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Me llaman Santa Juana

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Me llaman Santa Juana… Santa Juana de la cultura liberadora, pero yo estoy presa en la forma sin forma de mi cuerpo altanero. A veces sucumbo a la pasión de los colores, del punto y la raya y me entrego a mis sentidos. Es entonces cuando le tiendo trampas al dolor y me dibujo con tinta de granada. Disfruto el camuflaje del color y el grosor de los pinceles. Me complace desdibujarme de mil maneras y hacerle creer a los otros que soy su guerrera, su amantísima deidad azteca.

Me agradan mis vestidos coloridos y las cintas que entretejen mi cabello con colores intensos, sin recato. Adornar mis dedos con piedras estridentes le otorga a mis manos un placer disoluto. ¡Ah!, si les contara mis paseos por los cafés parisinos…, las caras de regidores de sueños incapaces de concebir mi fantasía hecha historia; manifiestos surrealistas que reclaman el derecho a engendrar cadáveres exquisitos, pero no son capaces de reconocer mi corporeidad de rótulos fulgurantes.

Soy fuego, soy tierra, soy aire, soy agua. Me gusta diluirme en la lluvia y renacer en huesos de sandía. Pintarme toda de invisible y resurgir en viñas, en frutas, en monos. Procrearme a mí misma a través de seres-piedras, seres-aves, seres-astros. Perderme y reinventarme sin dolor y con olvido. Transmutarme.

Me regodeo en historias ancestrales. Mis genes de gitana errante me invitan a peregrinar sin remilgos; mis semillas de india agreste me obligan a comulgar con dios y hacerle el amor, irreverente.

¿Amantes? Suficientes. Intenciones frugales para mitigar la veleidosa ausencia de mi forjador de sueños. El amante-amado de mi vida coja, de mi vida entera, de mi vida loca.

Dios-Diego: unívoco ser que yo venero, tu nombre cobija cinco letras, cinco. La suma de los cuatro puntos cardinales, y del centro, el universo manifestado. ¿Sabías, Diego, que cinco es también el número del corazón? El santo, el sagrado corazón al que acudo para conjurar mis heridas divinas, manchas que aparecen en mi carne cuando te sé distante y ajeno; cuando te imagino acurrucando tu cuerpo de sapo en el lodo espeso de vulvas y pechos que no son los míos. Entonces, mi amadísimo Diego, quiero gritar, correr y desaparecer: íntegra. Pero la pesadez de mi cuerpo me recuerda que soy tuya, y que me debo a ti, quien eres todas las combinaciones de números. La vida.

Me conmueve parir…me a mí misma. Concebir en la inmovilidad del tiempo los minutos de los no-relojes y los no-calendarios. En este breve estadio, engendro recuerdos de mi maternidad truncada, mi génesis abortada que alude a la oquedad y a la ausencia de colores…, la nada. Por eso me proclamo la gran ocultadora, la visionaria que acude a la sinrazón para hacer lo que le da la gana. Detrás de la cortina del dolor, me reinvento…

Fuga a dos voces

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