Читать книгу El tesoro de los piratas de Guayacán - Ricardo Latcham - Страница 7

Оглавление

Cicop: un enigma no revelado

Fernando Santander Fernández

Investigador Histórico

Quiero relatar los alcances de mi investigación sobre el llamado “Tesoro de Guayacán”. Ya sea por algo circunstancial o por algo más que desconozco, mi vida entera ha estado envuelta en este tema que va más allá de los objetivos materiales. Muchos acontecimientos me han sucedido, casualidades o, mejor dicho, “causalidades” sorprendentes, que me siguen motivando a entrar en el estudio de materias de los antiguos ocultistas sefardíes, la cábala hebrea y numerología divina, entre otras disciplinas. Esta historia ha sido tema de una profunda meditación y acciones que he seguido para develar este misterioso enigma.

He estado investigando por casi 35 años la tradición de un antiguo tesoro enterrado por navegantes en el siglo xvii en las costas de la Región de Coquimbo en Chile. He descubierto pasajes desconocidos de nuestra historia acerca de una cofradía de piratas y navegantes de distintas nacionalidades, posiblemente judíos-hebreos, árabes y turcos. Sabemos la importancia del corsario Francis Drake en determinar este derrotero como un lugar muy apto para la carena y bastimento, aparte de ofrecer un refugio a los fuertes vientos del suroeste, reinantes en la mayoría de las costas de nuestro país.

La primera investigación realizada sobre el tema fue publicada por el ingeniero y antropólogo Ricardo E. Latcham, quien la diera a conocer en su libro El tesoro de los piratas de Guayacán: relación verídica, publicado por Editorial Nascimento en 1935 y rescatado ahora en esta edición. El relato de Latcham se construye a partir de varios documentos hallados en la península de Coquimbo (Playa Blanca), nombrada también Cicop (o Cyppo en la bitácora del capellán Fletcher) por los piratas. Estos textos fueron escritos en cueros de nutria, conservados en ánforas de arcilla llenas de algún aceite orgánico, las que a su vez fueron enterradas en piedras ahuecadas, las que denominaron ebanines. En dichos documentos se habla de un grupo de antiguos individuos que formaron una hermandad en el siglo xvii, empleando la bahía de La Herradura, inmediatamente al sur del puerto de Coquimbo, como un refugio y centro de reunión permanente para sus correrías. Se dice que esta hermandad fue consagrada a la Rosa de Francia, la cual fue traída a Cicop por un pirata egipcio llamado Madel Saden. Se trataría de una joya formidable, una rosa milagrosa, “algo” que podría vincularse al principio mismo del cristianismo, tal vez una figura con forma femenina o un documento que habla sobre ella, sea lo que sea, esa “rosa” fue venerada por todos los piratas con tanta devoción, que fue guardada cuidadosamente en una cámara anexa al tesoro material de barras de oro, encontrándose junto a un subterráneo en el subsuelo o bien un acantilado cercano a la costa de Coquimbo y que, además, serviría de polvorín para repeler el ataque de los españoles... ¡Que mejor estrategia!

Una multiplicidad de signos referidos a varias etnias, culturas y religiones, caracteres hebreos, egipcio hierático, copto, fenicio, incorporando también caracteres de español antiguo, el sefardita (judeo-español)... toda esa mezcla fue la base con la que escribieron la mayoría de los pergaminos.

Empecé mi investigación corroborando los datos entregados por Latcham en su libro. Para ello decidí recorrer el lugar de los descubrimientos. La ubicación de los ebanines me la dio mi primer y gran maestro sobre el tema, Juan Budinic Taborga, en 1981, fallecido trágicamente a mediados de 1986. Las investigaciones llevadas a cabo por Budinic fueron a principios del siglo pasado y él, a su vez, siguió las que había comenzado su padre, Marco Budinic Taborga, junto al ex presidente de Chile Gabriel González Videla y otro importante político, quien fuera amigo de Ricardo Latcham, el señor Hugo Zepeda Barrios, además de otros importantes vecinos de la época de Coquimbo.

En ese entonces fue importantísima la intervención de un particular abogado y conocedor de las “ciencias ocultas”, el señor Jaime Galté Carré, destacado miembro de la Gran Logia de Chile, quien entregó importante información a los señores vinculados a la política y los negocios, hombres que le daban una amplia cobertura a la búsqueda. En dichas sesiones, realizadas en noches de luna, participó Juan Budinic y Hugo Zepeda Barrios.

Llegaron a mis manos los grabados realizados por Galté, tal vez indescifrables para ellos en su momento, y un elemento radiestésico utilizado en esas sesiones de trance.

Aleph Cicop es el nombre con que bauticé a un grupo multidisciplinario de amigos interesados en el tema, con el objetivo de corroborar la veracidad de los relatos, de los protagonistas, de la existencia de una virgen de oro y de otros elementos encontrados. Otra parte del trabajo consistió en la traducción de la documentación con expertos en lenguas antiguas, quienes a su vez tenían experiencia en cofradías que utilizaban elementos secretos para encriptar los mensajes.

A principios de los años 80, junto a dos de mis mejores amigos, trazamos el terreno con las coordenadas definidas por Latcham: la forma era la estrella de David, solo que cada vértice estaba vinculado, por una parte, a elementos del terreno y, por otra, a elementos astronómicos. Luego de determinar con precisión las rocas que guardaban tan celoso secreto, conseguimos un permiso para investigar, ya que era un lugar privado. Llegamos hasta donde se encontraban los ebanines. Tras largas horas tamizando y revisando la tierra del interior de estas piedras, encontramos fragmentos de cerámicas de constitución y grosor diferentes a las usadas por los indios locales, es decir, probablemente de origen extranjero (mediterráneo). Y otro detalle importante: una de las muestras tenía “algo orgánico”, pegado solo en una de sus caras, probablemente el aceite que contuvo los documentos. Esto podría certificar que los descubrimientos narrados por Latcham serían verdaderos.

Para cotejar las cerámicas nos asesoró un querido amigo nuestro, buzo emblemático tanto en Chile como en el extranjero, ya fallecido, el doctor Alfredo Cea, que junto a muestras de cerámicas que trajo de los mares del Medio Oriente, comprobamos que su elaboración y densidad eran similares.


Fragmentos encontrados en los ebanines, sector Playa Blanca

El libro de Latcham dice: “Al día siguiente, excavamos debajo del gran peñasco, donde fueron encontrados los documentos y la plancha de cobre. Hallamos revuelta toda la tierra hasta una considerable profundidad y entre ella encontramos numerosos fragmentos de grandes tinajas de greda, de tosca fabricación y de 15 mm de espesor, muchas de ellas ennegrecidas y viscosas en la parte interior. Esto vino a comprobar lo que me había dicho Castro, que los cacharros rotos que habían contenido la plancha y los documentos, los había vuelto a enterrar en el mismo hoyo” (pág. 82).

Luego y desde allí mismo, tomamos las medidas y direcciones usando la llamada “brújula turca”, que se logra sobreponiendo la estrella de David dentro de una brújula convencional, calculando otras medidas de grados y otros azimut, recordando que una estrella similar de plomo fue encontrada también en estos peñascos.

Trabajos al interior de un Ebanín, tomando las direcciones indicadas

Mucho se ha dicho, escrito y hecho acerca de la búsqueda del llamado Tesoro de Guayacán, especialmente acá en Coquimbo, lo cual no es para menos si se considera que se trata de descubrir el sitio en el cual están ocultas 1.200 barras de oro, 600 zurrones de oro en polvo, 20 ollas de greda llenas de oro, 680 barras de plata y 10 tinajas de joyas diversas. Varios libros, artículos de prensa y publicaciones han contribuido a acrecentar el nacimiento y desarrollo de esta “leyenda”, la cual ha cautivado a varias generaciones de buscadores.

Los pergaminos hablan de una Rosa de Francia, de la cual se han especulado distintas definiciones, que es un gran diamante de color rosado traído desde África o una joya de gran tamaño bendecida por el Papa o en realidad, un escrito apócrifo del antiguo texto bíblico que estaba guardado celosamente en la antigua biblioteca de Alejandría, sacado de Jerusalén por la contingencia de haber sido tomada por los otomanos durante el mes de Ramadán, posteriormente llevado a Francia (probablemente a la bahía de Marsella) y de allí robado por los piratas y traído finalmente a las Américas, cruzando el paso Drake, pasando por alto las fortalezas españolas del sur, llegando finalmente hasta el llamado “Refugio” en Coquimbo. Los que nos atrevemos a plantear una hipótesis arriesgada y osada, decimos que se trataría del mismo cáliz sagrado de las escrituras, celoso tesoro robado a los templarios donde se habría depositado la sangre de Cristo.

El tiempo corría en contra y debíamos avanzar lo máximo posible; los terrenos donde investigábamos estaban pasando a manos de otra empresa y no sabíamos si tendríamos las mismas facilidades para llevar a cabo las investigaciones. Decidimos inspeccionar con nuestros equipos de prospección de gran potencia, demarcando un radio de 200 metros, aproximadamente. El resultado fueron dos monedas reales muy poco legibles de entre los años 1580 a 1700.

Con los años se han encontrado, en diferentes puntos de interés, algunos elementos de navegación, una cantidad importante de botones y monedas acuñadas en lugares distantes de las colonias españolas entre 1596 y 1820. Asimismo, en la época descrita por Latcham, descubrieron una estrella de David de metal, instrumentos de navegación y una plancha de cobre escrita con una representación de la rosa y otros dibujos. Entre los documentos hay también mapas de la zona, con trazados y dibujos, y otros documentos de más difícil interpretación, elementos que al parecer serían partes de una bitácora, con derroteros de lugares y épocas.


Mapa que contiene los contornos de Guayacán y la probable “entrada” al subterráneo.

Tras largos años de estudios al respecto, creo poder aportar nuevos datos a los publicados por Latcham en su libro. Se supone que la mayoría de estos navegantes llegados a Coquimbo eran judíos holandeses, posiblemente conversos (árabes, moros y egipcios), lo cual confirmaría por qué escribieron sus textos con caracteres hebreos, pero empleando en su mayoría el idioma español, el sefardí y también otras escrituras, como el copto. Consideremos que desde fines del siglo xvi y comienzos del xvii los judíos habían entrado de lleno en la práctica de la cábala, lo cual llevaba a usar en sus escritos números, palabras en clave, frases al revés, transposiciones de letras y símbolos característicos como el triángulo y la estrella de seis puntas. Interpretar estos mensajes cifrados podría acercarnos, en parte, a resolver el enigma. En algunos documentos también aparecen signos egipcios hieráticos y la representación de un dios egipcio con cabeza de ciervo, que suponemos representaría a Anubis, protector de los muertos y guardián de los tesoros contra quienes intenten usurpar el lugar sagrado.

Después de revisar la documentación, con mi grupo Aleph Cicop determinamos que existe una serie de puntos de referencia que circunscriben el supuesto lugar del tesoro: una batea de piedra, una piedra de dos ojos, un cerro de tres puntas, una antigua fundición indígena al interior de la región y algunos signos en las piedras. Con estos puntos ya conocidos, lo esencial sería encontrar una “áncora” o ancla grabada en una roca.

Durante muchos años nos abocamos a la tarea de encontrar esa ancla en la costa, o hacia el interior, desde la III Región, hasta la desembocadura del río Limarí por el sur, y en una de esas excursiones, en el momento de estar literalmente barriendo las piedras en un hermoso atardecer, casi en el ocaso del día, logré mi objetivo: ¡El Ancla! Sí, perdida entre unas piedras, semienterrada, se mostró ante mí después de casi cuatro siglos. Este es uno de los puntos clave como referencia para encontrar la bóveda. Además, coincidía con Orión parado desde ese punto y mirando hacia el noreste, constelación que representa a Osiris en el antiguo Egipto, dios de la eternidad. Fui un mudo espectador de tal acontecimiento.

Ancla grabada en la roca (este-oeste)

Lo más extraordinario de este grabado es que está orientado de este a oeste, el mismo sentido del paso de las constelaciones y también la dirección que indica la punta del ancla.

Siguiendo esta teoría hemos determinado coordenadas de trabajo que con nuestros equipos y materiales (gps, detectores de metales en modalidades vlf-tr, fotografías satelitales y aéreas), sumado a nuestro esfuerzo personal, han rendido frutos después de exhaustivas inspecciones, como el hallazgo de objetos que perfectamente pudieron pertenecer a estos piratas y que prontamente podrían ser derivados a la misma Universidad Smithsoniana para su certificación.

La tarea final consiste en ubicar el polvorín o subterráneo que fue construido por aquellos piratas, como he mencionado, si bien es posible que hayan utilizado alguna antigua construcción subterránea indígena o alguna formación geológica natural para llevar a cabo tal tarea, tapando y ocultando la entrada, no sin antes dejar anotada su posición aproximada (o exacta). La teoría dice que de una u otra manera, sabiendo interpretar los documentos, se puede llegar al lugar que estos antiguos personajes determinaron como la “entrada” a uno de los subterráneos, utilizando para ello vectores astronómicos y estudiando, al mismo tiempo, las características naturales del terreno (piedras, cerros, etc.). A su vez, en algunos documentos aparecen representaciones de Sagitario, Capricornio y pez austral como posibles “fechas” en las cuales sería visible el lugar.

No me referiré en detalle al siguiente documento; es complejo en su forma y definición. Solo decir que es un trabajo de años y es posible que la entrada sea el lugar marcado con la letra “E”.


Lineamientos astronómicos (secuencia).

“Quizás la entrada se encuentre en una quebrada y el subterráneo tenga la forma de las antiguas minas inglesas: excavaciones que dejan grandes pilares entre ellas y una profundidad cercana a los 10 metros o más, considerando la sedimentación acumulada por los años de lluvia y otros ele- mentos. La constitución geológica de la costa de esta región también apoya esta teoría, pues muestra que entre cinco y 12 metros de profundidad existen varias losas cementadas compuestas por moluscos fósiles (cal o piedra caliza), in- tercalada con arena o conchilla de fácil remoción. De ser así, bastaría excavar la arena bajo aquellas lozas para construir algún pasadizo o subterráneo secreto”.[*] La otra opción es la utilización de pequeños escondrijos en los acantilados cercanos al mar, con la entrada a alguna rompiente de relativa calma, para internarse en una pequeña embarcación. Luego de ello, producir de manera intencional un derrumbe para que dicha entrada quedase oculta.

La historia de Chile no considera este relato de los antiguos navegantes. Con mi grupo de exploradores e investigadores del Aleph Cicop hemos descubierto numerosas evidencias que dan testimonio de todo esto, aunque hoy en solitario y con más años de experiencia, sigo en esos trazos. Sin duda, todavía falta mucho trabajo por realizar, llevar a cabo prospecciones con tecnología de punta, obtener los permisos correspondientes y las facilidades para acceder a distintos lugares dentro de Chile que se enlazan con este tesoro, como por ejemplo, la isla Juan Fernández y el propio Coquimbo. Falta también obtener recursos y vincular a diferentes actores del quehacer cultural, social y patrimonial de Chile y del extranjero en esta aventura. Cicop aún tiene muchas respuestas que entregar sobre este asunto, no solo al medio local sino también al mundo entero. Tal vez la clave del tesoro esté más allá de nuestra lógica y entendimiento y requiera el uso de otras “zonas” de nuestro cerebro.

Este enigma debe ser transmitido a las nuevas generaciones, ello perpetuará la posibilidad de encontrar una de las claves que den finalmente con este maravilloso tesoro, que trasciende lo puramente material.

Coquimbo, abril de 2018


Fernando Santander, en Playa Blanca

El tesoro de los piratas de Guayacán

Подняться наверх