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1. Yoga

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El yoga es el eje de la espiritualidad de la India. Me atrevería a ir más allá: es el eje de la espiritualidad oriental, porque es la columna vertebral y el método realmente práctico y eficiente al que han recurrido los más diversos sistemas filosóficos y religiosos. Donde han proliferado cultos y vías hacia la autorrealización, el yoga ha gozado siempre de un indiscutible y sólido prestigio, y sus procedimientos han sido utilizados por los grandes sistemas soteriológicos y por una inmensa mayoría de aspirantes que se interesan de verdad por el conocimiento de su propia naturaleza.

El yoga cuenta con una antigüedad de cinco mil años, es de origen extrabrahmánico, surgido en la India, y es, sobre todo, un impresionante conjunto de técnicas para el dominio y desarrollo armónico del cuerpo, la mente y la psique. Como dichas técnicas pueden ser utilizadas desprovistas de toda filosofía o mística, el yoga ha sido aplicado a lo largo de toda su historia para ir más allá de las apariencias, aprehender un conocimiento de orden superior y evitar el sufrimiento innecesario de la mente ofuscada, generado a sí misma y a otras criaturas.

Hace milenios, en un intento por alcanzar una experiencia interna y de orden superior y así hallar respuesta a los interrogantes que plantea la existencia, algunas personas comenzaron a concebir, elaborar y ensayar técnicas psicofisiológicas y psicomentales. Desconfiando de los fenómenos, de la «realidad» aparente, deseosos de ampliar al máximo sus posibilidades y encontrar niveles superiores de consciencia, se entregaron a una implacable búsqueda interior. No se resignaron a sus limitaciones mentales y se convirtieron en los primeros exploradores de la consciencia y también en los primeros psicólogos de la autorrealización. Adiestrándose con férrea voluntad en los métodos de autocontrol que fueron concibiendo, indagando sobre sí mismos a través de la introspección y advirtiendo al máximo la potencialidad de su mente, estas personas fueron verificando, de forma personal y directa, la eficacia de los procedimientos de autodominio y autodesarrollo que creaban. De esta manera, a lo largo de los siglos, fue surgiendo un importante arsenal de técnicas de autoperfeccionamiento. Estas eran el resultado, por lo general, del trabajo de aquellas personas que renunciaban a la vida ordinaria y en la más completa soledad practicaban sin descanso para descubrir su propio ser, en un esfuerzo más que admirable por liberarse de la ignorancia básica de la mente, por obtener la reconciliación consigo mismas y con todas las criaturas vivientes, por penetrar en los secretos del Cosmos y despertar potencias que residen en todo ser humano, aunque latentes en tanto que no sean activadas.

Estas personas no se perdieron en laberínticas especulaciones ni acrobacias intelectuales; no se dejaron atrapar por la fácil fascinación del rito o del sacrificio externo religioso, aprendieron a desconfiar del mero análisis intelectual y emprendieron la difícil aventura de la autorrealización. Buscaron la Realidad última dentro de sí mismas, desconfiando de las verdades convencionales, deseosas de imponerse sus propias normas morales, sus propias actitudes, su propia forma de vida. Agudizaron su discernimiento, descendieron a las profundidades de su ser y tomaron consciencia de lo que en ellos era real y lo que era adquirido; se enfrentaron a la cara oculta de su mente y supieron esperar pacientemente, sin dejar el trabajo interior, a que se revelara el secreto íntimo de su naturaleza real.

Su esfuerzo (que nos ha dejado un legado impagable) fue casi sobrehumano y muchas veces llevado a cabo en solitario o en pequeños grupos, en medio de una inaudita persecución de sus propios ideales y aun a riesgo de extraviarse para siempre o incluso de lesionar irreparablemente su cuerpo o su mente. Poco a poco, estas personas fueron elaborando una vía de autorrealización que sería admirada y aceptada por los más variados sistemas filosófico-religiosos. El brahmanismo sería el primero en incorporarlo a su seno; después, el budismo, el jainismo y otros sistemas soteriológicos no dudarían en servirse de sus técnicas, algunas de ellas probablemente de origen dravídico.

El yoga ha sido utilizado en todas las épocas como disciplina de perfeccionamiento, método de liberación y vía hacia la Realidad. Cabe suponer que en un principio sus técnicas surgieron dispersas, siempre resultado de querer ampliar la consciencia y de una perseverante búsqueda de la Sabiduría, y que, paulatinamente, fueron agrupándose hasta configurar un núcleo llamado «yoga»: un conjunto de técnicas que ensayaban los místicos, los chamanes, los buscadores de lo Incondicionado, los yoguis-alquimistas, los sanadores y los que ansiaban trascender. Con el transcurso del tiempo, el yoga se fue enriqueciendo, recogiendo filosofía, psicología, ciencia psicosomática, mística, actitudes de comportamiento, enseñanzas trascendentes y, sobre todo, métodos de autodesarrollo y transformación, así como técnicas para el enstasis y la apertura de la consciencia. Y todo ello al margen de castas, de dogmas y de vacías especulaciones metafísicas, dejando que sus procedimientos fueran utilizados por todos los sistemas trascendentes, pero sabiendo mantenerse por encima de ellos y perpetuándose a lo largo de milenios. Terminaría convirtiéndose en un colosal árbol con numerosas ramas (los distintos tipos de yoga) e innumerables frutos (las técnicas).

El yoga arcaico es anterior a los Vedas y no era tal y como hoy ha llegado hasta nosotros. Una parte del hinduismo ha propulsado los ideales de renuncia, pero ya antes había personas en la India que se dedicaban a la austeridad y al trabajo sobre sí mismas, valorando el esfuerzo y el desapego. Poco sabemos de aquellos primeros yoguis, pero sí podemos suponer que trataban de sobrepasar la ordinaria condición humana y desarrollar sus potenciales, unas veces con un sentido de trascendencia y otras no. Siglos después el yoga sería brahmanizado e incluso budizado, jainizado y tantrizado, como ya hemos dicho. ¿Por qué no utilizar técnicas de considerable eficacia para acelerar el proceso hacia el samadhi o nirvana o kaivalya o satori? ¿Por qué no servirse de técnicas altamente elaboradas, si estas respetan toda creencia, toda filosofía y son un método que no predica ninguna convicción en particular, salvo la de autodesarrollarse e iluminar la mente?

Lentamente, el hinduismo fue abriendo sus puertas al yoga, hasta incorporarlo plena y absolutamente en su seno. Aunque las técnicas yóguicas son, como ya hemos señalado, muy antiguas, el término «yoga» no aparece hasta la llegada de las Upanishads. El vocablo «asana» se encuentra por primera vez en la Shvetashvatara Upanishad, y aun cuando las técnicas yóguicas ya habían sido «insinuadas» en otras Upanishads, no encontramos referencias antes de la Taittiriya Upanishad. En la Maitri Upanishad se habla de diversos grados del yoga y distintas técnicas para activar kundalini y facilitar la meditación. Sobrevienen después las Upanishads yóguicas, entre otras la Tejobindu, la Kshurika, la Nadabindu, la Dhyanabindu, la Yogatattva y otras. En la Yogatattva se mencionan cuatro ramas de yoga: laya, mantra, hatha y radja, y se señalan algunos grados del yoga y algunas asanas de meditación. La Dhyanabindu Upanishad trata sobre los chakras y los mudras, en tanto que la Nadabindu Upanishad lo hace sobre el sonido. Obviamente, son las Upanishads yóguicas las que más profundizan en esta disciplina.

A partir del siglo VII o VI a.C. comenzaron a aparecer las Upanishads, que suman un total de 240 libros, cuyo contenido filosófico, metafísico y místico es muy elevado. Estos textos aportaron una visión mucho más amplia y profunda del ser humano y las vías para alcanzar el Absoluto. Surgieron devotos o aspirantes espirituales que no le concedían la soberanía al rito, pues lo situaban en un lugar secundario. Estos aspirantes se dieron cuenta de que la autorrealización se encontraba en su interior y no en las prácticas y sacrificios exteriores, que entendían como superficiales y poco transformativos. Cada día aumentaba el número de practicantes dispuestos a profundizar en sí mismos para oír la voz del Absoluto en su corazón. Los ritos cedieron paso a la investigación metafísica y a la meditación. Progresivamente, el contenido doctrinal del hinduismo se fue enriqueciendo y los devotos más evolucionados –aquellos que no se dejaban alienar por dogmas o rituales que muchas veces rayaban en lo patológico– vivían nuevas experiencias interiores, aportaban sus vivencias y descubrimientos, desarrollaban concepciones más profundas y precisas, y seguían excepcionales procedimientos de autorrealización, es decir, los del yoga. El aspirante ya no buscaba la guía ritual, sino la del conocimiento de orden superior proveniente de la indagación del Ser, la introspección y la meditación, con el importantísimo e insoslayable apoyo de las técnicas yóguicas, desde el uso del discernimiento a la recitación de un mantra o a la visión interior. Fue un conocimiento anhelado que buscaba otros caminos de Sabiduría y liberación mental y que, por supuesto, surgió con mucho esfuerzo. Hoy en día, la mayoría de los devotos comunes siguen enredados con la liturgia, pero los hay, aunque en minoría, quienes tienen pretensiones mucho más elevadas y son capaces de no regatear esfuerzos para encontrar respuestas.

Las Upanishads implicaron una búsqueda espiritual hasta entonces sin precedentes y por esta razón se convirtieron en pilares del lado más refinado del hinduismo. En ellas se explica que lo Absoluto es denominado Brahman y el principio espiritual y eterno del ser humano es el Atman. Brahman es Uno-sin-segundo y no puede ser alcanzado tan solo por el conocimiento binario. Brahman es omniabarcante y se constela en el ser humano como el Atman, que unos traducen como «el yo real y superior», otros como «el Ser» o «Sí-mismo» y otros como «el Espíritu». El sabio upanishádico pone todo su empeño en descubrir en sí mismo la identidad del Atman con el Brahman, y para ello recurre a numerosos métodos yóguicos, a fin de que el conocimiento conduzca a la Sabiduría y se produzca la experiencia personal de la Realización. Las Upanishads hacen hincapié en la relación entre el principio espiritual del ser humano y el Brahman, pues del mismo modo que la ola en el océano nunca deja de ser océano, el Atman nunca deja de ser Brahman. Pero no basta con saberlo intelectualmente, sino que hay que entenderlo de manera vivencial y experiencial. Es ahí donde los procedimientos yóguicos, el discernimiento puro, la introspección y la meditación desempeñan un rol esencial, pues conducen al samadhi, un estado especialísimo de consciencia donde se produce la identificación entre el Atman y el Brahman.

Esta búsqueda de lo Absoluto derivó en diversos sistemas soteriológicos, a destacar el budismo y el jainismo, y se utilizó para llegar a otras concepciones metafísicas como la del Vacío o la de ni el Vacío ni el Todo. Sin embargo, no importa de qué manera cada sistema exprese (con las limitaciones que supone el lenguaje) la última Realidad, pues es la práctica del yoga la que nos acerca a ella, se la llame el Todo, el Vacío o ni el Todo ni la Nada. Lo cierto es que existe la plena convicción de que hay un estado de consciencia muy especial que representa la liberación definitiva. Algunos le llaman samadhi, otros, nirvana, kaivalya o como quiera que sea. La palabra no es la cosa ni la descripción es el hecho. Da igual si al azúcar le llamas sal, sigue sabiendo dulce.

Fue en el hinduismo donde el yoga se asentó de tal manera y llegó a gozar de tal prestigio como método salvífico que se convirtió en un darshana o escuela de sabiduría. En realidad, darshana quiere decir «punto de vista», pero el yoga es a la vez punto de vista y vehículo hacia la Realidad, y sus métodos, sobre todo la meditación y la búsqueda introspectiva, ocuparon un lugar destacado en el vedanta y otras escuelas de sabiduría.

No cabe duda de que es la Bhagavad-gita el texto que mejor reconoce toda la importancia y trascendencia del yoga. Este texto, relativamente breve, incluye un buen número de instrucciones yóguicas y espirituales, y forma parte del Mahabharata, una de las grandes epopeyas de la India, un inmenso poema épico donde se acentúa el papel del dharma, que es el orden que rige todo el universo, y donde se asegura: «Cuando el dharma es protegido, protege. Cuando es destruido, destruye». Asimismo, se considera la garantía del orden universal y es allí donde aparece, por primera vez en la literatura india, Krishna como el misericordioso avatar de Vishnu. A lo largo de la Bhagavad-gita, Krishna le va indicando a Arjuna lo relativo al yoga, sobre todo en tres de sus vertientes: karma-yoga, bhakti-yoga y gnana-yoga, o sea, las sendas de la acción desinteresada, la mística y el discernimiento.

Bhagavad-gita se puede traducir como «Canción del Bienaventurado» o «Canto del Señor». Krishna va impartiendo enseñanzas a lo largo de este texto interpolado y asevera: «El alma no nace ni muere, ni comienza a existir un día para desaparecer sin volver jamás. Es eterna, antigua e increada; el alma no muere cuando muere el cuerpo». También hace referencia a la reencarnación explicando: «El alma encarnada se desprende de los cuerpos viejos y toma otros nuevos, así como la persona cambia de vestidos». Hay enseñanzas contundentes sobre el karma-yoga o yoga de la acción desinteresada. Se exhorta a una acción sin egoísmo, con desprendimiento y discernimiento puro. Podemos leer: «Cuando la mente ha sido calmada, el yogui alcanza la suprema felicidad del alma que se ha unido al Ser Supremo, felicidad exenta de imperfecciones y apegos». Y asimismo: «La persona que está en el yoga, que ve el Yo en todos los seres y todos los seres en el Yo, posee una visión pura».

Por su parte, Patanjali fue el gran sistematizador de los principios y técnicas del yoga, cuya existencia se fija entre el siglo II a.C. y el siglo II d.C. Su obra se titula Yoga-Sutras y contiene 195 aforismos (sutras), clasificados en cuatro partes: la concentración, su práctica, los poderes psíquicos y la Liberación. Ha tenido muchos comentaristas, a destacar Vyasa. En esta obra incluyo un apéndice con una síntesis de los principales aforismos de Patanjali.

Ahora bien, el yogui es respetado y entendido como una persona con gran anhelo de libertad interior y trascendencia. A su vez, se le considera parte del eje universal, alguien que examina todo su funcionamiento humano para trascenderlo y des-condicionarse. Con sus técnicas, trata de alcanzar ese ángulo elevado de consciencia, que es al mismo tiempo personal y transpersonal, liberándose del cautiverio del ego y emancipándose de la máscara burda de la personalidad para recuperar su esencia prístina. Unos lo hacen apoyándose en la concepción de una deidad (Ishvara) y otros prescindiendo de la misma por no creer en ella (shunyata), pero todos ellos convencidos de que hay un estado de libertad absoluta, que permite encontrar una rendija en el samsara y así sobrepasarlo.

El ser humano no se halla suficientemente evolucionado. Su desarrollo interior está lejos de haberse completado y cabe suponer que habrán de pasar milenios antes de poder alcanzarlo. Sin embargo, el yoga brinda al aspirante una forma de vida, un sistema de pensamiento, una filosofía, una psicología y unos métodos para que pueda ir completando su evolución interior, para que haga de su vida un continuo ejercicio de perfeccionamiento con máximo significado y trascendencia. Aquellos que han logrado despertar han legado al gran río del yoga sus experiencias salvíficas y sus métodos. Son humanos que han penetrado el velo de las apariencias y se han inspirado en la fuente del conocimiento. Algunos formaron comunidades, escuelas de sabiduría o hermandades, pero otros siguieron en solitario. Todos ellos han hecho una gran aportación a la humanidad, aunque esta se encuentra tan enceguecida que no pueda darse cuenta de ello.

Vivir en el yoga quiere decir vivir en la luz de la consciencia. Y vivir en la luz de la consciencia es vivir en la luz de la compasión. Y si algo necesita este mundo moldeado por un ser «inhumano» es compasión. El yoga estima que en toda persona residen fuerzas latentes que son el reflejo del Macrocosmos o Mente Universal y que pueden ser actualizadas y canalizadas mediante procedimientos yóguicos para lograr un cambio en la psique que nos abra a una forma de ser más evolucionada y humana.

Solo el entrenamiento adecuado y perseverante acelera la evolución de la consciencia y permite trascender las limitaciones mentales de la persona. Según el grado de consciencia que el practicante tenga, será capaz de ver las cosas de una u otra manera y proceder con sabiduría y sagacidad para salir de su estado de servidumbre. Leemos en la Katha Upanishad:

Este Yo no se advierte por el estudio, ni aún por la inteligencia y la erudición. Este Yo revela su esencia únicamente a aquel que se aplica al Yo. El que no abandonó los caminos del vicio, el que no puede dominarse, el que no posee la paz interior, aquel cuya mente está turbada no puede nunca advertir el Yo, aunque esté lleno de toda la ciencia del mundo.

Aunque el yoga proporcione bienestar, salud, paz interior y equilibrio, es básicamente una técnica soteriológica o liberatoria. Para hacer posible sus aspiraciones soteriológicas, propone una transformación interior cuya cota más elevada es la sabiduría. Nuevos aspectos del Sí-mismo van siendo concienciados y descubiertos, y cuando sobreviene una explosión de la naturaleza original en la consciencia, entonces puede hablarse de iluminación o moksha, estado inasible a las palabras o conceptos.

Lo que nos acerca a la liberación es la experiencia samádhica, que le da al yogui un toque de universalidad. Imagina una casa sin puertas ni ventanas y en la que se está dentro y fuera a la vez. La persona realizada ha conquistado un estado de quietud, de alejamiento de todo conflicto. El ego ha sido trascendido y surge así una profunda consciencia de la unicidad, que sin duda viene dada cuando la mente es indiferenciada, neutral. Este es el néctar de sabiduría del samadhi, la ambrosía de la Sabiduría y la Compasión.

El yoga le concede enorme importancia a la transformación interior a fin de mejorarnos, sobrepasar la condición habitual y causante del sufrimiento de la mente humana, purificar la intelección para que pueda reflejar la esencia pura o naturaleza real, facilitar herramientas para poder someter a maya (lo ilusorio) y percatarse de lo real. Asimismo, a través del yoga aprendemos a restringir los pensamientos para que surja otra manera de conocer y ser, volvemos a la fuente interna o raíz del pensamiento para percibir lo que en principio parece incognoscible y armonizamos la mente para conquistar ese estado de pureza (sattva) en el que puede resplandecer lo que se esconde tras los conceptos y modelos mentales, tal como lo hace la perla en la ostra.

A través de la estrategia que el yoga nos propone, muy nutrida de enseñanzas, actitudes y métodos vamos venciendo la ignorancia básica de la mente que nos encadena y nos obliga a vivir de espaldas a realidades supremas. Confundiendo las prioridades de nuestra vida y haciendo de ella una sucesión de autoengaños, lo que impide alcanzar el conocimiento más transformativo e iluminador, para no tomar por esencial lo banal y por irreal lo real.

El milagro del yoga

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