Читать книгу Magia prohibida - Raquel Pastor - Страница 8
ОглавлениеIII LA LOGIA DEL FÉNIX
Mientras tanto, en casa de Fandy aguardaba sentada en el sofá una inusual visita. Estaba prevista su llegada ese día desde hacía meses, en realidad desde hacía años. Se trataba de la orgullosa y fría Jaren de Vengefir, abuela paterna de Veëna. Una mujer alta y espigada, de rosto tan afilado como sus maneras, cabello azulado que ya peinaba canas, pero que aun así no aparentaba para nada sus sesenta y cinco años. Llevaba sentada con los brazos cruzados y gesto impaciente desde hacía una hora, en la cual Fandy no había podido quitarse la inquietud de encima. Mientras hacía como que leía una revista de cotilleos, la miró por encima de sus gafas de aumento. «No me gusta nada esta mujer, a lo mejor puedo negarme a que se lleve a Veëna. ¡Sí! Al ser su tutora legal podría consultarle a Roph mis posibilidades… aunque no quiero que esta vieja me fría con un rayo. Ojalá Veëna tarde en venir y se acabe cansando de esperar. Ay, ¿qué digo? Veëna se va a enfadar conmigo...», pensaba ella toda atribulada.
—¿Dónde está la niña? No la habrás mandado fuera de la cuidad, ¿verdad? —la acusó de pronto Jaren clavando sus fríos ojos en Fandy.
—Por supuesto que no, estará al caer, doña Jaren —respondió Fandy con tono de ofendida—. Se lo prometí hace tiempo cuando me mandó aquellas cartas.
—Más te vale que aparezca pronto.
No hubo que esperar mucho en aquel incómodo silencio. Veëna apareció por la puerta llena de heridas abiertas y con el rostro cansado y pálido.
—¡Por dios, Veëna! ¿Qué te has hecho? ¿Te has caído de la bici? —se dirigió hacia ella su tía, alarmada.
—Sí, tía, pero no es nada, solo son roz… —se interrumpió al ver a la señora de cara amargada—. Vaya, no sabía que teníamos visita.
—No soy cualquier visita, niña, soy tu abuela Jaren por si no te acuerdas de mí. He venido a llevarte conmigo. Recoge tus cosas.
—Pero oye, ¿cómo que… irme contigo? —preguntó Veëna sorprendida, mientras el enfado empezaba a bullir en su interior—. Tía, ¿qué significa esto?
—Lo siento, cariño, me veo obligada a que te marches con ella. No te preocupes, estarás bien y solo serán unos días.
—¿Esta era la sorpresa especial? —le espetó Veëna con rabia en los ojos.
—Basta, niña, ponte una ropa más decente y en diez minutos salimos—intervino Jaren hastiada.
—¿Y si no quiero?
—Mocosa impertinente, está claro que la insignificante de tu tía no te ha enseñado modales. Solo te diré que es a causa de los poderes que hay en ti. Ahora rápido, obedece.
—Hazle caso, por favor, Veëna.
—¡Niña! ¡Esperrranza! —intervino de pronto Albus.
La muchacha corrió rumbo a su cuarto conteniendo las lágrimas. Empaquetó a toda prisa sus vaqueros y gorros de lana de repuesto, camisetas blancas y grises, su consola y libros de clase. Entró su tía silenciosamente a darle un antiséptico, tiritas y un trozo de su sorpresa especial: una tarta de fresa hecha por ella misma. Veëna no se dignó a mirarla, solo recogía enfurruñada.
—Perdóname, no sabía que te llevaría así deprisa y corriendo. Pensaba que se quedaría a comer…
—¿Así que sabías que vendría?
Fandy la miraba apenada y suplicante, pero Veëna ya había terminado de hacer su maleta y salió de su cuarto en dirección a la puerta principal, donde la aguardaba Jaren, de pie y mirándola desde la altura de sus tacones. La muchacha le dirigió una mirada de odio y salió delante de ella. Su abuela se despidió de Fandy con un simple «Adiós» y cerró la puerta tras de sí, dejando a la mujer sola y entristecida. Se subieron al lujoso coche de Jaren y viajaron en silencio unos veinte minutos antes de aparcar a la puerta de una pequeña cafetería de aspecto iluminado y acogedor llamada Halcón Ardiente.
—¿Ahora me traes a comer pastelitos? —le espetó con sorpresa e indignación Veëna—. ¿No íbamos a tu casa?
Su abuela no se dignó a contestarle y atravesaron el umbral de la puerta, que tintineó a su paso.
—Buenas tardes, doña Jaren. Tan elegante como siempre, ¿quién es la joven que le acompaña? —se les acercó servicial el camarero.
—Mi nieta, Oslen. ¿Los demás no han llegado aún?
—Sí, ya están dentro. ¿Van a tomar algo antes?
—Es su cumpleaños, ¿tienes algo adecuado para ello?
—¡Por supuesto! He traído hoy un delicioso pastel de chocolate.
—Sea. Y dos refrescos.
Veëna se alegró por el postre que su abuela había pedido, aunque contrastaba con su actitud fría, que rozaba la antipatía. «Quizá no sea tan horrible, o eso espero», pensó mientras se sentaban en una mesa para dos, iluminada por una vela, y comieron en silencio porque, a pesar de todas las preguntas que tenía en la cabeza, su abuela tenía un aire de autoridad que indicaba que permaneciera callada.
—Es la hora, vamos —anunció Jaren en cuanto acabó su plato, al tiempo que dejaba unas monedas sobre la mesa.
—¿Ya nos vamos a tu casa?
—En cierto modo sí.
Veëna cada vez estaba más intrigada por el destino que le había reservado su abuela, aquella mujer a la que no había visto en años y que de repente se la había llevado del lado de su tía Fandy sin la más mínima simpatía. Jaren se levantó de la silla y se recolocó su larga falda, entonces se dirigió hacia el pasillo de la cafetería destinado a los servicios, la zona privada del dueño y la entrada a la cocina. Atravesó sin dudarlo la puerta en la que rezaba «Privado» y Veëna pensó que su abuela no debía de estar del todo cuerda.
—¡¿Qué haces?!
—Ven, niña.
Se adentraron por un largo pasillo sin decoraciones en el que había diversas puertas cerradas. Llegaron a la del final del todo y detrás de ella solo había una habitación vacía. Veëna no entendía nada, pero Jaren de Vengefir parecía saber perfectamente lo que hacía. De pronto, su abuela extendió los brazos y después juntó las manos, las abrió y tocó la pared. Entonces un resplandor verde y de forma ovalada se abrió ante una estupefacta Veëna y una indiferente Jaren.
—Ah, claro, que es la primera vez que lo ves. Esto es un portal espaciotemporal, vamos a cruzarlo.
—¿Cómo? ¿Y no es peligroso?
—Este no, venga, detrás de mí.
No tuvo mucho tiempo para pensarlo, ya que Jaren atravesó en seguida el resplandor esmeralda y la agarró con su huesuda y fría mano por si se le ocurría escapar, así que en unos instantes desapareció la habitación vacía y solo hubo luz cegadora, hasta que de repente solo hubo abrumadora oscuridad.
Aunque no era oscuridad completa puesto que unas velas iluminaban las sombrías paredes de piedra de la estancia en la que habían aparecido tras su viaje a través del espacio, sin embargo, ya no quedaba ni rastro del resplandor verde del portal. Ya no había marcha atrás.
—¿Dónde estamos? ¿Aquí es donde quieres que esté secuestrada en mis vacaciones?
—No seas desagradecida, mocosa, ya te he dicho que te va a ser útil. Sígueme, debo presentarte ante el consejo. Y estate calladita.
Salieron de la habitación del portal y Veëna observó que aquel lugar podía tratarse de un viejo castillo, por las paredes de piedra decoradas con espadas, candelabros y algunos cuadros de retratos para ella desconocidos. Caminaron por un largo pasillo y subieron muchas escaleras hasta llegar delante de una puerta de caoba en la que había un cartel de tela con el bordado: «Sala del consejo de la Logia del Fénix». Jaren dio unos toques a la puerta y ésta se abrió sin ayuda de nadie. Tras ella aparecieron cuatro figuras iluminadas por una gran lámpara de araña que en vez de bombillas estaba compuesta de llamas de fuego que ardían infinitamente sin combustible aparente. Estaban sentados en una larga mesa de madera pulida y tenían un aspecto serio y elegante, al igual que su abuela.
—Buenas tardes, estimados miembros del consejo. Yo, como miembro de este venerable gobierno y abuela de la nueva aprendiz, les presento a Veëna de Vengefir.
Todos posaron la mirada en una confusa Veëna que no sabía si hacer una reverencia o salir corriendo. Optó por lo primero finalmente, a lo que los consejeros contestaron con una inclinación de cabeza. Tomó la palabra el hombre de aspecto más anciano, pero de constitución fuerte, del que llamaba la atención su cabello y barba rojos en los que ya había muchas canas.
—Bienvenida, joven Vengefir, todos estábamos esperando tu llegada a nuestro humilde castillo. Iniciaré las presentaciones como corresponde. A mi derecha está el Duque de Kentar, a su lado, el miembro más joven del consejo, doña Liana de Uop y a mi izquierda don Fewen de Strax. Yo soy Teodoro de Ignum; todos nosotros y tu abuela doña Jaren somos el consejo de la Logia del Fénix, a tu disposición.
—Em, encantada de conocerlos —dijo ella tras una pausa en la que trataba de asimilar la anómala situación—, el caso es que nunca había oído hablar de esta organización suya…
—¿No le has explicado nada, Jaren? —preguntó extrañado el anciano Teodoro.
—Solo lo justo, podrían escucharnos.
—Actitud prudente la tuya —señaló Liana de Uop con una leve sonrisa irónica. Veëna miró con atención a la bella Liana y se dio cuenta de que sus uñas eran muy largas y de un inusual tono verdoso, aunque no parecían pintadas, así que pensó que podría ser su rasgo. También tenía el pelo verde, por lo que no podía estar segura de cuál era su rasgo realmente.
—Tranquila, joven, te explicaremos todo —retomó la palabra Teodoro—. Como sabrás, la magia lleva prohibida trescientos largos años desde aquellos terribles sucesos de Tyrfur el Temible y su Clan Tormentum. Sin embargo, al poco tiempo los restantes magos que sobrevivieron a la matanza y aquellos que habían permanecido aislados decidieron aunarse en una sola causa: devolver a la magia su estatus legal y darle un valor, una posición elevada en la sociedad. Ahí nació la Logia del Fénix, que no solo se encuentra en Hentos, sino también en los países vecinos de Ronfurd, Tegron, Lafreen y en lugares más allá del continente. El lugar donde nos encontramos es, de hecho, la base de la logia, este castillo es propiedad de la familia Ignum desde hace más de 500 años.
—Basta de historia, viejo Ignum, cuéntale lo que le interesa saber —saltó Fewen de Strax y dirigió su fiera mirada compuesta de un ojo azul y otro amarillo a Veëna.
—A eso iba, no le dejan a uno explayarse. Sí, ¿por dónde iba? Ah, sí, joven Vengefir, te hemos hecho traer aquí para que recibas instrucción mágica, como corresponde a tu genealogía y a tu edad, ya que acabas de cumplir la mayoría de edad, si no me equivoco.
—¿Instrucción? Yo ya sé controlar bastante mi magia, ¿es necesaria más instrucción?
—Ja, ya sabe bastante dice, ¡nunca es suficiente el conocimiento mágico! —intervino altivo el Duque de Kentar y Veëna miró asombrada y asqueada sus dientes fluorescentes—. Aquí aprenderás todas las teorías mágicas conocidas, el control de los elementos, que, en tu caso, nieta de la elegantísima Jaren, es aún más necesario que en cualquier otro joven de tu edad, ya que tú…
—Suficiente perorata, señor duque —lo cortó de pronto Teodoro de Ignum—. Por ahora, te asignaremos una habitación aquí mismo en el castillo y también tendrás un profesor exclusivo para ti, además de un ayudante para que te facilite integrarte en la comunidad de la logia, del que, por cierto, estoy orgulloso de decir que es mi nieto.
—Uy, ya está haciendo chanchullos el viejo… —comentó Liana por lo bajini mientras se retocaba el cabello y guiñaba un ojo a un indiferente Fewen.
—Entonces, con el permiso del consejo, nos retiramos. Gracias por su audiencia a estas horas —concluyó Jaren haciendo una reverencia y obligando a Veëna a hacer lo mismo. Una vez salieron de la sala y cerraron la puerta cogió del brazo a su nieta con gesto de enfadada—. ¡¿Pero qué manera de dirigirte al consejo ha sido esa?! Vergüenza me das, lástima que seas tan necesaria porque si no…
—¡Suéltame! ¡Yo qué sé quiénes son ellos y la logia esa y qué pinto yo aquí!
—Pues tú, por desgracia, pintas mucho, aunque seas una inútil aún. Y silencio, ahí viene tu cuidador.
—Buenas tardes casi noches, señoras de Vengefir —oyeron la alegre voz de un muchacho de cabello rojo fuego que se acercaba por el pasillo tenuemente iluminado por las velas incandescentes—. Tú debes de ser Veëna… un momento, ¡yo te conozco! De esta mañana en la calle principal cuando…
—¿Cómo es eso? —intervino Jaren con el ceño fruncido mientras Veëna negaba con la cabeza al recién llegado.
—Mmm, nada doña Jaren, vi a su nieta comprando en la frutería y hablamos un poco nada más, lo juro.
—Bah, estoy demasiado agotada para estas tonterías, acompáñala a su habitación, joven Ignum. Buenas noches —dijo Jaren desganadamente mientras se alejaba por el pasillo.
—Gracias por no decirle nada de lo de esta mañana, me habría echado más la bronca —se dirigió Veëna al muchacho con tono de alivio una vez que su abuela ya no podía oírlos.
—Pues casi se me escapa… en fin, bienvenida a la logia. No te he dicho mi hombre aún, soy Daven de Ignum, para servirte —anunció haciendo una exagerada reverencia.
Daven la acompañó a su habitación a través de múltiples pasillos y escaleras siniestras mientras le hablaba de unos y otros, aunque Veëna no le estaba presentando mucha atención porque iba pensando enfadada en cómo su abuela la había sacado de su casa en su cumpleaños sin preguntarle y la había llevado a aquel recóndito castillo. Llegaron a un ala llena de puertas de otras habitaciones, Daven le entregó la llave de su cuarto y se despidió alegremente hasta el día siguiente.
Su habitación era pequeña y modesta, solo tenía un escritorio de madera, un armario y una cama con dosel de aspecto antiguo. Tras acostarse, únicamente veía luz de la luna a través de una pequeña ventana con vistas a las montañas, a la que Veëna miraba mientras intentaba conciliar el sueño llena de rabia. Estaba indignada y confusa, quería escaparse de ese lúgubre lugar, aunque por otro lado recibir instrucción mágica… era tentador, quizá cuando le enseñaran algo podría abrir el portal por el que habían venido, o pedírselo a Daven. «¡Vaya cumpleaños más raro!», pensaba la muchacha; había ido a clase, salvado a unos obreros, la había secuestrado su horrible abuela y ahora estaba en un castillo medieval… y Rophenn ni siquiera la había felicitado, como si se hubiera olvidado de ella y eso le molestaba más de lo que le gustaría. Él era su verdadero profesor de magia, no como ese que le que querían poner que seguro que sería otro viejo raro como los del consejo. Después de un rato de dar vueltas en las mullidas sábanas de felpa y levantarse a comer el trozo de tarta que le había dado su tía Fandy, se sumió en un sueño inquieto y con pesadillas.