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EL PACTO DE REDENCIÓN

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La revelación bíblica que encontramos en las Escrituras es progresiva; es decir, hay un desarrollo gradual de la revelación de Dios. Él no nos lo da todo en el libro de Génesis. Pero a medida que la historia avanza a través del tiempo, Dios da más y más revelación de Sí mismo y de Su plan de redención. Esa revelación continua y progresiva no es correctiva. No es que la revelación más reciente corrija la antigua; Dios no necesita ser corregido. En cambio, Él aumenta o agrega contenido adicional a Su revelación a medida que pasa el tiempo. Y una vez más, la estructura básica que transmite esa progresión es la estructura del pacto.

¿Cuándo se hizo el primer pacto? En teología, encontramos evidencia de un pacto que no se muestra directamente en las Escrituras. Más bien, se deduce de cierta información extraída de las Escrituras, en particular de pasajes del Nuevo Testamento que tratan sobre nuestra comprensión de la misión, el propósito y la obra de Jesús. Hace algunos años, prediqué sobre el evangelio de Juan y recordé una vez más cuánto de este libro es un registro de las controversias que Jesús tuvo con las autoridades judías de Su época. Muchos de los debates entre Jesús y los fariseos o Jesús y los escribas tenían que ver con Su origen y la base para Su autoridad. Y una y otra vez en el evangelio de Juan, Jesús dijo que fue enviado por el Padre, que Él es el misionero supremo de Dios. Un misionero es alguien que es enviado y autorizado por la persona o el grupo que lo envía. Cristo se refería constantemente a Su origen, no al lugar de Su nacimiento en Belén, sino al cielo, desde donde fue enviado a la tierra por el Padre y fue autorizado por el Padre para hablar la Palabra del Padre.

Si entendemos que Jesús fue enviado y autorizado por el Padre, entendemos algo de lo que sucedió antes de que Dios creara el mundo, antes de que Dios creara a Adán y Eva, antes de que hubiera cualquier tipo de prueba en el huerto del Edén. En primera instancia no hablamos de un pacto que Dios hace con nosotros, sino de un pacto que fue forjado al interior de la misma Trinidad. En el lenguaje teológico, llamamos a esto el pacto de redención. Nos habla de un acuerdo que ha existido desde toda la eternidad entre las personas de la Deidad con respecto al plan de redención de Dios.

UNIDAD CON PROPÓSITO

Cuando yo era estudiante de posgrado en la década de 1960, se estaba gestando una controversia entre los teólogos alemanes. Ellos argumentaban que el ministerio de Jesús fue impulsado por Su deseo de vencer las inclinaciones vengativas y airadas del Dios del Antiguo Testamento. Esta idea se remonta a la herejía de Marción (cerca del 85-160 d. C.) en la iglesia primitiva, quien borró del Nuevo Testamento todas las referencias a Dios como el Padre de Jesús, porque pensaba que existía una incompatibilidad entre Cristo y el Dios del Antiguo Testamento. Todavía hay muchas personas que sostienen básicamente la misma idea. Dicen: “Bueno, me gusta el Jesús del Nuevo Testamento; es el Dios del Antiguo Testamento al que no puedo soportar; Él es un Dios tan vengativo”. Entonces, en la teología alemana surgió la idea de que Cristo vino en un esfuerzo por cambiar la mente de Dios, para convencerlo de que renunciara a Su propósito de juzgar a las personas y exponerlas a Su ira. Básicamente, entonces, la obra redentora de Cristo tuvo que ver con persuadir al Padre para que se relajara, por así decirlo. Por ende, Cristo nos revela misericordia, mientras que el Padre solo mostraba juicio.

No puedo pensar en nada que distorsione más el retrato bíblico de Dios Padre y de Dios Hijo que este tipo de teoría. El concepto detrás del pacto de redención es que el plan de salvación es concebido en la Deidad, y, en cierto sentido, es el plan del Padre. Es Él quien envía al Hijo al mundo. El Hijo no viene por Su propia iniciativa. De hecho, Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19). Así que el Hijo vino del cielo para hacer la voluntad del Padre en este mundo porque ellos dos, Dios Padre y Dios Hijo, están perfectamente de acuerdo desde la eternidad sobre la misión que el Hijo cumpliría en este mundo. El Padre y el Hijo son uno en Su propósito eterno—y podríamos agregar al Espíritu Santo, porque Él también está perfectamente de acuerdo con el Padre y el Hijo en cuanto al plan de redención de Dios.

Por lo tanto, creemos que hubo un pacto hecho entre las personas de la Deidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) antes de la Creación. A menudo decimos que, en el plan de redención, el Padre envía al Hijo al mundo para redimir a Su pueblo; el Hijo lleva a cabo esa redención mediante Su obra de obediencia; y luego el Espíritu Santo aplica la obra de Cristo al pueblo de Dios. El Espíritu ilumina la Palabra de Dios para nosotros, regenera nuestro espíritu a una nueva vida, nos atrae hacia el Hijo y nos reconcilia con el Padre. En consecuencia, la redención es una obra trinitaria de principio a fin.

La gran verdad que reposa sobre el concepto del pacto de redención es que la redención no fue una idea de último momento en el plan de Dios. No fue el plan B de Dios, que Él se vio obligado a idear para corregir el desastre que la humanidad hizo con la Creación. No, antes de que Él creara el mundo, Dios tenía un propósito eterno de redención, un plan para redimir a Su pueblo en este mundo, y las tres personas de la Trinidad estaban totalmente de acuerdo con respecto a ese plan. Por lo tanto, la idea de pacto está arraigada y basada en el carácter de Dios.

OBEDIECIA ACTIVA Y PASIVA

Cuando pensamos en el desarrollo del pacto de redención, tanto la teología histórica reformada como la teología protestante en general hacen una distinción con respecto a la obediencia de la segunda persona de la Trinidad, Jesucristo. Es una distinción entre Su obediencia activa perfecta y Su obediencia pasiva perfecta.

La obediencia activa de Cristo tiene que ver con Su obra como el segundo Adán, colocándose voluntariamente bajo los requisitos de la ley, asumiendo la responsabilidad de guardar la ley en nuestro nombre y obedeciendo activamente todos los mandamientos que Dios requiere de los seres humanos. Jesús manifestó Su obediencia activa en aquella ocasión confusa cuando vino a Juan el Bautista para ser bautizado junto con toda la gente de Judea, porque Juan los había llamado a venir y ser bautizados como una señal de limpieza del pecado. Cuando Juan vio a Jesús, declaró que Él era el Cordero de Dios que iba a quitar el pecado del mundo (Juan 1:29), afirmando que Él era un Cordero sin mancha. Pero entonces Jesús pidió ser bautizado. Juan estaba horrorizado. Él exclamó: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (ver Mateo 3:13-14). ¿Qué respondió Jesús? “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mateo 3:15). No pronunció un largo discurso sobre por qué quería que Juan el Bautista lo bautizara. Básicamente, puso a Juan en su lugar y dijo: “Solo bautízame; tiene que hacerse”.

Pero ¿por qué tenía que hacerse? Si Jesús iba a ser el segundo Adán, el nuevo representante del pueblo, Él tenía que cumplir en Su propia persona todas las obligaciones que Dios había impuesto a Su pueblo. En cierto sentido, Él se convirtió en la encarnación de Israel y tuvo que hacer todo lo que la ley exigía a esas personas, incluyendo someterse al bautismo como lo ordenó el profeta de Dios, Juan el Bautista. Así que Él procuró la obediencia activamente. Su comida era hacer la voluntad del Padre (Juan 4:34).

En contraste, también hablamos de la obediencia pasiva de Jesús. No podemos hacer una distinción absoluta, porque Jesús se sometió activamente a la aceptación pasiva de los requisitos del Padre, y esto se relacionaba con Su sufrimiento. Su obediencia activa es esa obediencia por la que logró la justicia perfecta y por lo tanto mereció la redención para Su pueblo. De ese modo Él nos proveyó con la justicia que necesitamos. Al mismo tiempo, Él asumió sobre Sí mismo los castigos que nosotros merecemos al someterse al juicio de Dios. Podemos ver esto más claramente en Su lucha en el huerto de Getsemaní, cuando Jesús tenía la copa de la ira divina frente a Él, la copa del juicio de Dios. Allí, Él dijo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Evidentemente el Padre pidió que bebiera la copa y abrazara la cruz. En ese punto, Cristo fue pasivo. Estaba recibiendo Él mismo la maldición del antiguo pacto. Estaba recibiendo Él mismo el castigo de Dios a favor de Su pueblo.

Y todo esto fue acordado en la eternidad antes de que Cristo se hiciera carne y habitara entre nosotros. Él aceptó hacer la obra necesaria para nuestra redención. Por eso lo llamamos el pacto de redención entre el Padre y el Hijo y, por extensión, el Espíritu Santo.

Las promesas de Dios

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