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INFANCIA Y JUVENTUD
SUS PADRES
La madre de Pedro se llamaba Emilia Ramírez Pastor. Había nacido en Madrid el 22 de febrero de 1892. Era hija de Diego Ramírez Berguillo y de Emilia Pastor Pertegaz. Diego consiguió plaza como maestro en Torrevieja, una localidad de la provincia de Alicante. Los Ramírez Pastor «eran una familia modesta y muy religiosos»[1].
Emilia «era la mayor de tres hermanos», «mujer piadosa, dotada de amplia cultura y de fina sensibilidad»[2]. Conoció a Pedro Casciaro Parodi —su futuro marido— siendo aún niña, en Torrevieja, porque los Casciaro Parodi solían pasar allí los veranos, en la finca familiar Los Hoyos. Emilia se distinguió por estar siempre «muy enamorada de su marido»[3].
Este había nacido en Cartagena el 24 de marzo de 1889, hijo de Julio Casciaro Boracino y Soledad Parodi Boracino. «Pertenecía a una familia de origen inglés e italiano, afincada en Cartagena»[4], «con ideas liberales y republicanas, de buena posición económica y no muy practicantes»[5] de la fe cristiana.
Pedro Casciaro Parodi fue un apasionado historiador, interesado por la historia del arte y la arqueología. Trabajó en la Universidad de Murcia, hasta que ganó la cátedra de Filosofía y Letras del Instituto de Enseñanza Media de Albacete. En esa ciudad manchega desarrolló una amplia actividad profesional: fue vicedirector y director del Instituto, y director de la Escuela del Trabajo; dirigió importantes excavaciones arqueológicas en el municipio de Hellín; y fue el primer director y organizador del Museo Provincial de Albacete. En 1928 fue nombrado miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia[6].
DE MURCIA A ALBACETE
Situada en el sudeste de la península ibérica, Murcia es el centro de la comarca natural de la Huerta de Murcia, célebre por su tierra fértil. A principios del siglo XX su economía se basaba fundamentalmente en la producción agrícola de frutas y hortalizas, y en su exportación comercial. La ciudad está emplazada a orillas del río Segura y a cuarenta kilómetros del Mediterráneo, en línea recta.
Emilia Ramírez y Pedro Casciaro Parodi se casaron en Torrevieja el 20 de julio de 1914 y se instalaron en Murcia, donde Pedro era profesor del Instituto de Enseñanza Media y de la Facultad de Filosofía y Letras.
El 16 de abril de 1915 nació su primer hijo, Pedro, que fue bautizado a los nueve días en la parroquia de Santa Eulalia. Los siguientes diez años vivió en su ciudad natal, bajo la mirada atenta de sus padres. Realizó los primeros estudios en el Liceo de Murcia.
Tuvo dos hermanos: María de la Soledad y José María. María de la Soledad nació el 22 de mayo de 1919, pero falleció a los pocos meses, de modo repentino. José María[7] nació el 1 de noviembre de 1923, cuando Pedro había cumplido ocho años y medio. A pesar de la diferencia de edad, siempre estuvieron muy unidos[8].
«En septiembre de 1922, su padre había tomado posesión de la plaza de catedrático del Instituto de Albacete, a la vez que continuaba con su dedicación a la Universidad de Murcia y sus investigaciones arqueológicas, manteniendo el domicilio en Murcia. Aunque la distancia entre Murcia y Albacete es de ciento cuarenta y ocho kilómetros, para aquella época significaba mucho tiempo en desplazamientos»[9].
En septiembre de 1925, cuando Pedro tenía diez años, la familia se trasladó a Albacete para que él pudiera cursar allí el bachillerato. Los años de Pedro en Albacete quedaron marcados por el Instituto de Enseñanza Media, donde trabajaba su padre, y por las frecuentes visitas al Museo Provincial. Esto propició que prendieran en él, desde muy joven, la afición a la historia y una extraordinaria sensibilidad artística.
Como estudiante obtuvo las mejores calificaciones. En junio de 1930, a los 15 años, se presentó al examen de bachillerato en letras y logró la máxima nota. No contento con eso, en el curso siguiente se matriculó de las asignaturas correspondientes a la rama de ciencias y, en junio de 1931, se graduó en el bachillerato de ciencias con sobresaliente[10].
Gracias a la educación que recibía en casa y a las responsabilidades que se le confiaban, alcanzó prontamente un buen grado de madurez. Su hermano José María nos ha transmitido varios episodios sorprendentes de su adolescencia:
Tendría Pedro unos trece años cuando mi abuelo Julio le encargó el seguimiento, digamos logístico, del transporte de un numeroso lote de excelentes cerdos, que había comprado (el abuelo) en Extremadura. Estamos hacia 1928. En aquel entonces el traslado en camión debió de presentar serias dificultades técnicas y se hizo por tren. Por la distancia (quizás unos 600 kilómetros) había que hacer varios transbordos. En alguno de ellos la cosa se complicó. Cuando Pedro hizo las gestiones pertinentes con un jefe de estación, éste se negó a considerarle como interlocutor válido, por ser todavía un niño. Pedro sacó entonces sus recursos de energía y decisión, además de los papeles correspondientes, y el escrito del abuelo Julio autorizándole y encargándole de la operación. Ante la firmeza y el desparpajo del niño, el jefe de estación terminó por acceder a la gestión. Cuando Pedro se despedía, aquel hombre se quedó mostrando su mayúscula admiración[11].
Por aquellas fechas ocurrió otro suceso parecido:
El abuelo Julio era propietario del Balneario de San Pedro, en Cartagena. Estaba situado entre el barrio de Santa Lucía y la escollera del puerto (...). Había destinado los beneficios de ese negocio para los gastos domésticos de la casa de Los Hoyos, en Torrevieja, de modo que el administrador del Balneario debía rendir cuentas y liquidación a mi abuela Soledad. Pues resulta que dicho administrador llevaba una temporada sin cumplir debidamente con su oficio, por más que le mandara las correspondientes reclamaciones. Hasta que un día, la abuela Soledad decidió enviar al nieto a hacer una visita de inspección al Balneario y reclamar las ganancias, provisto de un escrito con su autorización y mandato. Pedro fue al Balneario, se entrevistó con el administrador, le obligó a mostrar cuentas, las revisó exhaustivamente y le recogió los fondos que había en la Caja del negocio (…). Se comprende el prestigio que alcanzó ante los abuelos y que, en la larguísima mesa del comedor, le adjudicaran su asiento a la derecha del abuelo, con la excusa de que era el nieto mayor[12].
A quienes convivimos con él, años más tarde, no nos extraña el desparpajo y la desenvoltura de aquel niño de trece años, porque comprendemos que, ya entonces, empezaba a dar señales del temple y la determinación que demostró después.
El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República Española. Pedro estaba a punto de cumplir los 16 años y estaba preparándose para el examen de bachillerato en ciencias. En su casa se vivió aquel acontecimiento con intensidad porque «su padre, en los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera, había decidido afiliarse a Acción Republicana, el partido de Manuel Azaña, en el que vertió sus inquietudes democráticas y sociales». De hecho, «en las elecciones municipales» de esa fecha «resultó elegido concejal de Albacete»[13].
Pedro compartía los planteamientos liberales de su padre. También había sido educado por su madre en los rudimentos de la fe, aunque adolecía de una formación religiosa un tanto superficial: su vida de piedad era escasa, pues consistía básicamente en acompañar a su madre a Misa los domingos.
MADRID
En octubre de 1931, Pedro se trasladó a Madrid porque deseaba estudiar la carrera de arquitectura. Esta elección se adecuaba muy bien a sus talentos y aficiones: estaba dotado de sensibilidad artística y de genio creativo, conocía bien la historia del arte y dominaba las matemáticas y la física. Su primer objetivo era superar los exámenes de ingreso en la Escuela Especial de Arquitectura. Para poder presentarse a esas pruebas, el plan de estudios exigía que los candidatos hubieran aprobado las materias de los dos primeros años de la licenciatura en matemáticas.
El ambiente que encontró en la capital española era de gran efervescencia política. Tras la instauración de la Segunda República, se celebraron elecciones generales con el fin de formar las cortes que redactarían una nueva constitución[14].
Pedro se instaló en El Sari, un pequeño hotel situado en la céntrica calle de Arenal, muy cerca de la Puerta del Sol. Era un lugar estratégico por su proximidad al Madrid de los Austrias, a la Gran Vía y al Palacio Real. Cada día, a primera hora de la mañana, se desplazaba desde allí a la Facultad de Ciencias, situada en la calle San Bernardo, donde asistía a las clases. Por las tardes, solía acudir a una academia que regentaba el pintor José Ramón Zaragoza, para preparar las asignaturas de dibujo, y también dedicaba unas horas al estudio. No faltaban los paseos por el centro de la ciudad, sobre todo los fines de semana[15]. Más tarde se trasladará a una pensión de la calle Castelló, sita en el número 45, 4.º izquierda.
Entre los primeros amigos que hizo, estaban Ignacio de Landecho[16] y Francisco Botella[17], compañeros de clases de ingreso en Arquitectura y en la Facultad de Ciencias. Con ellos compartía muchas horas de estudio, de aprendizaje del dibujo y de técnicas de composición, y ratos de ocio[18]. También era muy amigo de Agustín Thomás Moreno[19], un antiguo compañero del Instituto de Albacete, que hacía la carrera de Derecho.
LA ACADEMIA DYA
Por entonces Josemaría Escrivá —un joven sacerdote de 29 años— realizaba una amplia labor en la capital, con personas de diferentes edades y condiciones sociales. En 1928 había fundado, por inspiración divina, el Opus Dei: un camino de santidad y de apostolado en el propio estado y condición de vida, en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios. En aquellos años su trabajo pastoral con jóvenes estaba centrado en la Academia DYA[20], que en septiembre de 1934 se trasladó —ampliada a residencia de estudiantes— al número 50 de la calle Ferraz[21]. En DYA se impartían clases de Derecho y Arquitectura, y se realizaba una intensa labor de formación cristiana con universitarios y con jóvenes profesionales[22].
Agustín Thomás Moreno iba con frecuencia a DYA para tener conversaciones de dirección espiritual con don Josemaría. Había invitado repetidas veces a su amigo de la infancia, Pedro Casciaro, a conocer a ese santo sacerdote, pero lo único que obtenía eran continuas negativas. Pedro declinaba una y otra vez la invitación hasta que, por fin, en enero de 1935, la aceptó, más bien movido por la curiosidad que por verdadero interés[23].
El primer encuentro con don Josemaría se grabó para siempre en su memoria. Quedó impresionado por sus cualidades: sobre todo por su piedad y su cultura, pero también por su trato cordial, sencillo y lleno de naturalidad, que lo movió enseguida a tenerle confianza y respeto. Al terminar la conversación, le pidió que fuese su director espiritual. Nunca había tenido uno, ni sabía muy bien qué era, pero deseaba hablar más veces con él[24].
De esta manera, Pedro empezó a acudir con frecuencia a la residencia de estudiantes de la calle Ferraz. Josemaría Escrivá, en las sucesivas conversaciones, le fue enseñando a tener un trato personal con Jesús, a vivir en presencia de Dios, a convertir el estudio en oración, a descubrir en las circunstancias ordinarias ocasiones para ofrecer pequeños sacrificios al Señor, etc.
Pedro poseía una memoria fotográfica proverbial y recordaba bien los detalles. Don Josemaría lo recibía en una pequeña oficina, contigua al oratorio: era el despacho del director de la residencia. Como no había habitaciones libres, en las tardes el director —Ricardo Fernández Vallespín[25]— se iba a otro lugar de la casa y el sacerdote —a quien solían llamar familiarmente Padre— utilizaba aquella oficina para atender espiritualmente a las personas que iban a verle, que eran numerosas, sobre todo jóvenes estudiantes.
Don Josemaría, en aquellas entrevistas de dirección espiritual, lo dejaba hablar y lo escuchaba con mucha atención, sin interrumpirlo. Le preguntaba por sus padres, por sus estudios y por su lucha interior de la última semana. Al final hablaba él, para darle los consejos oportunos.
EL ORATORIO DE LA RESIDENCIA
Un día de marzo de 1935 la conversación se desarrolló de modo distinto: don Josemaría habló desde el principio. Su alegría contagiosa, su optimismo y su buen humor parecieron a Pedro mayores de lo habitual: estaba gozoso, radiante. La causa era que el obispo de Madrid, Mons. Leopoldo Eijo y Garay[26], había concedido autorización para reservar el Santísimo Sacramento en el oratorio de la residencia.
Pedro no entendía muy bien todo lo que esto suponía, porque no estaba al corriente de los ordenamientos canónicos vigentes acerca de la reserva eucarística. Pero le parecía que el obispo podía haber dado antes aquel permiso, pues le constaba cómo se vivía la fe en DYA y veía en el Padre un sacerdote santo, inteligente y piadoso, plenamente merecedor de que se depositara en él esa confianza.
No expuso al Padre esas consideraciones, pero sí le hizo preguntas propias de quien no está muy al corriente de estas cuestiones: si el Santísimo se quedaba también por las noches en las iglesias y cuánto tiempo podía quedarse solo el Señor, porque había visto que a veces en los templos no había nadie. El sacerdote fue contestando a sus preguntas, dándole una lección de fe y de amor a la Eucaristía, que lo impulsó a tener más devoción a Jesús sacramentado. Varias ideas de aquella conversación las encontraría más adelante en Camino:
No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte dentro de cada Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor. —Él te espera.
¿No te alegra si has descubierto en tu camino habitual por las calles de la urbe ¡otro Sagrario!?
Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario... —Pero más humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y que en Nazaret y que en la Cruz. Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! (“Nuestra” Misa, Jesús...).
No dejes la visita al Santísimo. —Luego de la oración vocal que acostumbres, di a Jesús, realmente presente en el Sagrario, las preocupaciones de la jornada. —Y tendrás luces y ánimo para tu vida de cristiano[27].
Don Josemaría le habló también del nuevo sagrario y le transmitió, emocionado, este anhelo: «El Señor jamás deberá sentirse aquí solo y olvidado; si en algunas iglesias a veces lo está, en esta casa donde viven tantos estudiantes y que frecuenta tanta gente joven, se sentirá contento rodeado por la piedad de todos, acompañado por todos. Tú ayúdame a hacerle compañía...»[28].
El joven aspirante a arquitecto quedó profundamente conmovido al palpar la devoción del Padre a Jesús eucarístico y decidió tomar una resolución: como la Escuela de Arquitectura quedaba relativamente cerca de la academia DYA, «me comprometí gustoso a ir tantas veces como pudiera para hacer un poco de oración delante del Sagrario, y también a comenzar la costumbre de “asaltar” Sagrarios»[29]. Seguramente fue ese el día —según contaba después— en que san Josemaría le enseñó la oración de la comunión espiritual, que desde entonces recitó a menudo[30].
Las palabras de aquel joven sacerdote tuvieron una eficacia insospechada. A la vuelta de los años, Pedro comentaba que, muchas veces, cuando releía las homilías del Padre sobre la Eucaristía o escuchaba su catequesis, cuando estuvo en México, le venía a la memoria la primera vez que lo oyó hablar de la maravilla del amor de Cristo de haber querido permanecer entre los hombres, en todos los sagrarios del mundo[31].
Con el tiempo, Pedro fue profundizando en la devoción de san Josemaría a Jesús sacramentado y pudo comprender mejor su inmenso gozo cuando el obispo le concedió aquella autorización. Daba gracias a Dios por esa gran lección, por haberle confiado esa noticia y por haberla vivido tan de cerca: el primer sagrario de un centro del Opus Dei.
LOS CÍRCULOS DE SAN RAFAEL[32]
Después de esa conversación, comenzó a asistir a los círculos o clases de doctrina cristiana que impartía don Josemaría. Quienes lo escuchaban, notaban que amaba a Dios de veras, con pasión de enamorado, y que portaba en su corazón el deseo ardiente de acercar al Señor muchas almas. Pedro recordaba: «El Padre aludía con frecuencia, en aquellas charlas, al fuego del amor de Dios: nos decía que teníamos que pegar este fuego a todas las almas con nuestro ejemplo y nuestra palabra, sin respetos humanos; y nos preguntaba si tendríamos entre nuestros amigos algunos que pudieran entender la labor de formación que se llevaba a cabo en la residencia»[33].
En los meses siguientes, Pedro llevó a la academia de Ferraz a cuatro o cinco amigos de la Escuela de Arquitectura, entre ellos, a Ignacio de Landecho. «Desde que, como un provinciano despistado, aparecí en 1932 en la Facultad de Ciencias de la calle de San Bernardo —recordaba Casciaro—, Ignacio de Landecho y yo nos hicimos buenos amigos»[34]. Como hemos anticipado, ambos coincidían en la universidad y en las clases de dibujo del pintor José Ramón Zaragoza. Estudiaban por las noches en el cuarto de Pedro, en la pensión de la calle de Arenal. Iban juntos a las aulas de la facultad y a la Academia Górriz.
Eran amigos de verdad y, como tales, compartían confidencias y sucesos. Pedro ya le había hablado de don Josemaría y de la Academia DYA. Posteriormente lo invitó a ver la residencia. Ignacio accedió, conoció el ambiente de aquella casa y comenzó a asistir a los círculos que daba el Padre. En poco tiempo tomó mucho cariño a la Obra[35].
UN ABRIGO MUY ELEGANTE
Un rasgo característico de Pedro fue su finura de espíritu. La finura de espíritu es una actitud moral que consiste esencialmente en la atención al otro[36]. Esta cualidad perfecciona el espíritu humano, haciéndolo cada vez más delicado. Efectivamente, la persona fina no solo es moralmente recta, sino que capta, percibe con delicadeza, los detalles.
Pedro tenía esta virtud, porque se volcaba en una atención activa a los demás. Tendremos ocasión de recordar muchos ejemplos de este rasgo de su personalidad. Por el momento, puede servir como botón de muestra esta anécdota de su juventud que relata su hermano José María:
Hacia 1935, al llegar a Albacete de vacaciones, recuerdo que le habló a nuestra madre de un abrigo que le había visto llevar a una señora muy elegante días antes en Madrid. Mi madre, con intención, le pidió que le esbozase un dibujo para hacerse mejor idea. Pedro tomó unos papeles e hizo los trazos pertinentes del conjunto y de algunos detalles. Pocos días después llevó mi madre los dibujos a su modista, que encontró perfectos los diseños y le confeccionó sin dificultades la prenda[37].
VERANO EN LOS HOYOS
La santificación del trabajo, aspecto esencial de la espiritualidad del Opus Dei[38], supuso para Pedro un ensanchamiento de sus grandes ilusiones profesionales. En la convocatoria de junio de 1935, después de haber superado los dos primeros años de la licenciatura en Matemáticas, consiguió el ansiado ingreso en la Escuela de Arquitectura. Había logrado un buen nivel de rendimiento académico en sus primeros años universitarios.
Al llegar el verano, Pedro dejó Madrid y se fue a Torrevieja, a la finca familiar de Los Hoyos. Habían pasado seis meses desde su primer encuentro con san Josemaría, al que siguieron las sucesivas conversaciones y los círculos. Durante aquellos tres meses de vacaciones en el litoral mediterráneo, su relación con la Obra consistió en recibir cada mes unas letras del Padre y un ejemplar de Noticias[39].
«Pero —como recordaba Pedro— ya sentía que formaba parte no de un pequeño grupo circunstancial, sino de una labor naciente que duraría siempre y se extendería por todo el mundo»[40]. Como participante en el apostolado con gente joven, que el Padre encomendaba especialmente al arcángel san Rafael,
sentía que “aquello” era para mí una vocación de por vida, que llenaba plenamente mis ideales de vivir cerca de Dios y de hacer apostolado; ideales que, por otra parte, no había sentido hasta conocer al Padre y frecuentar el centro de Ferraz.
Recuerdo que releía con frecuencia y a solas en mi cuarto de Los Hoyos los números de Noticias; los contestaba escribiendo largas cartas y, a medida que pasaban las semanas en Torrevieja —muy divertidas, pero sin hallar a mi alrededor eco alguno a mis inquietudes— sentía mayor deseo de volver a ver al Padre y a mis amigos de Ferraz y hallarme de nuevo en aquel ambiente.
La semilla de la universalidad [de la Obra] ya estaba germinando [en mí en aquel verano], porque recuerdo que contemplaba con rara nostalgia los vapores que zarpaban del puerto, cargados de sal y con rumbo a países para mí desconocidos. Al mismo tiempo me preguntaba cómo llegarían a ser compatibles las exigencias de la familia y de mi futura profesión con el deseo de participar de alguna manera en la expansión de aquella inquietud apostólica, que las conversaciones con el Padre habían sembrado en mi alma (...).
En cuanto a la expansión del Opus Dei, no reflexioné entonces demasiado. Era algo que formaba parte de la fe que sentía en las palabras del Padre. Quizá consideraba al principio esa expansión geográfica como una serie de realizaciones lejanas que apenas llegaría a ver en mi vida. Y sin embargo, ya entonces el Padre nos decía: «Soñad y os quedaréis cortos». La realidad se encargó de hacerme ver que, a pesar de haber sido bastante soñador en mi juventud, mis sueños se quedaron verdaderamente cortos[41].
Pedro disfrutó de unas vacaciones largas y placenteras. Por las mañanas solía salir a nadar o a remar en una piragua. Por las tardes participaba en apacibles y larguísimas tertulias familiares, mecidas por el aire fresco del levante. Después salía a dar una vuelta por los balnearios o por el paseo marítimo con algunos chicos y chicas conocidos. En ocasiones participaba en las verbenas del pueblo o acudía al cine, acompañando a sus primas[42].
Las cartas del Padre y de los demás amigos de DYA influyeron en su vida espiritual: le daban nuevas fuerzas para perseverar en la oración y para aprovechar el tiempo. Junto a las actividades de descanso mencionadas, Pedro seguía —aunque con poca constancia— con sus prácticas de piedad habituales, con el estudio —al que dedicaba algunos ratos— y con la atención a los demás. Esos meses fueron dando su fruto: Pedro comenzó a preguntarse acerca del sentido de su vida y sobre los planes que Dios habría previsto para él.
[1] R. PEREIRA SOMOZA, Pedro Casciaro Ramírez, op. cit., p. 212.
[2] J. C. MARTÍN DE LA HOZ, Mons. Pedro Casciaro Ramírez, en SetD 10 (2016), p. 98.
[3] Ibid.
[4] Ibid., p. 99.
[5] R. PEREIRA SOMOZA, Pedro Casciaro Ramírez, op. cit., p. 212.
[6] Cfr. J. C. MARTÍN DE LA HOZ, Mons. Pedro Casciaro Ramírez, en SetD 10 (2016), pp. 99-100.
[7] José María Casciaro Ramírez (Murcia 1923 - Pamplona 2004). Sacerdote de la Prelatura del Opus Dei, doctor en Filología Semítica y en Sagrada Teología. Fue decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra.
[8] Cfr. J. M. CASCIARO, Vale la pena, p. 12.
[9] J. C. MARTÍN DE LA HOZ, Mons. Pedro Casciaro Ramírez, en SetD 10 (2016), p. 101.
[10] Cfr. ibid., pp. 101-102.
[11] Testimonio de José María Casciaro, 7 de abril de 2003, p. 1.
[12] Ibid., p. 2.
[13] J. C. MARTÍN DE LA HOZ, Mons. Pedro Casciaro Ramírez, en SetD 10 (2016), p. 102.
[14] Cfr. J. GIL PECHARROMÁN, La Segunda República, Alba Libros, Madrid 2005, pp. 29-33. La nueva carta magna fue aprobada por las cortes constituyentes el 9 de diciembre de 1931.
[15] Cfr. P. CASCIARO, Soñad y os quedaréis cortos, pp. 20-21.
[16] Ignacio de Landecho Velasco (Bilbao 1915 - Ciudad Real 1946). Nieto del arquitecto Luis de Landecho. Ingresó en la Escuela de Arquitectura en 1935. Concluyó sus estudios en octubre de 1943. Falleció en un accidente de circulación en 1946.
[17] Francisco Botella Raduán (Alcoy 1915 Madrid 1987). Catedrático de Geometría Analítica y Topología en las Universidades de Barcelona y Madrid. Presidente de la Real Sociedad Matemática Española y secretario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Solicitó la admisión en el Opus Dei en 1935. Fue ordenado sacerdote en 1946. Cfr. O. DÍAZ-HERNÁNDEZ, Francisco Botella Raduán, en J. L. ILLANES (ed.), Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Istituto Storico San Josemaría Escrivá, Monte Carmelo, Burgos 2013, pp. 164-166; C. ÁNCHEL, Francisco Botella Raduán: los años junto a san Josemaría, en SetD 10 (2016), pp. 141-193.
[18] Cfr. P. CASCIARO, Soñad y os quedaréis cortos, pp. 23-24 y 50-52.
[19] Agustín Thomás Moreno (Albacete 1911 - Madrid 2000). Al concluir el bachillerato se trasladó a Madrid para estudiar Derecho. Trabajó como empresario agrícola en Madrid y Albacete.
[20] En una conversación con uno de aquellos muchachos, «Escrivá le explicó que el objetivo de la Academia DYA era proporcionar una profunda formación cristiana a los estudiantes. Le confió que, aunque la abreviatura DYA significaba Derecho y Arquitectura, las dos materias que se estudiaban en la academia, para nosotros es “Dios y Audacia”» (J.F. COVERDALE, Echando raíces. José Luis Múzquiz y la expansión del Opus Dei, Rialp, Madrid 2011, pp. 16-17). Más información sobre la historia de DYA, cfr. J. L. GONZÁLEZ GULLÓN, DYA. La Academia y Residencia en la historia del Opus Dei (1933-1939), Rialp, Madrid 2016, pp. 142-143.
[21] Cfr. A. VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, vol. I, 1.ª ed., Rialp, Madrid 1997, pp. 495 y ss.
[22] Ibid., p. 514.
[23] P. CASCIARO, Soñad y os quedaréis cortos, p. 25.
[24] Ibid., pp. 26-27.
[25] Ricardo Fernández Vallespín (Madrid 1910 - Madrid 1988). Arquitecto y presbítero. Fue uno de los primeros miembros —desde 1933— del Opus Dei. Recibió la ordenación sacerdotal en 1949. Comenzó la labor del Opus Dei en Argentina, en 1950. Cfr. J. L. GONZÁLEZ GULLÓN — M. GALAZZI, Ricardo Fernández Vallespín, sacerdote y arquitecto (1910-1988), en SetD 10 (2016), pp. 45-96.
[26] Leopoldo Eijo Garay (Vigo 1878 - Madrid 1963). Ordenado sacerdote en 1900. Obispo de Tuy (19141917), de Vitoria (19171922) y de Madrid (19221963). Cfr. S. MATA, Leopoldo Eijo y Garay, en J. L. ILLANES (ed.), Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Istituto Storico San Josemaría Escrivá, Monte Carmelo, Burgos 2013, pp. 364-365.
[27] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, Rialp, 78.ª edición, Madrid 2004, nn. 269, 270, 533, 554 (en lo sucesivo se citará así: J. Escrivá de Balaguer, Camino).
[28] Testimonio de Pedro Casciaro, 18 de julio de 1975, p. 3 (AGP, serie A.5, 203-3-1).
[29] Cfr. ibid. Cfr. J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 876: «Niño: no pierdas tu amorosa costumbre de “asaltar” Sagrarios». Con este término, el autor invitaba a visitar a Jesús en la Eucaristía con el deseo y con la oración, por ejemplo, al encontrar en el camino el campanario de una iglesia.
[30] Cfr. testimonio de Pedro Casciaro, 18 de julio de 1975, p. 3 (AGP, serie A.5, 203-3-1). La oración de la comunión espiritual, en la formulación que empleaba Josemaría Escrivá, dice así: «Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos». Se la había enseñado un religioso escolapio, el padre Manuel Laborda de la Virgen del Carmen, para prepararle para la Primera Comunión (cfr. A. VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, op. cit., vol. I, p. 50).
[31] Cfr. testimonio de Pedro Casciaro, 18 de julio de 1975, p. 1 (AGP, serie A.5, 203-3-1).
[32] Los círculos de San Rafael son clases breves y prácticas de formación cristiana, en las que los jóvenes aprenden a ejercitarse en las virtudes naturales y sobrenaturales, para convertirse en hombres y mujeres de oración y vivir como discípulos de Jesucristo en la sociedad (cfr. F. CROVETTO, Los inicios de la Obra de San Rafael. Un Documento de 1935, en SetD 6 [2012], p. 309).
[33] P. CASCIARO, Soñad y os quedaréis cortos, pp. 36-37.
[34] Testimonio de Pedro Casciaro, 13 de junio de 1976, p. 4 (AGP, serie A.5, 203-3-3).
[35] Cfr. ibid., p. 5.
[36] Cfr. R. ALVIRA, Filosofía de la vida cotidiana, Rialp, Madrid 1999, p. 83.
[37] Testimonio de José María Casciaro, cit., p. 6.
[38] «Para amar a Dios y servirle, no es necesario hacer cosas raras. A todos los hombres sin excepción, Cristo les pide que sean perfectos como su Padre celestial es perfecto (Mt 5,48). Para la gran mayoría de los hombres, ser santo supone santificar el propio trabajo, santificarse en su trabajo, y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el camino de sus vidas» (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Conversaciones, n. 55).
[39] Boletín sencillo de varias hojas, impreso a velógrafo, promovido por san Josemaría, que se enviaba a los residentes y amigos de DYA, que se encontraban de vacaciones en diferentes lugares. Recogía noticias y anécdotas de unos y otros, en tono familiar. Era muy útil para mantener el contacto y sentir la cercanía y el cariño de todos.
[40] Testimonio de Pedro Casciaro, 13 de junio de 1976, p. 3 (AGP, serie A.5, 203-3-3).
[41] Ibid., pp. 3-4.
[42] Cfr. P. CASCIARO, Soñad y os quedaréis cortos, p. 43.