar, el colegio había tolerado que yo no pudiera pagar mis cuotas por un tiempo; pero esta ley ahora me era un desafío, ya que no tenía los 150 dólares y el colegio no iba a pagar ese monto por mí.
Este era un problema serio porque significaba que no se me permitía tomar el examen, y por tanto, no podía graduarme del secundario. El director del colegio, que sabía lo que estaba ocurriendo, sugirió que investigara si podía obtener un documento de identidad congolés. La sugerencia del director me pareció la solución indicada por los pocos minutos que estuve sentado en su oficina, pero apenas salí y pensé un poco más en el asunto, me di cuenta de que hacer eso involucraría una mentira… quebrantar el principio divino de la honestidad. Yo sabía que era ruandés, y razoné que no era correcto mentir sobre ser congolés solo porque quería resolver un problema financiero inmediato.
Regresé a la oficina del director para informarle que no podía hacer lo que me había sugerido porque quebrantaba mis principios. Si mentía para obtener el documento, entonces el hecho de que me hubiesen echado del colegio anterior no tendría propósito alguno. El razonamiento del director era que, en momentos de crisis, uno tiene que encontrar alguna solución. Entonces, él se ofreció a encargarse de los arreglos, si yo estaba de acuerdo. Solo necesitaba darle unas fotos mías de tipo pasaporte. Cuando se dio cuenta de que yo no estaba abierto a esta opción, se dio por vencido y concluyó que yo era un extremista.
La situación estaba empeorando. Sabía que no tenía de dónde obtener ese dinero. Me pregunté si había desperdiciado los seis años de mi educación secundaria, ya que no tenía los 150 dólares necesarios para tomar el examen. Mientras yo meditaba en mi situación, sin saber qué hacer, Dios ya estaba preparado para obrar un milagro.
Karekezi, un alumno ruandés más chico a quien no conocía, había escuchado sobre mi dilema por otra fuente. Una mañana, luego del desayuno, me dijo que tenía 100 dólares para darme. Según él, su patrocinador le había enviado el dinero para pagar su habitación y comida en el internado. Él dijo que encontraría un lugar decente donde vivir con una familia en el poblado, así podía asistir al colegio como un alumno externo.
Poco después, la mamá de mi compañero de pieza, Greg, vino a visitarlo. Al enterarse de mi situación financiera me dio 50 dólares, que era lo que me faltaba para pagar la tarifa. Unos días después, una alumna más joven se me acercó y me dio un montoncito de dinero envuelto en un pañuelo; eran cerca de 50 dólares. Ella sugirió que le guardara el dinero. Luego de unas dos semanas, le pregunté si necesitaba que le devolviera su dinero. Me dijo que había escuchado sobre mi necesidad y que me estaba dando ese dinero, aunque su intención había sido usarlo para pagar lo que le faltaba de sus clases. Traté de rechazar su ofrecimiento, pero dijo que era su decisión y que no tenía problema de volver a su casa y esperar que le devolviera el dinero cuando terminara mis estudios.
Lo que esta joven hizo fue maravilloso. No tenía un vínculo especial con ella como para que estuviera dispuesta a darme el dinero. Me conmovió ver cómo Dios podía intervenir con tanta rapidez, trayendo a personas en las que nunca había pensado para que me ayudaran a suplir mi necesidad. Ahora solo tenía que decidir quién necesitaba que le devolviera el dinero antes, para poder darle los 50 dólares a esa persona; porque ya tenía más que suficiente para pagar la tarifa para el examen.
Me preparé para rendir mis exámenes finales. Sin embargo, tres días antes de la fecha, me enfermé mucho. Me sangraba muchísimo la nariz, y vomitaba a cada rato. Me di cuenta de que, a menos que Dios realizara otro milagro, no podría rendir los exámenes.
El lunes de mañana me desperté temprano y fui al aula para el examen. Todavía me sangraba la nariz, así que había llevado dos pañuelos para manejar el sangrado. Sin embargo, mis pañuelos terminaban tan sucios que tenía que salir del aula cada veinte minutos. Ante un inconveniente tal, me era muy difícil permanecer concentrado. Pero a pesar de todos los problemas, aprobé los exámenes con la mejor calificación de mi clase.
Luego de terminar los exámenes, no tenía por qué permanecer en el colegio. Quería volver a casa a Ruanda, pero sabía que era un riesgo y que no tenía dinero. Mi hermana me invitó a quedarme con ella en su casa en Goma. Seguí orando y esperando que Dios me proveyera un poco de dinero.
Al día siguiente de haber completado mis exámenes nacionales, me encontré con un pastor a quien conocía bien. Él me dijo que tenía noticias para mí. Me pregunté qué podía ser. Me dijo que alguien que había conocido en Ruanda le había dado dinero para mí; y me dio un sobre lleno de billetes. ¡Eran cerca de 80.000 francos congoleses! También me dio el equivalente a 50 dólares en francos ruandeses.
Los 80.000 no eran mucho dinero; también eran aproximadamente 50 dólares. Pero en mi situación, sin poder obtener ni siquiera 5 dólares, y habiendo pasado casi dos años sin noticias ni dinero de mi hogar, ¡era mucho! Esto era una respuesta de Dios. No se me ocurría quién podría haber pensado en darme dinero. Curiosamente, el pastor no podía recordar quién le había dado el dinero. Pero en lugar de preocuparme sobre quién podría ser esa persona, agradecí a Dios por responder a mis oraciones.
Con dinero en el bolsillo, podía hacer planes para volver a casa en septiembre de 1992. Fui a quedarme en la casa de mi hermana en Goma por un par de semanas. Finalmente, me atreví a cruzar la frontera, sabiendo que estaba corriendo un gran riesgo con mi vida. Extrañaba a mi familia y necesitaba verlos. Fui directamente a Kigali, sin saber qué esperar.
Cuando llegué a Kigali, me encontré con algunos amigos que me dieron una cálida bienvenida y me pusieron al tanto de lo que había ocurrido en mi ausencia. En un santiamén volví a ser parte de la vida de mi exiglesia local. Pronto me eligieron como anciano de iglesia, a mis 22 años. Me pidieron que predicara en mucho lugares, en Kigali y cerca de allí. Se seguían multiplicando las noticias de las atrocidades que ocurrían en la región, pero la Palabra de Dios era mi consuelo, y como estaba ocupado predicando, parecía que no ocurría nada inusual.
En marzo de 1994 fui a mi poblado natal por el fin de semana. Allí me encontré con mi padre, cinco hermanas y un hermano. Me alegró visitar cada hogar y ver a mis sobrinos y familiares de nuevo. Esa visita fue muy memorable; de hecho, los recuerdos de esa visita son los más importantes que tengo de mi familia. Tuvimos muchas conversaciones sobre lo que había ocurrido durante el largo período en que habíamos estado separados, y tratamos de ponernos al día sobre eventos y experiencias. No percibimos que esta sería la última vez que nos reuniríamos en esta vida.
Luego de pasar tiempo con mi familia, nos despedimos y yo salí hacia Kigali. Mis planes eran regresar a casa de nuevo en julio del mismo año.
Las cosas estaban cambiando. Un político tras otro comenzó a morir misteriosamente. En Kigali, miles de jóvenes estaban siendo entrenados militarmente, y recibiendo armas y uniformes. Yo no podía entender lo que estaba pasando. Mientras tanto, cada noche personas estaban siendo atacadas y asesinadas en sus hogares a causa de su trasfondo étnico o por razones políticas.
Durante este periodo, había una estación radial que estaba difundiendo propaganda de odio. Se les decía a los hutus no solo que odien a sus vecinos tutsis, sino también que los consideren enemigos y personas peligrosas. Estos mensajes de odio llenaban las ondas de radio. La radio pasaba canciones revolucionarias todo el día y toda la noche. Movimientos políticos basados en esos mensajes de odio reclutaban jóvenes. Tentaban a quienes se negaban inicialmente a unirse a las pandillas con incentivos como trabajos, licencias para conducir y dinero. Esos movimientos a menudo invitaban por radio a los jóvenes a reuniones urgentes, mayormente por la noche.
Mientras esto ocurría, cristianos en grupos pequeños discutían sobre la participación política. Se desanimaba el partidismo. Por el momento, el problema estaba en el nivel del reclutamiento. Se estaban haciendo grandes esfuerzos para reclutar a los jóvenes, ya que los asesinatos involucraban solo a los grupos entrenados. Tales actividades todavía eran consideradas crímenes, al menos para las personas comunes.
En la iglesia no parecía haber un problema aparente entre hutus y tutsis. Adoraban lado a lado. Los vecinos compartían lo que tenían, y todavía se celebraban casamientos entre hutus y tutsis. Pero ante los informes generalizados de asesinatos, surgió el temor. Las personas trataban de mudarse fuera de la ciudades por miedo a la milicia, que a menudo aparecía de noche y asesinaba a familias enteras.
Durante este tiempo yo viajé por todo el país, predicando en varias iglesias y dirigiendo programas evangelizadores. También asistía a reuniones de oración en grupos pequeños, en los que miembros de iglesia se reunían un día a la semana para orar por su bienestar espiritual y por la protección de Dios. Sentíamos que estábamos viviendo en el tiempo del fin, y nadie sabía lo que ocurriría. Los asesinatos continuaban, pero creíamos que Jesús pronto regresaría. Miles y miles de personas estaban orando, mientras que otras estaban siendo entrenadas para asesinar a sus vecinos.
A finales de marzo de 1994 yo acababa de terminar una campaña de evangelismo en el Lycee de Kicukiro, un colegio en Kigali, donde había obtenido un trabajo enseñando a principios de 1993. Otro profesor había decidido hacerse cristiano y fue bautizado junto con 24 alumnos.
Nunca olvidaré a Charles. Era uno de los jóvenes a quienes le había predicado. Otros habían sido bautizados, pero Charles no, porque su padre se negó a darle permiso para hacerlo. Recuerdo haber hablado con él antes del servicio bautismal, mientras él lloraba incontrolablemente. Su padre simplemente no quería que fuera bautizado, y todos los esfuerzos de su madre por hacerlo entrar en razón fueron en vano. Le pedí a Charles que tomara una decisión difícil: le dije que tenía que decidir entre obedecer a su padre o a Dios. Este era su dilema. Volvió a su casa y trató una vez más de convencer a su padre, pero fue inútil. Charles no se bautizó, y nunca volvería a tener la oportunidad de tomar esta decisión por el bautismo.
Luego de la campaña evangelizadora en el Lycee de Kicukiro, comenzaban las vacaciones por Pascua, y los colegios cerraron. Muchos jóvenes se estaban reuniendo para orar. Me invitaron dos veces esa semana, antes del genocidio, a hablar en reuniones de ese tipo. El martes consagramos el día completo a la oración en la casa de un miembro de iglesia. Tuve la oportunidad de fortalecer a los jóvenes que temían su posible próxima muerte.
Durante nuestra reunión, muchos informaron que había habido algunos ataques en sus vecindarios y que no iban a volver a sus casas esa noche. Luego de conversar un poco sobre eso, oramos pidiendo protección al enfrentar un futuro que se volvía más y más incierto. Luego del día de oración, nos sentimos convencidos de que Dios nos salvaría la vida sin importar lo que ocurriera. También afirmamos en nuestro corazón que, si algo pasaba, el problema más serio que enfrentábamos era no estar listos para la vida eterna.
El miércoles tenía otro compromiso con un grupo pequeño de miembros de iglesia. Ellos tenían preocupaciones similares sobre la agudización de la situación política. Les di algunas palabras de aliento, y concluí nuestra reunión con una oración pidiendo que prevaleciera la voluntad de Dios ante la crisis que se agravaba.
2 “Institut Technique Industriel de Goma”, el nombre de uno de los colegios secundarios en la ciudad de Goma.