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Desarrollo de los conceptos hasta 1900
ОглавлениеEl punto de partida son los estudios de Freud sobre histeria y en particular el análisis del síntoma histérico, que resultó ser producto de un conflicto que determina que un afecto no pueda ser expresado (descargado) en el momento correspondiente: el afecto queda retenido para luego descargarse (expresarse) bajo la forma de una conversión histérica. Develado el motivo desencadenante de ese conflicto, desaparece la represión o defensa, se expresa el afecto en forma directa y queda resuelto el síntoma [Estudios sobre la histeria, (1895)].
De la defensa, de los motivos desencadenantes, a la sexualidad infantil, pasando por los traumas infantiles, yendo cada vez más atrás en un análisis retrospectivo, Freud se encuentra, invariablemente, con traumas infantiles de índole sexual: para la histeria, una seducción sexual pasiva; para lo que Freud designó como neurosis obsesiva, una experiencia activa de seducción sexual. El paso siguiente fue la comprobación de que muchos de esos recuerdos son fantasías infantiles construidas a partir de los cuidados corporales y caricias de los primeros objetos de amor. No constituían, como pensaba Freud antes, episodios infantiles que sólo eran comprendidos por el niño al llegar a la pubertad, momento en que recién habrían adquirido un carácter patógeno. El niño ya de entrada experimenta los primeros cuidados maternos como experiencias sexuales o, mejor dicho, como experiencias que, desde nuestra conceptualización adulta, podemos llamar sexuales, experiencias y recuerdos que son luego olvidados y que sólo el análisis psíquico podrá hacer resurgir.
Y son olvidados, ¿por qué? No sólo el propio sujeto olvida esas primeras experiencias infantiles; los adultos en general parecen ignorar esas manifestaciones de sexualidad que, observando a un niño, son imposibles de desconocer. Hay por lo tanto un interés especial en desconocer dichas expresiones; ese desconocimiento es tendencioso. Tal vez sea una imposición cultural lo que determina el olvido de tales experiencias sexuales. El descubrimiento de éstas en el transcurso de un análisis psíquico impone el vencimiento de un sinnúmero de obstáculos, que son expresión de defensas que en el proceso terapéutico se manifiestan como resistencias contra éste.
Con respecto a estas experiencias de seducción, que Freud fue reconstruyendo, encontró que, en un gran número de casos, las personas, sujeto u objeto de la seducción eran los padres, hermanos o familiares cercanos al paciente; muchos de estos recuerdos se demostraron reales, pero muchos de ellos eran una construcción fantástica por parte del paciente, que tomaba como objeto sexual a las personas mencionadas, a partir de las primeras experiencias corporales con ellas. No es, por supuesto, casual que justamente los objetos y prácticas de la sexualidad infantil sean aquellos más intensamente prohibidos por la cultura. Aquello que los hijos expresan directamente encuentra su equivalente en el inconsciente de los padres. La sexualidad infantil es el contenido esencial de nuestro psiquismo inconsciente. El conflicto entre la sexualidad infantil y las tendencias culturales que se oponen a ella es lo que constituye la disposición a las neurosis, disposición que en cuanto encuentra circunstancias favorables (motivos desencadenantes) desembocará en la neurosis propiamente dicha. Tal conflicto (entre la sexualidad infantil y las tendencias culturales) es ante todo un conflicto exterior, conflicto entre los impulsos del niño y las prohibiciones de los padres, representantes de la cultura. El objetivo de la educación es que este conflicto exterior se interiorice, que lo que fue una prohibición exterior devenga prohibición interior que coarte los impulsos del niño en su origen mismo.
El mejor modo de coartar el impulso es a través de la amenaza de cortar la parte del cuerpo que es expresión e instrumento privilegiado para la obtención del placer sexual; en el caso del niño, el pene; en la mujer la evolución es más compleja y sólo queda reconstruida para Freud alrededor del año 1925; acá estoy describiendo la evolución previa y que desemboca en La interpretación de los sueños (1900). Estamos en pleno terreno del complejo de Edipo: luego de un desarrollo (desarrollo sexual o libidinal) en el que distintas partes del cuerpo van adquiriendo un lugar privilegiado como fuentes de placer sexual: primero el orificio bucal en el lactante, posteriormente el ano, en la época previa al control esfinteriano, así como todo el sistema muscular durante el desarrollo de la locomoción1, se establece al llegar a los 3 ó 4 años de edad la primacía de los órganos genitales; hay una búsqueda de placer referida a dicha zona, placer que primero es autoerótico (masturbación infantil) para luego, y con las mayores posibilidades de acción, dirigirse activamente, en la búsqueda de satisfacción, hacia objetos exteriores, ante todos los padres y particularmente, aunque no exclusivamente, al progenitor del sexo opuesto. La interferencia real del padre del mismo sexo, el deseo de que éste desaparezca, y a su vez el amor sexual por el padre del sexo opuesto, constituye el complejo de Edipo, llamado así por ser éste el tema del drama de Sófocles Edipo rey.
El amor por el padre, que también existe (en el caso del hijo varón), sus amenazas, que son vividas por el niño como amenazas de castración, junto con la imposibilidad biológica de llevar adelante sus deseos, determinan la renuncia al complejo de Edipo y la instalación, dentro ya del niño, de la prohibición, censura o defensa frente a toda manifestación de la sexualidad infantil. A partir de allí el niño ya es considerado un ser cultural.
De este modo, con la descripción del complejo de Edipo, en el que confluye toda la sexualidad infantil, su olvido, producto de la represión, la oposición, a partir de ese momento, de dos sistemas: uno que constituye la conciencia que responde a las tendencias culturales dominantes; otro, el inconsciente, reprimido, que responde a las tendencias impuestas por la sexualidad infantil, está armado el aparato conceptual del psicoanálisis, expuesto, ante todo, en el famoso capítulo VII, último de su obra La interpretación de los sueños.
Más tarde, en Una teoría sexual (1905) desarrolla el tema de la sexualidad: perversiones, evolución sexual infantil y modificaciones de la pubertad, expuestos aún sin desarrollar en La interpretación de los sueños. El caso Dora [Análisis fragmentario de una histeria, (1905)] es la aplicación de dichos conocimientos a un historial clínico de histeria.
¿Cómo acceder, en la práctica clínica, a ese inconsciente, constituido por la sexualidad infantil, subestructura reprimida sobre la que se asienta el síntoma neurótico? Freud fue desarrollando un método que tiene como punto de partida el hipnotismo; en este estado trataba de llegar a aquellos sucesos, no conocidos por el paciente en su personalidad consciente o despierta, que fueron los desencadenantes de la enfermedad. El paso siguiente consiste en el descubrimiento que esa ampliación de la conciencia, dada en el proceso hipnótico, podía ser conseguida sin recurrir a dicho artificio (no todos los pacientes son hipnotizables). Esto se lograba pidiéndole al paciente que permaneciera acostado y al principio, como en la hipnosis, con los ojos cerrados; que comunicase al médico todas las ocurrencias que tuviese a partir de un componente determinado del cuadro patógeno, aunque dichas ocurrencias fuesen aparentemente intrascendentes, o irrelevantes, o bien desagradables de comunicar. Este método tenía y tiene por objeto suprimir al máximo toda actitud crítica por parte del paciente con respecto a dichas ocurrencias. El acceso a tales motivaciones de los síntomas no es posible sin el vencimiento de ciertas resistencias, de las que dicha actitud crítica no es más que una manifestación, resistencias que no son otras que las que determinaron, en su momento, el olvido de los factores que intervinieron en la génesis de la enfermedad, olvido que a su vez fue uno de los factores de dicha génesis. Así fue desarrollando el método de la asociación libre, método que tiene por objeto crear las condiciones para lograr el acceso a tales contenidos reprimidos. Pero la asociación libre no es suficiente; se requiere, por parte del profesional, una búsqueda activa de dichos contenidos: esto se realiza a través de la interpretación.
¿Qué es la interpretación? Es la tentativa de buscar un significado a algo que, como un síntoma neurótico, se nos aparece como un sinsentido. Y se nos aparece como un sinsentido en tanto surge en un contexto, en una situación, en la que aparentemente no tiene nada que ver: interpretar un síntoma y a través de la interpretación –que no es, en principio, sino una hipótesis–, dilucidarlo, es ubicarlo en el contexto témporo-espacial en el que dicho síntoma –que no representa sino una acción, acción motora y o descarga o expresión de afecto–, sí tenía sentido.
La hipótesis de la cual parte Freud es que el paciente conoce, sin saberlo, el sentido de sus síntomas, por lo tanto el primer paso es preguntarle: ¿qué significa este síntoma? Pero como el paciente no sabe que lo sabe, no puede dar una respuesta directa, ya que en él actúan las resistencias que determinaron el olvido de dicho sentido (y muchas veces del acontecimiento portador de tal sentido). De este modo, la pregunta adecuada no es tampoco aquella que busca directamente la significación, sino que ésta debe ser buscada en forma mediata, a través de las asociaciones libres que nos permitirán formular, progresivamente, aquellas hipótesis que llamamos interpretaciones: de ahí que la pregunta “¿Qué significa esto?” equivale a “¿En qué contexto asociativo se inscribe para Ud. dicho fenómeno?” y este contexto asociativo irá progresivamente otorgando, para nosotros, el sentido que tiene dicho fenómeno, el lugar que ocupa en una totalidad determinada.
En esta búsqueda, no directa, sino mediada por las asociaciones libres, del sentido del síntoma, Freud fue encontrándose con algunos mediadores privilegiados cuyo sentido dio nuevas perspectivas no sólo al tema de las neurosis, sino también, y muy especialmente, al conocimiento de la constitución psíquica normal.
El primero de dichos mediadores se presenta bajo la forma de una dificultad técnica: me refiero a la transferencia. Al notar que en determinadas situaciones las asociaciones del paciente cesaban, no respondiendo éste a las tentativas del médico para resolver tal situación, resultaba que el cese de las asociaciones era debido a que el paciente estaba pensando algo acerca de la persona del médico; el médico entra a formar parte del cuadro de la neurosis del paciente, el mundo de la subjetividad se expande para ir desarrollando una relación imaginaria con el médico, producto del despliegue de aquellos impulsos que sólo pudieron expresarse en forma transaccional, encubierta, a través del síntoma, impulsos infantiles que, originariamente referidos a los padres y hermanos, son transferidos, hoy, a la figura del médico, que aparece así como uno de los mediadores privilegiados para el hallazgo de dichos contenidos reprimidos.
El fenómeno de la transferencia permite también establecer una estructura intermedia entre aquellos deseos infantiles, reprimidos por la prohibición impartida por la cultura, conflicto que constituye la disposición a las neurosis y aquellos sucesos desencadenantes de la enfermedad, sucesos que adquieren especificidad como provocadores de las neurosis, gracias justamente a su conexión asociativa con aquellos impulsos infantiles reprimidos hace mucho tiempo. Dichos acontecimientos desencadenantes, más exactamente aquellas personas implicadas en ellos, adquieren una significación particular para el enfermo al ser objeto de transferencias de aquellos impulsos sexuales reprimidos, haciéndolos resurgir y volviendo a provocar el conflicto original. La enfermedad no es nunca producto únicamente de la represión, sino que es más bien provocada por el retorno de lo reprimido, que tiende a expresarse sea en forma directa, bajo la forma de lo que se conoce como perversión sexual, o bien bajo una forma disfrazada por los factores represores, transacción de ambas tendencias en conflicto que aparece como síntoma neurótico.
¿Pueden estos impulsos reprimidos emerger en otras condiciones que no sean las de las de las neurosis? Sí, y éstas constituyen los otros mediadores privilegiados en el proceso asociativo que tiende al develamiento del sentido del síntoma; son éstos los sueños que el paciente relata en el curso de sus asociaciones, las equivocaciones orales, los actos fallidos en general, los actos sintomáticos realizados por el sujeto automáticamente y casi sin percatarse de ello, y el chiste.
El estudio de los sueños abrió un camino privilegiado para el conocimiento de la psicología normal: el sueño es un fenómeno normal que se produce durante el estado de reposo; es un fenómeno normal pero que comparte, sin embargo, con el síntoma, una característica: lo extraño, inexplicable y absurdo del fenómeno, lo alejado que está de nuestra forma de pensar consciente, lo aparentemente inadecuado e independiente con respecto al contexto vital en el que aparece. Sueño y síntoma comparten una característica que, entonces, es expresión de un modo diferente de funcionamiento de nuestro aparato psíquico, un modo de funcionar que nuestra lógica convencional consciente no reconoce.
El síntoma es expresión del retorno de los impulsos reprimidos: estos impulsos son deseos sexuales infantiles repudiados por nuestra cultura, por nuestro modo de pensar convencional y adulto. El análisis de los sueños, análisis que Freud llevó a cabo usando el mismo método de la asociación libre e interpretación que utilizó con el síntoma, llevó a caracterizarlo como una realización alucinatoria y en el adulto deformada por la defensa (que en el caso del sueño llamó censura onírica) de un deseo infantil.
En el niño, en la época en que la prohibición de sus deseos no está todavía interiorizada, falta la censura onírica y los deseos se manifiestan en el sueño directamente, sin encubrimiento, siendo inmediatamente comprensibles y no teniendo a su vez el carácter aparentemente absurdo del soñar adulto. Así, tanto en el síntoma como en el soñar adulto, observamos la coexistencia de dos estructuras contradictorias: una, tendiente a dar expresión directa (en el síntoma) o alucinatoria (en el sueño) a deseos infantiles (que en el caso del síntoma son invariablemente deseos sexuales), y otra, la defensa o censura onírica, que respondiendo a las normas éticas, culturales, se opone a la anterior. La universalidad de esta estructura, que encontró también en fenómenos como los actos fallidos y sintomáticos, el chiste, etcétera, llevó a Freud a postular la hipótesis de que ese conflicto es expresión de dos tendencias inscritas en nuestro cuerpo, tendencias que denominó instintos y que encuentran su expresión psíquica bajo la forma de dos fuerzas contradictorias: unas son los instintos del Yo o de autoconservación, cuyo prototipo biológico es el hambre o impulso a la alimentación, y otras, los instintos sexuales, tendientes a la conservación de la especie2.
Instintos: exigencia de trabajo que se impone a nuestro aparato psíquico a partir de su origen en el cuerpo3, y su dependencia de éste. El aparato psíquico se origina a partir de aquellos estímulos que, bajo la forma de necesidades naturales, emergen de nuestro cuerpo y cuya satisfacción requiere de una acción específica: el alimento para la necesidad de alimentación, el coito para la sexualidad. El deseo es la forma elemental a partir de la cual se organiza el aparato psíquico; el pasaje de la necesidad biológica al deseo es lo que da cuenta de un salto cualitativo dentro del desarrollo de la materialidad orgánica, que implica un nuevo nivel de organización de ésta: la organización psicológica.
¿Cómo se estructura el deseo a partir de las tensiones de necesidad? A través de las experiencias de satisfacción de dicha necesidad. Quiero aclarar que aquí entramos en un desarrollo especulativo que, no por ser tal, debe ser dejado de lado, sino que, por el contrario, es un momento necesario en el conocimiento científico para acceder a nuevos niveles de totalización.
El lactante, apenas nacido, siente sus necesidades como incrementos de tensión, tensión inespecífica sentida como cantidades de excitación aún no diferenciadas cualitativamente. Reacciona ante ese incremento de tensión con el llanto y pataleo que originalmente no está estructurado como lenguaje sino que es simple tentativa de descarga de dicha tensión. Sin embargo la madre sí lo interpreta como una forma de lenguaje, como una señal, por ejemplo, de que el niño tiene hambre (éste recién secundariamente percibirá que cada vez que patalea y llora viene la madre, de modo que aprende a usar dichas manifestaciones como una forma de llamarla); lo alimenta y éste queda satisfecho. A partir de esas primeras experiencias de satisfacción se irá configurando en el niño una estructura asociativa compuesta por los siguientes elementos:
1) la tensión de necesidad. Cada vez que ésta vuelva a surgir lo hará acompañada, automáticamente, por
2) la percepción del objeto de satisfacción, que aparecerá bajo la forma de una alucinación, a la vez que de
3) aquellos movimientos reflejos de descarga que acompañaron el momento de la satisfacción.
Esta estructura asociativa, formada básicamente por dichos tres elementos, constituye el primer deseo o, lo que es lo mismo, el primer acto psíquico; en otras palabras, es lo que Freud denomina, en el ya enunciado capítulo VII de La interpretación de los sueños, búsqueda de la identidad de percepción: cada vez que surja la tensión de necesidad, reactualizará el bebé una percepción que, bajo la forma de la alucinación, será idéntica a la percepción producida durante la satisfacción de la necesidad.
Dicha percepción (alucinación) otorgará por primera vez cualidad psíquica a aquello que, como tensión de necesidad, no puede ser conceptualizado más que como mera invasión de cantidad; cada nuevo incremento de cantidad de tensión de necesidad lo hará bajo la forma de deseo.
Por supuesto que, en tanto alucinación, dicha identidad de percepción podrá tranquilizar momentáneamente al niño con la ilusión de estar experimentando la satisfacción, pero será totalmente insuficiente para calmar en la realidad ese deseo. Esto exigirá el logro de la identidad real (no meramente de percepción) con el objeto de la satisfacción original; en otras palabras, la necesidad, organizada ya como deseo, requiere necesariamente una acción específica. Ello implica la modificación de las circunstancias reales que se oponen al logro de dicha satisfacción.
En este sentido, ambos instintos, los instintos del Yo y los instintos sexuales se comportan de un modo diferente.
En un primer momento ambos instintos actúan de consuno, se organizan como estructura psicológica a partir de las primeras experiencias de satisfacción y, como deseo, se satisfacen en el mismo acto de la succión. Pero, a partir de estas primeras experiencias, comienzan a comportarse de una manera diferente. El instinto de autoconservación requiere necesariamente del objeto exterior al niño, ante todo del pecho y la leche materna, para la satisfacción de la necesidad que lo sustenta. Pero estas primeras experiencias de satisfacción son, al mismo tiempo, sentidas como las primeras experiencias de placer sexual, placer que, respetando las mediaciones correspondientes, se corresponde y es un antecedente de lo que en el adulto será el placer genital y que ya en el lactante es conceptualizado por Freud como placer sexual.
Este placer sexual se va independizando progresivamente de aquellos actos que corresponden a la necesidad de alimentación, requisito esencial para la autoconservación, independencia que se pone de manifiesto en la continuación de la actividad de succión (chupeteo del lactante) luego del acto alimenticio, la estimulación manual del propio cuerpo, masturbación, etcétera. El placer sexual, despertado por el contacto con el pecho materno se independiza, al mismo tiempo que de la función alimenticia, del objeto que lo despertó y se vuelve autoerótico. Así, una de las características de los impulsos sexuales, a diferencia de los de autoconservación, es su independencia de los objetos del mundo exterior, su capacidad de intercambiar sus objetos del mundo exterior (desplazabilidad) y la posibilidad de utilización del propio cuerpo como objeto de satisfacción.
La manifestación psicológica del instinto sexual la llamó Freud libido, dando como una de sus características esenciales su desplazabilidad. El objetivo principal es el de la descarga de tensión sexual (búsqueda del placer) y la evitación del displacer, sin importar el objeto con el cual se lleve a cabo.
Esta diferente forma de comportarse de ambos instintos con respecto al objeto de satisfacción es el punto de partida en función del cual se organiza nuestro psiquismo. Los instintos del Yo, dependientes de los objetos del mundo exterior para su satisfacción, deberán tener en cuenta ante todo los índices de realidad que provienen de él; son más domesticables, más educables por la realidad exterior y por sus representantes, padres y educadores y van a constituir el fundamento de nuestro pensar consciente, que se afirma sobre el principio de realidad o, lo que es lo mismo, van a constituir la base de lo que llamamos nuestro Yo consciente; de ahí que a los instintos de autoconservación los haya llamado Freud instintos del Yo.
Los instintos sexuales, al poder moverse independientemente de la realidad exterior, tienden a buscar inmediatamente la satisfacción (el placer), cualquiera sea su forma, el objeto o la parte del cuerpo con la que se satisface.
Se estructuran así dos sistemas contradictorios, a partir de dos tipos de funciones biológicas: de este modo, pasamos de la teoría de los instintos a la configuración del aparato psíquico.
De esta primera época, época de la constitución del psicoanálisis, precipita en el año 1900 una conceptualización que dominará hasta 1920, en la que la estructura del aparato psíquico responderá, más o menos directamente, a las funciones biológicas, que se manifiestan como instintos. En otros términos, la conceptualización tópica (topográfica) o sistemática se corresponde con la conceptualización dinámica (en términos de fuerzas o instintos).
Metapsicología: la vertiente especulativa de la psicología psicoanalítica. Integra tres enfoques: el tópico, el económico y el dinámico. Son tres enfoques, tres perspectivas diferentes desde donde observar el mismo fenómeno, perspectivas que otorgan dimensionalidad a dichos fenómenos que, falto de una de ellas, queda incompletamente comprendido. No son teorías que se puedan considerar en forma independiente.
Punto de vista tópico o topográfico: aquel enfoque que tiende a considerar el aparato psíquico como un aparato espacialmente extenso (espacialidad especulativa que no se corresponde con la distribución anatómica en el cerebro), compuesto por sistemas diferenciados, cada uno de ellos con su modo de organización y funcionamiento particular; organización y funcionamiento que a su vez dependen del lugar que ocupa el sistema en relación con los demás.
Punto de vista dinámico: cada uno de estos sistemas responde a determinadas tendencias, que se manifiestan como fuerzas que pueden o no entrar en conflicto entre sí.
Punto de vista económico o cuantitativo: dichas fuerzas no son categorías ideales sino que están asentadas en nuestra materialidad corporal; responden, aunque no necesariamente en forma directa o inmediata, a nuestras necesidades que, a nivel psicológico, tienen su primera manifestación como incremento de tensión, como magnitudes de cantidad que requieren que se les otorgue cualidad psíquica como deseo (o tendencia: enfoque dinámico), deseos que a su vez deben ser organizados dentro de una estructura constituida por el entrelazamiento de los mismos deseos (enfoque sistemático o tópico).
Como podemos ver, estos tres primeros enfoques se corresponden a su vez con tres niveles de organización de nuestro aparato psíquico, en el que el momento dinámico supera, o sea niega, pero a la vez contiene al momento económico, y el sistemático o tópico supera (niega y contiene a la vez) a los otros dos.
Mirando retrospectivamente lo considerado hasta ahora, podríamos describir tres líneas de desarrollo, que confluyen en La interpretación de los sueños.
1) Desarrollo clínico y psicopatológico:
a) análisis del síntoma psiconeurótico, búsqueda de su sentido a partir de los motivos desencadenantes, pasando por
b) los traumas sexuales infantiles, para llegar a
c) la descripción de la sexualidad infantil y su represión como factor de disposición a la neurosis.
Algunas obras en las que se destaca esa línea de desarrollo:
Para a) Estudios sobre la histeria (1893-1895);
Para b) Las neuropsicosis de defensa (1894), Nuevas aportaciones sobre las neuropsicosis de defensa (1896);
Para c) Los recuerdos encubridores (1899), e Interpretación de los sueños (1900).
2) Desarrollo de la técnica psicoanalítica:
El último capítulo de Estudios sobre la histeria, llamado “Psicoterapia de la histeria”, e Interpretación de los sueños.
3) Desarrollo especulativo:
La metapsicología tiene su punto de partida, como las otras líneas, en los Estudios sobre la histeria, obra que, podríamos decir, inaugura ese período en sus diferentes líneas, y que, como dijimos, culmina con la Interpretación de los sueños y particularmente, en su aspecto especulativo, en el capítulo VII.
Hay sin embargo, en esta época, una obra que merece una particular atención; es el Proyecto de una psicología para neurólogos, escrito en 1895 y publicado en 1950, luego de la muerte de Freud. Es un intento de construir, en función de un desarrollo especulativo, toda una psicología a partir de la neurología. Recién después de esta obra el psicoanálisis surge como ciencia particular, con su propio método, independiente tanto de las ciencias biológicas como de la filosofía, no obstante lo cual podríamos decir que este Proyecto anticipa, si se quiere, en forma bidimensional, todo el desarrollo que, a través de la tri (o tetra)-dimensionalidad de la realidad clínica, irá constituyendo el psicoanálisis.
Aparecen allí con mucha claridad algunos puntos que veremos surgir en el capítulo VII de La interpretación de los sueños, en otras obras metapsicológicas, como Los dos principios del suceder psíquico (1911), los artículos metapsicológicos de 1915-1917, y toca un tema como el dolor, que recién terminará de desarrollar en Más allá del principio del placer (1920) y particularmente en Inhibición, síntoma y angustia (1926). Por otra parte, su tercera sección contiene el análisis más detallado de los procesos de la conciencia que se encuentra a lo largo de la obra de Freud. Sin embargo, si bien constituye un proyecto, esta obra no es aún psicoanálisis, ciencia que recién merece tal nombre a partir del reconocimiento de lo inconsciente, de su separación de lo consciente a partir del proceso de represión y de la consideración de la sexualidad infantil como contenido esencial de lo inconsciente.
Dentro del desarrollo planteado hasta ahora, falta considerar un tema central en el psicoanálisis y particularmente en lo que se refiere a la teoría de los afectos, que es el de la angustia, tema que en la primera época está particularmente considerado en dos obras: La neurastenia y la neurosis de angustia; sobre la justificación de separar de la neurastenia un síndrome particular, como neurosis de angustia (1895) y La crítica de la neurosis de angustia (1895).
La angustia se pone ante todo de manifiesto en un cuadro individualizado y descrito por Freud como Neurosis de angustia, neurosis en la que aquello que se destaca como síntoma es la angustia, estado afectivo caracterizado por ciertos fenómenos de descarga (palpitaciones, respiración acelerada, enrojecimiento de la piel o bien palidez, temblores, etcétera) que son percibidos por el sujeto y acompañados de un sentimiento de displacer.
En este cuadro, al tratar de ir buscando como en los casos de histeria y neurosis obsesiva el sentido de dicha sintomatología, no parece haber habido momentos, en la vida del sujeto, en que dichos actos de descarga, que aparecen hoy como un sinsentido, lo hubiesen tenido en forma más determinada. Sí encontró que dicho cuadro se hallaba inevitablemente acompañado por ciertas circunstancias de la vida sexual del sujeto que eran contemporáneas con la aparición y el curso de la enfermedad, circunstancias cuya desaparición se acompañaban de la desaparición de la enfermedad.
Estas circunstancias eran todas aquellas que condicionaban un incremento de excitación sexual que no podía llegar a su satisfacción por medio del acto sexual normal; por ejemplo, coitos interrumpidos (método utilizado muy frecuentemente, sobre todo en aquella época, para evitar embarazos), caricias que no llegan al coito, incrementos de excitación determinados por el brote puberal o climaterio y que no son satisfechos por el acto sexual, etcétera.
A esta neurosis, determinada no por motivos históricos sino por motivos estrictamente actuales, la llamó neurosis actual, a diferencia de las que dependen de motivaciones históricas, como la histeria y la neurosis obsesiva a las que llamó psiconeurosis de defensa, ya que éstas se originaban en un acto psíquico, la defensa o represión de aquellos impulsos sexuales infantiles condenados por la educación, reactivados, tanto los impulsos como la defensa correspondiente, en el adulto, a partir de determinados hechos desencadenantes.
La neurosis actual no depende de una constelación de hechos psicológicos sino que está determinada directamente por factores biológicos que Freud suponía de la índole de sustancias químicas: la acumulación de sustancias sexuales debida a dichas excitaciones frustradas que se manifiesta directamente por los fenómenos de angustia, fenómenos que, como las palpitaciones, respiración acelerada, etcétera, son los que normalmente acompañan al acto del coito.
Dicha acumulación puede ser absoluta o relativa; absoluta, en el caso de grandes incrementos de excitación sexual que, por los diferentes motivos ya considerados, no logran ser descargados, y relativa en el caso en que, por ejemplo, por inmadurez (adolescentes) no haya suficientes representaciones psicológicas referidas a la esfera sexual que pudieran llegar u organizar en un nivel psicológico dichas magnitudes de excitación somática que, de este modo, se descargarán directamente bajo la forma de angustia. En otras palabras, no hay una organización psicológica adecuada que permita otorgar cualidad o, lo que es lo mismo, convertir en deseo psíquico las tensiones de necesidad determinadas por la acumulación de excitación sexual somática.
La otra neurosis actual que Freud ubica junto a la neurosis de angustia es la neurastenia, neurosis caracterizada por apatía, cansancio, acompañados de sensación de pesadez en la cabeza, dolores en la columna, alteraciones digestivas (constipación), lo que constituye el cuadro que habitualmente el médico general, tanto como el profano, califican de surmenage. Las circunstancias en la vida sexual del paciente, que Freud encontró invariablemente acompañando a la neurastenia, es una masturbación excesiva que determinaba a su vez una excesiva descarga de sustancias sexuales (a diferencia de la neurosis de angustia, en la que, a consecuencia de excitaciones frustradas, había una acumulación de dichas sustancias), siendo éste el factor condicionante de la sintomatología.
Por otra parte, las neurosis actuales constituyen la condición económica a partir de la cual, y concomitantemente con factores desencadenantes, se precipita una psiconeurosis: es lo que Freud llamó núcleo actual neurótico de las psiconeurosis; en la histeria se encuentra, como núcleo actual neurótico, una neurosis de angustia; en la neurosis obsesiva, una neurastenia (en 1911, a raíz del análisis de una psicosis, el conocido como caso Schreber, describe Freud una tercera neurosis actual: la hipocondría, núcleo actual neurótico de la esquizofrenia).
El estudio de las neurosis actuales constituye un aporte importante no sólo para el campo de la psicopatología, sino para el estudio de la angustia, siendo ésta una línea de desarrollo que no confluye, como las demás, en La interpretación de los sueños, sino que, trascendiendo a la época que estamos considerando, es apenas tocado en esta obra al referirse Freud a los sueños de angustia, y sigue una evolución que, pasando por el análisis de las fobias en el así llamado caso Juanito (Análisis de la fobia de un niño de cinco años, 1909) y luego de una exhaustiva síntesis en las conferencias de Introducción al psicoanálisis (1916-17), va a culminar en Inhibición, síntoma y angustia (1926) y en el capítulo titulado “La angustia y la vida instintiva” de Nuevas aportaciones en psicoanálisis (1931).
1 Para ser más estricto, por esta época Freud describe a la sexualidad infantil como perversa polimorfa, en la que impulsos parciales provenientes de distintas partes del cuerpo tienden a satisfacerse por su lado y cada uno de ellos en forma independiente del resto. La primacía, en determinado momento del desarrollo libidinal de la zona anal, es recién descripta en 1913 en La disposición a la neurosis obsesiva, así como la descripción de una etapa oral, se produce recién en agregados de 1915 a Una teoría sexual.
2 Estos términos aparecen después de 1900.
3 El concepto de instinto como una exigencia de trabajo aparece después de 1900 en Instintos y sus destinos (Triebe und triebschiksale) (1915).