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Haya, Mella y la división originaria

El encuentro entre Víctor Raúl Haya de la Torre y José Vasconcelos en México, durante el exilio del primero provocado por la dictadura de Augusto Leguía, es una de las escenas fun­­dacionales del despegue de la ideología revolucionaria en el siglo xx latinoamericano.1 Haya llegó a México a fines de 1923, luego de encabezar el movimiento estudiantil contra el régimen peruano y tras un breve periplo que lo llevó a Panamá y a Cuba, donde alentó los trabajos de la Universidad Popular José Martí, creada por el joven comunista Julio Antonio Mella, a partir del modelo de la Universidad Popular González Prada en Lima, a principios de la década.2 En México, donde trabajaría como asistente de Vasconcelos, entonces secretario de Educación Pública del Gobierno de Álvaro Obregón, Haya compartió el entusiasmo por la Revolución mexicana y por la difusión, a través de ella, de las ideas, los líderes y las aspiraciones de otras dos revoluciones: la rusa y la china de 1911.

Las ideas de Vasconcelos sobre el nacionalismo revolucionario latinoamericano, plasmadas en el ensayo La raza cósmica (1925), promovidas por el intelectual mexicano en una apoteósica gira por Brasil y Argentina, estuvieron en el origen de la concepción de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), fundada en la capital mexicana en 1924. Vasconcelos llamaba a una regeneración de América Latina por medio del mestizaje, pero también a la proyección de una identidad espiritual virtuosa, propia de una civilización indoamericana capaz de sintetizar valores universales que solo se manifestaban fragmentariamente en otras partes del mundo.3 La nueva civilización o la nueva raza de que hablaba el intelectual mexicano era singular y universal a la vez por basarse en el mestizaje de todas las anteriores o existentes, sin “repetir a ninguna ni en la forma ni en el fondo”.4

La tesis, incorporada por Haya de la Torre a la creación del APRA, suponía que esa nueva civilización racial y espiritual, llamada Indoamérica, debía asimilar lo mejor de las otras razas y civilizaciones, exhibiendo una fisonomía propia. Vasconcelos decía, a propósito de las cuatro alegorías del patio del Palacio de la Educación Pública, las de Grecia, España, México y la India, que la raza cósmica se forma con los “tesoros” de las otras.5 Haya retomará la idea en muchos de sus textos escritos entre 1923 y 1927 y reunidos en el volumen Por la emancipación de América Latina, aunque complementando a Vasconcelos por medio de un marxismo-leninismo revisado: la civilización latinoamericana era específica, diferente a la europea, no solo por la identidad de su cultura o su civilización, sino por el sedimento “feudal” y “colonial” de su capitalismo.6 Ese sedimento, a juicio del intelectual y político peruano, era producto de la dominación imperialista: en América Latina, dirá enmendando a Lenin, el imperialismo no era la última, sino la fase originaria del capitalismo.

Las ideas de Haya de la Torre se inspiraban en el latinoamericanismo de la generación de 1910, especialmente, en ensayos como El porvenir de América Latina (1910) y El destino de un continente (1923) del argentino Manuel Ugarte, que reseñó elogiosamente. En consonancia, esas ideas tuvieron una recepción entusiasta en un campo intelectual iberoamericano, ávido de alternativas de integración continental frente al panamericanismo estadounidense. Haya recibió mensajes de apoyo y solidaridad de los españoles Miguel de Unamuno y Eduardo Ortega y Gasset, el argentino José Ingenieros, el uruguayo Carlos Quijano y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que participaron en la Asamblea Antimperialista Latinoamericana de París en 1925. No solo hispanistas antisajones, como el chileno Joaquín Edwards Bello en El nacionalismo continental (1925), sino comunistas como Julio Antonio Mella y José Carlos Mariátegui secundaron el integracionismo de Haya hasta 1927.7

En las páginas que siguen propongo reconstruir el momento de la ruptura entre apristas y comunistas, luego de repasar la confluencia inicial de aquellas corrientes de la izquierda a principios de los años veinte. Nuestro argumento es que la fractura tuvo elementos geopolíticos que han sido subestimados, mientras se magnifican divisiones ideológicas que, desde la historia conceptual, resultan menos decisivas. El choque entre comunistas y populistas a fines de los veinte tiene como origen la intensificación de la red internacional de Moscú, específicamente en América Latina, por un lado, y la construcción del sistema político mexicano, basado en el presidencialismo autoritario y el partido hegemónico, por el otro. El distanciamiento entre comunismo y populismo fue, también, resultado de la divergente institucionalización de las dos primeras revoluciones del siglo xx: la mexicana y la rusa.

haya y el bolchevismo

Los orígenes del APRA están marcados por la visión entusiasta del bolchevismo que Haya posee e impulsa a principios de los años veinte. Antes que Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui, Juan Marinello, Aníbal Ponce y algunos de los comunistas de la primera generación, el peruano viajó a Moscú y conoció a Trotski. Existen diversas hipótesis sobre el origen de aquel viaje a la Unión Soviética: algunos sostienen que Haya viajó a instancias de comunistas mexicanos como Diego Rivera y Rafael Carrillo Azpéitia, que lo propusieron para intervenir en el V Congreso de la Internacional y hacer avanzar la fundación de partidos comunistas en América Latina. Otros, como Roy Soto Rivera, sostienen que el viaje fue parte de una gira estudiantil por Europa, financiada desde Lima por Ana Melisa Graves y respaldada por Vasconcelos desde México, quien lo incorporó al primer tramo del trayecto a Nueva York.8 También intervinieron, por lo visto, en aquel viaje la Federación Obrera de Lima, el periódico mexicano El Universal Ilustrado, en el que Haya colaborada, y la red de estudiantes marxistas, socialistas y cristianos de Estados Unidos, en la que destacaba Bertram Wolfe, un joven graduado de la Universidad de Columbia, militante del Partido Comunista estadounidense, muy bien relacionado con el naciente comunismo mexicano.

Haya permaneció en la Unión Soviética entre julio y octubre de 1924, meses decisivos para la historia del comunismo en el siglo xx, puesto que fueron los que siguieron a la muerte de Lenin y dieron inicio a la fractura del primer bolchevismo. En sus notas de viaje, insistía en que su objetivo era “ver” y “estudiar la nueva realidad rusa” y aseguraba presentarse como “no comunista” y haber hablado en el V Congreso del Comintern en la “tribuna de periodistas”.9 Sus retratos de líderes soviéticos son apenas brochazos, pero suficientemente comunicativos como para detectar sus preferencias: Lunacharski es “sagaz y talentosísimo”; Zinóviev “rechoncho y bastante afónico”; Kalinin “sencillo, viejo campesino de tono muy monótono”, Stalin “vigoroso, imponente, con su gesto astuto y sus largos discursos, aparentemente sin mayor elocuencia”, y Ríkov “más vivaz”…10

En un pasaje de sus escritos sobre Rusia, Haya cuenta que Chicherin, comisario del Exterior, lo “sometió a un interrogatorio sobre México”, pero que “sus preguntas acusaban poco conocimiento de un país con tan interesantes problemas sociales”.11 Ese desconocimiento le resultaba sintomático y lo persuadía de que en la Unión Soviética se estaba produciendo un giro geopolítico, propio de una naciente potencia euroasiática, que llevaba a sus dirigentes a mostrar respeto e, incluso, “admiración” por otras potencias como Estados Unidos o la Italia de Mussolini, de quien dice haber visto un retrato en la misma Comisaría de Exteriores.12 Haya recuerda también que Losowsky intentó reclutarlo para las fuerzas comunistas mundiales, pero que su aproximación al fenómeno soviético partía de una pertenencia firme a la realidad latinoamericana, y suponía que otros acercamientos a la Rusia soviética, como los de Romain Rolland y Rabindranath Tagore, con quienes ya se carteaba, eran similares.

En tres meses, como han estudiado Víctor y Lazar Jeifets, la actividad de Haya en la Unión Soviética fue febril. Participó en el citado Congreso del Comintern, en el Kremlin, pero también en el IV Con­­greso de la Internacional Juvenil Comunista y se entrevistó con la viuda de Lenin, Nadezhda Krúpskaya, y otros líderes bolcheviques como Bujarin, Stirner, Frunze y Rádek. Entre todas sus semblanzas de aquellos dirigentes, la más favorable fue, sin duda, la que dedicó a León Trotski. En algún momento del viaje, Haya se enfermó de los bronquios, se tras­­ladó a un balneario en Crimea y luego se fue a Suiza, a encontrarse con Rolland. Allí, en Leysin, en diciembre de 1924, escribió aquel retrato de Trotski que puede leerse como un vislumbre de la pugna con Stalin y de la futura disidencia del marxista ucraniano.

La misma tarde que Haya llegó a Moscú conoció a Trotski en el lobby del hotel Lux. Allí el peruano constata el entusiasmo que el líder despierta entre los más jóvenes revolucionarios rusos y advierte que, a diferencia de otros dirigentes, que comienzan a remedar el rancio burocratismo zarista, Trotski tiene un trato accesible y franco.13 Haya llega a decir que ya en 1924 “Trotski libraba una batalla decisiva en el seno del Partido Comunista soviético”, tras los ataques en su contra de Ríkov y otros jerarcas en el Congreso Mundial de ese año, donde emergió el antisemitismo de un sector del primer bolchevismo.14 El marxista ucraniano, al decir de Haya, se defendía con una oratoria “magnetizante y electrizante”, que “modulaba maravillosamente el tono de su voz” y “controlaba perfectamente la potencia de su impulso vocal”, como las “llaves de un órgano”, llegando a ser “bajo profundo y clarín metálico”.15 A pesar de esos dones intelectuales y oratorios y de la lealtad que le profesaban los más jóvenes bolcheviques, Haya piensa, en el invierno de 1924, que la causa de Trotski “está perdida”.16

En sus escritos sobre la Revolución bolchevique Haya demuestra un conocimiento exhaustivo sobre los problemas económicos y diplomáticos del nuevo Estado socialista. Valora positivamente la Nueva Política Económica (NEP) y defiende, en la línea de Trotski, la necesidad de un debate de ideas abierto en la construcción del nuevo orden.17 Con Anatoly Lunacharski el peruano discutió el tema de la literatura y el papel de los escritores en el socialismo, que tanto interés despertaba en el movimiento estudiantil latinoamericano y, en especial, en la Universidad Popular González Prada. Lunacharski le dijo a Haya que en la Unión Soviética se estaba planteando un conflicto entre los escritores más comprometidos con el proletariado, defensores de un lenguaje “clásico”, y aquellos escritores de clase media o clase alta, seguidores de las corrientes vanguardistas, entre los que mencionaba a Borís Pasternak y Borís Pilniak, que se interesaban en el “habla popular” o en el “lenguaje de la calle actual”.18

En la conversación, se hace evidente que mientras Haya siente curiosidad por los segundos, Lunacharski se muestra favorable al uso del lenguaje clásico en la literatura obrera. A Haya le llama la atención que el comisario cultural hable con tanta pasión de la literatura del Siglo de Oro español (Cervantes, Lope, Calderón…), que situaba en un lugar privilegiado de sus “lecciones populares sobre literatura occidental”.19 Algunos de aquellos escritores, más comprometidos con la causa proletaria, como Máximo Gorki, Alexéi Tolstói, Konstantín Fedin, Nikolái Tíjonov o Aleksandr Fadéyev, terminarían ajustándose al paradigma del realismo socialista en los años treinta.

Los diálogos de Haya con Rolland y Tagore entre 1924 y 1925 describen el intento de profesar una simpatía por la Unión Soviética que no implicara una adhesión plena a la forma institucional que iba adoptando el estalinismo. A principios de 1925, ya el líder peruano se encontraba en la London School of Economics, donde entró en contacto con las ideas del laborismo y la socialdemocracia británicos, especialmente, de Harold Laski, Ramsay MacDonald y G. D. H. Cole. Desde Londres, Haya mantuvo una comunicación con los intelectuales argentinos José Ingenieros y Manuel Ugarte, quienes convocaron una Asamblea Antimperialista en la Maison de Savants, en París. La Asamblea se dirigía, fundamentalmente, a la juventud francesa y contó con las intervenciones del filósofo español Miguel de Unamuno, el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias y el uruguayo Carlos Quijano. Allí, en París, Haya rencontró a sus amigos Vasconcelos, Ingenieros y Ugarte, con quienes compartía la certeza de que la revolución latinoamericana debía tener un cauce propio, no subordinado a la plataforma soviética.

Entre 1925 y 1926, los escritos de Haya van perfilando esa idea de la revolución indoamericana y lo hacen tomando como referentes alternativos al bolchevismo, la Revolución mexicana y la china. Sus escritos sobre México apuntan a una idea del cambio revolucionario adhe­­rida, fundamentalmente, al agrarismo zapatista, que toma distancia del rechazo que su amigo Vasconcelos sentía por el líder del sur. Entre 1924 y 1925, Haya considera que los Gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles han hecho bien en tratar de retomar el programa agrarista, pero no deja de trasmitir cierta desconfianza hacia el nuevo liderazgo mexicano y da constantes muestras de admiración por la figura de Zapata, a quien llama “apóstol y mártir”.20 Según Haya, el núcleo ideológico de la Revolución mexicana era el Plan de Ayala zapatista.

Evidentemente, el contacto con el agrarismo mexicano facilitó a Haya una comprensión de los problemas rurales y étnicos de Perú y lo afianzó en la idea de una izquierda latinoamericana auténtica. Su doble localización del problema social peruano en la costa y en la sierra lo llevaba a discernir entre los componentes étnicos de la nación, sin apostar todo a la utopía del mestizaje como Vasconcelos. El obrero y el campesino costeño podían ser “yunga, chino, negro, blanco o mestizo”, mientras que los de la sierra eran “más mestizos en el norte, y aymaras y quechuas en el sur”.21 La impracticabilidad del modelo soviético residía en que el “problema industrial” de la costa de Perú, a su juicio, era “inferior a nuestro vasto y característico problema agrario de las sierras”.22 Su apuesta por un “frente amplio”, mucho antes de que fuera adoptado por los propios comunistas, partía de una comprensión pluriétnica y multiclasista de la sociedad peruana y latinoamericana.

Incluso la idea de lo feudal latinoamericano en Haya era más compleja que la de otros marxistas latinoamericanos que integraron los partidos comunistas y que, a la altura de 1930, ya apoyaban abiertamente el proyecto estalinista. Era cierto, según Haya, que en América Latina subsistía un “sedimento feudal”, pero también lo era que nacía “un progreso industrial propio”, que comenzaba a caracterizarla como una “gran región proletaria”.23 Lo que sucedía tanto con la estructura agraria como con la industrial de la economía latinoamericana era que ambas eran igualmente “coloniales”, es decir, dependientes del imperialismo.24 En América Latina el imperialismo no era la fase superior del capitalismo, sino un instrumento constitutivo de la propia capitalización, por lo que la lucha contra el imperialismo era, a su juicio, más prioritaria que la revolución obrera. Si, como asegura en sus escritos, planteó esa discordancia directamente a los dirigentes soviéticos, y la calzó con citas del Anti-Dühring y el Epistolario de Engels, es lógico que sus relaciones con Moscú no acabaran bien.25

En 1926 todas aquellas ideas desembocan en una serie de artículos en Amauta (1926-1930) y, también, en Labour Monthly, donde aparece la versión original de su escrito “¿Qué es el APRA?”. En octubre de ese año, en el segundo número de Amauta, la revista dirigida por el marxista José Carlos Mariátegui, Haya publicó un ensayo sobre Romain Rolland y América Latina, que junto al de José Ingenieros, “Terruño, patria y humanidad”, conformaba un díptico del humanismo socialista latinoamericano, no plenamente subordinado al Comintern.26 En Amauta, recordemos, se estarán traduciendo y editando textos de autores que se movían fuera de la tutela doctrinal de Moscú, como Georges Sorel, Waldo Frank, Henri Barbusse, Miguel de Unamuno, Sigmund Freud y Julien Benda.

La publicación de “¿Qué es el APRA”? en Labour Monthly, la importante revista marxista británica fundada por el comunista inglés de ascendencia sueca e india Rajani Palme Dutt, merecería mayor estudio. El más formulado programa del APRA aparecía en una publicación que, aunque se cuidaba de no ser identificada como órgano oficial del Partido Comunista británico, era dirigida por un dirigente de ese partido y del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC), como Palme Dutt, a quien Moscú encargaría intervenir en la fundación del Partido Comunista en la India. Haya, quien en el cuarto número de Amauta volvía a formular la idea de un “frente común intelectual” en América Latina, en diálogo con las tesis del nacionalismo continental de Vasconcelos, traslada al programa del APRA algunas ideas del propio Palme Dutt sobre la India, China y la necesidad del diálogo entre socialismo y nacionalismo en Asia.27

El frentismo, que Haya traslada del plano intelectual al político en “¿Qué es el APRA?”, no solo se refería a la alianza entre clases, sino a ese diálogo entre nacionalistas y comunistas en América Latina. El líder peruano defendía enfrentar el dominio del “imperialismo yanqui” en la región por medio de una “unidad política de América Latina”, que en otros textos llama “confederación”, pero también a través de medidas más concretas como la nacionalización de tierras e industrias, la internacionalización del canal de Panamá y la solidaridad con “todos los pueblos y clases oprimidos del mundo”.28 Haya llegó a contemplar posibles alianzas con Gobiernos europeos, contrarios a la expansión de Estados Unidos hacia América Latina, como el francés bajo el mandato del socialista Édouard Herriot, a mediados de los años veinte, que reconoció a la Unión Soviética y mostró desagrado con el tono agresivo del secretario de Estado Frank Billings Kellogg, bajo la presidencia de John Calvin Coolidge, en la negociación del tratado de arbitraje con México.

Aunque insistía, una y otra vez –por ejemplo, en su mensaje a los cubanos apristas de Mañana– en que los problemas latinoamericanos no podían tener soluciones europeas, había una flexibilidad geopolítica en Haya de la Torre que, inevitablemente, debió de generar suspicacias e incomprensiones en la izquierda comunista prosoviética. Haya hablaba con admiración del Kuomintang chino y decía que su aspiración era lograr “un organismo revolucionario que arraigara en la conciencia de las masas” como el partido nacionalista de Sun Yat-sen y Chiang Kai-shek.29 Sin embargo, sus alusiones a la Revolución china, al igual que sus opiniones sobre la mexicana, eran más complejas, ya que no se referían únicamente a la corriente nacionalista, sino a toda la diversidad de fuerzas involucradas, incluyendo, por supuesto, a Chen Duxiu, Li Dazhao y los comunistas. En pasajes como el siguiente, Haya no hablaba únicamente de los nacionalistas, sino también de los comunistas, a quienes el Comintern había sugerido una alianza con los primeros a principios de los años veinte:

Para nosotros, pueblos latinoamericanos, la China joven es un ejemplo extraordinario. China renace por sí misma y la libertad del pueblo chino es obra de los chinos mismos. Las figuras de la juventud revolucionaria china que dirigen la acción, que luchan en las batallas, que gobiernan las grandes secciones del país conquistadas por la revolución, son eminentes figuras directoras, hombres que encarnan profundamente la conciencia en rebelión de su pueblo.30

Sin embargo, hasta 1928 por lo menos, la construcción de la red del APRA comparte, con la propia red del Comintern, algunos espacios de la izquierda americana y europea. Es a principios de ese año que las tesis del largo VI Congreso de la Internacional Comunista, en Moscú, encabezado por Nicolái Bujarin, que operaron el giro hacia la estrategia de “clase contra clase”, frente a las alternativas socialdemócratas y nacionalistas de la izquierda, llegan, propiamente, a América Latina.31 Eso explica que Haya todavía colabore en Amauta en 1927 y que participe activamente en el Congreso contra la Opresión Colonial y el Imperialismo de Bruselas, en febrero de 1927, organizado, entre otros, por el escritor francés Henri Barbusse, el marxista alemán “Willi” Münzenberg y el dirigente comunista neoyorquino Charles Francis Phillips (“Jesús Ramírez”, “Manuel Gómez”, “Charles Shipman”, “Frank Seaman”), fundador de la Liga Antimperialista de las Américas (LADLA).32

A medida que el Comintern y los partidos comunistas latinoamericanos abandonaban las posiciones dialogantes del periodo bolchevique, Haya reafirmaba su confianza en la necesidad de involucrar a las clases medias en la lucha, en priorizar la defensa de la soberanía nacional y en presentar la Revolución mexicana como referente central de la política latinoamericana.33 “Cada Gobierno latinoamericano es un virreinato del imperialismo yanqui”, decía, y para salir de esa condición colonial era indispensable una política concertada y unitaria que debía incluir a la clase política regional.34 A la vez que lanzaba una convocatoria tan amplia, llamaba a aplicar el “método dialéctico”, desechando todas las denominaciones previas de la región –América Latina o Hispanoamérica– y adoptando la de Indoamérica.35 En esa doble prédica socialista y nacionalista se unirá a José Ingenieros en el volumen Teoría y táctica de la acción renovadora de la juventud en América Latina (1928).

La solución que Haya daba al “problema del nombre” con el término Indoamérica deja ver su aproximación al indigenismo. Pero el elemento indigenista en Haya, como apuntábamos más arriba, carecía de una ideologización del mestizaje y, a la vez, de una total subordinación del conflicto étnico al conflicto clasista. En su ensayo “La causa del indio” (1927) suscribía la tesis de González Prada y otros de que la “causa del indio es social, no racial”.36 Aunque más adelante reclamaba el reconocimiento de la diversidad étnica de Perú y América Latina como un componente del antimperialismo, ya que al defender a las comunidades se enfrentaba a la ideología imperial, que consideraba “nuestras razas inferiores” y con ese prejuicio creaba una “justificación moral” para la opresión y la servidumbre.37

Conforme se perfilaba el programa del APRA, Haya se vio en la disyuntiva de tener que tomar una doble distancia del clasismo marxista, a lo Julio Antonio Mella, y del nacionalismo identitario, a lo José Vasconcelos. Lo dice de manera bastante clara en algunos textos de fines de los años veinte y principios de los treinta, cuando advierte que “en la lucha contra el moderno imperialismo –capitalista e industrial, de los Estados Unidos, que es el imperialismo que con más vigor nos subyuga– tampoco puede existir una rivalidad nacional o racialista”.38 Y lo reafirma más adelante, en un deslinde entre nacionalismo y socialismo, de un lado, y racialismo y chovinismo, del otro. En pocos intelectuales latinoamericanos de aquellas décadas, esa diferencia llegó a ser tan explícita:

No siendo los pueblos de Norteamérica y los de la América Latina descendientes de un mismo tronco racial, no ha faltado entre nosotros quienes hayan visto el problema de nuestra lucha defensiva como una cuestión nacional, como una rivalidad étnica entre sajones y latinos. Esta concepción me parece falsa y el aprismo la condena. Nosotros luchamos contra un sistema económico que se proyecta sobre nuestros pueblos como una nueva conquista. Nosotros los apristas no tenemos una concepción racial de nuestra defensa contra el imperialismo yanqui.39

Una vez más, Haya encontrará el equilibrio adecuado entre ese nacionalismo no racialista ni chovinista y ese socialismo no clasista ni prosoviético en la Revolución mexicana. En mayo de 1927, en un texto escrito en Oxford para The New Leader de Londres, admite que los Gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles no han podido “avanzar en el real camino del socialismo”, pero no duda que ese será el camino.40 Ante el conflicto religioso de la “guerra cristera” respalda al Gobierno mexicano, aunque volviendo al punto de que, a su juicio, la verdadera raíz del problema no era religiosa, sino consecuencia de la “política de expansión y amenaza de Estados Unidos”.41 A Haya no le cabe duda, a fines de los años veinte, de que la vanguardia de la revolución latinoamericana sigue estando en México y lo reitera en cuanto elogio escribe de las ideas de Romain Rolland sobre América Latina, como lugar de relanzamiento de la utopía del Nuevo Mundo frente a la decadencia de Occidente.42

Aquella apuesta por México, en medio del ascendente cuestionamiento del Gobierno mexicano como “burguesía nacional” por parte del Comintern y los comunistas prosoviéticos, se lee en su correspondencia con sus amigos mexicanos, especialmente con Vasconcelos, pero también con el poeta Carlos Pellicer.43 Haya daba la razón al influyente intelectual público de Nueva York, Walter Lippmann, cuando este afirmaba en el New York World que la Revolución mexicana era autóctona, independiente de la rusa y, en algunos aspectos, más radical.44 En El antimperialismo y el APRA (1928), su respuesta a Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui y otros comunistas que lo atacaron, reproduciendo las tesis del VI Congreso de la Internacional Comunista en Moscú, incorporaba como apéndices los artículos 27 y 123 de la Constitución de Querétaro, ejes de la reforma agraria y laboral mexicana, donde veía plasmada esa radicalidad. La explicación que daba el peruano al radicalismo mexicano era que México era, junto con Cuba, el país con una economía más dependiente de Estados Unidos.45

la reacción prosoviética

En los últimos años, la historiografía sobre la izquierda latinoamericana ha comenzado a cuestionar la idea, sumamente extendida en los estudios cubanos, de que el conocido ataque de Julio Antonio Mella contra Haya de la Torre y el APRA, entre 1927 y 1928, respondió a un acto espontáneo de crítica marxista al populismo latinoamericano. Como ha observado Ricardo Melgar Bao, el cuestionamiento de Mella se enmarcaba en la compleja localización del cubano dentro del comunismo mexicano y dentro de la red latinoamericana de la Tercera Internacional.46 Mella, que había sido sancionado por el Partido Comunista Cubano (PCC) tras su huelga de hambre en una prisión habanera en 1925, ahora se enfrentaba a sectores de la jerarquía del Partido Comunista Mexicano (PCM) que reprobaban su estrategia hacia los sindicatos y el campesinado. Para complicar más las cosas, el cubano estaba en conversaciones con representantes de partidos tradicionales de la isla para concertar una insurrección militar contra la dictadura de Gerardo Machado.

Mella había conocido a Haya en La Habana cuando el primero impulsaba la Universidad Popular José Martí, a donde llegó el peruano precedido por una ganada popularidad dentro del movimiento estudiantil. En 1923, el cubano dedicó al futuro líder del APRA un elogio apasionado, donde lo llamaba “Mirabeau demoledor de las eternas tiranías”.47 Haya era una suerte de mesías de la buena nueva que decía la palabra mágica de la esperanza latinoamericana. “Como Haya debió de ser Martí, el mismo amor, la misma consagración al ideal, el mismo espíritu de combatividad serena –agregaba–. Es el arquetipo de la juventud latinoamericana, es un sueño de Rodó hecho realidad, es Ariel”.48 Cuando Mella llegó a México en 1925, ya Haya se encontraba en Europa, pero ambos revolucionarios se rencontraron en Bruselas en febrero de 1927 en el Congreso Antimperialista.

Mella se recuperaba entonces de las sanciones que le impuso el Comité Central del PCC por haber emprendido una huelga de hambre, en 1925, desde la cárcel, para protestar contra la dictadura de Gerardo Machado. Los dirigentes del comunismo cubano sostenían que aquella huelga, que despertó la solidaridad de la izquierda latinoamericana, no había sido consultada con ellos y denotaba individualismo.49 También se reprochaba a Mella dar más importancia a asociaciones como la LADLA que al Comité Central cubano, al que, según sus amonestadores, no informaba adecuadamente de sus actividades. Con el apoyo de los comunistas mexicanos, el “caso Mella” fue presentado a la dirigencia del CEIC en enero de 1927, en Moscú, y sus líderes pidieron al PCC la rehabilitación del cubano. La intensa participación de Mella en el Congreso de Bruselas está ligada a ese esfuerzo por recuperar el favor del máximo liderazgo del comunismo internacional, pero también a la amplia red de organizaciones y sectores de la izquierda latinoamericana, construida por el cubano en muy pocos años.

Apenas llegado a México, en 1926, Mella fue hecho miembro del Comité Ejecutivo de la LADLA, que a instancias de Moscú impulsaba el comunista norteamericano Charles Francis Phillips. Luego sería el responsable de los contactos de la LADLA con la Liga Nacional Campesina de México (LNC) y secretario del Comité Continental del Congreso Antimperialista. De ahí que al organizarse las delegaciones al encuentro de Bruselas, Mella reuniera en su persona varias representaciones a la vez: la de la LNC y las de las secciones mexicana, panameña y salvadoreña. En Bruselas, Mella presentó, además, el informe Cuba, factoría yanqui, redactado por Rubén Martínez Villena, e intervino protagónicamente en el debate sobre cuestiones sindicales latinoamericanas.50

El tono predominante de las deliberaciones del Congreso de Bruselas y de su informe latinoamericano no estuvo rígidamente alineado con las posiciones del Comintern, que ya comenzaban a moverse hacia la lógica clasista. En el Comité Organizador del encuentro figuraban líderes y personalidades no comunistas como la viuda de Sun Yat-sen por China; Jawaharlal Nehru por la India; Ramón P. de Negri, ministro plenipotenciario en Alemania del Gobierno mexicano de Plutarco Elías Calles; el líder de los derechos civiles norteamericano Roger Nash Baldwin por Estados Unidos, y los intelectuales José Vasconcelos, Manuel Ugarte, Luis Casabona y César Falcón por América Latina.51 En las primeras noticias sobre la conferencia anticolonial, en El Machete se decía que los comunistas mexicanos habían sido invitados a una cumbre anticolonial convocada por el escritor francés Henri Barbusse a la que asistirían el Kuomintan chino y líderes del Partido Nacionalista de Puerto Rico (PNPR).52

Tanto la resolución sobre la “cuestión de la raza negra” como la dedicada a América Latina tenían más consonancia con el aprismo o el nacionalismo revolucionario mexicano que con el comunismo prosoviético.53 En la primera, no se subsumía el conflicto étnico dentro de la “lucha de clases” y se hablaba del “despertar de la conciencia nacional revolucionaria contra contra el imperialismo yanqui” y de la “unidad de todas las fuerzas progresistas”.54 Los lugares de mayor presión imperialista, según la resolución, eran México, Nicaragua, Panamá y Haití. También se posicionaba contra la dictadura de Machado en Cuba, contra el Tratado Bryan-Chamorro en Nicaragua, que concedía a Estados Unidos los derechos para la construcción de un canal interoceánico, y contra el régimen de Juan Vicente Gómez en Venezuela.55 En Bruselas la izquierda latinoamericana apostó por la alianza con los movimientos de liberación nacional en China, la India y Egipto. Haya y Mella firmaron la resolución latinoamericana, los dos como representantes de la Sección Panameña de la LADLA, pero el cubano lo hizo, también, por la LNC mexicana y el peruano por la Unión de Trabajadores Manuales e Intelectuales de Perú. Fue Leonardo Sánchez quien firmó por la Sección Cubana de la LADLA, y no Mella, quien firmó, además, por la delegación mexicana.56

Según Haya, en el debate sobre la resolución latinoamericana, Mella y él se enfrentaron. En un conocido pasaje del prólogo a su ensayo El antimperialismo y el APRA (1928), el líder peruano sugería que, en Bruselas, el cubano se había alineado con la línea más ortodoxa del comunismo soviético. Haya observaba una continuidad entre la actitud de Mella en el Congreso Antimperialista y sus objeciones públicas al APRA entre fines de 1927 y principios de 1928, luego de su viaje a Moscú. Ahora sabemos que después de ese viaje, que comentaremos más adelante, Mella fue rehabilitado por el Comité Central del PCC, a solicitud del Comintern y del PCM. Así era como Haya describía aquella evolución, que produjo el primer deslinde claro entre la izquierda populista y comunista en América Latina:

Fue entonces cuando Julio Antonio Mella, estudiante desterrado de Cuba y militante comunista, publicó un violento folleto contra el APRA. Mella se había rencontrado conmigo en las sesiones del Congreso Antimperialista Mundial, reunido en Bruselas a principios de 1927. Le conocía desde que llegué desterrado a Cuba de paso a México en 1923, pero los debates de Bruselas, en los que refuté y conseguí el rechazo de su proyecto de resolución sobre las condiciones económicas y políticas de Indoamérica, nos distanciaron definitivamente. Mella era un mozo de gran temperamento emocional y de probada sinceridad revolucionaria. Fue hasta la muerte un luchador puro y antimperialista inflexible. Creo que habría sido uno de los grandes realizadores de la libertad de Cuba, una vez que la experiencia le hubiera demostrado que el comunismo no es el mejor camino para la nueva emancipación de nuestros pueblos. Pero a fines de 1927, Mella, recién legado de su visita a Rusia, se hallaba poseído de un juvenil fanatismo bolchevique, intransigente y ardido. Su folleto revela bien tal estado de ánimo. En páginas saturadas de agresividad e intolerancia reprochaba al APRA lo que él llama con léxico europeizante ‘su reformismo’. Lo acusa de ser un nuevo ‘fascio’ y de defender los intereses del imperialismo británico.57

En efecto, la publicación del panfleto de Mella, “¿Qué es el APRA?”, en abril de 1928, refleja muy bien la aproximación del cubano a las posiciones más dogmáticas de la Tercera Internacional, en medio del viraje del VI Congreso del Comintern o en el momento del llamado “descubrimiento de América Latina”, conducido por Nicolái Bujarin y el principal operador de la política de Moscú hacia América Latina, el suizo, ex pastor protestante, Jules Humbert-Droz.58 En su texto, Mella reproduce algunas de las principales directrices del Comintern al identificar en la clase obrera al único sujeto verdaderamente revolucionario. “La liberación nacional absoluta –decía– solo la obtendrá el proletariado y será por medio de la revolución obrera”.59 Del campesinado, decía Mella: “La experiencia ha probado que el campesino –el indio en América– es eminentemente individualista y su aspiración suprema no es el socialismo, sino la propiedad privada”.60 De los intelectuales, algo similar:

Todo el mundo sabe que los trabajadores intelectuales, considerados en conjunto, como el ARPA quiere, no son revolucionarios, ni antimperialistas, ni proletarios, sino pequeños y grandes burgueses, casi siempre aliados al capitalismo nacional reaccionario o instrumentos o servidores del imperialismo.61

La “fanfarria arpista”, agregaba Mella, concedía automáticamente el liderazgo de la revolución a la pequeña burguesía o a la clase media.62 Esa alianza entre el campesinado, las clases medias e intelectuales, que otorgaba la hegemonía a estos últimos y no a los obreros, se manifestaba, a juicio de Mella, en dos referentes de Haya: las revoluciones china y mexicana. Cuando el cubano decía que las tres grandes revoluciones del siglo xx, la rusa, la mexicana y la china, demostraban que un frente amplio de obreros, campesinos y pequeña burguesía se estancaba si la hegemonía no estaba en manos de los primeros, no hacía más que postular a la Unión Soviética como paradigma o modelo a seguir en América Latina. China y México, según Mella, y la propia cúpula del PCM eran revoluciones estancadas.

El cubano también daba golpes bajos, como en la mejor tradición del panfletismo marxista-leninista. Alteraba las siglas de la organización (APRA por ARPA) para sugerir que lo que Haya y sus seguidores hacían era música y no política. Confrontaba al peruano con sus propios aliados, al asegurar que los libros de José Ingenieros y Manuel Ugarte eran más “útiles” que la retórica aprista.63 Y, como si Haya no lo reconociera constantemente, sostenía que las ideas de Haya provenían de la Revolución mexicana y que los artículos 27 y 123 de la Constitución de Querétaro eran “más revolucionarios” que toda la “palabrería arpista”.64 Pero el momento menos cívico del libelo de Mella llegaba cuando el joven dirigente cubano acusaba a Haya y a los apristas de “atacar en privado –no hay valor moral y sería mala estrategia hacerlo en público– a la Revolución rusa, a los comunistas y a todos los obreros verdaderamente revolucionarios”.65

Mella, que no fue nunca muy dado al debate propiamente teórico, como Mariátegui o Gramsci –quienes, por cierto, pensaron el rol de los intelectuales, la cuestión rural o el problema étnico de un modo más creativo–, mimetizaba el argumento escolástico, tipo Lenin en Materialismo y empiriocriticismo (1908), de que los apristas fallaban como revolucionarios porque no eran coherentemente “materialistas”.66 Al insistir en la autoridad doctrinal de Lenin, como fuente infalible, extrapolaba experiencias históricas disímiles, como la del populismo ruso de fines del siglo xix, que veía como equivalente del proyecto aprista.67 Sin embargo, tampoco el cubano ocultaba del todo el verdadero motivo de la reacción prosoviética contra Haya de la Torre y el aprismo y era el llamado a la creación de un “partido continental”, independiente de la red comunista.68

Esa disputa estrictamente territorial, que sobredimensionaba diferencias teóricas de menor rango, se plasmaba en la agresividad con que Mella rechazaba el respaldo de los apristas a la lucha de Augusto César Sandino en Nicaragua contra la ocupación militar estadounidense y a los nacionalistas y demócratas guatemaltecos que resistían los regímenes militares y conservadores de José María Orellana y Lázaro Chacón González.69 Según Mella, esos apoyos, así como las constantes referencias de Haya al modelo nacionalista revolucionario del Kuomintang chino, suponían una tendencia divisionista o alternativa dentro del movimiento socialista mundial. Aunque Mella escribió su texto antes de que culminaran los trabajos del VI Congreso del Comintern, en septiembre de 1928, algunas de sus afirmaciones, como la de que la “penetración imperialista terminaba con el problema de la raza”, tenían la factura del determinismo economicista soviético.70

Sin embargo, el recelo antipopulista y antinacionalista de Mella lo llevaba a acertar en la crítica de algunas contradicciones de Haya de la Torre. Una de las más evidentes era la de elogiar constantemente al Kuomintang y, la vez, respaldar el movimiento antichino en México. Por lealtad a los gobernantes del México posrevolucionario, Haya, según Mella, hizo “declaraciones que defendían el interés de los comerciantes mexicanos, amenazados por la competencia, y que atacaban, so pretexto de inferioridades raciales y vicios, al consumidor pobre, al proletariado y al semiproletariado”.71 Mella parecía coincidir con la propaganda oficial del Maximato callista, que machacaba que los “chinos hacían competencia a los comerciantes nativos”, pero tenía razón en confrontar a Haya cuando el peruano hacía el juego al racismo y el nacionalismo mexicanos.72

Los estudios de Christine Hatzky y Víctor y Lazar Jeifets, en los archivos de Moscú, permiten concluir que Mella fue readmitido en el PCC en mayo de 1927, luego de su desempeño en el Congreso de Bruselas y de su viaje a la Unión Soviética en la primavera de ese año, donde se entrevistó con Elena Stásova y visitó las fábricas de Donbás, en Ucrania. Los escritos sobre la Unión Soviética de Mella para El Machete, como ha observado Manuel Muñiz, reproducían los clichés de la propaganda moscovita y, como en el texto contra Haya, reiteraban que el Comintern y la Unión Soviética eran “la vanguardia y el baluarte del movimiento socialista” y el “pivote de todo movimiento de emancipación nacional que sea sincero”, ya que “la teoría leninista sobre el imperialismo es de aplicación universal, no regional como algunos revisionistas pretenden probar simplistamente”.73 Sin embargo, en aquellos escritos Mella elogiaba a Trotski y no mencionaba a Stalin, lo que pudo haber dado lugar a las acusaciones de trotskismo que harían algunos ortodoxos latinoamericanos como el mexicano David Alfaro Siqueiros, argentino Victorio Codovilla y el venezolano Ricardo Martínez.

Tiene sentido la tesis, manejada por Hatzky, Muñiz y otros, de que a través de aquellos escritos Mella se acomodaba a las posiciones dogmáticas de la Internacional Comunista, a la vez que en su práctica política intentaba explorar otras vías revolucionarias. Sabemos que en su viaje a la Unión Soviética solicitó al Comintern una autorización para establecer alianzas con nacionalistas venezolanos y cubanos, contrarios a las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Gerardo Machado, y que a su llegada a México planteó la posibilidad de crear un nuevo partido político y apoyó la descentralización sindical para los obreros y los campesinos. En más de una zona de la praxis revolucionaria, Mella y Haya estaban de acuerdo y hasta cohabitaban, como en la so­­li­­daridad concreta a los revolucionarios centroamericanos, pero la subor­­dinación, o no, a Moscú los separaba.

Tal vez por ello, Ricardo Melgar Bao ha hablado de una “ruptura amistosa” entre Haya y Mella, que llegaría a ser “frontal y definitiva”.74 Más allá de sus “giros discursivos” y de la magnificación de las diferencias, que el propio Haya practicó en su larga vida, había una zona de confluencia entre ambos revolucionarios, que se puso a prueba, sobre todo, en las revoluciones centroamericanas y caribeñas de los años veinte y treinta.75 La correspondencia de Haya con el hondureño Rafael Heliodoro Valle, figura clave de la difusión del proyecto revolucionario mexicano en Centroamérica, es rica en evidencias de aquel diálogo entre socialistas y populistas. Hubo entre unos y otros una zona de confluencia que se pondría a prueba en las revoluciones nicaragüense, salvadoreña, guatemalteca y cubana.

La mayor convergencia teórica entre Mella y Haya tal vez se encuentre en algunos de los últimos ensayos del cubano, como el que dedicó al tema de la clase media en El Machete a fines de 1928. Mella trabajaba entonces en una alianza con los veteranos oficiales de la última guerra de independencia de Cuba: Carlos Mendieta Montefur, Roberto Méndez Peñate y Federico Laredo Brú, que probablemente había conocido en La Habana, cuando se produjo la creación del Movimiento Nacional de Veteranos y Patriotas en 1923, y que ahora convocaba para organizar una expedición contra la dictadura machadista en Cuba.76 Un primer punto de contacto entre ambos revolucionarios es la valoración positiva que hacían de la NEP de Lenin, ya que gracias a una relativa apertura del mercado y la propiedad privada se lograba el tránsito de muchos obreros y campesinos a la clase media.77

Pero la revaloración de la clase media que proponía Mella lo acercaba a las posiciones de Haya porque el cubano partía de la premisa de que la crisis del capitalismo, especialmente en América Latina, impediría que amplios sectores de la pequeña burguesía escalaran el estatus de la clase alta, proyectando su inconformidad hacia el movimiento socialista.78 Señalaba Mella que “no podía haber un régimen social basado únicamente sobre las clases medias, como no se levanta un edificio sobre arenas movedizas”, y pronosticaba que en la lucha entre socialismo y fascismo que se aproximaba, una parte de la pequeña burguesía “formará los ejércitos de la reacción y será enemiga del proletariado”.79 Pero otra parte de la misma clase, según Mella, se sumaría a la revolución, de ahí que el mensaje socialista debiera estar abierto a las alianzas y los pactos.

Quien eso afirmaba era alguien que entre 1926 y 1928 debió de enfrentarse a los estigmas de “individualista”, “intelectual” y “pequeñoburgués” –o no proletario–, sostenidos por el Comité Central del PCC, pero también por el liderazgo más dogmático del comunismo latinoamericano. Incluso la máxima dirigencia de la Internacional Comunista, en Moscú, cuando pidió a los cubanos el reingreso de Mella en febrero de 1927, reiteró muchas de aquellas acusaciones, aunque reprendió al Comité Central de La Habana por haber actuado de manera extremista y sectaria. En lo concerniente a Cuba, Mella logró su mejor desempeño en organizaciones no plenamente subordinadas al Partido Comunista como la LADLA o la Asociación Nacional de Emigrantes Revolucionarios en México, que eran vistas con recelo por los comunistas más prosoviéticos. Esa experiencia lo aproximó, acaso involuntariamente, a Haya de la Torre, el principal defensor de la revolución autóctona latinoamericana.

El choque entre Víctor Raúl Haya de la Torre y Julio Antonio Mella en los años veinte fue uno de los primeros indicios de la difícil convivencia entre las izquierdas comunistas y nacionalistas o socialistas y populistas en el campo revolucionario latinoamericano de la primera mitad del siglo xx.80 Luego de aquella división originaria, cada tradición ideológica y política autorizó sus estrategias en el discurso de uno o el otro. Esa autorización, al dotar de organicidad doctrinal los posicionamientos de ambos revolucionarios, contribuyó a desdibujar el conflicto territorial o geopolítico que subyacía a la articulación de redes y la fundación de los partidos y las asociaciones de la izquierda latinoamericana.

Tras la muerte de Mella, asesinado en Ciudad de México por agentes del dictador cubano Gerardo Machado, en enero de 1929, la proyección del APRA dentro de la izquierda latinoamericana cobró fuerza. Las críticas de Haya de la Torre a la estrategia del Comintern le ganaron una enorme ascendencia dentro del espectro no comunista de la izquierda revolucionaria y antimperialista de la región. Como han estudiado Ricardo Melgar Bao y Martín Bergel, para mediados de los años treinta, el APRA poseía, además de creciente base peruana, una extendida red de partidarios en diversos países de la región como México, Colombia, Cuba, Chile y Argentina.81 Pocas corrientes, en el espectro de la izquierda regional, contribuyeron de un modo más decisivo a difundir los valores del nacionalismo y el antimperialismo latinoamericanos.

1 Fell, 1989, p. 557; Melgar Bao, 2002a, pp. 247-251.

2 Chanamé Orbe et al., 1990, pp. 54-71.

3 Vasconcelos, 2007, p. 30.

4 Ibíd.

5 Ibíd., p. 35.

6 Haya de la Torre, 1977, vol. I, p. 15.

7 Edwards Bello, 1935, pp. 149-155.

8 Soto Rivera, 2002, vol. I., p. 81.

9 Villanueva (ed.), 2009, p. 49.

10 Ibíd.

11 Ibíd.

12 Ibíd.

13 Haya de la Torre, 1977, vol. VI, p. 31.

14 Ibíd., p. 32.

15 Ibíd., p. 34.

16 Ibíd., p. 32.

17 Ibíd., pp. 36-48.

18 Ibíd., vol. II, p. 440.

19 Ibíd., pp. 441 y 442.

20 Haya de la Torre, 1977, vol. I, pp. 35-38.

21 Ibíd., p. 24.

22 Ibíd.

23 Ibíd., p. 15.

24 Ibíd.

25 Ibíd., p. XXIX.

26 Haya de la Torre, 1926a, pp. 12 y 13; Ingenieros, 1926, pp. 17-19.

27 Haya de la Torre, 1926b, pp. 3-7.

28 Haya de la Torre, 1977, vol. I, pp. 129-135.

29 Ibíd., p. 137

30 Ibíd., pp. 139-140.

31 Véase Claudín, 1977, vol. I, pp. 111-117; Hájek, 1984, pp. 120-170; Caballero, 2006, pp. 125-129; Horacio Crespo, “El comunismo mexicano en 1929: el “giro a la izquierda” en la crisis de la Revolución”, en Concheiro; Modonesi y Crespo (comps.), 2007, pp. 559-584.

32 Véase Shipman, 1993, pp. XIII-XV; Kersffeld, 2013, pp. 21-60.

33 Haya de la Torre, 1977, vol. I, pp. 171-175.

34 Ibíd.

35 Ibíd., p. 161.

36 Ibíd., pp. 182 y 183.

37 Ibíd., p. 190.

38 Ibíd., p. 193.

39 Ibíd., p. 194.

40 Haya de la Torre, 1977, vol. II, p. 272.

41 Ibíd., p. 271.

42 Ibíd., pp. 225 y 320-323.

43 Melgar Bao y Montanaro, 2019, pp. 48-89. Véase también Nieto Montesinos (ed.), 2000, pp. 9-48.

44 Haya de la Torre, 1977, vol. IV, p. 117 y 119-121.

45 Ibíd., pp. 78 y 219-229.

46 Melgar Bao, 2013, pp. 17 y 18.

47 Mella, 1978, p. 39.

48 Ibíd.

49 Jeifets y Jeifets, 2017a.

50 Jeifets y Jeifets, 2017b, pp. 456-459.

51 Tibol, 1968, p. 61.

52 Ibíd., pp. 57-58

53 Ibíd., pp. 63-64.

54 Ibíd., p. 67.

55 Ibíd., p. 68.

56 Ibíd., p. 70.

57 Haya de la Torre, 1977, vol. IV, p. 13.

58 Caballero, 2006, pp. 125-134; Jeifets y Jeifets, 2016, p. 138.

59 Mella, 1975, p. 25.

60 Ibíd., p. 32.

61 Ibíd., p. 27.

62 Ibíd., p. 19

63 Ibíd., p. 12.

64 Ibíd., p. 13.

65 Ibíd., p. 9.

66 Ibíd., pp. 34, 35 y 37-39.

67 Ibíd., p. 33.

68 Ibíd., p. 14.

69 Ibíd., pp. 55-57.

70 Ibíd., p. 58. Sobre la visión de China y la India en Haya de la Torre, véase el interesante estudio Bergel, 2015.

71 Ibíd., p. 64.

72 Ibíd.

73 Tibol, 1968, p. 93; Muñiz, 2015, pp. 49 y 50.

74 Melgar Bao, 2013, p. 18.

75 Melgar Bao y González (comps.), 2014, pp. 113-122.

76 Mella, 1978, p. 231.

77 Mella, 2011, p. 162.

78 Ibíd., p. 160.

79 Ibíd.

80 Rivera Mir, 2018, pp. 356-358.

81 Melgar Bao, 2002b, pp. 245-254; Melgar Bao, 2010, pp. 146-166; Bergel, 2019.

El árbol de las revoluciones

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