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4. Don Rafael Lliteras

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Una de las familias distinguidas se apellidaba Lliteras, descendientes de aquellos intrépidos navegantes españoles que en sus inicios importaban de Europa materiales para construcción, como tejas, mosaicos y herrería, sin faltar los elegantes objetos, como jarrones de porcelana, maceteros, cuadros, vajillas y muebles, para adornar las casas de los señores principales de finales del siglo xviii, que se establecieron en el centro de aquella hermosa isla de pescadores, también conocida como la Perla de Golfo.

Platicaba el señor Rafael Lliteras que su abuelo nació en ese bello lugar y que fue el encargado de la construcción de la plaza principal, ubicada frente a la iglesia de la Virgen del Carmen y que todo el herraje, bancas, mosaicos y maderas finas empleado en la edificación del quiosco tipo neoclásico fue importado del Viejo Mundo, de Francia, básicamente, dándole al lugar una vista magnífica, sobria y elegante.

Pero ¿quién era don Rafael Lliteras? Era un isleño que pisaba los cincuenta años de edad, alto, de pelo entrecano, muy diligente y trabajador, heredero de una considerable fortuna gracias a sus antepasados, que a poco tiempo incrementó y duplicó merced a aquel sutil olfato que tenía para los negocios, pues fue el primer empresario en abrir una empacadora de camarón, y con el auge que surgió de improviso abrió otra más. Al poco tiempo, ese hombre emprendedor vislumbró un futuro más promisorio y fue quien inició la construcción de una pequeña pista de aterrizaje para enviar mercancía, en este caso, camarón, a Villahermosa, Tabasco, y posteriormente de ahí al Distrito Federal. Gracias a su esfuerzo y dedicación, las avionetas, que antes solo eran vistas como de milagro surcando los cielos de la isla, aterrizaban en la recién construida pista con bastante frecuencia.

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