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I

El hombre es libre en el momento en que desea serlo.

Voltaire1

La pequeña frase «YO SOY YO» resume la mejor descripción de una persona: la individualidad (Yo), la realización de la existencia (Soy), el contenido (Yo). «Yo Soy», existo como un individuo único diferente de los demás y de todo lo que me rodea. «Soy Yo», la persona formada durante una existencia, con sus debilidades, fortalezas, defectos y virtudes. La que desea, teme, ama, odia, se alegra y sufre, la que lucha, vence y es derrotada... todo eso y mucho más.

Para que alguien pueda decir «Yo Soy Yo», es indispensable que sea libre en el sentido más profundo de la palabra. Es decir, que no solo sea capaz de decidir realizar una acción siguiendo los llamados del instinto —de lo que son capaces la mayoría de los animales cuando deciden descansar al estar cansados, comer si es que tienen hambre, aparearse si están en celo o reunirse en manadas para protegerse o migrar—, sino que lo haga libre de las ataduras del instinto y de aceptar o rechazar los dictados del grupo. La libertad de la que gozan los animales carece de responsabilidad, ya que sus actos obedecen a lo que les dicta el instinto de conservación. La libertad de la que disfrutamos los humanos —al no estar gobernada por los instintos ni por los imperativos del grupo— es una libertad responsable que nos permite tomar decisiones y afrontar las consecuencias de las acciones que se deriven de ellas.

Ser libre significa que el individuo tiene plena capacidad para tomar decisiones. Un bebé es inherentemente libre, pero su capacidad de ejercerla se encuentra limitada por ser dependiente de sus padres, los que —como responsables de su cuidado— toman las decisiones que afectan su existencia. Ellos son los que deciden dónde ha de vivir, qué, cuándo y cómo ha de alimentarse, cómo se ha de vestir, quién lo ha de curar si cae enfermo. Esta dependencia continúa mientras el individuo va adquiriendo la madurez y las capacidades necesarias para librarse de la tutela y ejercer plenamente su libertad.

Desde muy temprano en el proceso de desarrollo, el individuo comienza a experimentar su capacidad de decidir. Al inicio sus decisiones son llevadas por la curiosidad y serán tan simples como «coger o no coger algo». En la medida en que va adquiriendo experiencias, va construyendo un acervo que le ayuda a formar un criterio que usará para juzgar las situaciones nuevas que se le presenten e irá, gradualmente, volviéndose capaz de tomar decisiones cada vez más complejas como «hacer o no hacer». Es en esta primera etapa formativa que quienes tengan a cargo su tutelaje —sean estos sus padres, familiares o maestros— lo orientarán en el uso de su capacidad de tomar decisiones de modo que aprenda a usar la libertad sin el dominio de la animalidad de los instintos. El tránsito del individuo, desde el necesario tutelaje de sus primeros años a la libertad de la adultez, es un ejercicio personal basado en prueba y error que implica que en el proceso se cometerán errores, dando como resultado experiencias enriquecedoras, así como empobrecedoras. Como resultado de esto, el individuo irá comprendiendo que una situación, manejada de dos maneras distintas, puede dar como resultado dos consecuencias diferentes.

La libertad de la que disfrutamos los humanos es una libertad responsable que nos permite tomar decisiones y afrontar las consecuencias de las acciones que se deriven de ellas.

Aquí es importante detenernos brevemente para reflexionar sobre la importancia de la maternidad y la paternidad, que son decisiones que dos personas toman libremente y que no debería hacerse a la ligera, ya que de ellos dependerá el bienestar y la formación de un ser humano. Lamentablemente, en muchos ambientes culturales los hijos son vistos como bienes, como mano de obra para la actividad familiar, o como un seguro para la vejez de los padres. Y hay casos en los que los padres consideran que los hijos no tienen derecho a ser mejores que ellos. «Para qué necesita estudiar si yo tengo una buena vida como pintor, jardinero, albañil o agricultor; lo que necesita es aprender a trabajar» es un argumento usado en estos casos.

Es en el hogar donde el niño aprenderá a ser acogido o rechazado, incentivado o reprimido, prudente o irreflexivo, resuelto o timorato, veraz o embustero, sociable o retraído, íntegro o desleal, responsable o insensato. Para ejemplificar esto, veamos el caso de dos niños que fallan en una materia en el colegio. El primero, por temor a la reacción de sus padres que no le han enseñado a confiar, oculta el hecho y al hacerlo se priva de la oportunidad de conseguir ayuda y, como consecuencia de ello, sigue fallando, lo que lo convence de que no es capaz, y finalmente decide abandonar los estudios; el segundo, a quien le han inculcado confianza en su relación con sus padres, les comunica el hecho, con lo que consigue que estos le den el apoyo que necesita, de modo que irá superando el problema y descubriendo que sí es capaz, que lo único que necesitaba es que se le ayudara con el método para estudiar y que se le animara a persistir, y así, imbuido de confianza en sí mismo, continuará sus estudios.

Las experiencias que vamos acumulando nos ayudan a tomar nuevas decisiones. Cuantas más oportunidades hayamos tenido de evaluar alternativas y tomar decisiones, habremos aprendido de las consecuencias de estas a través de los éxitos y los fracasos. Cuanto más complejas hayan sido las opciones que nos haya tocado analizar, se habrá enriquecido nuestro acervo cultural. De esta manera las experiencias le servirán al individuo para irse formando como una persona con identidad propia, capaz de discernir, responsable y competente para ejercer su libertad tomando las decisiones que requieran las circunstancias que le irá presentando la existencia. Y será capaz de responder a interrogantes tales como ¿qué intereses debo cultivar?, ¿a qué me voy a dedicar?, ¿qué relaciones he de crear?, ¿a qué organizaciones debo pertenecer?

Que la formación haya sido exitosa o defectuosa no vuelve al individuo más o menos libre, ya que no lo priva de su capacidad de decidir. El resultado es alguien con una mayor o menor habilidad para hacer uso de su libertad. Es por esta razón que encontramos a muchas personas que, al sentirse incapaces de hacer uso de su libertad, buscan reemplazar el tutelaje de sus padres y maestros con el de organizaciones, instituciones u otros individuos para tener así algo o alguien que les dicte qué hacer, resolviendo de esta manera el dilema que les presenta el temor infundido por su incapacidad de asumir la responsabilidad inherente a la libertad. El ejercicio de la libertad siempre conlleva riesgos y responsabilidad. Es un acto solitario. Una persona puede pedir consejo sobre cómo actuar en una determinada situación, pero al final la decisión será suya. Cada individuo es el dueño de un destino que se va construyendo con base en un sinnúmero de pequeñas y grandes decisiones que toma durante su vida. Quienes se sienten abrumados por esta responsabilidad, resuelven someterse al imperio de la voluntad de otros.

La libertad, al ser una cualidad de nuestra calidad humana, es muy valiosa porque es parte de lo que somos. Entender esto es crucial. Cuando renunciamos a la libertad por cualquier motivo, no renunciamos a algo externo que se nos ha ofrecido, como renunciar al regalo que alguien nos quiere obsequiar. Lo que hacemos es renunciar a una parte de nosotros mismos, y con ello a lo que somos: individuos libres. Es por eso por lo que, por más que se trate de privarnos de la libertad, lo único que se logra es limitarla. No es posible quitárnosla, ya que, aun cuando nuestra libertad haya sido limitada, como es el caso del cautiverio, seguimos conservando la condición de seres libres. Al límite, cuando se nos hubiese privado de todas las demás formas de expresar nuestra libertad, nos queda la posibilidad de poder disponer de nuestra propia existencia.

Que la formación haya sido exitosa o defectuosa no vuelve al individuo más o menos libre, ya que no lo priva de su capacidad de decidir. El resultado es alguien con una mayor o menor habilidad para hacer uso de su libertad.

La libertad no califica al individuo, no lo hace mejor o peor, ya que no existe algo como un individuo más libre que otro: todos somos igualmente libres. Lo que puede llegar a suceder es que se nos haya impuesto limitaciones al ejercicio de nuestra libertad, que tengamos algún tipo de incapacidad que resulte en que no seamos capaces de ejercerla plenamente, o que seamos cautivos de vicios o malos hábitos.

En resumen, la libertad: a) Es una cualidad de nuestra condición humana, no es un regalo, no se nos ha añadido, no nos califica; b) Es responsable; c) Está vinculada a nuestra capacidad de razonamiento; y d) Puede limitarse, pero nunca suprimirse.

Nadie puede pretender que la libertad garantice una existencia libre de errores. Mahatma Gandhi2 lo expresaba de la siguiente manera: «La libertad no es digna de tenerse si no incluye la libertad de cometer errores». Lo que el ejercicio de la libertad nos da es una mayor confianza en nuestro accionar. Tal es el caso de un alambrista que, habiéndose entrenado en caminar sobre la cuerda floja, ha adquirido una gran confianza en su habilidad y cada vez se atreve a realizar actos más difíciles, lo que no impide que un día pueda cometer un error, o que suceda algo fuera de su control que resulte en una tragedia.

En la medida en que ejercemos nuestra libertad, los aciertos y los fracasos nos ayudarán a ir adquiriendo confianza en las capacidades que hemos desarrollado, y así seremos capaces de enfrentar la existencia. La vida no es un camino sin dificultades ni obstáculos, ya que, en cada instante, se nos presentarán situaciones imprevistas causadas por las acciones de otros o que son propiciadas por el azar sobre las que tendremos que tomar decisiones, siguiendo nuestro propio criterio o apoyándonos en los dictados de terceros, pero, en cualquier caso, siempre serán actos libres, ya que, aun cuando decidamos seguir el dictado de otros, el hacerlo o no hacerlo, es una decisión personal y libre.

Una decisión se puede definir como la elección entre varias alternativas, que debe estar seguida de una acción coherente con la opción escogida. Esto se puede esquematizar de la siguiente manera:

Elección libre + Acción correspondiente = Decisión libre

Veamos el siguiente ejemplo. Una persona, a quien se le ofrece un billete de 100 dólares y se le pregunta si lo quiere, se enfrenta con dos opciones: «sí» o «no». Si responde «sí» y no hace nada, lo único que ha hecho es escoger entre las dos opciones que se le ha presentado, pero no ha tomado una decisión. Para que su elección se convierta en una decisión, debe tomar el billete que es la acción coherente con la opción escogida. Por el contrario, si respondiese que «no» y no hace nada, esa acción —inacción en este caso— sería coherente con la opción escogida y en consecuencia constituiría una decisión. Entender que escoger o elegir no es lo mismo que decidir es sumamente importante, ya que escoger es solo una reflexión interna que no conlleva responsabilidad, mientras que decidir es una acción que sí la acarrea.

El acto de sufragar es un ejemplo de lo que hemos mencionado, y sigue, más o menos, el siguiente proceso: los votantes van a las urnas a emitir su voto por el candidato que —con base en la información que han recibido durante las campañas— creen más capaz de ejercer un buen gobierno. Asumiendo que solo existen dos candidatos, «A» y «B», cada posible elector tendría las siguientes opciones:

1. Elegir entre los candidatos y emitir su voto a favor del candidato elegido.

2. Abstenerse de sufragar al considerar que ninguno reúne las condiciones que a su criterio son las necesarias.

3. No estar de acuerdo con ninguno y el día de votación asistir y viciar su voto.

4. Escoger a uno de los dos, pero el día de la votación no ir a votar.


Asumiendo que pudiéramos saber qué es lo que la persona pensó e hizo, tendríamos que en los casos (1), (2) y (3) ha tomado una decisión, ya que votar, abstenerse de votar o viciar su voto son actos coherentes con la opción elegida. En el caso (4) la persona solo ha escogido, pero no ha realizado la acción necesaria para que se materialice una decisión.

La libertad no califica al individuo, no lo hace mejor o peor, ya que no existe algo como un individuo más libre que otro: todos somos igualmente libres. Lo que puede llegar a suceder es que se nos haya impuesto limitaciones al ejercicio de nuestra libertad.


En cada instante de nuestra existencia se nos presentan oportunidades para el ejercicio de la libertad. Algunas son tan rutinarias —dormir, levantarse, lavarse, vestirse, comer— que pareciera que no estamos tomando decisión alguna al hacerlas, pero son importantes para nuestra existencia, ya que, si decidiéramos lo contrario, esto podría afectar nuestra vida y, en casos extremos como no dormir o no comer, podría llevarnos a la muerte. Otras pueden ser más complejas como comprar una casa, cambiar de trabajo, mudarse a otro país. Pero por más simples o complejas que sean las situaciones que tenemos que considerar para tomar decisiones, estas siempre se dan como opciones binarias: sí-no, hacer-no hacer, actuar-no actuar, participar-no participar, autorizar-no autorizar. Cada una de las múltiples decisiones que tomamos cotidianamente se traducen en acciones, y es ese acto de decidir lo que nos hace libres.


1 Françoise-Marie Arouet (1694-1778). Historiador y filósofo francés, mejor conocido por su nombre de pluma como Voltaire.

2 Mohandas Karamchand Gandhi (1869-1948). Abogado hindú que lideró el movimiento de resistencia no violenta que llevó a la independencia de la India y que inspiró movimientos de derechos civiles en todo el mundo.

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