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ENIMIA

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Enimia es la nieta de Fredegunda, quien hacía atar a sus rivales a las colas de los caballos. Es la hija de Clotario II, rey de París, quien no reinó mientras su madre vivía y osa apenas reinar desde que está muerta. Enimia tiene quince años.

Clotario hace la guerra al rey de Metz, el rey de Austrasia. El rey de Austrasia desea la paz; Clotario hace llamar a Gondevaldo, mayordomo de palacio de París, quien sabe leer y se entiende con el mayordomo de palacio de Metz. Redactan un tratado. En la primera página figura la lista de los bienes que el rey de Metz cederá al rey de París, si este enfunda las armas.

Clotario está satisfecho de estos bienes, que Gondevaldo le lee sobre el pergamino. Entre estos, hay muchos prioratos lejanos, cuyos abades hay que nombrar, abades ficticios que nunca pondrán un pie allí pero que recibirán los beneficios. Clotario mismo se nombra así tres veces abad; el pequeño Dagoberto, su hijo, dos veces; Gondevaldo, cuatro veces; y el resto para los aliados cercanos y los primos, Sigisbert, Gontran, Caribert. El mayordomo y el rey ríen, les traen de beber. Retoman la lista y tienen un momento de vacilación, pues el nombre siguiente es el de un monasterio de mujeres y, como Fredegunda está muerta, dudan a quién atribuírselo. La sombra de Fredegunda pasa entre ellos. Beben sin placer… luego Gondevaldo sonríe: «Enimia», dice.

La hacen venir. Es bella y pálida, con joyas de hierro martillado. Hace gestos a Gondevaldo. Gondevaldo mira sus pechos. Le habla de un priorato en el obispado de Mende, sobre el río llamado Tarn, en un lugar de nombre impronunciable que Gondevaldo, no obstante, puede pronunciar. Le dice: «Serás abadesa de ese lugar». Agrega que es una especie de juego, que de todas maneras ella no se moverá de París o Soissons, que simplemente, cada invierno, recibirá de allá, del nombre impronunciable, sacos de oro. Le dice que, por supuesto, estos sacos de oro no serán verdaderamente para ella, cada año tendrá que entregárselos a su padre. Ello lo mira: «Sí», dice. Su mano blanca pone una pequeña cruz en la parte inferior del tratado, al lado de la pequeña cruz de Clotario.

En solitario, se pregunta si el Tarn es semejante al Sena, el Marne o el Oise. Decide que no. Decide que allá, alrededor de eso que no sabría pronunciar, reinan una joven abadesa y un mayordomo de palacio. Se acuesta con Gondevaldo. Cuando se desata el vestido, le place pensar que da a Gondevaldo la abadesa de un nombre impronunciable. Conoce el placer en el cuerpo de una abadesa. Pide varias veces a su amante que le repita el hermoso nombre de latín puro, el nombre de su priorato. Él lo pronuncia riéndose, besándola, entre la paja y las sábanas. Luego no lo pronuncia más. Se acuesta con Galswinta.

Al poco tiempo, ella se enferma. Dicen que es la lepra. Cuando muere en Soissons, pronuncia el nombre impronunciable.

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