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Descubrimiento de los documentos

La bahía de Guayacán se encuentra a las espaldas y al sur de la de Coquimbo, de la cual se separa por una península e istmo que forman un baluarte rocoso entre ambas. La península presenta un aspecto agreste y salvaje. Levantándose unos 100 metros sobre el nivel del mar, forma en su parte alta una especie de meseta que baja gradualmente hacia el istmo, por donde se une a la llanura o pampa de Guayacán. Está rodeada por todos lados de altos farellones, precipicios y peñascos que bajan abruptamente al mar.

La bahía de Guayacán, llamada a menudo la bahía de la Herradura, porque asume esta forma, tiene una entrada relativamente angosta, ensanchándose hacia el interior. Constituye una de las más abrigadas y seguras radas de las costas de Chile, y durante largos años, invernaba en ella la escuadra nacional.

En el fondo de la bahía se encuentran, por el lado norte, el pueblito de Guayacán, con su muelle y gran horno de fundición de cobre, ya desmantelado y, por el sur, el balneario de La Herradura, morada de una escasa población de pescadores.

Pero lo que nos interesa es el rincón noroeste de la bahía, zona que fue el asiento en que ocurrieron muchos de los acontecimientos que tendremos que relatar.

Este rincón forma una especie de anfiteatro de unos 600 metros de largo por unos 400 de fondo. Cerrado por el norte y al oriente por grandes farellones verticales, que forman el borde de la meseta mencionada, por los otros dos lados da al mar, en cuyas orillas se amontonan rocas y peñascos en inextricable confusión. Solamente en un trecho de unos 70 u 80 metros se rompe este cinto rocoso, para dar lugar a una pequeña playa que se ve blanca por la gran cantidad de conchas trituradas que se hallan entre la arena. Por el oeste, donde las olas del Pacífico rompen con monótona regularidad contra la barrera pétrea, se levantan enhiestos unos altos picachos de las más extrañas formas, que terminan generalmente en puntas agudas. La rinconada termina en esta parte en un largo promontorio, cubierto de grandes peñascos, que se interna en el mar hacia el sur, para formar un lado de la entrada de la bahía.

El recinto encerrado de este modo es más o menos plano, con una pequeña inclinación hacia el pie de la escarpa. El pequeño llano se interrumpe a cada paso por grandes bloques de piedra, caídos de los farellones y que son especialmente numerosos por la parte oriental, donde muchos de ellos tienen las dimensiones de una casa.

Hay solamente dos entradas a este recinto oculto, una por tierra y la otra por mar. Bajando de la meseta, por el lado norte, hay una pequeña quebrada escarpada y accidentada que cae a la llanura de abajo, formando un pequeño cauce, donde escurren las aguas en tiempo de lluvias, secándose nuevamente cuando estas terminan. Una senda poco traficada da acceso al recinto.

Dicho rincón, aunque se halla a corta distancia de Coquimbo y de Guayacán, se ve desierto, abandonado y aun ignorado por la mayor parte de los habitantes de aquellos lugares. Solamente en el verano suelen llegar allí, los días domingos, algunas familias en paseo campestre, pero casi siempre se encuentra en completa soledad. Es difícil imaginar un lugar más salvaje, más agreste o más tétrico y en especial durante los días nublados o brumosos. Sin árboles, casi sin arbustos y durante una gran parte del año sin pasto, sembrado de rocas y peñascos, impresiona como una escena del Infierno, de Dante.

He sido algo prolijo en la descripción de esta rinconada, porque fue el punto céntrico en el desarrollo de una serie de sucesos extraordinarios que constituyen la base de la presente narración.

La bahía de Guayacán, desde su descubrimiento por el corsario inglés Sir Francis Drake, en 1578, pasó a ser un punto de refugio y de reunión de todos los corsarios, filibusteros y piratas que navegaban en el Pacífico. Recalaron allí, además de Drake, Bartolomé Sharpe, en 1680; Eduardo Davis, en 1693; el buque francés Saint Louis, en 1721; Jorge Anson, en 1744, para citar únicamente los más conocidos.

Respecto del descubrimiento de este refugio por Drake, en 1578, Fletcher, el capellán del Golden Hind,[1] en su relación del viaje, escribe lo siguiente: “El 19 de diciembre penetramos en una bahía, a los 29°30’, que no estaba muy al sur de la ciudad de Cyppo”.[2] Aquí fueron atacados por 100 españoles a caballo y 200 indios de a pie, y tuvieron que volver a sus buques más que de prisa. Al día siguiente, al amanecer, levaron anclas y siguieron su viaje al norte.

El tesoro de los piratas de Guayacán

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