Читать книгу Magia prohibida - Raquel Pastor - Страница 9
ОглавлениеIV EL CAMINO DEL APRENDIZAJE
Veëna estaba al borde de un precipicio y respiraba pesadamente. La perseguía su arisca abuela Jaren y su adorado maestro Rophenn. Este al principio le decía que no se tirase, pero su abuela insistía en que lo hiciese, que no era necesaria, al final recibió un empujón que le hizo caer hacia el abismo… entonces se despertó sudorosa en un lugar desconocido. Entraba una tenue luz por la pequeña ventana y las sábanas hacían un agradable y suave sonido aterciopelado al moverse. Estaba en el castillo de la Logia del Fénix, ya lo recordaba, aunque deseaba con todas sus fuerzas estar en la habitación de casa de su tía Fandy. Su primer problema fue que no sabía dónde estaba ni el baño ni la cocina y tenía que resolver esas necesidades acuciantemente, por ello, sin cambiarse el pijama se aventuró fuera de la habitación. El pasillo seguía iluminado con velas que ardían sin parecer consumirse, aunque no le pareció tan tenebroso como la noche anterior. Pasó por delante de varias puertas idénticas a la de su habitación y encontró el baño. Después decidió volver a su habitación a ponerse una sudadera negra y vaqueros, aunque no se puso su gorro, allí no tenía sentido ocultar su pelo. Mientras se cambiaba recordó de pronto sus heridas del día anterior, que ya iban cicatrizando en sus brazos y rodillas. Pensó en buscar a Daven porque no había ni un alma por allí, solo esperaba no encontrarse a su abuela. Estaba bajando las escaleras de caracol de su ala del castillo cuando se topó con Daven que subía.
—¡Buenos días! ¡Qué madrugadora! Eso significa que estás lista para tu primer día de lecciones —sonrió él despreocupadamente.
—Ah, hola, aún no estoy lista —le contestó ella sin lograr corresponder su abrumador entusiasmo—. No he desayunado porque no he encontrado la cocina…
—¡No te preocupes por eso! No hace falta cocinar aquí, ven, te llevaré al comedor.
Bajaron aún más escaleras de caracol y llegaron a la planta baja del castillo, donde había una gran sala con mesas redondas de madera en las que unas diez personas de aspecto estrafalario conversaban y a las que les llegaba la comida en bandejas y carritos que se movían solos y flotaban por el aire. Olía a verduras, huevos fritos y tocino, entre otros olores que Veëna no supo identificar.
—Así que aquí estaba la gente, no había visto a nadie ni ayer ni hoy… —comentó Veëna con el gesto torcido.
—Claro, es que no hay muchos magos viviendo aquí, además tu ala es la de estudiantes y tú eres la única en este momento. Mi familia vive aquí a veces y otras vivimos en nuestra casa de Kodunia, aunque estos días duermo en el castillo por si te pasa algo, órdenes del abuelo. Pero bueno, como es la hora del almuerzo muchos magos disfrutan madrugando y reuniéndose aquí, luego te presentaré a algunos —le explicó alegremente Daven mientras tomaban asiento en una de las mesas.
Al segundo se les acercó una corpulenta mujer de avanzada edad con una libreta para preguntarles qué querían comer, saludando alegremente a Daven. Los muchachos pidieron un desayuno completo que no tardó en llegarles en un carrito autónomo.
—¿Quién lo está controlando? —preguntó curiosa Veëna.
—Nuestra maestra cocinera Wanly, la señora que nos ha atendido, su especialidad es el aire, así que cocina y nos trae todos los pedidos con un poco de ayuda mágica —le aclaró Daven guiñándole un ojo.
—Increíble que lo haga todo ella sola, ¿y dónde compráis la comida?
—La producimos aquí, el marido de Wanly, el señor Giopp tiene gallinas y cerdos, además de un huerto con todas las frutas y verduras que te puedas imaginar. Cuando tengas un rato te llevaré al valle del castillo donde los cultiva. Para él es muy fácil porque su especialidad es la tierra…
—¿Qué es eso de especialidad? Ya lo has dicho dos veces.
—Ah, es verdad, no te lo han enseñado aún, verás… —Daven miró de pronto hacia la puerta del comedor—. Bueno, mejor te lo explica tu maestro, ahí viene.
—Buenos días, Veëna. Y al joven Daven también. Que os aproveche.
—¡¿Rophenn?! —Veëna se quedó boquiabierta y se le cayó el tenedor. Todos los presentes en el comedor se giraron para observar lo que ocurría—. ¡Será posible! Todos aquí estáis jugando conmigo, está claro.
—Cálmate, Veëna, siento no haberte dicho nada, pero no lo tenía permitido…
—¿Eh? ¿Se conocían? —inquirió Daven extrañado.
—Es una larga historia —Veëna miraba fríamente al que había sido e iba ser de nuevo su maestro—. He terminado el desayuno, vayamos donde haya que ir.
—No te lo tomes así… ¿acaso no te alegras de verme?
—¡Casi que preferiría a un viejo loco como profesor que a ti! Ni siquiera supe nada de ti en mi cumpleaños.
—Imperdonable por mi parte, como ves la logia me reclamó y no pude contactar contigo hasta este momento. Te felicito ahora —aclaró posando su mano en el hombro de la chica con amabilidad.
—Excusas, vamos, empieza las lecciones esas —le retó Veëna desafiante.
—Oye, no te pases con tu maestro —intervino Daven serio—. Don Rophenn es un erudito muy apreciado para la logia, me dio clase a mí también.
—No te apures, muchacho, ya nos conocemos y sé que salta a la mínima, pero sabrá perdonarme. Por ahora, vayamos a un aula.
Abandonaron el comedor ante la mirada curiosa y los cuchicheos de los demás magos. De nuevo subieron algunas escaleras, aunque en seguida llegaron a una amplia ala del castillo muy bien iluminada. Recorrieron el camino algo tensos por la conversación que habían tenido, incluso Daven iba serio para su habitual alegría. Finalmente, entraron en una sala con un gran escritorio y una extraña pizarra compuesta de fluidos cambiantes en lugar de mineral. Además, había algunos pupitres, cachivaches de función desconocida y una gran estantería con libros que Veëna no había visto nunca. Una vez en el aula, Rophenn se sentó en el escritorio y los muchachos en los pupitres, aunque Daven cogió antes unos libros de teoría mágica de la estantería.
—Bueno, imagino que tendrás muchas preguntas… Pero antes, Daven ve a buscar algunos elementos de todos los tipos y libros de iniciación, por favor.
El muchacho había empezado ya a hojear las páginas de uno de los libros, pero se levantó obediente a realizar el recado. Aguardaron mirándose en silencio hasta que salió, entonces Rophenn habló en susurros.
—No deben saber que te he dado ya clases, va en contra de las normas de la logia, espero que no me traiciones.
—Tsk, ahora necesitas que te eche un cable —dijo altivamente Veëna cruzando los brazos—. Está bien, no diré nada. En el consejo no dije nada de ti tampoco, tranquilo.
—Te lo agradezco, ahora debes hacerte la tonta cuando practiquemos —le pidió su maestro con una de sus perfectas sonrisas que tanto le gustaban a su tía.
—Tendré que esforzarme entonces. ¿Y qué hay de Fandy? Ella no sabe nada de tu doble vida, ¿verdad? Porque le daría un ictus.
—No podría darle semejante disgusto, ya sabes que no soporta la magia, pero, en cambio, le encanta oír cotilleos de la notaría.
—Pues como se entere te puedes despedir de ella…
—No tiene por qué enterarse.
—¡Ya lo tengo todo, maestro Rophenn! —irrumpió de pronto Daven con una sonrisa triunfal—. Había material en las otras aulas.
—Bien, empezaremos por el tomo primero de El Origen de la Magia. Tú, Daven, dedícate a tus estudios avanzados mientras.
Y así comenzó la lección. Rophenn relató todo lo conocido sobre el inicio de la magia y su explicación fisiológica, dando formas cambiantes a la pizarra como si fuera una película. «Todo comenzó hará unos cuatrocientos años en este continente. En aquel momento, empezaron a nacer personas con capacidades extraordinarias de control de los objetos a su alrededor. Se recibió con asombro y miedo por parte de la población. Como imaginarás, empezaron a ser perseguidos por las autoridades religiosas que los veían como encarnaciones del demonio, aunque los magos no eran fáciles de matar, ya que controlaban el clima, los árboles, los ríos… Todo aquel que intentaba matarlos fracasaba, a no ser que fueran niños inocentes que aún no podían controlar sus poderes. Ya en aquel entonces comenzó nuestra persecución… También en aquel entonces hubo magos que ayudaban a crecer las cosechas, a aliviar sequías, despejar caminos de montaña y todo lo que puedas imaginarte. Sin embargo, hubo otros que disfrutaban teniendo un poder desenfrenado, sin control, sobre todo, aquellos que dominaban el fuego. Arrasaban cultivos y aldeas por pura diversión de ver a la gente atemorizada. Otros ahogaban navíos enteros de pescadores en mares y ríos y sepultaban a comerciantes cuyo único pecado había sido transitar por el camino equivocado. Así fue como nació el Clan Tormentum y su odiado líder Tyrfur el Temible hace trescientos años. Y el resto ya lo conoces, en poco tiempo mataron a aristócratas y finalmente al mismo rey de Hentos para hacerse con el poder».
—La parte que me gusta es la del descubrimiento del magiummori —intervino Daven con los ojos brillantes—. Fue un gran mérito por parte de los alquimistas de la época.
—Magiummori, el veneno antimagos… es ciertamente algo temible. Tardaron años en conseguirlo, pero fue efectivo para desalojar al Clan Tormentum del trono, cayeron como moscas. Al final, solo estuvieron unos meses en el poder, pero todos los países vecinos se espabilaron para que no se extendiera la amenaza. En fin, por su culpa, se restauró la monarquía en Hentos y se prohibió la magia.
—¿Hubieras preferido que ellos siguieran en el poder? —preguntó Veëna extrañada.
—Solo hacían locuras, pero hubiera estado bien que los magos tuvieran autoridad, capacidad de decisión sobre el país, pero Tyrfur no era más que un sádico con demasiado poder. Ahora todos pagamos las consecuencias.
—Maestro Rophenn, no se amargue tanto —le animó Daven—. Siempre que cuenta esto se pone así de pesimista.
Después de la clase de historia de la magia, Rophenn le explicó a Veëna lo que en sus anteriores lecciones en su casa no mencionó por tratarse de clases extraoficiales. «Los comienzos de la magia fueron confusos y azarosos, pero con el paso del tiempo se vio que era un poder heredado de padres a hijos, sobre todo si ambos padres eran magos, aunque también podía ocurrir que alguno de los hijos no heredara magia alguna. En nuestros tiempos modernos, los científicos han descubierto que la capacidad de usar magia viene determinada por los genes Chi, Hi, Mizu y Kaze, entre otros. Cada uno de ellos da la capacidad de trabajar con un determinado elemento: tierra, fuego, agua y aire, respectivamente, aunque también es posible que en una misma persona se den varios de ellos, dando lugar a magos más poderosos capaces de realizar técnicas especiales muy fuertes.»
—¡Anda! Ahora lo entiendo, no sabía nada esto…
—Es normal, todos lo aprendemos cuando venimos aquí a la logia al cumplir dieciocho —le informó Daven, interrumpiendo su lectura.
—Pero entonces… ¿se puede saber qué genes poseemos cada uno?
—Sí, a todos se nos hace un análisis genético al nacer, gracias a nuestro colaborador secreto Steven Chromatin —intervino Rophenn.
—¿Y cuáles tengo yo? ¿Y vosotros?
—Cuántas preguntas, de una en una —la calmó su maestro—. Esto es información confidencial que solo atañe a cada uno y a su familia, además del consejo que sabe todos nuestros perfiles genéticos. A pesar de eso y por ser tú, te diré que tú eres muy afortunada porque… los posees todos.
—Vaya con la novata, ¡qué suertuda! —se sorprendió Daven—. Yo solo tengo aire y fuego, como toda la familia Ignum.
—Por mi parte tengo los mismos que el joven Daven, pero también tierra. Poseer tres elementos ya es considerado de mago de alto nivel porque tenemos más potencial, por eso soy el profesor de los novatos.
—¿Y cómo es posible que yo tenga todos? —Veëna aún seguía boquiabierta ante la revelación—. ¿Y por qué no me lo habías dicho antes?
—Bueno, no te podía hablar de nada de esto hasta que cumplieras la mayoría de edad e ingresaras en la logia. En cuanto al origen de tus genes, debemos analizar a tus familiares. Veamos… tu abuela Jaren de Vengefir posee tierra y aire y su difunto marido poseía los mismos elementos, por lo que tu padre los heredó con mucha fuerza. En cuanto a tu madre, en vida dominaba elegantemente el agua y el fuego, heredados de Lerfinda de Paffel porque tu abuelo era no mago. En suma, tú heredaste todos los elementos, cosa muy inusual porque siempre se suele perder alguno.
—Increíble —Veëna había escuchado a su maestro con sus claros ojos muy abiertos—. Y yo sin saber que mi familia era tan guay…
—Bueno, tú has sido la más especial —afirmó Rophenn con una amplia sonrisa—. Gracias a las combinaciones que se han dado en las últimas generaciones.
—¡Eso es genial, Veëna! —se acercó Daven emocionado—. ¿Te imaginas todo lo que puedes hacer? Debes ser la única maga viva con esas características, con razón el consejo se reunió para hablar contigo…
—Daven, no la agobies por ahora, aún tiene muchas cosas que aprender. De momento, pasemos a la parte práctica.
En los días siguientes, Veëna adoptó una peculiar rutina, por las mañanas bajaba al comedor a desayunar con Daven y otros magos de edades diversas, después iba a las clases y algunas tardes paseaba con Daven por los distintos rincones del castillo y los alrededores. En cuanto a las lecciones, todas seguían el mismo patrón: primero un poco de teoría mágica sobre canalización de las energías de los elementos, sobre cómo procesarla correctamente, técnicas de concentración, métodos para aumentar el tiempo de uso de la magia… y después ejercicios prácticos. En el caso de Veëna, a diferencia de otros magos, no había limitación de ningún tipo sobre los elementos que podía controlar, pero eso no hacía su entrenamiento más fácil, de hecho, solo podía usar los elementos de uno en uno y algo caóticamente. Por su parte, Daven observaba con deleite los progresos de la muchacha, siendo consciente de que estaba siendo testigo de algo muy poco común. Rophenn la ayudaba a mejorar sus movimientos y precisión con su habitual calma y seriedad. Por su parte, Veëna practicaba obstinadamente, como si quisiera acabar cuanto antes, aunque era en parte para que su maestro la felicitase. El día que comenzaron a practicar en el jardín del castillo por falta de espacio en el aula, Veëna estaba ansiosa por usar sus poderes a lo que ella consideraba gran escala.
—Buenos días, muchachos. ¿Estáis listos?
—Sí, buenos días, maestro Rophenn —contestaron al unísono Daven y Veëna.
—Bien, empecemos por ejercicios de tierra, Veëna. Tienes todo este inmenso jardín para trabajar en él, recuerda que la magia está en todas partes al igual que el aire que respiras, así que utilízala bien. Por ahora nosotros solo miraremos, aunque sin avisarte intentaremos sabotearte para que tengas que arreglar los desperfectos. ¿Entendido?
—Sí… haré lo que pueda.
Veëna empezó por revitalizar las flores marchitas y dar forma a los cipreses, abedules y sauces llorones que lucían algo descuidados. Se tomó su tiempo en hacer los gestos y maniobras adecuados mientras intentaba controlar la respiración. «Tienes que sentir la energía de ese elemento que quieras usar y absorberla, después debes controlarla para que salga fluida y sin apresurarte demasiado. Es mejor ir más despacio primero para que aprendas bien la técnica», recordaba que le explicó Rophenn en su segunda clase. Los brazos de Veëna se movían armónicamente mientras el jardín iba embelleciéndose. De pronto, estalló un fuego en un grupo de hayas, Veëna se giró para ver que había surgido de la mano de Daven, que la miraba con curiosidad por saber qué haría ella. Rápidamente, con un movimiento de la mano extendida de Veëna, surgió una ráfaga de agua que se dirigía al fuego que ya quemaba las ramas internas de los árboles. «Maldito Daven, no tengo suficiente agua», pensaba apurada al ver que no conseguía extinguir las llamas de Daven. Se le ocurrió que con la otra mano podría lanzar una ráfaga de tierra para que se sumara a la de agua, ya que en teoría el fuego se apaga mejor con tierra. Intentó por primera vez concentrarse en usar los dos elementos a la vez, por un lado, agua y por el otro, tierra. Respiró profundo y los expulsó de sí, consiguiendo apagar las llamas en unos segundos. Resopló aliviada, aunque no tuvo mucha tregua porque ahora eran los cipreses los que ardían por culpa de su maestro. Se apresuró a acercarse y repitió la misma operación con éxito.
—No esperaba menos de ti, has tenido una buena idea —la felicitó Rophenn con una media sonrisa.
—¡Me habías dicho que eran ejercicios de tierra! No pensaba usar agua también —se quejó sonrojada y enfurruñada Veëna.
—También has usado el aire para podar los árboles, estimada alumna.
—¡Ah! Pues no me he dado cuenta.
—Por ahora arregla los árboles quemados y pasamos a ejercicios de agua.
Veëna devolvió el verdor a las hayas y cipreses calcinados, mientras Daven y su maestro rodearon a Veëna uno a cada lado. De sus manos brotaron llamas y unos segundos después Rophenn soltó una ráfaga de fuego por su mano derecha dirigida muy cerca del brazo de Veëna que rozó peligrosamente sus cabellos morados, a lo que ella respondió tan rápido como pudo con una barrera lateral de agua. Al instante siguiente, por su espalda oyó otra llamarada procedente de Daven y se protegió como pudo con un chorro de agua que extinguió las llamas.
—¡Esto ha sido a traición! ¡Me vais a quemar! —se quejó Veëna mientras se rodeaba de una capa de agua.
—¡Perdón! Intenta no quemarte entonces —le respondió Daven burlonamente, justo antes de lanzar otra llamarada que se deshizo al entrar en contacto con el agua.
Cuando parecía que se estaba defendiendo bien del fuego, el maestro Rophenn se agachó y golpeó la hierba con los puños, causando un temblor de tierra que desestabilizó a Veëna. En ese momento, Daven dirigió a Veëna una ráfaga de viento hacia su barrera esférica de agua y ésta cayó al suelo en miles de gotas como si nunca hubiera formado parte de ninguna estructura mágica. Veëna quedó indefensa, por lo que, debido a la frustración y el miedo de ser atacada, lanzó llamas descontroladamente en todas direcciones. Rophenn, sorprendido, logró esquivarlas, pero Daven estaba más cerca y le impactaron de lleno en la camisa, que ardía junto con su piel. Daven gritaba asustado y no podía apagar sus propias llamas. Rophenn se apresuró a lanzarle arena, pero cuando Veëna se dio cuenta horrorizada de lo que había hecho lanzó un agudo grito y giró sus manos con los dedos extendidos intentando rebobinar lo ocurrido. Al parecer surtió efecto porque las llamas desaparecieron de Daven y ni un rastro de quemadura quedó en él, incluso la camisa estaba intacta. El joven de Ignum se examinó atónito y Rophenn suspiró aliviado, aunque en seguida frunció el ceño y miró furioso a Veëna.
—¿Se puede saber qué hacías?
—Yo… no sé qué me pasó, se me escaparon las llamas y solo vi que le dieron a Daven.
—Íbamos a terminar el entrenamiento cuando vimos que te quedaste indefensa, está claro que no estabas preparada para tanto.
—¡Me empezasteis a atacar los dos a la vez con fuego! ¡Podría ser yo la quemada ahora mismo!
—Maestro… tiene razón, quizá la asustamos —logró articular Daven cuando se recuperó del sobresalto.
—Entonces es más cobarde de lo que pensaba —dijo Rophenn entrecerrando sus ojos verdes.
Veëna no soportó ese comentario por parte de su maestro y salió corriendo hacia el castillo entre sollozos, dejando plantados y desconcertados a su maestro y compañero.
—¿Qué acaba de pasar, maestro Rophenn? Eso no era ninguno de los elementos…
—Ha debido anular el fuego —explicó tajante y serio.
—Pero… eso no puede ser, ambos lo sabemos —Daven se quedó pensativo—. Aunque hay otra posibilidad que lo explicaría… ¿acaso ella es la Niña del Siglo?
—No quieras saber más de lo que debes —le contestó el maestro, seco y áspero—. Por cierto, mañana no hace falta que vengas a las clases de Veëna.
—Pero, maestro…
No acabó la frase porque Rophenn salió corriendo también en dirección al castillo.