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II

Ellos (los nazis) tenían más opciones para elegir en su ambiente, pero él (Viktor E. Frankl) tenía más libertad, más poder interno para ejercer sus opciones.

Steven R. Covey3

Estamos acostumbrados a escuchar que el ser humano es libre y que la libertad es un derecho fundamental del individuo. Pero muchas veces la realidad pareciera contradecir estas afirmaciones, dando la impresión de que no somos tan libres y que estuviéramos subyugados a fuerzas inexorables que controlan nuestro destino. Nuestra existencia no ocurre en el vacío, no somos lo único que existe, habitamos un mundo que coexiste con una infinidad de otros elementos que forman el universo y que interactúan en un proceso evolutivo entrópico dentro del continuum espacio-tiempo, y está sometida a una infinidad de eventos azarosos. Si a esto agregamos el efecto del accionar de los grupos sociales a los que pertenecemos, tenemos una realidad en la que muchas cosas que nos afectan ocurren sin que tengamos control alguno sobre ellas, lo que nos hace sentir que nuestra libertad está coaccionada. Lo que sucede es que la libertad solo tiene que ver con las decisiones que tomamos y no con todo lo que ocurre. Es así como un terremoto puede causar pánico y desolación por la destrucción que ocasiona en el ambiente en el que vivimos y de todo lo que consideramos nuestro, pero, mientras sigamos existiendo, no destruirá nuestra libertad.

Para entender mejor lo anterior tomemos como ejemplo lo sucedido durante la pandemia COVID-19 causada por el SARS-CoV-2. Este virus afectó al mundo entero infectando a millones de personas y causando cientos de miles de muertes. A consecuencia de su propagación se suspendieron los viajes internacionales y locales, se paralizaron casi todas las actividades económicas, obligó a los países a declarar emergencia médica y que decretaran la inmovilización de sus poblaciones y el aislamiento social. Ante esta situación, muchas decisiones tomadas por un sinnúmero de individuos quedaron en suspenso o jamás pudieron concretarse: viajes y celebraciones anulados, universidades y colegios cerrados, planes de vida trastocados. Todo lo cual, al afectar nuestra capacidad de ejercer la libertad, causó una gran angustia, ya que para nosotros la libertad está íntimamente vinculada con nuestra forma de vida y con las cosas que estamos acostumbrados a hacer.

Las opciones que tenemos a nuestra disposición se han incrementado mucho por la innovación tecnológica. Hoy podemos elegir realizar actividades que hubieran sido muy difíciles o impensadas hace unos cuantos decenios. Para ilustrar esto veamos algunas de estas opciones. Ahora es posible viajar casi a cualquier parte en tiempos relativamente cortos, con una gran variedad de ofertas y a precios al alcance de una mayor cantidad de personas. En estos días un viaje directo de Argentina a Europa toma doce horas (de Nueva York toma solo ocho horas); en la década de 1950, además de costosos y escasos, un viaje en avión de Buenos Aires a Europa demoraba treinta y seis horas de vuelo e incluía tres escalas. Veinte años antes, no existía la posibilidad de viajar a Europa desde Buenos Aires por avión y el viaje en barco duraba alrededor de quince días y eran muy escasos y caros, por lo que eran muy pocas las personas que podían considerar la alternativa de un viaje así. Como las opciones que se nos ofrecen se han incrementado enormemente en casi todos los aspectos de nuestra vida, nos hemos acostumbrado a ello. Cuando por alguna razón una de esas no está disponible tenemos la sensación de que se nos ha limitado la libertad.

Nuestra existencia no ocurre en el vacío, no somos lo único que existe, habitamos un mundo que coexiste con una infinidad de otros elementos que forman el universo y que interactúan en un proceso evolutivo entrópico dentro del continuum espacio-tiempo, y está sometida a una infinidad de eventos azarosos

Un contador de principios del siglo XIX tenía muy pocas alternativas de qué hacer con su vida y estaban en su mayoría relacionadas con actividades de la vida cotidiana: trabajar, el vestido, la vivienda, la alimentación, la educación de los hijos, y algunas pocas alternativas de ocio y culturales. Hoy en día, un contador tiene ante sí una inmensa gama de alternativas a las que dedicar su tiempo, tanto en lo concerniente a sus quehaceres cotidianos y laborales, como a una gran variedad de alternativas de ocio. Esto no vuelve al individuo del siglo XIX menos libre que el contemporáneo, ya que la libertad no se incrementa o disminuye con las opciones; esta solo brinda una mayor o menor gama de alternativas entre las cuales decidir.

Pero no es solo el desarrollo lo que afecta la cantidad y calidad de las alternativas disponibles a cada individuo, lo hace también el ambiente socioeconómico en el que el individuo se desenvuelve. Posiblemente al contador del siglo XXI se le ofrecerán menos opciones y de diferente calidad que aquellas que tiene un rico empresario, pero lo más probable es que sean más y mejores que las que tenga a su disposición un trabajador manual. Pero lo que no cambia es que tanto el rico empresario como el contador y el trabajador manual tienen intrínsecamente la misma libertad, entendida esta como la capacidad de tomar decisiones frente a las opciones que se les presentan.

Podemos resumir lo anterior diciendo que la libertad se encuentra con las oportunidades, y estas aumentan en número y calidad en función al desarrollo de la tecnología y del medio socioeconómico del individuo. Lo que la persona tiene que hacer es actuar en ese ambiente cambiante haciendo uso de su libertad. Viktor E. Frankl4 lo expresaba de la siguiente manera: «Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos».

Cada vez que nos enfrentamos a situaciones que nos llevan a tomar decisiones, las acciones que se derivan se concatenan generando la línea de acontecimientos que constituyen nuestra vida. Cuando la cadena causa-efecto se interrumpe por alguna razón fuera de nuestro control, nos desconcertamos, especialmente si el evento que da pie a la discontinuidad es totalmente ajeno a la línea de acontecimientos en la que estamos inmersos.

Un individuo es realmente libre en el ambiente en el que vive solo cuando es capaz de enfrentar los eventos imprevistos que se le presentan y se atreve a tomar las decisiones que considere moralmente correctas y necesarias para el logro de sus legítimos intereses.

Tomemos como ejemplo lo que me sucedió hace varios años cuando decidí usar por primera vez una lancha a motor que había comprado. Al sacarla al mar para probarla, estuve haciendo recorridos cortos cerca de la playa. A medida que entraba en confianza, decidí hacer recorridos más largos y alejarme de la playa. Estaría más o menos a doscientos metros de la orilla cuando la lancha se detuvo a pesar de que el motor seguía funcionando. Mi primera reacción fue de sorpresa y aturdimiento al no poder entender lo que estaba sucediendo. Cuando logré salir del estupor, decidí revisar el motor y descubrí que la contratuerca que ajusta la hélice no había sido bien ajustada y que por ello esta se había caído. Era obvio que así no podía ir a ningún lado y la orilla se encontraba demasiado lejos para intentar regresar nadando. Mientras transcurrían las horas mecido por las olas y arrastrado por la corriente que me alejaba de la costa, se apoderó de mí una sensación de irrealidad. Sentía que eso no podía estar sucediendo, que era un sueño. Esta sensación de irrealidad era consecuencia de algo inesperado que había interrumpido la línea de acontecimientos en la que estaba inmerso.

Un comportamiento lineal interrumpido de causa-efecto es lo que nosotros entendemos por normalidad. Esta forma de entender la existencia nos crea la ilusión de que las cosas no cambian, que las líneas causales deben ser inmutables, que todo es como es y que será acorde con lo que ha venido siendo y que deberá suceder como lo hemos planeado, que nada puede alterarlo, hasta que —como hemos visto— algo extraordinario sucede que lo altera todo, y como nuestra mente se ha adecuado a lo que entendemos por normalidad, nos es difícil entender lo que está sucediendo y adecuarnos a ello.

Un individuo es realmente libre en el ambiente en el que vive solo cuando es capaz de enfrentar los eventos imprevistos que se le presentan y se atreve a tomar las decisiones que considere moralmente correctas y necesarias para el logro de sus legítimos intereses. Solo así interioriza el valor de la libertad como la única manera de poder desarrollarse como persona y reconoce que, sin ella, no es nada más que otro ser guiado por la animalidad del instinto y los deseos. «Busca la libertad y serás cautivo de tus deseos. Busca disciplina y encuentra tu libertad»5.


3 Steven Richard Covey (1932-2012). Catedrático y escritor norteamericano (The 7 Habits of Highly Effective People: Powerful Lessons in Personal Change).

4 Viktor Emil Frankl (1905-1997). Neurólogo y psiquiatra austriaco (Man’s Search for Meaning).

5 Frank Herbert (1920-1986). Escritor norteamericano (Chapterhouse: DUNE).

Reflexiones de una persona libre para una sociedad libre

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