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Curiosidades artificiales

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Así como hay monumentos, también hay «curiosidades artificiales»: artificiales en el sentido de que los historiadores no pueden sino reconocer sus propios intereses en las vidas que eligen narrar, las preguntas que los conducen a dichos sujetos, las curiosidades que los atraen a los archivos y los contextos en los que escriben. Abordo una multitud de curiosidades en los capítulos siguientes, pero hay dos intereses que los guían y merecen al menos una breve mención: las historias de estudiantes y de anarquistas.

Cualquiera que haya leído un periódico en la última década se ha encontrado en algún punto con un artículo sobre política estudiantil en Chile. Desde el «mochilazo» de 2001 hasta las insurgencias estudiantiles de 2011, pasando por la «revolución pingüina» de 2006, las últimas dos décadas han visto cómo los estudiantes secundarios y universitarios de Chile modifican dramáticamente los contornos políticos de la vida y el debate nacional, e inspiran a otros más allá de las fronteras chilenas. A menudo estos movimientos fueron canalizados a través de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh), aunque no dependieron de ella. Pese a estos movimientos, y pese a la atmósfera altamente politizada de la mayoría de las universidades públicas en toda América Latina, los estudiantes universitarios y sus actividades políticas han sido objeto de estudio sistemático sólo en contadas ocasiones, particularmente entre investigadores estadounidenses y europeos que se dedican a estudiar América Latina. Las pocas veces en las que se ha investigado, usualmente ha sido en relación con los levantamientos de los sesentas y después, vinculando implícitamente la política estudiantil con la literatura de los nuevos movimientos sociales que caracteriza la época17. Ni 1968, ni las recientes movilizaciones carecen de precedentes. Los estudiantes han tenido una duradera tradición de organización y agitación política, que ha sido obliterada involuntariamente por el enfoque y el lenguaje asociado a los «nuevos movimientos sociales» y el pasado más reciente18. Durante gran parte del siglo veinte, las universidades públicas en toda América Latina han sido los principales lugares para la formación política de los futuros líderes civiles, intelectuales y activistas políticos. También han sido espacios para un cuestionamiento radical de dicha herencia formativa. En Chile, fue a menudo en la Universidad de Chile donde los futuros líderes e intelectuales se iniciaron políticamente, en organizaciones como la FECh; otros aprendieron de política con la clase obrera, con la que interactuaron cotidianamente en las calles de Santiago, o en cafés, salones de reuniones y sedes sociales, incluyendo la de la FECh.

Hacia 1919 y 1920, la FECh se había convertido en una organización y su sede era un espacio físico donde se reunían, conversaban, estudiaban y encontraban una causa común no sólo estudiantes universitarios cada vez más radicalizados, sino también ex estudiantes, obreros y trabajadores intelectuales. Estas alianzas causaban perturbación en los pasillos del palacio presidencial y el Congreso. Un abogado exiliado (en tiempos de Ibáñez) recordaba que, por toda la ciudad, estudiantes, poetas, trabajadores, jóvenes intelectuales y otros «se reunían, discutían, escribían, pronosticaban y se organizaban en una marea apocalíptica que horrorizaba a una enervada aristocracia»19. En un mundo transformado por una guerra mundial y una revolución socialista, y en un país que experimentaba una crisis de legitimidad política, dichas interacciones parecían cada vez más amenazantes y constituían un desafío para la lógica vigente de las identidades y relaciones sociales20. En una palabra, eran subversivas.

Subversión, al igual que terrorismo, es un término que rara vez se define claramente, mucho menos por parte de quienes lo usan para justificar políticas represivas y que atentan contra la libertad. Su atractivo emana de su ambigüedad exculpatoria. En el Chile de comienzos de siglo, como en gran parte de Europa durante el mismo periodo, subversión era sinónimo de anarquismo, un término igualmente mal definido21. Quienes ostentaban el poder usaban los términos «subversivo» y «anarquista» como un medio para deslegitimar una variedad de voces políticas opositoras, desde el tibio reformista al revolucionario inflexible, y como un medio para legitimar sus propias violaciones de la ley.

El anarquismo, como praxis política y como tema de investigación académica, ha experimentado un merecido resurgimiento en los últimos años, aunque pueda decirse que nunca se ha ido sino que se le ha dejado de reconocer como tal22. Esto es cierto tanto para Chile como para el resto del mundo23. De hecho, en los últimos años, la política y las organizaciones anarquistas en Chile han estado al frente de la protesta social y han sido objeto de esperables distorsiones y caricaturizaciones por parte del establishment político y los medios24. Fuera de Chile, las caricaturas y las distorsiones persisten. Comentaristas de todo el espectro político insisten en promover una imagen de los anarquistas como poco más que la concatenación inarticulada de nihilistas lanza-bombas, radicales incoherentes y desorganizados, y jóvenes de clase media enfermos de insatisfacción burguesa. La propia teoría política liberal establece los márgenes dentro de los que el anarquismo sólo puede ser imaginado como una aberración o una fantasía25. Otros compañeros de ruta dentro de la izquierda no han sido más amables: el perfil del marxismo del siglo veinte ha echado una larga sombra sobre la historia de la izquierda, y en retrospectiva el anarquismo aparece, si es que aparece, como un hijastro inmaduro en la tradición marxiana26. Inmaduro, impaciente, incoherente, su única contribución teórica parece ser su prescindencia de lo teórico. Sin embargo, el anarquismo fue, y sigue siendo, mucho más de lo que ambas perspectivas le permiten ser. Para empezar, fue una poderosa fuerza política e intelectual a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Nada más ni nada menos que el historiador marxista británico Eric Hobsbawm, de quien no puede decirse que muestre mucha simpatía, llegaría a señalar que la izquierda revolucionaria de comienzos del siglo XX fue liderada principalmente por anarquistas y anarco-sindicalistas27. Algunos de los pensadores científicos e intelectuales más destacados del mundo también fueron teóricos y practicantes anarquistas: hombres como Piotr Kropotkin, Elisee Reclus e Iliá. Méchnikov y, si nos extendemos un poco, Oscar Wilde y Henrik Ibsen, entre muchos otros28. El anarquismo hizo eco en una amplia variedad de radicales en términos políticos, sociales y culturales: anti-colonialistas, trascendentalistas y organizadores sindicales, entre muchos otros29. También tuvo sus limitaciones. Por ejemplo, se buscaría en vano siquiera una referencia a las luchas y persecución del pueblo mapuche en los escritos y discursos de los anarquistas chilenos en las páginas de este libro.

Llegado este momento, cabe una advertencia: en lo que sigue asumo una perspectiva amplia sobre el anarquismo. El hecho es que algunos de los individuos que habitan las páginas de este libro (Armando Triviño, Manuel Silva, Juan Gandufo y otros) se describían a sí mismos como anarquistas, anarco-sindicalistas o anarco-comunistas. Se oponían a lo que veían como las crueles ficciones de la democracia representativa y el sistema de partidos; se rehusaban a votar; promovían el control obrero de los medios de producción; y combatían por la abolición del Estado, las jerarquías y el sistema de salarios. Otros, como Casimiro Barrios y Pedro Gandulfo, ni adherían ni rechazaban el término, sino que lo comprendían como parte de una orientación o lucha más amplia por la emancipación y la igualdad. Leían obras anarquistas, se organizaban con los anarquistas y a veces se describían a sí mismos con palabras que nos recuerdan una posición anarquista, y aún así pertenecieron a organizaciones que se definían como socialistas; imaginaban un cambio revolucionario pero no se oponían a la lucha por reformas dentro del sistema político existente; podían ser políticamente eclécticos sin caer en la incoherencia ideológica. En retrospectiva, podría decirse que su política tenía poco de «anarquista», pero también estaríamos asumiendo un punto de vista demasiado estrecho y anacrónico. El anarquismo era, para ellos, una parte fundamental de su vocabulario político y su horizonte ideológico. Por lo bajo eran anarquistas por afinidad y lo veían como una parte crucial de la tradición más amplia de la izquierda que encontraba, en primer lugar y sobre todo, un enemigo común en la vieja aristocracia, la nueva burguesía y el Estado sobre el que ambas dependían para su riqueza y poder. Una cita muy conocida del anarquista Gustav Landauer puede servirnos para comprenderlos mejor: «El Estado no es algo que pueda ser destruido mediante una revolución, sino una condición, una cierta relación entre seres humanos, un modo de comportamiento humano; lo destruimos al contraer otras relaciones, al comportarnos de otro modo»30. La política revolucionaria a la que adherían debe tomarse muy en serio, pero también las relaciones que crearon y sus modos de conducirse como seres humanos.

En ciertas ocasiones, el término anarquismo era la palabra más adecuada para describir un anhelo, una aspiración, algo casi «poético», como escribiría Manuel Rojas, quien fuese anarquista toda su vida.

Es un ideal, algo que uno quisiera que sucediese o existiera, un mundo en que todo fuese de todos, en que no existiese propiedad privada de la tierra ni de los bienes; por eso lo primero que hay que hacer cuando llegue la revolución es quemar el Registro de Bienes Raíces; en que el amor sea libre, no limitado por leyes, sin policía, porque no será necesaria; sin ejército, porque no habrá guerras; destruyendo la propiedad se acaban las guerras; sin iglesias, porque el amor entre los seres humanos habrá ya efectivamente nacido y todos seremos uno. Algo más también, pero esto es lo esencial31.

Así, los protagonistas de este libro abrazaron una variedad de posiciones anarquistas, desde perspectivas individualistas asociadas con Max Stirner y Friedrich Nietzsche al anarco-comunismo de Piotr Kropotkin, o al sindicalismo de la IWW. Estas perspectivas no eran percibidas como excluyentes, ni diferían sustancialmente en su resultado esperado: el fin del capitalismo y el Estado, y la consecución de la libertad individual y la igualdad colectiva de manera simultánea (más que secuencialmente).

La idea de una ortodoxia de izquierda a comienzos del 1900 es problemática, y una variedad de orientaciones se entrecruzaban de formas que contradicen la asignación fácil de algún «-ismo» en particular32. En Chile, al menos, existía una «izquierda amplia», que era inclusiva, anti-categórica, pluralista, dentro de la que a menudo se difuminaban las distinciones doctrinarias33. Esto no quiere decir que no existiesen diferencias, sino que éstas no estaban ni tan bien definidas ni eran tan inflexibles como parecen a posteriori, algo cierto tanto en el periodo de entreguerras como hoy. Demasiado a menudo las terminologías se convierten en una abreviación lingüística que le hace poca justicia a la complejidad y el alcance de la praxis política. Los agitadores y organizadores de la izquierda frecuentemente repudiaron la rigidez ideológica y la ortodoxia, sin abandonar jamás su compromiso con un futuro socialista caracterizado por ideales de libertad individual e igualdad social. Más que taxonomías, como si los sueños, prácticas e ideales de las personas pudiesen catalogarse y etiquetarse con facilidad como mariposas o escarabajos muertos, lo que necesitamos son historias humanas convincentes, contradictorias y contingentes. Si esto suena demasiado poético, entonces digámoslo de forma más prosaica: anarquistas o no, ¿qué hacían aquellos acusados de actividades anarquistas y filiaciones subversivas? ¿Qué ideas promovían? ¿Qué acciones, si hubo alguna, los llevaron a prisión en 1920?

Puesto que se concentra solamente en la ciudad de Santiago, podría parecer que este trabajo va contra la corriente del giro reciente hacia lo transnacional. Sin embargo, el estudio de una sola ciudad puede ser tan transnacional como el estudio de múltiples lugares en todo el globo o los viajes cosmopolitas de un individuo. La realidad sincrónica de la modernidad (engendrada por las dramáticas transformaciones tecnológicas en transporte, finanzas y comunicaciones) y de la producción capitalista inauguró una era reconociblemente globalizada de la que muy pocas regiones se encuentran exentas34. Esa misma realidad engendró las formas del anarquismo y del anarco-sindicalismo al que adhirieron los protagonistas de este libro. De hecho, dentro de los primeros y más persistentes críticos del Estado-Nación encontramos a los anarquistas, incluidos los de Santiago de Chile35. Los inspiró e impulsó una serie de ideas que provenían de lugares muy distintos; los definieron las fuerzas estructurales de las finanzas, el intercambio y la extracción globales; se vincularon a través de lazos transnacionales de solidaridad y una empatía con el anti-imperialismo. Como afirmó el geógrafo anarquista Piotr Kropotkin, tenían plena conciencia de «la inmensa similitud que hay entre las clases trabajadoras de todas las nacionalidades»36. Los lugares que habitaron habían sido configurados e inundados por las influencias e ideas de todas partes. En otras palabras, el mundo estaba allí en Santiago.

Pero Santiago también estaba allí, en Santiago. Las especificidades de la producción, la industria, las relaciones sociales, la planificación urbana, las políticas económicas y la urbanización configuraron profundamente las formas que adquirió la política y los particularismos militantes, así como los universalismos, que se desarrollaron allí37. Las particularidades de las amistades y antagonismos, las pequeñas historias y las solidaridades profundas, el afecto personal y el odio de clase, impactó en el curso de su historia. Para comprender cómo llegan a radicalizarse las personas es necesario prestar atención a la especificidad de sus alrededores. La mayoría de los personajes de este libro no fueron radicales peripatéticos, transnacionales, sino, como sostengo en el capítulo 1, radicales sedentarios. Se veían a sí mismos como ciudadanos del mundo, leales a la humanidad más que al Estado-Nación, pero también se veían como miembros de un mundo social y político a una escala mucho más inmediata, una escala en la que el auto-gobierno, la asociación, la autonomía y la federación podía practicarse y realizarse al mismo tiempo que se forjaban e imaginaban solidaridades inter- y transnacionales. De modo tal que al mismo tiempo que fomentaban vinculaciones y conexiones inter-locales con sus contrapartes en Lima y Callao, La Paz, Buenos Aires, Ciudad de Panamá, Nueva York, Sidney y Barcelona, y relaciones regionales en el norte y el sur de Chile, también crearon y nutrieron relaciones locales en las calles, plazas y barrios de Santiago38. Establecieron prácticas, hábitos, rutinas, memorias. A través de sus relaciones e interacciones sociales, contribuyeron a crear el espacio santiaguino39. «La geografía», escribió el geógrafo anarquista Elisee Reclus, «no es una cosa inmutable; es hecha y vuelta a hacer cada día». No se rehacía desde cero, sino mediante la acumulación de relaciones e interacciones entre compañeros y amigos, los antagonismos de patrones y trabajadores, y los itinerarios cotidianos de los moradores de la ciudad.

A pesar de las apariencias, esta no es una historia de Chile. No se le dedica mucho tiempo a un examen de la persecución de presuntos subversivos que se dio más allá de Santiago, en lugares como Valparaíso, Antofagasta, Lota y Magallanes. Es más bien una historia de las experiencias y luchas personales y colectivas de una serie de hombres (fueron pocas las mujeres arrestadas y perseguidas, pese a su presencia relevante en el sector industrial y la agitación obrera de Santiago) que hicieron sus vidas en Santiago. No deberíamos apropiarnos de su historia para contar un relato nacional40. Tenían poco interés en perspectivas nacionalistas como esas. Al mismo tiempo, es una historia que no puede carecer de un lugar, ni puede hacer como que el Estado-Nación no existe. En este sentido, es una historia chilena. Después de todo, se trata de una historia que se vería muy distinta si hubiese ocurrido en otro lugar41. Además, puede que los sujetos de este libro hayan abrazado una humanidad común y soñado un futuro utópico, pero tenían plena conciencia de que vivían en un presente distópico y por ello a veces percibían al Estado, sus instituciones, su régimen legal y su estructura política como un medio inmediato a través del cual luchar contra la explotación laboral, la desigualdad social y un colonialismo acechante. De un modo similar, no tenían muchas opciones para evitar someterse a los sistemas de trabajo capitalista y mercados habitacionales, a pesar de que dichas actividades podrían parecer legitimar o reforzar el sistema existente42. Esto no los convierte en falsos anarquistas o liberales encubiertos. Los hace seres humanos que vivían en un mundo social que no fue creado por ellos y que articulaban ideas y aspiraciones que no pueden reducirse a una lista en un manual de teoría política43. A pesar de las categorías desplegadas y las etiquetas asignadas, esta es una historia de individuos y las luchas colectivas que libraron, los futuros que imaginaron y los mundos que ocuparon.

Los comienzos son invariablemente arbitrarios. Pero algunos son mejores que otros. Esta historia comienza el 19 de julio de 1920. Y comienza, como tantas historias de un lugar, muy lejos, en una de sus periferias: en este caso, la disputada frontera entre Chile y Perú.

1 Un editorial de Claridad, la revista fundada a fines de 1920 por y asociada a la FECh, estimó el número de asistentes al funeral en alrededor de 50.000. Aún si se tratase de una cifra exagerada, da cuenta del tamaño notable de la procesión. Véase «En pleno terror blanco: Domingo Gómez Rojas ante la justicia chilena», Claridad, 1:1 (12 de octubre, 1920), 2.

2 El Mercurio (2 de octubre, 1920), 17.

3 Para la ruta, véase El Mercurio (2 de octubre, 1920), 17; véase también La Nación (1 de octubre, 1920), citado en José Domingo Gómez Rojas, Rebeldías Líricas y otros versos (Talca: Ediciones Acéfalo, s.f. [c. 2013]), 98-99; la anécdota sobre la ametralladora se encuentra en Última Hora (2 de octubre, 1920), citada en Gómez Rojas, Rebeldías Líricas y otros versos, 110.

4 «¿Hasta cuándo?» Claridad, 1:3 (26 de octubre, 1920), portada; Última hora, ibíd., 7; y «Otra víctima de la administración Sanfuentes», ibíd., 7. En particular, Hernández había sido maltratado repetidas veces por la policía. En febrero de 1920 la policía lo había golpeado sin piedad durante una manifestación, provocando una huelga de veinticuatro horas por parte de trabajadores de varias industrias en Valparaíso, Viña del Mar y Santiago. Véase Jorge Barría Serón, Los movimientos sociales desde 1910 hasta 1926 (Santiago: Editorial Universitaria, 1960), 279-280.

5 Manuel Rojas, «José Domingo Gómez Rojas,» Babel: Revista de arte y crítica, 28 (julio-agosto, 1945), 29.

6 Greg Dening, The Death of William Gooch: A History’s Anthropology (Honolulu: University of Hawai’i Press, 1995), 13.

7 Véase Manuel Rojas, Manual de Literatura Chilena y su novela La oscura vida radiante (Santiago: Zig-Zag, 1996 [1984]), en la que Gómez Rojas aparece bajo su seudónimo Daniel Vázquez; José Santos González Vera, Cuando era muchacho (Santiago: Editorial Universitaria, 1996 [1951]). González Vera recibió el premio en 1950; Rojas en 1957.

8 Pablo Neruda, Memoirs (New York: Penguin, 1978 [1974]), 36-37. Confieso que he vivido (Barcelona: Plaza & Janés Editores, 2001), 49.

9 Véase por ejemplo Andrés Sabella, «Carta a los universitarios», El Mercurio de Antofagasta (29 de septiembre, 1969); «Homenaje a J.D. Gómez Rojas. Quedó en el camino: Poeta y Luchador», Puru (Santiago) (1 de octubre, 1970); José G. Martínez Fernández, «Domingo Gómez Rojas, que en el cielo no estás», Palabra Escrita, 33 (mayo, 1999), 3; Elisa Cárdenas, «Un héroe del siglo veinte: Hoy la FECh realiza homenaje al poeta anarquista José Domingo Gómez Rojas», La Nación (1 de octubre, 1997), 79; Virginia Vidal, «Gómez Rojas inédito», Punto Final (Santiago) (21 de noviembre, 1997), 18; Virginia Vidal, «Centenario de Domingo Gómez Rojas», Punto Final (Santiago) (30 de mayo, 1997), 20; Luis Enrique Délano, «Gómez Rojas a medio siglo I», Las Noticias de última hora (Santiago) (3 de octubre, 1970), 14; Délano, «Gómez Rojas a medio siglo II», Las Noticias de última hora (Santiago) (4 de octubre, 1970), 2; Délano, «Gómez Rojas a medio siglo III», Las Noticias de última hora (Santiago) (5 de octubre, 1970), 6; Rubén Santibáñez, «José Domingo Gómez Rojas», Líder provincial (5, 6 y 10 de enero, 1995); Sergio Muñoz Martínez, «Cuando la “canalla dorada” asaltó la FECh», Principios (julio/agosto, 1967), 90-96, en f148, Colección Marcelo Segall Rosenmann (en adelante MSR), Instituto Internacional de Historia Social (en adelante IISH). Para novelas dentro de Chile, véase las obras en nota 7 así como la novela policial de Ramón Díaz Eterovic Nadie Sabe Más que los Muertos (Santiago: Planeta, 1993). Para fuera de Chile, véase la notable Greene’s Summer de Thomas Kennedy, en la que uno de los principales protagonistas es un exiliado chileno (Bernardo Greene) que vive en Copenhague y busca tratamiento para los terribles abusos que sufrió bajo el régimen de Pinochet. Greene recuerda en un momento las circunstancias de su arresto en Santiago: fue encarcelado y torturado por enseñar los poemas de Gómez Rojas a sus estudiantes. Kennedy, Greene’s Summer (Galway, Irlanda: Wynkin de Worde, 2004), 69. La novela fue publicada por Bloomsbury en 2010 con el título In the Company of Angels.

10 Fabio Moraga Valle y Carlos Vega Delgado, José Domingo Gómez Rojas: Vida y obra (Punta Arenas: Atelí, 1997).

11 Sobre «el acontecimiento» y la escritura de la historia, véase William Sewell, Logics of History: Social Theory and Social Transformation (Chicago: University of Chicago Press, 2005), especialmente el cap. 8.

12 Véase, por ejemplo, Florencia Mallon, Courage Tastes of Blood: The Mapuche Community of Nicolás Ailío and the Chilean State, 1906-2001 (Durham, NC: Duke University Press, 2005) y Lessie Jo Frazier, The Salt in the Sand: Memory, Violence and the Nation-State in Chile, 1890 to the present (Durham, NC: Duke University Press, 2007).

13 Diputado Pinto Durán, 77a sesión (29 de septiembre, 1920), 1993.

14 Véase Charles Maier, Leviathan 2.0: Inventing Modern Statehood (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2014), para una útil revisión del tema; para el caso de Chile en particular, véase Barría Serón, Los movimientos sociales, esp. 247-249. En el país vecino, Argentina, una serie de huelgas e insurgencias contra los dueños de los latifundios ovejeros sacudirían la Patagonia en 1920 y 1921. Véase Osvaldo Bayer, La Patagonia Rebelde (Buenos Aires: Planeta, 1980). Esta es la edición definitiva de Bayer que condensa y completa su estudio previo, publicado en varios volúmenes entre 1972 y 1976, antes de que la dictadura militar argentina lo forzara a exiliarse.

15 Véase Gabriel Salazar, La enervante levedad histórica de la clase política civil (Chile, 1900-1973) (Santiago: Debate, 2015), esp. 756-808.

16 Véase Leonardo Cisternas Zamora y Claudio Ogass Bilbao, coord., Archivo Oral del Movimiento Estudiantil: Registrando las memorias de la refundación de la FECh (Santiago: Archivo y Centro de Documentación FECh, 2014), y José Weinstein y Eduardo Valenzuela, «La FECh de los años veinte: Un movimiento estudian­til con historia», mimeógrafo, agosto de 1980.

17 Hay algunas excepciones, como Richard Walter, Student Politics in Argentina: The University Reform and its Effects, 1918-1964 (Nueva York: Basic Books, 1968); Frank Bonilla y Myron Glazer, Student Politics in Chile (Nueva York: Basic Books, 1970); Andrew Kirkendall, Class Mates: Male Student Culture and the Making of a Political Class in Nineteenth Century Brazil (Lincoln: University of Nebraska Press, 2002); e Iván Jaksic Academic Rebels in Chile: The Role of Philosophy in Higher Education and Politics (Albany: SUNY Press, 1989), pero en los estudios anglosajones la balanza está bastante inclinada hacia mediados del siglo XX en adelante. Algunos excelentes estudios recientes incluyen a Francisco J. Barbosa, «July 23, 1959: Student Protest and State Violence as Myth and Memory in León, Nicaragua», Hispanic American Historical Review 85:2 (mayo, 2005); Lessie Jo Frazier and Deborah Cohen, «Defining the Space of Mexico ‘68: Heroic Masculinity in the Prison and Women in the Streets», Hispanic American Historical Review 83:4 (noviembre, 2003); Victoria Langland, «Birth Control Pills and Molotov Cocktails: Reading Sex and Revolution in 1968 Brazil», en Gilbert M. Joseph y Daniela Spenser, eds., In From the Cold: Latin America’s New Encounter with the Cold War (Durham, NC: Duke University Press, 2008); Langland, Speaking of Flowers: Student Movements and the Making and Remembering of 1968 in Military Brazil (Durham, NC: Duke University Press, 2013); Valeria Manzano, The Age of Youth in Argentina: Culture, Politics and Sexuality from Perón to Videla (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2014); Elaine Carey, Plaza of Sacrifices: Gender, Terror and Power in 1968 Mexico (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2005), y Jeffrey L. Gould, «Solidarity Under Siege: The Latin American Left, 1968», American Historical Review (abril, 2009), 348-375. Vale la pena notar la medida en la que este énfasis en 1968 tiende a reificar un relato que ciertos jóvenes radicales de algunos lugares se contaron a sí mismos: que a diferencia de cómo había sido antes, ahora la joven intelligentsia era un agente de cambio histórico. Véase la discusión en Saku Pinta y David Berry, «Conclusion», en Alex Prichard, Ruth Kinna, Saku Pinta y David Berry, eds., Libertarian Socialism: Politics in Black and Red (Londres: Palgrave-MacMillan, 2012), 301, así como, más ampliamente, Kristin Ross, May ‘68 and Its Afterlives (Chicago: University of Chicago Press, 2002).

18 Mario Garcés, El «despertar» de la sociedad: Los movimientos sociales en América Latina y Chile (Santiago: LOM Ediciones, 2012), 7-12. Para una visión general que sitúa dichos movimientos, en varios momentos, en una trayectoria temporal más larga, véase La enervante levedad, especialmente la introducción.

19 Carlos Vicuña Fuentes, citado en Bernardo Subercaseaux, Historia de las ideas y de la cultura en Chile (tomo 3): El centenario y las vanguardias (Santiago: Editorial Universitaria, 2004), 70.

20 El trabajo de Kristen Ross sobre mayo del 68 en Francia me ha sido muy útil en este punto. Véase Ross, May ‘68, especialmente 25 y 60.

21 Quizá la mejor definición sea una breve anti-definición hecha por el filósofo argentino Néstor Kohan, ofrecida casi a la pasada: guerra «contra la subversión» es otra forma de decir guerra contra el pueblo. Kohan, Marx en su (Tercer) Mundo: Hacia un socialismo no colonizado, 2a ed. (Buenos Aires: Biblios, 1998), 13.

22 Michael Schmidt y Lucien van der Walt, Black Flame: The Revolutionary Class Politics of Anarchism and Syndicalism (Oakland: AK Press, 2013); Carl Levy, «Social Histories of Anarchism», Journal for the Study of Radicalism, 4:2 (otoño, 2010), 1-44; Lucien van der Walt y Steven Hirsch, eds., Anarchism and Syndicalism in the Colonial and Postcolonial World, 1870-1940: The Praxis of National Liberation, Internationalism, and Social Revolution (Leiden: Brill, 2010); Ruth Kinna y Alex Prichard, «Introduction», en Prichard, et. al., Libertarian Socialism; Andrej Grubačić y David Graeber, «Anarchism or the Revolutionary Movement of the Twenty- First Century», <http://tal.bolo-bolo.co/en/a/ag/andrej-grubacic-david-graeber-anarchism-or-the-revolutionary-movement-of-the-twenty-first-centu.pdf>, consultado el 15 de abril de 2015; y Andrej Grubačić, «The Anarchist Moment», en Jacob Blumenfield, Chiara Boticci y Simon Critchley, eds., The Anarchist Turn (Londres: Pluto Books, 2013). Algunas monografías históricas recientes incluyen: Ilham Khuri-Makdisi, The Eastern Mediterranean in the Making of Global Radicalism, 1860-1914 (Berkeley: University of California Press, 2010); Maia Ramnath, Decolonizing Anarchism: An Antiauthoritarian History of India’s Liberation Struggle (Oakland: AK Press, 2012); Benedict Anderson, Under Three Flags: Anarchism and the Anticolonial Imagination (Londres: Verso, 2007); Mark Saad Saka, For God and Revolution: Priest, Peasant and Agrarian Socialism in the Mexican Huasteca (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2013); y Claudio Lomnitz, The Return of Comrade Flores Magón (Nueva York: Zone Books, 2014). En una vena ligeramente distinta, véase el trabajo de James C. Scott, especialmente Seeing Like a State: How Certain Schemes to Improve the Human Condition Have Failed (New Haven, CT: Yale University Press, 1998), The Art of Not Being Governed: An Anarchist History of Upland Southeast Asia (New Haven, CT: Yale University Press, 2009), y Two Cheers for Anarchism (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2012). Algunas formulaciones tempranas incluyen a Pierre Clastres, Society Against the State: Essays in Political Anthropology (New York: Zone Books, 1989), así como el replanteamiento reciente de Miguel Abensour de Clastres en un sentido ligeramente distinto: Democracy Against the State: Marx and the Machiavellian Moment (Cambridge: Polity, 2011), que defiende la idea de no fetichizar la división entre marxismo y anarquismo. En esta misma línea, véase los ensayos compilados en Barry Maxwell y Raymond Craib, eds., No Gods, No Masters, No Peripheries: Global Anarchisms (Oakland: PM Press, 2015). Para un estudio clásico, véase Paul Thomas, Karl Marx and the Anarchists (Londres: Routledge and Keegan Paul, 1980).

23 Víctor Muñoz Cortés, «Anarquismo en Chile: ¿Una promesa?», en Le Monde Diplomatique (edición chilena), <www.lemondediplomatique.cl/ article3170,3170.html>. Véase también su Sin Dios ni Patrones: Historia, diversidad y conflictos del anar­quismo en la región chilena (1890-1990) (Valparaíso: Mar y Tierra, 2014).

24 Incluso un recuento parcial sería largo. Una posición breve y típica puede encontrarse en Alfredo Jocelyn-Holt, «Melissa Sepúlveda y el anarquismo», La Tercera: Reportajes, Especial Anuario (28 de diciembre, 2013), R30. Una crítica sucinta y devastadora de uno de los casos –el infame «caso bombas» de 2010– se encuentra en Tania Tamayo Grez, Caso Bombas: La explosión en la Fiscalía Sur (Santiago: LOM Ediciones, 2014). Además, pueden encontrarse reseñas sucintas en Hugo Cristian Fernández, Irrumpe la Capucha: ¿Qué quieren los anarquistas en el Chile de hoy? (Santiago: Ocean Sur, 2014); Felipe del Solar y Andrés Pérez, Anarquistas: Presencia libertaria en Chile (Santiago: RIL, 2008); y un panorama general en Muñoz Cortés, Sin Dios ni Patrones.

25 Véase la contundente argumentación en James Martel y Jimmy Casas Klausen, «Introduction: How Not to Be Governed», en Casas Klausen y Martel, eds., How Not to Be Governed: Readings and Interpretations from a Critical Anarchist Left (Lanham, MD: Lexington Books, 2011).

26 Véase Kinna y Prichard, «Introduction», en Prichard, et. al., Libertarian Socialism. Los marxistas chilenos a mediados del siglo XX tomaron esta posición reiteradamente, percibiendo al anarquismo como una especie de precursor revolucionario, pero inmaduro, de un socialismo más teórico. Un excelente y breve resumen de esa historiografía se encuentra en Peter De Shazo, Urban Workers and Labor Unions in Chile, 1902-1927 (Madison: University of Wisconsin Press, 1983), xxiii-xxvii y n1.

27 Hobsbawm, citado en Michael Schmidt, Cartography of Revolutionary Anarchism (Oakland: PM Press, 2014), 59; véase también Anderson, Under Three Flags; Grubačić, «The Anarchist Moment»; y una interpretación más popular en Butterworth, The World That Never Was: A True Story of Dreamers, Schemers, Anarchists and Secret Agents (Nueva York: Pantheon, 2010).

28 Kropotkin, Mutual Aid: A Factor of Evolution (Boston: Porter Sargent Publishers, 1914); John Clark y Camille Martin, eds., Anarchy, Geography, Modernity: Selected Writing of Elisée Reclus (Oakland: PM Press, 2013); Sho Konishi, Anarchist Modernity: Cooperatism and Japanese-Russian Intellectual Relations in Modern Japan (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2013); Daniel Todes, Darwin Without Malthus: The Struggle for Existence in Russian Evolutionary Thought (Oxford: Oxford University Press, 1989); y Butterworth, The World that Never Was, xxix.

29 Véase Ramnath, Decolonizing Anarchism; Anderson, Under Three Flags; Ziga Vodovnik, The Living Spirit of Revolt (Oakland: PM Press, 2013); Khuri-Makdisi, The Eastern Mediterranean; y Prichard, et. al., Libertarian Socialism.

30 Citado en Colin Ward, Anarchism: A Very Short Introduction (Oxford: Oxford University Press, 2004), 8.

31 Rojas, Sombras contra el muro (Santiago: Zig-Zag, 2012 [1963]), 198.

32 Véase Anderson, «Preface», en van der Walt y Hirsch, eds., Anarchism and Anarchosyndicalism; Khuri- Makdisi, The Eastern Mediterranean; Craib, «A Foreword», en Maxwell y Craib, eds., No Gods, No Masters; y Bosteels, «Neither Proletarian nor Vanguard: On a Certain Underground Current of Anarchist Socialism in Mexico», en Maxwell y Craib, eds., No Gods, No Masters. Cf. Thomas, en Karl Marx and the Anarchists, establece distinciones bastante claras entre la tradición marxista y anarquista, principalmente mediante el enfoque de la historia intelectual y la teoría política.

33 Véase Prichard, et. al., Libertarian Socialism, y los ensayos compilados en Maxwell y Craib, eds., No Gods, No Masters. De algún modo esto se asemeja al «anarquismo sin adjetivos» de Fernando Tarrida del Marmol. Dicho eso, este no es un llamado al eclecticismo, del tipo que Aijaz Ahmad critica en su In Theory: Classes, Nations, Literatures (Londres: Verso Press, 1992). «El eclecticismo de posiciones teóricas y políticas es el suelo común sobre el que se levanta en su conjunto la teoría literaria radical». Ahmad, In Theory, 5. La propia estrategia argumentativa de Ahmad fue sometida a una crítica devastadora por parte de Benita Parry, en cuya reseña señaló la aplastante necesidad de «registrar mi disgusto por una argumentación que, al desplegar la recriminación como una estrategia analítica, tergiversa la sustancia de formas de investigación alternativas, y aduciéndolas como expresión de intereses ideológicos retrógrados, no puede sino recordarnos ese dispositivo de asesinato polémico ideado hace mucho tiempo por los partidos comunistas tradicionales en un intento de desarmar otras tendencias de izquierda».

La cuestión es que no es sólo la teoría postcolonial (el oscuro objeto de la ira de Ahmad) sino también el anarquismo, más que cualquier otra tendencia de izquierda, la que ha sido objeto de dichas acusaciones reiteradas de incoherencia. Parry, «A Critique Mishandled», Social Text, 35 (verano, 1993), 121-133.

34 Anderson, Under Three Flags; José Moya, «A Continent of Immigrants: Postcolonial Shifts in the Western Hemisphere», Hispanic American Historical Review, 86:1 (febrero, 2006), 1-28; y Emily Rosenberg, ed., A World Connecting, 1870-1945 (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2012).

35 El giro transnacional, relativamente reciente, ha tenido el saludable efecto de desnaturalizar el marco del Estado-Nación, un artificio para los anarquistas en particular, pero para la historia humana más en general. El conjunto de obras en este sentido es sustancial. Me han parecido particularmente útiles Scott, The Art of Not Being Governed; Anderson, Under Three Flags; Peter Linebaugh y Marcus Rediker, The Many-Headed Hydra: Sailors, Slaves, Commoners, and the Hidden History of the Revolutionary Atlantic (Boston: Beacon Press, 2000); Paul Gilroy, The Black Atlantic: Modernity and Double Consciousness (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1993); Steven Hirsch, «Without Borders: Reflections on Anarchism in Latin America», en Estudios Interdisciplinarios de América Latina, 22:2 (2011), 6-10; y Davide Turcato, «Italian Anarchism as a Transnational Movement, 1885-1915», International Review of Social History, 52:3 (2007), 407-444. Una revisión más detallada de lo transnacional en relación con los anarquistas chilenos puede encontrarse en Raymond Craib, «Sedentary Anarchists», en Constance Bantman y Bert Altena, eds., Reassessing the Transnational Turn: Scales of Analysis in Anarchist and Anarchosindicalist Studies (Londres: Routledge, 2014).

36 Peter Kropotkin, «What Geography Ought to Be», The Nineteenth Century, 18 (1885), 940-956.

37 Sobre los particularismos militantes, véase David Harvey, «Militant Particularism and Global Ambition: The Conceptual Politics of Space, Place and Environment in the Work of Raymond Williams», Social Text, 42 (primavera, 1995), 69-98. Véase también Khuri-Makdisi, The Eastern Mediterranean, introduction, y Arif Dirlik, «Anarchism and the Question of Place», en van der Walt y Hirsch, eds., Anarchism and Syndicalism in the Colonial and Postcolonial World.

38 Sobre la translocalidad, véase Ulrich Freitag y Achim von Oppen, «Translocality: An Approach to Connection and Transfer in Area Studies», en Freitag y von Oppen, eds., Translocality: An Approach to Globalising Processes from a Southern Perspective (Leiden: Brill, 2010). Véase también Doreen Massey, «A Global Sense of Place», en Massey, Space, Place and Gender (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1994), 146-156.

39 Véase, entre otros, Henri Lefebvre, State/ Space/ World: Selected Essays, Neil Brenner y Stuart Elden eds. (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2009); Paul Carter, The Road to Botany Bay: An Exploration of Landscape and History (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2010 [1988]); Edward Soja, Postmodern Geographies: The Reassertion of Space in Critical Social Theory (Londres: Verso Press, 2011, 2a ed.); David Harvey, The Condition of Postmodernity: An Enquiry in to the Origins of Cultural Change (Oxford: Wiley-Blackwell, 1991); y Doreen Massey, For Space (Londres: Sage, 2005).

40 Para un excelente esfuerzo por rescatar un acontecimiento desde la historiografia nacionalista, véase Shahid Amin, Event, Metaphor, Memory: Chauri Chaura 1922-1992 (Berkeley: University of California Press, 1995). En un espíritu similar, véase Kristin Ross, Communal Luxury: The Political Imaginary of the Paris Commune (Londres: Verso, 2015).

41 Estoy en deuda con Paulo Drinot por sus astutos comentarios sobre este punto.

42 Jesse Cohn, en un excelente trabajo reciente, ha señalado la «intolerable atadura moral» en la que se hayan los anarquistas, al vivir en un mundo dominado por el estatismo y el capitalismo sin querer simplemente escapar de él (como si fuese posible) porque el punto era (y sigue siendo) cambiarlo. Entonces están condenados a participar y en cierto grado legitimar la misma sociedad con la que quieren acabar. Véase Cohn, Underground Passages: Anarchist Resistance Culture, 1848-2011 (Oakland: AK Press, 2015), 12-14. A los protagonistas que sigo en este libro no los refrenaba ni paralizaba dicho dilema, aunque sin duda estaban conscientes de él, ni recurrieron a una política de la catástrofe, en la que buscasen que la situación fuese peor para poder apresurar la caída del orden social. Eran demasiado humanos (y demasiado humanistas) para eso. Comprendieron los costos inaceptables y el vacío ideológico de dicha posición. En cambio, se organizaron y lucharon cada día. Esto me recuerda el intercambio que hubo hace algunos años entre un editorialista del Wall Street Journal y el antropólogo anarquista David Graeber. Cuando el Journal intentó acusar a Graeber de hipócrita (por trabajar por un salario aunque buscaba acabar con el sistema de salarios), respondió de la siguiente forma: «Con respecto al fondo de tu editorial, debo confesar que me confunde por qué aceptar un trabajo enseñando e investigando a cambio de un ingreso anual más o menos equivalente al de un conductor de trenes (y más o menos con el doble de horas de trabajo) me clasifica como miembro de la clase empleadora. ¿O tu verdadero argumento es afirmar un principio más general: “capitalismo, ámalo o déjalo”? Y si ese fuera el caso, ¿adónde se supone que vaya? ¿Al espacio exterior?».

43 Mi enfoque sobre el anarquismo en este punto está inspirado por las perspectivas de Colin Ward y James C. Scott. Véase Ward, Anarchy in Action y Scott, Two Cheers for Anarchism, así como Ramnath, Decolonizing Anarchism.

Santiago subversivo 1920

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