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El componente humano en los conventos y parroquias

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El altépetl prehispánico trasladó al altépetl novohispano sus raíces políticas y religiosas. Desde el periodo mesoamericano, la religión encarnada en el dios étnico y su templo fueron los símbolos, a la vez, de su unidad y su poder. No es casualidad, entonces, que tras la conformación de los pueblos de indios (altépetl novohispano)24 la edificación de iglesias cristianas fuera referente de un pasado anterior inmediato en la mente de los naturales; el templo católico sustituyó al adoratorio prehispánico. Como bien señala James Lockhart, los indios colaboraron activamente en la edificación y adorno de los conjuntos conventuales, tal y como lo habían ejecutado con sus antiguos recintos sagrados. La nobleza esperaba ocupar cargos dentro de la nueva estructura jerárquica de las iglesias, e hizo uso de sus antiguos métodos de adquisición de mano de obra y tributos para satisfacer los requerimientos de los templos católicos y mantener con decoro el «esplendor del culto».25

La construcción de los conjuntos conventuales pertenecientes a un altépetl complejo concluyó en el último cuarto del siglo XVI. Sin embargo, se dio un incremento en el número de clérigos nacidos en la Nueva España, los que, básicamente, engrosaron las filas del clero secular y originaron la creación de parroquias dentro de los límites jurisdiccionales de las antiguas doctrinas.26

La erección de parroquias gobernadas por el clero secu­lar y el consiguiente reordenamiento de la jurisdicción eclesiástica, en el marco del conflicto entre el clero regular y secular, recibió un fuerte influjo de los indígenas, ya que las propias comunidades alentaron la edificación de nuevos templos. Las pequeñas unidades dentro del altépetl fueron requiriendo la construcción de iglesias; si bien este proceso había tenido su génesis a finales del siglo XVI, no fue sino al término del siglo XVII y principios del XVIII cuando adquirieron mayor preponderancia y fue desapareciendo la idea de iglesia de visita.27

La construcción de iglesias secundarias y la construcción de parroquias coincidió e interactuó con el aumento de las fuerzas que favorecían la fragmentación del altépetl, que coincidieron en parte con los intereses del clero secular. Una impresionante iglesia del calpolli podía ser argumento para que se creara una nueva parroquia, pero también para independizarse políticamente del altépetl, y muchas construcciones religiosas se llevaron a cabo precisamente con ese objetivo en mente.28

Entonces, la interrelación de la vida política y religiosa en el altépetl novohispano se puede ver reflejada, de manera externa, en el deseo de la comunidad por tener un templo que le diera distinción de ente autónomo y, además, forjara un espíritu de identidad entre sus habitantes. A nivel interno, se estableció un grupo conformado por los propios miembros de la comunidad que se encargarían de servir dentro de los sagrados recintos, eran conocidos como «gente de la iglesia».29

Ya fueran los grandes conjuntos conventuales de finales del siglo XVI o las parroquias secundarias de inicios del siglo XVIII, el clero, regular y secular, siempre requirió, en mayor o menor medida, del servicio de indios para satisfacer las necesidades materiales de sus conventos y casas curales, también fueron necesarios para ayudar en las ceremonias litúrgicas dentro de las iglesias. De los individuos dedicados a ejercer algún oficio dentro del espacio eclesiástico, se pueden distinguir tres categorías: en primer lugar, los indios destinados a la administración y dirección de los recintos: fiscales, alguaciles, escribanos y topiles;30 en segundo lugar, aquellos asignados al servicio dentro de los templos: músicos, sacristanes y acólitos; por último, personal del servicio doméstico: cocineras, conserjes, hortelanos, lavanderas y cargadores. No obstante, en otras regiones de la Nueva España se encuentra una serie de cargos con otras obligaciones.31

Al frente de la estructura jerárquica de quienes servían dentro de la Iglesia estaba el fiscal. Lidia Gómez García, en concordancia con Luis Reyes García, afirma que el cargo fue creado por los franciscanos para que apoyaran las tareas tocantes a la evangelización, aunque su importancia dentro del altépetl, al parecer, se dio a finales del siglo XVI.32 Al menos en teoría, el fiscal tenía que ser un hombre virtuoso y con gran influencia en la comunidad, por lo general, de noble estirpe; era, por decirlo así, «la mano derecha y el principal intermediario del sacerdote español».33

Para Lockhart, en cuestiones de orden eclesial, el fiscal tenía una autoridad similar a la del gobernador, pero en la jerarquía del altépetl se encontraba por debajo de éste; sin embargo, Gómez García asienta que para la región Puebla-Tlaxcala, se ocupó de tareas que recaían tanto en el ámbito eclesiástico como en el civil; esto último lo llevó a gozar de un lugar en el cabildo indígena y, por lo tanto, contaba con poder dentro de la esfera cultual y en la administración pública. Incluso, al ser considerado «ministro eclesiástico», las autoridades políticas españolas, como el corregidor y el alcalde mayor, no tenían competencia alguna en sus actividades, lo que originó una gran autonomía del cargo.34

Si en principio, la fiscalía había sido creada para ayudar en las labores de adoctrinamiento y vigilancia, posteriormente, también recayó entre sus funciones realizar tareas administrativas tocantes al culto: adquisición del ajuar y cuidado del templo, desembolso de efectivo para sufragar materiales y servicios durante la fiesta del santo patrón y supervisión de las actividades de los indios que estaban al servicio del clero en los claustros y casas curiales. Todas estas responsabilidades requerían de dinero para ser solventadas, por tanto, los fiscales contaban con capitales y terrenos llamados bienes de propios —caudales comunales que podían ser administrados o arrendados—. Dentro de sus atribuciones en el ámbito civil tenía la facultad de rubricar sentencias en causas criminales, actuar como notario o, a falta de gobernador, se convertía en portavoz de la comunidad, etcétera.35

En los últimos años del siglo XVI, el fiscal adquirió importancia como funcionario, por lo que muchas iglesias consagradas, incluso las de menor rango, contaban con uno de estos personajes. Por ejemplo, llegó a tener tanto peso en la comunidad, que, para solventar alguna misa o misas incluidas en un testamento, se vendía alguna propiedad del difunto y era este funcionario quien recogía el metálico y se encargaba del «aspecto corporativo de las ceremonias fúnebres».36 En ésta y otras labores era auxiliado por dos funcionarios bien identificados: el alguacil y el escribano.37

No obstante, existen ejemplos de la malversación de los fondos testamentarios por parte del fiscal y de sus ayudantes.38 Además, debido a su capacidad de acción dentro de templos y conventos, el cargo le permitió, no sólo exigir dinero y maltratar a los miembros del altépetl, entre otros excesos, sino también a los propios servidores de la iglesia.39 A pesar de lo anterior, la fiscalía siguió funcionando hasta finales del periodo novohispano.40

El elevado número de indios al servicio de los conventos del clero regular y las casas curales del clero secular fue notorio durante toda la época virreinal;41 uno de los casos más escandalosos fue el exceso de aquellos dedicados a la práctica de la música.42 Estos individuos obtuvieron tanta influencia dentro de su comunidad, como se observa en la labor del fiscal, que en muchos altepeme donde la presencia de los frailes o curas era nula, fueron ellos los verdaderos patrones de los templos. Aún en los centros religiosos donde había una presencia bien establecida del clero, su importancia fue clara.

Los registros de los monasterios españoles hacen hincapié en el alto grado en que los frailes dependían de los funcionarios indígenas que en algunos casos mantenían sus propias cuentas, custodiaban todos los fondos de la iglesia incluyendo los que debían gastar los miembros de la orden, convertían en efectivo el ingreso en especie, hacían compras y préstamos y pagaban los salarios.43

Si bien los clérigos ocupaban para su beneficio a muchos indios, éstos aceptaban las tareas porque, de algún modo, obtenían provecho de su condición, aunque no dejaran de ser simples sirvientes. Se han mencionado tres grandes grupos al servicio de las iglesias; cada uno recibió recompensas de distinta índole, sobre todo, aquellos enrolados dentro del primer y segundo grupo. El dedicado a la administración y dirección encontró poder, prestigio e influencia dentro de su comunidad, tal como se ha visto para el caso de la fiscalía. El asignado al servicio dentro de los templos obtuvo exenciones tributarias, liberación de cargas de trabajo y cierto prestigio social entre los miembros del altépetl o subaltépetl, como se verá a lo largo de este trabajo para el caso de los músicos. Estas razones fueron un poderoso aliciente para que los indios «aceptaran» ser oficiales dentro de los recintos cultuales.

Uno de los oficios que fomentaron los frailes con mayor éxito y trascendencia, el cual fue destacado con orgullo en sus crónicas, y que tuvo gran arraigo entre los indios, fue precisamente el de músico, ya que formaba parte de su tradición laboral desde la época prehispánica. El estudio de la estructura interna de las agrupaciones musicales indígenas es primordial para entender su importancia, no sólo dentro del ritual sagrado, sino como parte del sistema de trabajo en la Nueva España y mucho después de la Independencia de México.

Música eclesiástica en el altépetl novohispano

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