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EL SIGNIFICADO DE PACTO

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El concepto de pacto es fundamental para la revelación divina. Incluso podríamos decir que Dios revela Su Palabra y Su plan bíblicamente a través de una estructura de varios pactos. Los pactos son prominentes en el Antiguo Testamento y desempeñan un papel importante en la enseñanza del Nuevo Testamento.

A pesar de la prominencia de esta estructura, existe mucha confusión sobre el significado del término pacto. Por ejemplo, a menudo hablamos de la diferencia entre el antiguo pacto y el nuevo pacto, pero también hablamos del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, y tenemos una tendencia a usar esos términos de manera intercambiable, considerando “Antiguo Testamento” como sinónimo de “antiguo pacto” y “Nuevo Testamento” como sinónimo de “nuevo pacto”. Por supuesto, estos términos están estrechamente relacionados, pero en realidad no son sinónimos. No significan exactamente lo mismo.

También hay confusión debido a las formas en que la idea de pacto se maneja en las culturas del siglo XXI. Por ejemplo, los pactos fueron bastante importantes para la fundación de los Estados Unidos como nación. La teoría política que se implementó en el gran experimento de los Estados Unidos se basó en gran medida en la idea de John Locke del contrato social. Este concepto sostenía que existe una relación entre los gobernantes y los gobernados, entre el gobierno y el pueblo, por la cual los líderes son seleccionados o elegidos por el pueblo y están facultados para gobernar solo por el consentimiento del pueblo. En esencia, hay un acuerdo, una promesa mutua de fidelidad, entre el pueblo, que promete su lealtad a su gobierno, y los funcionarios del gobierno, que hacen juramentos para defender la Constitución en sus cargos. Hay un contrato o un pacto, un acuerdo que une a ambas partes.

Además, a menudo hablamos del pacto industrial, que se presenta de muchas formas. Cuando una persona va a trabajar para una empresa, puede firmar un contrato en el que el empleador le promete cierta remuneración, beneficios, etc., y en el que el empleado se compromete a dedicar una parte determinada de su tiempo a trabajar para la empresa. Vemos este tipo de pacto en los acuerdos laborales. Asimismo, en un nivel más popular, cada vez que compramos algo con una tarjeta de crédito o a cuotas, entramos en un contrato o acuerdo para pagar la cantidad total de la mercancía o del servicio en un periodo de tiempo establecido. Aún más importante es el contrato de matrimonio, un acuerdo que implica juramentos y votos, sanciones y promesas, entre dos personas. Todos estos acuerdos son pactos.

Ahora bien, todos estos pactos tienen elementos similares a los pactos bíblicos, pero no son idénticos. Aunque los pactos bíblicos tienen elementos de promesa, hay algo que los hace diferentes de estos otros tipos de acuerdos—los pactos bíblicos se establecen con base en una sanción divina. Es decir, no se establecen sobre la base de promesas hechas por partes iguales, sino sobre la base de la promesa divina de Dios. En los pactos bíblicos, es Dios quien declara los términos y hace las promesas.

LA ESTRUCTURA DE LA REVELACIÓN

Los pactos proporcionan la estructura de la historia de la redención, el contexto en el que Dios desarrolla Su plan de redención. Esta idea fundamental se mantuvo durante muchos siglos, pero se convirtió en un foco de controversia a mediados del siglo XX. Rudolf Bultmann (1884-1976), un erudito de la alta crítica en Alemania, hizo una distinción entre lo que él llamó heilsgeschichte, o “historia de la salvación”, y la historia misma. Cuando habló de heilsgeschichte, se refería a algo que tenía lugar no en el plano horizontal de la historia mundial sino por encima de la historia, en algún tipo de ámbito supratemporal. Bultmann abrazó una forma existencial de filosofía y creyó que la salvación no ocurre en este nivel sino verticalmente—como diría él, de manera inmediata y directamente desde arriba. Él veía la salvación como una cosa mística que sucede cuando una persona tiene una experiencia crítica de fe.

Al mismo tiempo, señaló que la Biblia está llena tanto de mitología como de historia real, pero para que la Biblia tenga algún significado para nosotros hoy, debe ser desmitificada. Es decir, tenemos que arrancar la cáscara del mito que contiene ese núcleo de verdad histórica. En consecuencia, él confinó cualquier cosa que supusiera algo sobrenatural —como el nacimiento virginal, los milagros de Jesús, la resurrección, etc.— al ámbito del mito, no al de la historia.

El punto central de este tipo de pensamiento existencial y teológico que guio a los teólogos alemanes en el siglo XX era que la salvación no tiene que estar arraigada y fundamentada en la historia para ser real. Podemos seguir teniendo el “episodio de Cristo”, que es un momento existencial que las personas experimentan, un momento de crisis. No obstante, esa idea está muy alejada del concepto bíblico de la redención.

Oscar Cullman (1902-1999), el teólogo suizo y erudito del Nuevo Testamento, escribió una trilogía de libros a mediados del siglo XX acerca de este aspecto de la historia de la redención. El primer libro se llamó Cristo y el tiempo. En este examinó las referencias a un marco temporal que aparecen en la Biblia, tales como años, días, horas, etc. El segundo libro fue sobre la persona de Cristo. El tercer libro se tituló Salvation in History [Salvación en la historia], que refutaba de forma exhaustiva a Bultmann, argumentando que según las Escrituras la revelación de Dios está inexorablemente ligada a la historia real. El erudito holandés del Nuevo Testamento, Herman Ridderbos (1909-2007), apoyó esa moción y argumentó que la Biblia no está escrita como un libro de historia común. No es simplemente una cronología de las acciones de los hebreos. Es más que eso. De hecho, es el desarrollo de la obra redentora de Dios—por lo que es apropiado llamar a la Biblia historia de la redención. Mientras que los críticos decían: “La Biblia no es historia; es historia de la redención”, Cullman, Ridderbos y otros decían: “Sí, es historia de la redención, pero es historia de la redención”. El hecho de que la Biblia se ocupe de la redención no es una excusa para arrancarla del contexto de la historia real.

La Biblia está llena de alusiones a la historia real. Cuando nos acercamos a los documentos del Nuevo Testamento, llegamos primero a los relatos del nacimiento de Cristo, la famosa historia de navidad. Leemos: “Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria” (Lucas 2:1-2). En otras palabras, Lucas ubicó el escenario para el nacimiento de Cristo en la historia real. Personas como Poncio Pilato, Caifás y otros fueron personajes históricos reales. El faraón de Egipto, Ciro, Belsasar y Nabucodonosor fueron todos personajes históricos reales. Así que la Biblia habla sobre la obra de Dios en y a través del plano normal de la historia.

En el primer libro de su trilogía, Cristo y el tiempo, Cullmann hizo una distinción entre dos palabras griegas que se traducen como “tiempo”. Chronos es la palabra griega común que se refiere al paso del tiempo momento a momento. Yo uso lo que comúnmente llamamos un reloj de pulsera, pero el término más técnico es un cronómetro. Un cronómetro es algo que mide el cronos, el paso de segundos, minutos y horas.

La otra palabra, kairos, tiene un significado especial. Tiene que ver no solo con la historia sino con lo que llamaríamos lo histórico. Todo lo que sucede en el tiempo es historia, pero no todo lo que sucede es histórico. Utilizamos el término histórico para referirnos a momentos específicos en el tiempo que están impregnados de significado e importancia, momentos que lo cambian todo. El ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, fue un momento histórico en la historia de Estados Unidos. Cambió nuestra cultura para siempre. El 11 de septiembre de 2001, también cambió nuestra cultura nacional para siempre. Ese también fue un momento histórico. Pero estos dos momentos, estos eventos kairóticos, no tuvieron lugar en una “tierra de nunca jamás” del pensamiento existencial y gnóstico, sino en el plano real de la historia.

En el corazón del anuncio bíblico de la venida del Mesías está la declaración de que Jesús vino en “la plenitud del tiempo” (Gálatas 4:4 LBLA). La palabra griega usada aquí es pleroma; tiene que ver con un tipo de plenitud que indica saciedad. Si coloco un vaso debajo de un grifo y lo lleno con agua hasta el borde, el estado de plenitud de ese vaso no sería igual al pleroma. Tendría que dejar el vaso debajo del grifo hasta que una gota más hiciera que el agua se derramara; eso sería pleroma. Es estar tan lleno que no hay espacio para agregar otra gota ni otra partícula de cualquier cosa. Eso nos ayuda a entender lo que la Biblia quiere decir cuando afirma que, en el plan de Dios, Cristo vino en “la plenitud del tiempo”.

Esta idea está relacionada de manera inquebrantable con el evangelio mismo. Cuando los apóstoles abordaron el evangelio en su predicación en el libro de Hechos o en sus cartas, hablaron de cómo Dios había preparado la historia para la venida de Su Hijo. Todo en la historia del Antiguo Testamento, antes del nacimiento de Cristo, avanzaba hacia ese momento kairótico. Todo después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo se remite a esos momentos kairóticos que dieron forma a todo el futuro del pueblo de Dios. Pero el contexto de la redención es la historia real, no algún ámbito espiritual que está fuera de las dimensiones medibles de la historia tal como la conocemos.

EL CONCEPTO HEBREO DE PACTO

En el Antiguo Testamento, la palabra traducida al español como pacto es la palabra hebrea berîyth. El Nuevo Testamento, sin embargo, está escrito en griego. La traducción griega del Antiguo Testamento, la Septuaginta, fue producida por judíos exiliados durante el proceso de helenización de Alejandro Magno, que hizo que las naciones y los pueblos subyugados hablaran griego. Para que las Sagradas Escrituras de los hebreos no se perdieran mientras los judíos eran forzados a hablar griego, un equipo de setenta eruditos judíos se reunió y tradujo las escrituras hebreas al griego. Ese fue un evento muy importante en la historia del judeocristianismo, porque allí comenzamos a ver cómo los conceptos del Antiguo Testamento se traducían al idioma griego, un idioma que no era nativo para el pueblo del antiguo pacto. La Septuaginta, por ende, es casi como una clave para descifrar un código, porque con ella podemos ver cómo los judíos tradujeron sus propias escrituras al griego y luego comparar cómo los escritores del Nuevo Testamento usaron el mismo idioma.

Uno de los problemas con los que lucharon los judíos que produjeron la Septuaginta fue la elección de una palabra para traducir berîyth del hebreo a al idioma griego. No había palabras que realmente coincidieran con el término hebreo berîyth, que ahora se traduce al español como pacto. La elección se redujo a un par de palabras y la que ganó fue diathēkē. La mayoría de las veces, diathēkē se usa en el Nuevo Testamento para traducir la palabra hebrea berîyth o el concepto hebreo de pacto.

Esta palabra, diathēkē, es en cierta medida la fuente de la confusión entre “antiguo pacto” y “Antiguo Testamento”, y entre “nuevo pacto” y “Nuevo Testamento”. La razón es que diathēkē puede traducirse no solo como “pacto”, sino también como “testamento”. Sin embargo, en la época de la Septuaginta, un testamento en la cultura griega tenía un par de cosas que lo hacían significativamente diferente del concepto de pacto del Antiguo Testamento. Primero, en la cultura griega, un testamento era algo que el testador podía cambiar en cualquier momento, mientras él estuviera vivo. Una persona podía elaborar su última voluntad y testamento, enojarse con sus herederos designados, y sacarlos del testamento. Yo les digo esto a mis hijos: “¡Están fuera del testamento!”. Por supuesto, solo estoy bromeando cuando digo eso, pero en realidad sucede que las personas pueden ser desheredadas, dejadas fuera del testamento de alguien. Sin embargo, cuando Dios hace un pacto con Su pueblo, puede castigarlos por romper Su pacto, pero Él nunca abandona las promesas del pacto que hace.

La segunda razón por la que diathēkē fue una mala elección es que los beneficios de un testamento no se reciben sino hasta después de que el testador muere. Pero cuando Dios entra en un pacto con las personas, ellas no tienen que esperar a que Él muera para heredar las bendiciones de ese pacto, porque Él no puede morir. Entonces, dadas esas dos grandes debilidades, nos preguntamos por qué los traductores de la Septuaginta eligieron la palabra griega diathēkē para traducir el hebreo berîyth.

Esto es relevante para nosotros porque los hebreos concebían un pacto no simplemente como un acuerdo, sino como un acuerdo aunado a la promesa divina, que reposa en última instancia en la integridad de Dios, no en nosotros como socios débiles del pacto. Esto es muy importante para nuestra comprensión de las promesas del pacto de Dios.

La otra palabra griega que fue considerada para traducir berîyth en la Septuaginta fue sunkatathesis. Tiene el prefijo sun- o syn-, que encontramos en las palabras sinónimo, sincretismo, sincronización y otras similares; significa simplemente “con”. La idea de sunkatathesis en la cultura griega era un acuerdo entre socios iguales. Pero los hebreos no habrían aceptado eso. Ellos no querían usar esa palabra como la traducción de berîyth porque querían señalar claramente que los pactos que Dios hace con Su pueblo se hacen entre un superior y un subordinado, no entre dos partes iguales. Por tanto, esa palabra fue rechazada.

Regresaron a la palabra diathēkē porque en su uso original, antes de que evolucionara en la cultura griega hasta usarse como la palabra para “testamento”, tenía una referencia a lo que se denomina “la disposición para uno mismo”. Un diathēkē tenía que ver con la disposición de un individuo de sus bienes o propiedades para sí mismo; es decir, se refería a su derecho soberano de determinar a quién se le daría su patrimonio. Ese era un elemento que armonizaba bien con el concepto hebreo, porque Dios elige dar Sus promesas a quien Él quiere darle esas promesas. Él hizo un pacto con Abraham que no hizo con Hammurabi. Él escogió a los judíos; no escogió a los filisteos. Él entró en una relación de pacto con ellos y dijo: “andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Levítico 26:12). Esa no fue una elección que hicieron los israelitas, sino una elección hecha por Dios. Así que, si bien la palabra griega diathēkē conlleva cierta confusión por su contenido en la cultura griega, esta palabra, más que cualquier otra palabra en ese idioma, transmite la idea de algo más allá de un acuerdo que es tan importante para nuestra comprensión de la noción hebrea de pacto. Al observar los diversos pactos de las Escrituras, espero que sea más claro cuán importante es esto para nuestra comprensión de la estructura de la revelación divina.

DISTINGUIENDO LOS PACTOS

Como mencioné, usamos los términos “Antiguo Testamento” y “Nuevo Testamento”, así como “antiguo pacto” y “nuevo pacto”. Yo solía molestar a mis alumnos preguntándoles: “¿quién es el profeta más importante del Antiguo Testamento?”. Ellos decían: “Elías”, “Isaías”, “Jeremías”, “Ezequiel” o “Daniel”. Entonces yo les respondía: “No, no, el profeta más grande del Antiguo Testamento es Juan el Bautista”. Ellos siempre se indignaban. Respondían: “¿Qué quieres decir? ¡Él está en el Nuevo Testamento!”. Ese era el punto que quería transmitir. Jesús dijo: “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista” (Mateo 11:11). Sí, leemos del nacimiento de Juan el Bautista en el libro que llamamos el Nuevo Testamento. Pero en términos de la historia de la redención, o del plan de redención de Dios, el nuevo pacto aún no se había establecido en el momento del nacimiento de Juan. Leemos sobre él en el Nuevo Testamento, pero el periodo de la historia de la redención en que nació Juan fue el antiguo pacto. Él perteneció a ese periodo de la historia de la redención.

Hay un sinfín de debates sobre cuándo comenzó realmente el periodo del nuevo pacto. Algunas personas dicen que comenzó en el momento de la resurrección de Jesús y otras señalan el día de Pentecostés. Estoy convencido de que el nuevo pacto comenzó en el aposento alto la noche anterior a la muerte de Jesús, cuando Él cambió el significado de la Pascua y declaró la creación de un nuevo pacto en Su sangre—que Él ratificó al día siguiente en la cruz. Por tanto, creo que ahí es cuando realmente comenzó el periodo de la historia de la redención que llamamos el nuevo pacto.

Sin embargo, podemos ver la confusión, porque en nuestro uso más común del lenguaje, cuando hablamos del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, no estamos hablando de dos pactos; estamos hablando de dos colecciones de libros: las Escrituras del Antiguo Testamento y las Escrituras del Nuevo Testamento. Estamos hablando de dos segmentos del canon bíblico. En ese sentido, el uso de la palabra no tiene nada que ver con el concepto de testamento o voluntad. Cuando hablamos del antiguo pacto o del nuevo pacto, no estamos hablando del concepto de testamento, sino de un periodo de tiempo.

El periodo de redención del antiguo pacto no cubre toda la historia del Antiguo Testamento, porque el antiguo pacto no comenzó sino hasta la caída. Cuando nos referimos al antiguo pacto, nos referimos a lo que Dios prometió después de la caída. Por lo tanto, tenemos que hacer más distinciones y separar entre lo que llamamos el pacto de la Creación y el pacto de redención, y eso es justo lo que comenzaremos a hacer en el próximo capítulo.

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