Читать книгу Colombia, mi abuelo y yo - Pilar Lozano - Страница 11

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—Los terrícolas somos habitantes de una nave espacial —repetía Papá Sesé.

A veces dibujaba la Tierra repleta de niños vestidos de astronautas y me dejaba bien claro que nuestra astronave nunca se detiene.

—El universo es como una feria de juegos mecánicos donde todo está en permanente movimiento. La Tierra gira sobre sí misma, gira alrededor del Sol, gira con el sistema solar dentro de la galaxia, y viaja con la galaxia por el universo. Somos viajeros espaciales —concluía.

A mí me costaba mucho trabajo imaginar cómo se dan todos estos movimientos a un mismo tiempo. Mi abuelo buscó entonces un ejemplo que me ayudara a entender mejor.

—Pequeño —me dijo con cariño—, imagina que la galaxia es como un platillo volador que se mueve a gran velocidad dando volteretas. Ahora imagina un trompo bailando en una esquina de él: es la Tierra. Los terrícolas viajamos siempre en el trompo y, a la vez, en el platillo volador. ¡El universo es el escenario de una gran danza que nunca se detiene!

—Menos mal que no sentimos tanta voltereta —comenté con un suspiro de alivio—. ¡Viviríamos siempre mareados!

Mi abuelo se rio con ganas de mi ocurrencia. Me dio una palmadita en la espalda que yo interpreté como un “comprendiste”.

Y añadió más datos: alrededor de sí misma, la Tierra da una vuelta cada 24 horas. ¡Demora un día completo!

Como la Tierra es redonda, y gira y gira, los terrícolas nos turnamos el día y la noche. Siempre hay media Tierra de cara al Sol, con luz, y otra media en tinieblas. Cuando los niños están almorzando en Bogotá, al otro lado del planeta, en Singapur, están con piyama y en la cama en plena medianoche.


Alrededor del Sol, la Tierra avanza rapidísimo: 30 kilómetros en un segundo. Cada vuelta completa dura un año: ¡12 meses!

A mí me gusta ser un terrícola. Aquí tenemos la luz y el calor necesarios para que existan las flores, los perros, los gatos, las personas…

Bueno, confieso que envidio algunas cosas de los otros planetas. A Saturno, sus anillos: ¡son hermosos! Y a Júpiter, sus lunas: ¡le han contado 79! ¡Qué tal que tuviéramos tantas! ¡Sería fantástico!

¿Por qué Júpiter es así?, ¿por qué tiene varias lunas?

—Es un planeta capturador de cometas. Como es grandote, los atrae y los convierte en sus satélites —me sacó de la duda el abuelo.

Amo la Luna. De niño soñaba con conocerla para brincar seis veces más alto que en nuestro planeta. Allí todos seríamos grandes beisbolistas. Con un batazo la pelota iría seis veces más lejos. ¡Haríamos muchos jonrones!

Los astrónomos llaman pastoras a las lunas de Urano. Tienen nombre: Titania, Oberón, Ariel, Umbriel y Miranda. Son inmensas. Cada una guía una especie de rebaño de piedras que forman anillos alrededor suyo. Eso lo leí en Internet. El Voyager II (Viajero II), esa nave espacial que revolotea por el universo desde 1977 cargada de aparatos para estudiar y fotografiar lo que encuentra a su paso, descubrió este secreto de Urano.

¡Cómo gozó mi abuelo con la instalación de la Estación Espacial Internacional! ¡Una verdadera ciudad científica espacial! Va creciendo cada vez que sube un transbordador al espacio. Solo cuando nos sentamos a ver la página web de la NASA, pude tener una idea más o menos clara de cómo funciona esta maravilla. Cuando mi abuelo era un joven todo esto era simplemente ciencia ficción.


Navegar por esta página —www.nasa.gov— fue de las últimas pasiones del viejo. Allí cuelgan las imágenes enviadas por los telescopios espaciales, telescopios robots inteligentes que flotan en el espacio; son subidos al cielo en poderosos cohetes. Y están también las fotos captadas por los laboratorios robots desde Marte. Son como tractores que ruedan por la superficie de ese planeta. Tienen paneles solares para alimentar sus baterías, brazos mecánicos para hacer excavaciones, recoger suelo y rocas marcianas y analizarlas automáticamente en su barriga-laboratorio. Además, están equipados con cámaras fotográficas y filmadoras.

—¡Te tocará ver a los hombres descender en Marte! Eres un potencial habitante de ese planeta —insistía el abuelo cuando ya estaba enfermo. Le ilusionaba esta idea.

Y puede ser cierto: cada día sabemos más sobre el planeta más cercano a nosotros. Desde 2018 el Curiosity, una compleja nave espacial, espía a Marte. Ya registró dunas azules, auroras boreales —destellos de luces de verde a morado—, un lago salado de más de 20 kilómetros y tormentas —eternas— de polvo.

Nunca he dejado de estar atento a las noticias que reseñan los avances en la conquista del espacio. Hace poco me impactó ver la primera foto de un agujero negro; una hazaña posible gracias al trabajo de científicos de 40 países.

Capturaron un reflejo de hace 55 millones de años. ¡Se necesitó que ocho radiotelescopios, instalados en distintos lugares del mundo —entre ellos Chile, México, Groenlandia, España, Antártida— obtuvieran y procesaran imágenes durante años! ¡En más de mil discos duros las llevaron a Boston y a Bonn donde expertos trabajaron para componer una sola imagen! La fotografía resultante pesa más que todos los datos que subimos los terrícolas a Facebook en 24 horas. ¡Imposible guardarla en la nube!

Pensar en los agujeros negros me sigue dando escalofríos como cuando era niño y el abuelo me hablaba de ellos. Estos objetos cósmicos son uno de los mayores enigmas del cosmos: cuerpos tan densos que ni siquiera la luz puede pasarles de largo.


Colombia, mi abuelo y yo

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