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I TIEMPOS DE ADOLESCENCIA

Era un día de clase como otro cualquiera: aburrido y monótono. Veëna escuchaba de fondo a la estricta profesora de historia de Hentos mientras se entretenía jugando con un comecocos hecho por su amiga Katriz Scolen. «Maldición», pensó Veëna al leer el nefasto destino que le había tocado: «pagas el almuerzo». Examinó el resto de las caras de papel y observó con indignación que solo había una que la eximía de pagarle el almuerzo a Katriz, así que le tiró el comecocos y la profesora Marva intervino:

—¡Veëna de Vengefir! ¿Acaso no te interesa la historia de nuestro país? Responde, ¿qué estaba diciendo sobre Tyrfur el Temible?

—Pues que asesinó al rey Poven III y gobernó un año hasta que fue ejecutado, doña Marva —respondió Veëna con tono de tedio tras una pausa en la que miró a la profesora retadoramente.

—Correcto —confirmó ella airada al ver que no había conseguido coger en falso a la chica más despegada de la clase—, y así es cómo se prohibió la magia en Hentos, a lo que pronto se sumaron los países vecinos.

De pronto, el oportuno timbre liberó a los estudiantes de la lección. Veëna y Katriz se compraron sendas palmeras de chocolate y se sentaron en su banco habitual. Siempre estaban solas, ya que Veëna despertaba cierto rechazo en sus demás compañeros por su carácter solitario y poca habilidad social. En cambio, Katriz se llevaba bien con todos, pero no podía dejar sola a su amiga de la infancia. Veëna le estaba secretamente agradecida por su compañía y por todas las veces que había apaciguado los ánimos a sus compañeros, como aquella vez en la que unas niñas de la clase le querían quitar su gorro a toda costa y ella las salpicó de barro accidentalmente, o como cuando cuchicheaban sobre su solitario comportamiento.

—¿Vamos a los recreativos esta tarde, Veëna?

—No puedo, hoy vamos a casa de mi abuelo —contestó ella con tono de resignación. Su abuelo estaba enfermo y las visitas a su casa no eran tan divertidas como cuando vivía su abuela.

—Bueno, ya iremos mañana.

—¡Uy! ¿Cómo dejas plantada a tu amiga del alma, rarita? —la desagradable voz de Clarie las sobresaltó un instante. Como siempre, aparecía con sus secuaces para hacerse la superior—. Katriz, podrías venirte con nosotras, no te dejaríamos sola —añadió sarcásticamente.

—Lárgate, Clarie —le contestó Veëna mirándola amenazadoramente con sus ojos azules. No podía evitar encrisparse por no poder darle su merecido, si ella supiera...

—Me iré si quiero, pero, tranqui, no me hagas ninguna de tus cosas raras —soltó con una risilla que fue secundada por sus eternas acompañantes—. Hasta la vista, raritas.

Un silencio incómodo se interpuso entre las dos amigas. Katriz aguantaba estos comentarios a diario porque sabía que Veëna la necesitaba, estaba muy sola. A su vez Veëna se sumía en la culpa y la impotencia. «Si tan solo pudiera usar mi magia se acabarían mis problemas, ¡maldito Tyrfur el Temible!», pensó enfurecida.

Al llegar a casa del instituto le esperaba el delicioso aroma de la carne estofada y patatas asadas preparadas por su querida tía Fandy. Al entrar a la cocina, allí estaba ella canturreando y sirviendo la comida para ambas. Veëna la saludó con un beso en la mejilla y se sentaron a comer los manjares que a Fandy le encantaba preparar y degustar, de ahí los kilos de más que se acumulaban en sus caderas.

—Come rápido que nos vamos a ver al abuelo, ¿eh? Nada de quedarse embobada mirando el plato, Veënita.

—Tía, ya soy mayor para que me llames así, ¡tengo 14 años! —se quejó ella pinchando unas patatas con el tenedor—. Además, vengo enfadada siempre de ese estúpido sitio, ¡ojalá no tuviera que ir nunca más y pudiera usar mi magia!

Fandy frunció el ceño y Veëna se contuvo, pero ya sabía que a su tía no le gustaba la idea de que usara sus poderes, ¡la aterrorizaba! Y era el único momento en el que no era amable con su sobrina.

—Ya vale de esa idea, niña. ¡En mi presencia no se habla de magia ni de usarla ni de faltar a clase! Tienes que ser más sociable con tus compañeros y te conviene ir a la universidad a estudiar algo de provecho, como derecho o magisterio.

—¡Eso es una mierda! —replicó Veëna contrariada y ambas se miraron desafiantes.

—¡Esperrrannza!¡Esperranza! —habló de pronto Albus, la cacatúa blanca que tenía más años que el abuelo. De hecho, era la mascota de su abuela materna cuando ésta vivía—. ¡Soy Albus!

Decidieron terminar ahí la discusión, aunque siguieron comiendo con aire enfadado. Al acabar cogieron el coche para ir a casa de Marfin de Paffel, ubicada al norte de la cuidad y muy próxima a la playa. Al entrar les recibió el olor a café y periódicos que se almacenaban en casa de su abuelo.

—Hola, papá, ya estamos aquí —saludó alegremente la tía Fandy mientras se quitaba el abrigo y Veëna ponía su inseparable gorro negro en el sombrerero—. No te levantes del sofá que ya traemos nosotras la merienda. ¿Alguna novedad en el periódico?

—Ninguna importante, hija. Tendréis que ayudarme a tirar ese montón de periódicos de ahí que a mí ya me cuesta mucho. El repartidor es rápido para traérmelos, pero no se quiere llevar los viejos —los tres sonrieron ante el comentario—. ¿Y cómo está mi nieta?

—Bien, abuelo. Hemos traído las pastas de la panadería que te gustan. Bueno, y a mí también me gustan.

—Al final siempre comes tú más que el abuelo —añadió burlonamente Fandy.

—A ella le hacen más falta que a nosotros, hija —sentenció el abuelo—. ¿Y qué hay de ese amigo tuyo, ese tal Rophenn?

—Tan solo nos vemos en la cafetería de tanto en tanto —se encogió de hombros Fandy mientras removía delicadamente el contenido de su taza.

Sin más comentarios merendaron y Veëna se afanaba en comer las pastas y beber café. «Eres mi única alegría del día» pensó, saboreando el caramelo del interior del dulce. De pronto, se le cayó uno al suelo y se agachó para cogerlo, dejando a la vista las raíces moradas que ya destacaban en su pelo teñido de negro. Su tía y su abuelo se miraron en silencio con un atisbo de tristeza.

—Mañana tendrás que teñirte el pelo otra vez, Veëna —comentó su tía sombríamente.

—¿Ya otra vez? Si solo fue hace dos semanas —respondió ella disgustada y fue corriendo a mirarse al espejo de la entrada ubicado junto a un gran retrato de sus abuelos de jóvenes. Su tía asintió y el abuelo desvió la mirada a unos periódicos viejos apilados en una esquina del comedor.

—Voy a fregar estas tazas y vuelvo —dijo Fandy mientras se dirigía a la cocina.

—Ven conmigo, niña —instó Marfin a su nieta, levantándose del sofá con esfuerzo.

Se dirigieron al despacho, donde las paredes estaban cubiertas de estanterías con libros y el suelo albergaba torres de periódicos de diferentes alturas y tonalidades. En el centro de la habitación estaba el escritorio del abuelo, lleno de fotos de la abuela sonriente o seria con un traje elegante, en otra con unas niñas pequeñas… y fotos de sus padres, todas retenidas debajo del cristal de la mesa. «Qué raro, normalmente no quiere que entremos aquí, es su sitio privado», pensó Veëna.

—¿Qué te parece mi despacho?

—Hay demasiados periódicos viejos, ¿por qué no los tiras?

Marfin esbozó una sonrisa triste y se sentó en la silla del escritorio, mirando las fotos atrapadas entre la madera y el cristal. «Supongo que si no saqué nada de ellos en su día podría tirarlos, pero son demasiados recuerdos. Ay, cómo te pareces a tu madre con ese pelo y a mi Lerfinda… Escucha, Veëna no me queda mucho tiempo para seguir investigando así que te pido que lo hagas tú por mí. Cuando yo falte puedes leer lo que quieras de aquí, pero te adelanto que yo no he tenido éxito, así que tendrás que buscar las respuestas en otros lugares también. Debes averiguar quién mató a…».

—¡Papá! ¿Qué le estás diciendo a la niña? —apareció Fandy con los brazos en jarra y su afable cara crispada—. Vámonos Veëna, se hace tarde y el abuelo desvaría a estas horas.

Cuando volvieron a casa, Fandy se puso a ver su serie favorita en la televisión y Veëna jugaba a la consola en el sillón. Su comedor era pequeño y acogedor, había el espacio justo para una mesita de té, la televisión, el sofá y un sillón, además de la típica repisa con fotos y souvenirs de lugares diversos. Las fotografías se diferenciaban bastante de las de casa del abuelo, que eran de tonos sepia o en blanco y negro. Las de la tía eran a color y de tiempos más recientes: de Veëna de bebé, de niña jugando en su cuarto, con su tía en un parque de atracciones que no le gustó mucho por la cara seria que tenía; ahí ya llevaba su habitual camiseta negra y vaqueros y su inseparable gorro para tapar las raíces moradas herencia de su madre.

—Tía —Veëna apagó la consola.

—Shh, estoy viendo la serie.

—¿El abuelo se refería a mis padres?

—Desde que murió la abuela está aún más obsesionado con eso —contestó resignadamente Fandy—, no le hagas caso, cariño. Ya te he dicho que tus padres murieron en un desgraciado accidente de coche, no hay que buscar más culpables que la mala suerte.

—¿Entonces porque piensa que los mataron?

—Yo qué sé, ve complots por todas partes.

—¿Es porque eran magos? —Fandy apagó la tele abruptamente.

—Mi hermana nació con la magia de mi madre que en paz descase, sí, y tu padre también tenía poderes, pero no se dedicaban a la magia ni la usaban, ¿está claro? Por tanto, no había razón por la que alguien quisiera matarlos, la policía no sospechaba de ellos. Y tú, jovencita, debes olvidarte de la dichosa magia y seguir el ejemplo de tus padres.

—¡Pero la magia es muy guay, mira!

Veëna se levantó y, para espanto de su pobre tía Fandy, vació el contenido de la tetera sobre la alfombra. Con un solo gesto de su mano congeló el charco de agua para acto seguido evaporarlo en una nube cálida de vapor. No se detuvo ante las peticiones de su tía y con un movimiento ascendente de la mano hizo crecer y florecer las plantas del balcón en un segundo. Tampoco se detuvo ante las amenazas de su tía de dejarla sin cena y salió corriendo de casa entre risas, mientras Fandy lloriqueaba: «¡Esta niña me matará de un infarto un día!» y Albus gritaba: «¡Niña!¡Esperrranza!».

Magia prohibida

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