Читать книгу Con ellos aprendí a caminar - Ramón Sierra Córcoles - Страница 8
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INTRODUCCIÓN
Apocalipsis: 6,8,
“Miré, y he aquí un caballo amarillo y el que lo
montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le
seguía, y le fue dada la potestad sobre la cuarta
parte de la tierra, para matar con espada, con
hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra…
El cuarto jinete es la muerte y devastación”.
Ha pasado el tiempo. Lenta e inexorablemente pasa, y en su devenir provoca un cúmulo de hechos que, al mirar atrás, pasados los años en la soledad del silencio, nos traen recuerdos agridulces que despiertan unas veces dolor, otras, sonrisas. Es la vida en su complejidad, es la historia, somos nosotros mismos que durante nuestra proyección al futuro dejamos atrás una larga estela, cual cometas, de vivencias y emociones.
Todos evolucionamos poco a poco, casi sin darnos cuenta, pero evolucionamos. Pasado el tiempo, cuando miramos atrás, es cuando se advierte esta evolución y posiblemente nos preguntemos si fue a mejor o a peor, pero no disponemos de regla de medir, y nunca sabremos cómo podríamos haber sido si en vez de un camino o actuación determinada, hubiésemos obrado de distinta manera o el camino hubiese sido otro. Hay quien dice que no vale la pena pensar en lo que es y en cómo pudo ser, pero otros, más inconformistas, hacen un viaje a su interior, una profunda introspección en un intento sublime de conocerse y sobre todo saber si en ese viaje que fue toda nuestra vida dejamos atrás personas a las que no agradecimos suficientemente su labor prestada para nuestra evolución. Confieso que no acabo de valorar suficientemente si mis conclusiones se aproximan a la verdad o pudieran estar algo distorsionadas, pero son mías y ahora me veo en la necesidad de hacerlas públicas con el fin de intentar ayudar a otros a conocerse mejor.
Es mi deseo compartir estas experiencias que, pasado el tiempo, consideré podrían interesar a unos y ayudar a otros. Hay muchas formas de comenzar y yo deseo hacerlo con unos versos cantados por Armando Manzanero, que considero vienen al caso aunque he modificado alguna palabra a propósito:
“Con ellos aprendí.
Que existen nuevas y mejores emociones.
Con ellos aprendí.
A conocer un mundo nuevo de emociones”.
A lo largo de una vida profesional, todos acumulamos un archivo donde están depositadas vivencias y mil anécdotas que nos hacen reír a veces, soñar y, en no pocas ocasiones, llorar por el dolor de otros. Como profesional, yo también tengo mi archivo y llegado este momento he pensado que podría ser bueno hacerlo público, porque es más que posible, que algunas de estas historias puedan ser útiles a otras personas y, ¡ojala!, les pueda ayudar a encontrar el camino. Un camino que les lleve hacia un dichoso final.
Yo no puedo decirles dónde se encuentra, no lo sé, pero deseo que puedan dar con él, porque existe y si lo buscan a buen seguro que lo encontrarán…
Cualquier profesión, con el paso de los años, te cincela día a día hasta el punto de que llegado el momento de tu jubilación, si miras atrás, crees conocer al chico que hace muy poco salía de la Facultad con unos libros bajo el brazo, unos pocos conocimientos necesitados de ampliar y desarrollar, y un enorme baúl de ilusiones, dispuesto a comerse el mundo, a demostrar que todos estaban equivocados, y él como “Ángel Exterminador”, dispuesto a enfrentarse a todo y a todos para erradicar el mal y dar comienzo a una nueva etapa en la que la bondad, la buena praxis y la verdad, planearían de nuevo y resplandecerían sobre la Faz de la Tierra. Y para ello pondría todo su esfuerzo. Pronto aprendes cuan equivocado estabas, porque la vida te muestra a golpe seco que no es todo tan fácil.
Unas veces caminas solo y otras acompañado por un camino árido, seco y lleno de polvo, duro de recorrer, aunque, en ocasiones, al mirar hacia la cuneta, divisas una flor, amapola de colores chillones o humilde margarita, que con su color amarillo reclama tu mirada para mostrar su utilidad cuando aporta néctar a la abejas, y entonces, tomas conciencia de su importancia. Es otra manera de percatarse de la existencia de vida al otro lado del camino.
Tras numerosos y largos años de ejercicio profesional, casi todos los que dedicaron su vida al servicio de los demás, acumulan una extensa y rica colección de anécdotas dignas de escuchar o leer, como en este caso, ya que del más inesperado rincón del recuerdo, en ocasiones surge la enseñanza como si fuera un manantial.
Hace ya muchos años escribí una carta a Sinuhé donde le solicitaba que escribiese para todos, no solo para él, puesto a considerar que la apertura a los demás es una necesidad, que podría inducirlos al pensamiento y por ende al conocimiento.
De las anécdotas y vivencias experimentadas por todos y cada uno de nosotros, se podrían extraer múltiples acontecimientos, que nos indicarían la senda. Mejor expresado: A CAMINAR.
En algunas ocasiones estas historias están impregnadas de un alto contenido sarcástico capaz de promover la hilaridad y, como fruto de las mismas, surgen y se publican libros escritos por maestros, juristas, ingenieros, médicos y un largo etcétera de profesionales que recopilaron sus anécdotas día a día. Otras veces, la experiencia transmitida se ha centrado en episodios dramáticos, pero cuyo conocimiento nos impulsa a la meditación y, como no, a la extracción de conclusiones, que nos ayudan en nuestro devenir por los inmensos campos de Dios.
Yo, como tantos otros profesionales, he sido partícipe de situaciones, unas veces jocosas, otras tiernas capaces de dibujar una sonrisa y en demasiadas, con una dureza extrema que han dejado su particular acervo.
Han sido muchas las ocasiones en las que pensé hacerlas públicas con el pensamiento bienintencionado de que pudieran ser útiles, aunque solo fuese a uno de sus posibles lectores pero, por unas causas u otras, siempre las dejé aparcadas hasta este momento en que he decidido dar un paso al frente, empuñar papel y pluma y redactar algunas de estas vivencias.
Por respeto a todos y cada uno de los personajes que aparecen en mi escrito, he decidido utilizar nombres supuestos, lugares cambiados de nombre y, en general, todos aquellos datos que pudieran contribuir a la identificación de estas personas. Sería francamente difícil la localización de estos personajes, ya que en su mayoría han fallecido, pero aun así la posibilidad de que algún familiar pueda aún vivir y pudiera verse reconocido, hace que mantenga esta idea.
Al margen de estos datos que trato de ocultar por razones que todos pueden comprender, lo expuesto en estos relatos, tiene el máximo rigor en su contenido, y en lo que se dice no existe ni una sola palabra de más o de menos. Todo sucedió como está escrito
Algún capítulo puede ser duro, muy duro, pero he creído necesario exponerlo tal y como sucedió, porque al margen del contenido, la realidad se impone y esta no es más que el resultado de personas con emociones, que se manifiestan con sus luces y sus sombras y durante toda su vida.
Incluyo algunas experiencias sucedidas en el ejercicio de la Anestesiología y otras, de mayor crudeza, vividas durante el período de tiempo, dieciocho años, que traté el Dolor Crónico.
No es sencillo valorar el dolor, ya que cada cual siente el suyo propio como algo que no se parece en nada al de otros, aunque el proceso patológico que lo provoque sea idéntico, y esto nos lleva al terreno, nada seguro, de las arenas movedizas donde resulta difícil la movilidad y por tanto el diagnóstico, principalmente, cuando es necesario separar dolor y sufrimiento.
La dificultad del diagnóstico y, principalmente su intensidad, es alta, ya que en el mismo influye la personalidad de cada paciente y determinadas circunstancias que hacen que dos dolores, al parecer idénticos, dado que la etiología y posiblemente la evolución del proceso pudiese ser la misma, se transformen en dolores de características e intensidad distintas.
Unido al dolor, aunque no siempre, se encuentra el sufrimiento, y he visto en muchas ocasiones dolor con sufrimiento, dolor como único componente y solo sufrimiento. Así pues, es necesario comprender todo esto, para poder mirar al enfermo e intentar ver… sin juzgar.
Mi primer maestro en esta disciplina fue el Dr. Espejo, en Madrid, al que siempre agradeceré sus enseñanzas y sobre todo su amistad. Después tuve otros, los cuales sería largo enumerar y a quienes desde estas páginas, deseo expresar mi agradecimiento a la generosidad con la que contribuyeron a mi formación en esta materia. Me enseñaron sin pedir jamás nada a cambio, acompañados solo por la voluntad de ser útiles y mostrar caminos en los que creían. El Dr. Espejo, cuando daba una conferencia y deseaba resaltar el componente emocional que pudiera llevar aparejado el dolor físico, como forma de hacer más llamativa y aproximar a la audiencia al dolor y a su valoración, en término coloquial decía:
—El profesional debe tener presente que hay dos clases de dolor, el de los demás que siempre es exagerado y el mío que es insoportable. Por eso cuando un paciente se sienta ante nosotros y nos dice que tiene dolor, debemos pensar que le duele, que su dolor es real, después ya veremos, pero en principio tiene razón.
Eso si él te dice algo, porque hay ocasiones en que no es necesario hablar para saber que la persona que tienes ante ti, tiene dolor severo o bien sufre.
También sucede que, a veces, consideramos solo al paciente y pensamos que tiene dolor, pero no tenemos en cuenta algo tan fundamental como es la familia, que también sufre con el enfermo. Está con él permanentemente, lo cuida, lo observa, contempla cómo poco a poco se deteriora y en ocasiones cómo espera el último aliento de su ser querido. Sufre con el enfermo y de ahí el hecho de que en multitud de ocasiones tenga un comportamiento que podría parecernos poco lógico, pero no olvidemos que en la familia también tiene cabida la desesperación, la angustia y también, porqué no, comportamientos egoístas con la aparición de momentos difíciles, como alguno que describo para bien o para mal.
He podido observar cómo muchos pacientes padecían dolores horrorosos, con sufrimiento extremo, que podrían haber tenido solución y que por decisiones familiares o individuales fueron rechazadas con la esperanza de mejorar su imagen ante las expectativas del fin inminente que se avecinaba según sus creencias en el nuevo mundo.
He visto mucho y reconozco sin vergüenza, que en algún momento se humedecieron mis ojos al observar lo que tenía ante mí y que en demasiadas ocasiones tildé de catástrofe.
Con bastante probabilidad no emitiréis una sonrisa, ya que la mayoría de estas experiencias son duras, pero pensé que, tal vez, valdría la pena hacerlas públicas, porque constituyen parte de nuestra vida y quizás nos hagan pensar.
Desde entonces hasta la fecha ha llovido mucho.