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PRÓLOGO
ОглавлениеLaocoonte. Escultura de Agesandro, Polidoro y Atenodoro. Museo Pío-Clementino (fragmento).
Conocerá el amable lector el famoso comienzo del soneto de Lope de Vega: “un soneto me manda hacer Violante, que en mi vida me he visto en tanto aprieto…”, con las distancias evidentes y el respeto al Maestro de nuestro Siglo de Oro, reconozco que fue lo que se me vino a la cabeza tras el encargo que me hace un amigo de prologar su obra. Nunca he acometido un trabajo parecido y me asusta que mi torpeza desmerezca la prosa fácil del autor, como se podrá comprobar con la lectura de este libro.
Así, pido indulgencia al iniciar este prólogo y de nuevo lo haré al acabarlo una y mil veces conocedor de mi torpeza al poner negro sobre blanco mi opinión. El autor realiza un ejercicio de justificación de su obra al comenzar la misma y creo que es esa lectura la que debe prevalecer sobre mis comentarios, en los que solo intentaré dar la versión que tengo a través de él, nunca imparcial porque yo le llamo amigo.
Ramón Sierra es Médico y Anestesista y hago uso de la conjunción y de las mayúsculas de manera intencionada porque un médico es médico y luego puede estar especializado y trabajar de lo que quiera que comprenda su especialidad, pero ante todo es y nunca deja de ser Médico y eso hay que recalcarlo. Ramón ya no ejerce de anestesista, pero morirá siendo Médico. Seguro.
Ramón es creador, en Córdoba, de la Unidad del dolor de su magnífico hospital Reina Sofía y un Accitano que insiste en que Guadix tiene como pueblo más importante de su provincia a Granada. No obstante; y sin renunciar a sus raíces, puedo hacer extensiva una simpática frase bilbaína y decir que Ramón es cordobés “porque a pesar de que los accitanos nacen donde les da la gana”, se ha transformado en algo más, un injerto accitano-cordobés que ejerce de ambos y no hay nadie que disfrute más de un “medio” fresquito, en cualquier taberna típica, en un mediodía de esas primaveras maravillosas que solo se conocen en Córdoba y como un Séneca contemporáneo, hablar de lo divino y de lo humano: ¡sentando cátedra!, por supuesto, entre los parroquianos.
Hay una magnífica explicación sobre lo que significa para un cordobés paladear “un medio” de vino en uno de los entrañables relatos que nos presenta el autor, por ello no haré más prolija la explicación e invito al lector a conocer de qué hablo a través de la lectura del texto presentado.
Querrá, también, el lector, conocer porqué detallo el origen del autor y el porqué comento donde ha ejercido toda su vida, y es que su nacimiento justifica parte de su carácter, por esa cabezonería “granaina” (en Andalucía utilizamos otra expresión para referirnos a ese tipo de carácter, que se localiza entre los oriundos de las inmediaciones de la capital nazarí) y su grandeza genética oriunda, que convierte en tesón inagotable el querer salirse con la suya. Así la obra está justificada: había que contar todo esto y ya está hecho.
Por otra parte, y dado el lugar donde sucede cada episodio, estas anécdotas y relatos describen muy bien la forma de ser de la gente de esta tierra: Bendita Andalucía, extraordinarias y bellísimas Córdoba y Granada.
Una tarde de invierno, en nuestra reunión habitual de amigos, cuando ya Ramón en su cabeza perfilaba las líneas finales de su trabajo literario, le oíamos resumir uno de los capítulos que siguen, en que recuerda como un amigo suyo había querido confesarse con él antes de morir. Este íntimo relato, de hondo calado moral, que ahora viene a mi cabeza y aconsejo al lector, se me asemeja a un compendio de la obra ya que estos relatos, son también una confesión, un relajo del alma del médico, que tiene la necesidad de poder trasmitir al lector lo que la experiencia del ejercicio de una profesión tan cercana al tránsito final de las personas, ha estado labrando. Lo que oyó el médico y caló en el hombre…
Este texto es una sucesión de relatos de fácil lectura, son algunas de las vivencias de un médico en ejercicio, y tiene una espiritualidad encubierta que se descubre enseguida. Hay una inquietud evidente, que se pone de manifiesto en la falta de un análisis final de cada historia. No hay conclusiones sesudas, así lo vivió y así lo cuenta. Es el relato de unos hechos, episodios, vivencias, en su mayoría profundas, y que al final nos dejan en libertad de concluir nosotros la propia historia. Su lectura, si estamos dispuestos, despertará en nosotros distintos sentimientos. Trascender es nuestro trabajo, nuestra decisión, pero seguro que nunca nos dejarán indiferentes.
El título de cada capítulo está acompañado de una imagen única, seleccionada por Ramón de manera intencionada. Yo aconsejo que, tras la lectura de cada episodio, volvamos a la primera página del mismo y examinemos de nuevo la foto que da pie al texto y veremos como ahora la imagen nos evoca otra idea. Ahí se podría encontrar la razón por la que ya no nos sentiremos indiferentes en la lectura, es la constatación de que hemos interiorizado el texto. Oímos la confesión de Ramón en silencio, extraída de la lectura y de las palabras de cada protagonista, de las que ahora somos testigos. Estos no son “chascarrillos” ¿verdad Ramón?
Deseo vivamente que el lector haya encontrado en mis palabras el interés por iniciar la lectura de lo que a continuación se relata, tenga el ánimo dispuesto y disfrute sin quedarse indiferente.
Ahora, como prometí, gracias por su clemencia y amable paciencia y continúe la lectura, no se arrepentirá.
Jesús Muñoz Carrasco.