Читать книгу Fuga a dos voces - Pilar Chehín - Страница 10
La titiritera
ОглавлениеYo quisiera ser lo que me dé la gana, pero soy tan solo una maga disuelta en su propio embrujo. Goteo poco a poco, y después me desprendo de mí misma a borbotones.
Para evitar ser testiga de la traición, me ocupo de jugar con marionetas, y tejo sus propios hilos con venas de mi cuerpo inerte. Estoy sola, y dolida: por eso pinto al hijo furtivo con coágulos de tinta magra. Me inquieta su imperiosa necedad por la no espera. Iracundo se suelta de mi vientre tibio para aspirar el aire, el humo de fábricas iracundas, allá… distantes. Empecinado por nacer, no nace y me deja hundida, ahuecada, maniatada a mis juegos infantiles. Soy la madre-ventrílocua. Cua…cua…cua. Floto en aguas putrefactas.
Curioso, me mira un caracol flotante. Su viscosidad evoca mi humedad de antaño. Aquel espacio acogedor de granos militantes se agrieta, imposible dar asilo al molusco inquisitivo: no hay tibieza en mi cuerpo de madre renegada. Soy agua putrefacta.
No puedo irme de los días, ni regresar a tiempo al otro tiempo. Entonces, distraigo mi memoria ausente recogiendo la orquídea no fecunda del jardín de mis recuerdos. Flor ingrata que, al menor desaire, sucumbes como yo, y te desvaneces. Aquí estás a mis pies y pálida te apagas: tus morados evocan el tinte que fluye entre mis piernas; nos marchitamos a través de vapores citadinos.
Lo que más importa es la no-ilusión. El frío pesado del títere-máquina nos observa taciturno, indiferente. Su forma evoca a la cámara mortuoria: al espacio que recibe, irreverente, los cuerpos desollados de madres-ausentes. Mujeres creadoras de seres amorfos, delatores de la no-creación. La raya y el punto denunciados, abortados. Pintoras de lo absurdo y lo fugaz ·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-· el infinito.
Mi muñeca-pelvis reclama ser presencia. Su forma casta me recuerda yo, sin fracturas. Yo, antes de ser violada y deconstruida en aquel camión cuajado de oro y de sangre…, de augurios malignos; hueso de pedernal astillado.
Un maniquí frente a mí navega con pesadez liviana. Sujeto a mis cuerdas se transforma en Baubo, la diosa acéfala que gesta espermas suicidas; sus labios vaginales me miran curiosos y yo lloro e invoco al desertor, que, indiferente, cruza sus piernas y brazos para proclamarse emperador de la tierra infecunda.
El azul-gris del cielo resguarda la puesta en escena. Los personajes-globos circundan mi lecho extranjero; ¿yo?, les hago creer que me importan.