Читать книгу Conversaciones desde Las Gardenias - Ricardo Ernesto Torres Castro OP - Страница 20
¿Listos?
ОглавлениеTodo empezó cerca a la vía La Cordialidad, a unos 300 metros del puente de La Circunvalar; allí donde está el corazón geográfico de Barranquilla, ese intestino que esta ciudad creó, y que ahora diferencia a los de un lado de los del otro; a los del norte de los del sur. Este lugar es la expresión de las consecuencias que tiene el arribismo en una sociedad que es, al mismo tiempo, indiferente y cruel. Dos años y medio viví en Barranquilla. Soy testigo de su encanto, de la amabilidad de las personas que allí viven, de la alegría de su fantástico carnaval, de su deliciosa gastronomía; por otro lado, también soy testigo de una sociedad que se anula a sí misma, creyendo que los de allá nunca podrán ser parte de los de acá y, lo más atroz, que muchos de los de acá quieren ser parte de los de allá y harían lo que fuera para lograrlo.
Las Gardenias: este lugar construido por el Gobierno, uno de los complejos urbanos de inversión social más grandes del país, integrado por 5 000 viviendas que le fueron entregadas a desplazados de la violencia, víctimas de desastres naturales y del conflicto armado, excombatientes de grupos ilegales, familias pobres y en condición de miseria, todos de diferente origen y raigambre, como si se tratara de hacer un coctel, mezclados en doce conjuntos cerrados de bloques de cinco niveles con cuatro apartamentos en cada piso. Cerca de 165000 millones de pesos de hacinamiento, conformismo y resignación. ¿Otro Macondo?
“En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz” (García Márquez 2007, 352). Tal sentencia macondiana encierra en su sentido más profundo la confabulación y las obscuras redes que tejen la guerra. Cuando se inauguraron las casas y se hizo el primer reparto, se pretendía con ello también callar las voces de los “beneficiarios” y hacer creer que acá no había pasado nada, condenando a esta gente, al igual que en la obra magna de García Márquez, a vivir cien años de soledad. Y la gente de Las Gardenias vive esta condena macondiana, tiene que creer que es feliz, que no ha pasado nada, que la vida en Las Gardenias es color de rosa; y mientras acá ha pasado de todo y seguirá pasando, se callan las voces que habrían de clamar, garantizándoles una vivienda por la que deberán sentirse en deuda el resto de sus vidas.
Los relatos que encontramos en este libro son un rescate de las historias de habitantes de este lugar y, por qué no decirlo, de la historia de este lugar. Todos se pueden ver reflejados, representados por la muerte y el dolor. No es una propaganda negra, tampoco es un ataque; simplemente son las conversaciones de quienes el olvido y la injusticia hicieron que su voz se perdiera. Rescatar esa voz no es otra cosa que seguir hacia adelante, tejiendo la historia y con la voluntad de continuar construyendo escenarios de futuro.
Cuando me encontraba con las personas de Las Gardenias y empezaba a transcribir aquellos relatos, alguien me preguntaba que si esto que hacía se trataba de una protesta. Estoy convencido de que sí: levantar la voz en un país donde salir a la calle es todo un acto de fe, donde la impunidad le quita valor a la vida, donde delinquir es tan común cuando los mecanismos de justicia se convierten en alcahuetes permisivos del crimen. Se trata de una protesta contra un Estado gobernado por la soberbia, la ambición económica y la indiferencia de sus “ciudadanos”. Esta es una buena manera de protestar, haciendo que estas voces no se apaguen con un disparo, o se ahuyenten con un gas lacrimógeno, o por cuenta del cansancio propio de gritarle una y otra vez de frente a un Estado lo que pasó mientras este, cínicamente, responde echándoles en cara una vivienda que jamás remplazará la tierra perdida, un mercado que nunca se igualará al cultivo que como campesinos tenían.
Al sentarse uno cara a cara delante de una víctima del conflicto, y las armas propias se bajan ante la mirada, en ese momento, y es precisamente ese especial momento, cuando sientes que algo en ti se empieza a transformar. Te dejas ir entre la mirada y la conversación y haces que ese momento sea tuyo, lo haces propio y no te queda otra cosa más que tomar asiento y escuchar. Quiero que este libro sea una protesta permanente, que cada que alguien lo lea escuche las voces de esas humildes personas que gritan y claman por una justicia que les fue arrebatada. Este libro se lee de la misma manera como fue hecho, desde las conversaciones. Son ellas, las víctimas ahora conversando contigo, quienes realmente escriben este libro; yo apenas soy su altavoz, su máquina de escribir. Quien tome este libro en sus manos debe saber que es la historia de un país, de unos pocos a los que se les apaga la voz o no tienen los medios para contar su propia historia. Son sus vidas, no es mérito de quien las escribe, sino de aquellos que con generosidad las comparten. Un café, una buena silla y la imaginación serán el mejor insumo para abrir estas conversaciones.