Читать книгу Magia prohibida - Raquel Pastor - Страница 7
ОглавлениеII MAYORÍA DE EDAD
Cuatro años después, Veëna no podía dormir pensando en que al día siguiente iba a tener una «sorpresa especial», según le había dicho enigmáticamente su tía Fandy, con motivo de su dieciocho cumpleaños. Ya se lo estaba imaginando: quizás fuera una clase con Rophenn en la que pudiera usar sus poderes, aunque para su tía eran clases particulares de derecho. O tal vez fuera un pastel de chocolate gigante, o una bicicleta, o una nueva consola, o… eso fue lo último que pensó antes de quedarse dormida. Veëna había pasado esa tarde acabando su trabajo de biología sobre los reptiles y chateando con Katriz desde el ordenador, aunque como siempre que estaba sola en su habitación lo hacía usando sus poderes de aire para ir más rápida. Rophenn le había enseñado a escondidas a ganar precisión en sus movimientos para poder teclear o escribir gracias a su control del aire, pero tampoco podía abusar de sus poderes porque se cansaba al poco rato. «Concéntrate en pulsar las teclas correctas impulsando el aire que está encima de ellas», le había enseñado el amigo especial de su tía Fandy.
—¡Ay! Ya le he vuelto a dar mal —exclamó frustrada Veëna mientras intentaba teclear correctamente una frase.
—Sigue intentándolo, por mucho talento innato que tengas si no lo cultivas adecuadamente no dará buenos frutos —le animó Rophenn con su tono habitual de sabiduría.
—¡Ja! ¡Lo conseguí! ¿Qué te parece? —lo miró ella ilusionada.
—Muy bien, Veëna. Ahora pasemos a trabajar con la planta.
Rophenn le acercó la maceta que contenía una bonita orquídea morada y Veëna comenzó sus ejercicios con ella. Miraba fijamente las elegantes flores que remataban un largo tallo, se concentró en hacer esa planta más joven y, en un abrir y cerrar de ojos, las flores desaparecieron, el tallo disminuyó y tan solo quedó un pequeño brote verde que sobresalía de la tierra.
—Para ahí. Bien, has conseguido por fin no convertirla en semilla —comentó Rophenn satisfecho, dedicándole una mirada aprobatoria—. Ahora la parte fácil, vuelve a hacerla crecer.
Veëna miraba fijamente el brote que, con unos ligeros movimientos de sus dedos, hizo crecer asombrosamente el alto tallo y aparecieron las majestuosas flores. Veëna sonrió orgullosa de su obra y lanzó una mirada cómplice a su maestro, con el que sentía que podía ser ella misma y no temía ser juzgada como un bicho raro.
—Ha sido una suerte que te hicieses amigo de mi tía, Rophenn, nunca había conocido a un mago que no fuese de mi familia, ¡y además me enseñas! Mi abuela y mis padres no me pudieron enseñar mucho y a mi abuela paterna nunca le he importado demasiado… ¡Y para remate mi tía no me deja usar la magia!
—No seas tan dura con ella, simplemente teme por ti y por si te descubre la brigada antimagia… como todos nosotros tememos.
—¡No hacemos nada malo! ¿Por qué tiene que ser así? —se quejó ella frustrada.
—Ya te lo han enseñado en clase, Veëna, tal vez nosotros no la usaríamos para el mal, pero ¿y otros? —Rophenn apretaba el puño frustrado y sus siempre tranquilos ojos de infinitos tonos verdes se entrecerraron—. La sociedad y los gobernantes nos temen, por no hablar de la brigada antimagia que nos detiene y asesina casi sin preguntar. Aun así, no debemos perder la esperanza en poder cambiar esto.
—¿Cómo?
—Quizá nosotros podamos algún día, joven aprendiz.
El sonido del despertador sobresaltó a Veëna, despertándola de un sueño agitado donde corría perseguida por la policía y sus poderes se descontrolaban. Al entrar a la cocina su tía Fandy la abrazó y le felicitó el cumpleaños.
—¡Ya eres mayor de edad! —exclamó con entusiasmo y algo de nostalgia—. Parece mentira que cuando empezamos a vivir juntas apenas habías cumplido los siete añitos… Pero eso no quiere decir que te vaya a dejar a tu aire, ¿eh?
—Ya lo sé, tía —suspiró Veëna mientras comía los cereales a toda prisa—. Me voy que llego tarde. ¡Espero impaciente tu sorpresa!
Se puso el abrigo y su inseparable gorro negro y montó en su bicicleta rumbo al instituto, un lugar que ella asemejaba con una cárcel en la que tenía que cumplir condena. En los últimos años todo había continuado casi igual, su amiga Katriz estaba con ella, a excepción de cuando algunos chicos acudían a hablarle mientras Veëna jugaba a la consola. Se había resignado a la situación y ya no se metían tanto con ella, en parte por una especie de temor que producía en sus compañeros, como si la envolviera una barrera invisible, y es que lo que los demás desconocían de ella eran sus poderes. Lo que a Veëna le motivaba, a parte de la magia que solo podía usar a escondidas, era poder ir a la universidad de la vecina ciudad de Rutner a estudiar biología, ya que sentía una conexión profunda con la naturaleza y los seres vivos. Además, en los últimos años había llegado «Roph» a su vida. La tía Fandy y él ya se conocían de antes de que murieran sus padres, pero se limitaban a tomar cafés y hablar por teléfono de tanto en tanto, sin embargo, hacía unos tres años empezaron a salir más hasta que un día su tía se lo presentó a Veëna en casa. Era un hombre alto y de constitución atlética, con el pelo algo canoso y largo y encantadores ojos verdes, además de ir siempre elegantemente vestido, apariencia que fascinaba a Veëna a la cual consideraba el ideal de hombre apuesto. Rophenn von Krax era el notario de la cuidad, tal como lo fue su padre Kalvin von Krax. Eran, por tanto, una familia respetable y adinerada que poseía una mansión a las afueras de Kodunia. Su tía, por supuesto, estaba encantada de que por fin aquel hombre del que siempre había estado enamorada hubiera decidido estrechar su relación. Lo que Fandy no sabía era que su Roph era un mago y así se lo reveló en secreto a Veëna al poco de conocerla, cuando ella aún lo trataba con recelo.
—Veëna, tienes un pelo muy bonito, ¡qué lástima que lo estropees tiñéndotelo! —comentó de pronto Rophen mientras dejaba su taza de té sobre el plato, clavando sus inteligentes ojos verdes en ella.
Veëna no cabía en sí de la indignación. Su tía había salido un momento a comprar el pan para la comida y aquel hombre que ella había visto apenas un par de veces se atrevía a hablarle sobre su tema tabú: su pelo. Tardó unos instantes en deshacerse de su perplejidad antes de contestarle.
—¿Pero usted quién se ha creído que es para darme consejos de peluquería? ¿Y cómo sabe que me tiño el pelo? Ya se ha ido de la lengua mi tía, ¿verdad?
—Disculpa mi indiscreción y disculpa a tu tía también por habérmelo comentado alguna vez, pero no toda la culpa es suya. Conocí a tu madre y recuerdo bien que sus cabellos eran de un inusual tono morado.
—Es de la brigada antimagia, ¿verdad? —se le ocurrió a Veëna de pronto, aterrorizándose ante la idea—. ¡Por eso va detrás de mi tía, para arrestarme!
—No, nada eso —le rebatió Rophenn entre risas, pero ante la mirada furiosa de la joven se puso serio de nuevo—. Nada de eso, te lo prometo, te contaré un secreto para que confíes en mí. ¿Ves mis orejas? —se retiró los mechones de pelo castaño próximos a éstas—. Acaban en punta. Raro, ¿eh? A todos les digo que es un defecto de nacimiento, pero a ti te voy a decir que es mi rasgo, al igual que tú tienes el pelo morado. Sabrás que todo mago tiene su rasgo…
Ella se quedó sin palabras de nuevo, no sabía si se estaba riendo de ella o si el notario de Kodunia era en realidad un mago.
—Sigues sin creerme, ¿eh? Pues hagamos una cosa antes de que tu tía vuelva.
Rophen se levantó de la silla y se dirigió a la cocina, rebuscó en un cajón y regresó al comedor con una caja de cerillas.
—¿Qué va a hacer? Quieto —se levantó Veëna alarmada e hizo amago de quitarle las cerillas.
—Tranquila, no va a ocurrir nada malo —la tranquilizó él, dejando la caja en el suelo. De pronto, comenzó a mover los dedos y las cerillas salieron obediente y ordenadamente de la caja y flotaron en el aire formando un círculo. Ante otro movimiento de sus manos, ardieron en una luminosa llamarada hasta extinguirse y caer en la mano del notario.
—¡Está loco! ¿Y qué se supone que significa esto? —gritaba Veëna confusa mirando al tranquilo artífice de aquel desperdicio de cerillas—. ¿Será que usted también es mago?
—Buena deducción, y, por favor, no me hables de usted ni me denuncies a la policía, ni siquiera yo me podría librar de los cargos de uso indebido de magia.
Fue así como Veëna empezó a recibir clases de magia que para su tía eran de leyes, ya que Fandy quería que estudiase algo con más salida y prestigio que biología, pero ella no le iba a hacer caso. Todas esas reflexiones rondaban en su cabeza hasta que aparcó su bicicleta enfrente del instituto. Entró corriendo a clase y se sentó al fondo junto a Katriz, que en cuanto la vio se puso a hacer gestos de emoción contenida.
—¡Holita, cumpleañera! ¡Felicidades!
—Gracias, Katriz —le sonrió ella tímidamente, ya que algunos la miraban de reojo—. ¡No puedo esperar a ver la sorpresa que me tiene preparada mi tía! Si es tarta te llamo para que vengas.
—¡Vale!
La clase de matemáticas transcurrió con inusual lentitud, Veëna se sentía abrumada por tantos números y diferenciales, así que se limitaba a copiar la pizarra mientras recordaba otras clases más amenas.
—Así que para diferenciar a un mago de un no mago hay que ver si tiene un rasgo…
—Exacto, como pelo, ojos o uñas de colores innaturales, o, como en mi caso, las orejas puntiagudas —instruyó Rophenn a su interesada aprendiz.
—Mmm, a ver, mi madre tenía el pelo morado como yo, mi padre tenía el pelo verde como un pimiento, mi abuela Lerfinda… ¡Ah! Ya me acuerdo, ojos morados. En cambio, mi tía Fandy y mi abuelo no tienen nada de eso porque no tienen poderes.
—Sí, es común que cuando un mago y un no mago tienen descendencia los hijos y nietos vayan perdiendo la magia, decimos que la sangre se diluye —explicó el notario adoptando un gesto pensativo—. ¿Y qué hay de tu abuela paterna?
—No la he visto desde hace mucho, solo recuerdo que tenía el pelo azul y era mala.
—¡No será para tanto! —rió el maestro mago ante la ocurrencia de Veëna.
—No sé, ¡de lo que estoy harta es de tener que teñirme el pelo desde pequeña y llevar gorro! Como si estuviera mal que fuera morado…
—En absoluto, tu pelo es maravilloso, pero sería sospechoso y te denunciarían, es por tu seguridad. Los demás magos también ocultamos nuestros rasgos. No es suficiente con ocultar nuestra magia, también debemos taparnos… —se quejó Rophenn llevándose la mano a su oreja derecha.
A la hora del descanso, su amiga Katriz le regaló a Veëna un nuevo juego para su consola y una tarjeta de felicitación hecha a mano. Ella sabía que su amiga no tenía mucha gente con quien celebrar sus cumpleaños, cada vez menos desde que murió su abuelo hacía dos años. Por eso, se gastó todo el dinero de su paga en ella y no se arrepentía, ya que Veëna estaba feliz y sonriente. Ambas estaban contentas además porque era el último día de clase antes de las vacaciones de primavera, aunque tenían mucho que estudiar para los exámenes de acceso a la universidad. Todos los profesores se encargaron de poner a los estudiantes tareas para los días libres venideros y las dos amigas emprendieron el camino de vuelta a sus casas.
—Estás vacaciones hay que quedar, ¿eh, Katriz? —sugirió Veëna cuando detuvieron las bicicletas en un paso de cebra.
—Claro, pero cuando vuelva del viaje al Valle de Lafreen con mi familia, así que tendrás que estar unos días sin mí.
—Oh, es verdad, bueno me dedicaré a probar el nuevo juego y supongo que tendré que hacer los deberes —dijo Veëna con tono de aburrimiento mientras estiraba los brazos.
—Ay, sí, qué pereza. Bueno, yo voy por esta calle, ¡pasa un buen cumpleaños, amiga! —gritó Katriz mientras se alejaba calle abajo pedaleando su bicicleta.
Veëna la despidió con la mano y retomó la marcha también. Iba sumida en sus ensoñaciones sobre cuál sería la sorpresa especial que la esperaba, sobre sus ejercicios para practicar magia, sobre el maestro Rophenn acudiendo a su fiesta de cumpleaños… Dobló la esquina de la calle principal con el viento en su contra y una ráfaga de arena se estampó contra su cara. A quinientos metros de ella estaban de obras en la fachada de un edificio muy viejo y caían pequeñas piedras y grava desde el andamio, el cual se balanceaba peligrosamente a causa del viento repentino. Los obreros intentaban fijarlo a la pared, pero de pronto una parte de la fachada cedió y el andamio se precipitaba pesadamente hacia atrás directo al suelo. Veëna solo dudó una centésima de segundo en la que se acordó de su tía Fandy: «Nada de usar magia, niña». Soltó las manos del manillar de la bicicleta y las alzó en un gesto de querer contener el pesado objeto sobre el que había tres obreros que se agarraban a lo que podían para no caer desde gran altura. En el último momento y con gran esfuerzo, logró hacer fuerza con el aire para detener la caída del andamio y este volvió a su posición vertical, aunque Veëna no pudo mantener el equilibrio en su bicicleta y cayó de bruces contra las cajas de fruta de una frutería.
—¿Estás bien, chica? —salió alarmado el frutero—. ¡Tienes que ir con cuidado! ¡Mis manzanas todas por el suelo!
—Ag… perdón —Veëna aún en el suelo examinaba sus rodillas y manos peladas. De pronto, un desconocido la cogió del brazo y la instó a andar.
—Venga, levanta, no puedes quedarte aquí. ¿A quién se le ocurre?
Veëna, aún dolorida y aturdida, se dejó arrastrar hasta un callejón. El desconocido, que ahora veía que era un joven de su edad de aspecto espabilado, llevaba su bicicleta con una mano y a ella con la otra. Una vez se alejaron del barullo de la calle principal, donde los desconcertados obreros se afanaron a amarrar bien el andamio, el muchacho habló enfadado:
—¡¿Pero en qué estabas pensando?! Y lo más importante, ¿quién eres? Nunca te había visto.
—Yo… intentaba salvarlos y…
—¡Te has puesto en peligro! Y hay que salir de aquí corriendo, puede andar cerca la brigada.
—Pero iban a morir…
—Tú sí que puedes morir como sigas usando la magia por la calle. Es igual, si ya puedes pedalear coge tu bici y vuela, pero da un rodeo para asegurarnos. Creo que nadie te ha visto…
Veëna, aún aturdida, miró al misterioso desconocido por última vez antes de montar en su bicicleta, tambaleándose. Le pareció que debajo de su gorra sobresalían cabellos rojos, pero el callejón estaba demasiado en penumbra como para asegurarlo.