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Algunas notas previas

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por Jorge Garbarino

En 1971, dentro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, se planteó una discusión que culminó con la renuncia de un grupo de psicoanalistas nucleados en Plataforma Internacional y Documento. Dentro de los que se separaron se encontraba Marie Lange, con quien Ricardo dialogó en uno de sus escritos. A partir de ese intercambio fue surgiendo en el autor la idea de escribir el libro que aquí se reedita por tercera vez. Creo que mencionar algunos momentos de la historia de esta polémica permitirá evaluar la importancia que el libro tiene como hito en la historia del psicoanálisis ya que los temas que se examinan, aun cuando son expuestos en un elevado nivel de abstracción, refieren, sin embargo, a la esencia de la realidad social que nos es propia y que se manifiesta como resultante de la interacción de distintos niveles de lo que llamamos “realidad”. En el proceso de profundizar en esos niveles se descubre lo extraño que subyace a la realidad convencional que consideramos familiar y bien conocida.

Cuando Plataforma y Documento comenzaron a plantear sus puntos de vista respecto de la “realidad social”, la Argentina estaba ingresando en uno de los períodos más violentos de su historia. En 1987, me encontré con este libro revisando los anaqueles de una librería; en ese entonces no tenía la más remota idea de quién era Ricardo Avenburg ni de la polémica que había dado nacimiento al libro. Lo compré atraído por el título pues en los momentos en que se había desarrollado esa polémica y en los años posteriores, hasta 1983, había padecido los efectos de la lucha violenta que arreció en nuestro país durante ese tiempo. Me acuciaba un interés entrañable por tratar de comprender qué fuerzas operan en el alma humana para generar tales horrores. El libro me deslumbró y exigió que volviera a revisar todo lo que había estudiado en la obra de Freud para asimilar los conceptos que contiene, tarea que aún continúo. Todavía hoy, en cada lectura, el libro hace que surjan en mí nuevas reflexiones y me incita a profundizar en las significaciones que entonces se me aparecen.

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Vuelvo a la polémica planteada por Plataforma y Documento. En sus exposiciones estos grupos explicitaron, entre otras cosas, sus divergencias con el pensamiento de Freud, por eso creo que vale la pena recordar lo que Freud pensó en un momento en que Europa era la que sin saberlo todavía, corría hacia el abismo. En 1932, en Disección de la personalidad psíquica, había escrito:

La concepción materialista de la historia peca probablemente en no estimar bastante este factor [el Superyó]. Lo aparta a un lado con la observación de que las ‘ideologías’ de los hombres no son más que el resultado y la superestructura de sus circunstancias económicas presentes. Lo cual es verdad, pero probablemente no toda la verdad. La Humanidad no vive jamás por entero en el presente; en las ideologías del Superyó perviven el pasado, la tradición racial y nacional, sólo muy lentamente ceden a las influencias del presente; desempeñan en la vida de los hombres, mientras actúan por medio del Superyó, un importantísimo papel, independiente de las circunstancias económicas.

Freud dice aquí, al discutir la concepción materialista de la historia, que “la Humanidad no vive jamás por entero en el presente” y es el Superyó el que incide para que esto ocurra. Si las cosas son tales como dice Freud en el texto, la existencia del Superyó impide apreciar adecuadamente los factores de la realidad que están actuando en un determinado momento puesto que estarán velados por ideologías del pasado y por la tradición mientras actúan por medio del Superyó.

Transcribo a continuación algunos párrafos de su conferencia El problema de la concepción del universo para exponer algunas de las ideas de Freud acerca de lo que estaba ocurriendo en la Unión Soviética. Allí, refiriéndose a algunas de las tesis sostenidas por el materialismo histórico, escribió que:

no parecen nada “materialistas”, sino más bien un residuo de aquella oscura filosofía hegeliana, por cuya escuela pasó también Marx.

Más adelante, en el mismo trabajo, considera cuáles podrían ser las respuestas a sus objeciones ante lo que sucedía entonces en Rusia:

No es dudoso cuál será la respuesta del bolcheviquismo a estas objeciones. Seguramente la que sigue: mientras los hombres no queden transformados en su naturaleza, es indispensable emplear los medios que hoy actúan sobre ellos. Esto no se puede llevar a cabo sin una coerción en su educación, sin la prohibición de pensar y sin la violencia hasta el derramamiento de sangre, y si no se despertaran en ellos aquellas ilusiones [las promesas de una vida mejor luego de pasar por las dificultades de la vida presente ], no se los movería a adaptarse a tal compulsión. Si hay alguien que sepa otro medio, puede intentarlo.

Con esto quedaríamos derrotados. Por lo menos yo no sabría qué replicar. Confesaría que hubiera impedido emprenderlo, pero no todos piensan como yo.

Más adelante, respecto del “experimento que se desarrollaba en Rusia” en ese momento, escribió:

fue iniciado prematuramente y una modificación capital del orden social carece de probabilidades de éxito, en tanto que nuevos descubrimientos no hayan intensificado nuestro dominio de las fuerzas naturales y facilitado con ello la satisfacción de nuestras necesidades. Sólo entonces se hará posible que un nuevo orden social no sólo excluya la miseria material de las masas, sino que acoja también las aspiraciones culturales del individuo. Y aún así, con las muchas dificultades que lo indómito de la naturaleza humana suscita en toda comunidad social, tendremos que luchar aún mucho tiempo.

Estos párrafos hablan por sí mismos acerca de algunas de las concepciones de Freud por esa época; aquí me interesa destacar el lugar que le asigna a lo indómito de la naturaleza humana como dificultad en el intento de lograr cualquier modificación del orden social.

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Menciono ahora algunos párrafos que se difundieron 39 años después de que Freud escribiera lo anteriormente citado, publicados en Argentina cuando los miembros de los grupos Plataforma y Documento se separaron de la Asociación psicoanalítica argentina y de la Asociación psicoanalítica internacional.

En Documentos (1971-74) Declaración del grupo Plataforma a los trabajadores de la salud mental, Marie Langer, al exponer alguna de sus discrepancias con el pensamiento de Freud y con ciertas posturas sostenidas por la Asociación Psicoanalítica Internacional en los años en que gobernaba Hitler, escribió:

Como científicos y profesionales tenemos el propósito de poner nuestros conocimientos al servicio de las ideologías que cuestionan sin pactos al sistema que en nuestro país se caracteriza por favorecer la explotación de las clases oprimidas, por entregar las riquezas nacionales a los grandes monopolios y por reprimir toda manifestación política que tienda a rebelarse contra él. Nos pronunciamos, por el contrario, comprometiéndonos con todos los sectores combativos de la población que, en el proceso de liberación nacional, luchan por el advenimiento de una patria socialista.

Por su parte Antonio Caparrós, en Hacia una psicología nacional y popular, había escrito:

no podemos dejar de señalar que el psicoanálisis, al trasplantar —desde los países metropolitanos y según la escuela más en boga— los modos de comprender al hombre, no puede dejar de ser una forma más de colonización cultural y mental. [...] lejos de ser poco rigurosa, la psicología nacional y popular ha de ser la única verdaderamente científica.

Como mencioné al comienzo, en 1971 Ricardo dialogó acerca de algunas de las ideas teóricas sobre el psicoanálisis desarrolladas por Marie Langer en Psicoanálisis y/o revolución social. Allí Ricardo entre otros temas discute que sea correcto atribuirle a Freud: 1) que el análisis es atemporal; 2) que se dedica solamente al mundo interno; 3) que Freud reduzca la realidad candente y actual a fantasías arcaicas y transferenciales. En el final de ese trabajo Ricardo plantea que para poder universalizar el análisis, incluirlo junto al marxismo en una concepción materialista dialéctica [...] debemos seguir un camino que permita limpiarlo de todo aquello que lo oscurece... Y ese camino, dice Ricardo, nos lo sigue dando Freud.

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La idea de escribir El aparato psíquico y la realidad se fue conformando en Ricardo en el contexto de estas discusiones, pero las trasciende: no apunta a discutir la conveniencia o no de aplicar determinadas concepciones políticas. Él venía observando que había un distanciamiento entre las perspectivas de la teoría kleiniana (que era la que predominaba en Argentina en ese entonces) y el modo en que se proponía incluir la realidad social en los análisis. Al profundizar en estos temas, siguiendo el camino abierto por Freud, Ricardo elabora una obra que va más allá de una discusión circunstancial con la postura que pudiera sostener una determinada escuela. En El aparato psíquico y la realidad (1974) al examinar con detalle los distintos niveles de realidad, lo hace desarrollando e integrando ideas que Freud expuso en diferentes momentos de su obra, pero también siguiendo lo que Freud había llamado “la oscura dialéctica hegeliana”, no como un intento de imponer un sistema filosófico a la obra de su maestro, sino con la convicción de que la dialéctica está presente en el desenvolvimiento intrínseco de esa obra, aun cuando Freud no fuera consciente de ello. Entiendo que el sentido de limpiar la obra de Freud de aquello que la oscurece refiere a la voluntad de quitarle el peso de aquellas ideologías del pasado que perviven en el Superyó y nublan la apreciación de su obra; es desde ahí donde Ricardo descubre la dialéctica ínsita en esa obra; dialéctica en la que Ricardo se afirma para continuar desarrollándola, negando y conservando la obra de Freud en un nuevo nivel.

Por la sustancialidad de sus conclusiones, creo que el de Ricardo es un pensamiento hasta ahora solitario dentro del vasto campo del psicoanálisis. Dada la naturaleza y la profundidad de los temas tratados en el libro no puedo abarcar todos los caminos que abren; me limitaré a señalar algunos puntos.

Ricardo se afirma en el concepto de instinto, concepto que goza de poca simpatía en la actualidad, pero que Freud consideraba un Grundbegriff (literalmente “concepto base”) y entonces escribe Ricardo:

el individuo es un existente con dos determinaciones esenciales: en cuanto fin en sí mismo representa el momento de su autoafirmación frente al todo; al mismo tiempo es parte integrante del todo que lo determina, del cual, más allá de su voluntad, es tributario y al cual está obligado a servir. En tanto fin en sí mismo, el individuo considera a la sexualidad como una de sus funciones, “como uno de sus fines propios”; pero esta función lo trasciende representando o expresando en él la presencia del todo del que el individuo constituye una parte, simple apéndice de un plasma germinativo, portador de su propia trascendencia bajo la forma de la procreación.

Pero tanto el instinto de autoconservación como el sexual son el resultado de la síntesis de otros dos que están en el fundamento de los anteriores. Durante el proceso histórico, con la aparición del totemismo y como consecuencia, con el naufragio del complejo de Edipo, surge el ideal que acarrea la sublimación y la síntesis lograda se altera y consiguientemente se produce una defusión de los instintos.

a la regresión narcisista determinante de un cambio de objeto, se le agrega un cambio de fin, es decir un cambio en la forma de satisfacción; pero no es un cambio de fin como cualquier otro, o sea dentro del ámbito de las satisfacciones sexuales, como la transformación de un placer sádico en uno masoquista, sino que es un cambio de fin que implica la pérdida de su carácter sexual en general: es una satisfacción narcisista, a través de la satisfacción del ideal del Yo, el cual precisamente se satisface con la desexualización del instinto que, en última instancia, es deserotización, es defusión instintiva (por lo tanto liberación del instinto de muerte), lo que hace que, en lo más sublime, en el máximo alejamiento del cuerpo, del cuerpo sexual significante, aparece la muerte, lo inorgánico, es decir, aparece lo más alejado de la humanidad en lo que aparentemente es la máxima aspiración de la misma, aspiración que, de este modo, no es otra cosa que la propia destrucción.

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Ricardo presenta, ya en su primer libro, un pensamiento que, hasta donde puedo conocer, es único dentro de los distintos desarrollos surgidos a partir de la obra de Freud: cuestiona en forma radical la afirmación de que el totemismo constituye el inicio de la cultura humana y de la necesidad del Superyó para mantenerla. Freud, había escrito que el Superyó es “un peligro saludable” o “un peligro higiénico”.

Ricardo conserva el concepto de instinto; y al igual que Freud sostiene que siguen vigentes los valores de la prehistoria presente en los tabúes sociales y en los valores contenidos en el Superyó; desarrolla hasta sus últimas consecuencias el resultado de la represión del complejo de Edipo y las de su sepultamiento. Ricardo niega a Freud que sostiene que el sistema totémico y el Superyó están en el fundamento de la cultura, afirmando en oposición a esa postura, que el sistema totémico y el Superyó están en el fundamento de la incultura y de la autodestrucción de la humanidad pues, al imponerse la represión de los propios deseos y más aún, la destrucción de los sistemas de Hm que los sustentan, por imperio del terror al presunto espíritu vengativo de un muerto, tal como habría ocurrido en los albores de la primitiva humanidad, se impone el renunciamiento a la aprehensión y valoración adecuada tanto de la realidad interna como de la externa y, en consecuencia, también se impone la imposibilidad de realizar las acciones específicas que permitan satisfacer las necesidades humanas más profundas, con lo cual el malestar cultural no sólo no se resuelve sino que además se ahonda cada vez más.

A la vez, Ricardo conserva la riqueza inherente al pensamiento de Freud: al desenvolverlo, ese pensamiento aparece en otro nivel conceptual, abriendo así nuevas perspectivas para acceder a las múltiples manifestaciones de la realidad en su plenitud.

La exposición se fundamenta en principios metapsicológicos elaborados por Freud. Los desarrollos que siguen son los que por su misma naturaleza esos principios exigen, sin recurrir a experiencias o razonamientos que pueden tener sentido dentro de otros campos del conocimiento. La experiencia clínica aparece reflejada en la especulación metapsicológica mediatizada por la actividad del pensamiento y tengo la convicción que en el diálogo que mantienen Freud y Ricardo con nosotros exigiéndonos concentración y trabajo elaborativo, esos principios no solamente permiten ahondar en la comprensión de la complejidad del alma humana y de la cultura que ha creado, sino que además, en la medida en que podamos incorporar ese diálogo, se abre la posibilidad de que surja el germen de un nuevo nivel de organización cultural apuntando a intentar que no implique al mismo tiempo una nueva defusión instintiva.

El aparato psíquico y la realidad

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