Читать книгу Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso - Ricardo Reina Martel - Страница 11

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3. Aldea Galeón

La primera granja agujero

Una tierra extensa y monótona los recibe. Se llama la Tundra del Espejo y nace donde el agua se solidifica. Ninguna ondulación ni defecto sobre el suelo la señala. Tan solo inmensidad y la sombra reflejada de sus cuerpos. Se cuenta que la Tundra del Espejo expresa una lucha entre dos naturalezas: el agua y la tierra. Hace tanto que crucé por ella que apenas recuerdo ese tránsito. Eso sucedió al final de las cruzadas, cuando cada una de nosotras tomó posesión de su propia granja.Y ahora, tanto tiempo después, llega el elegido con la misión de liberarnos y poder redimir la sabiduría de antaño.

—Avancemos, hay que cruzar esta zona antes de que nos sorprenda la noche —expresa el Gris, que cabalga delante.

El comandador no habla. Su mente se repite una y otra vez, torturado por un discurso tras el que se esconde la figura de Thyrsá.

—En pocas horas alcanzaremos la primera aldea, es lo único que conozco de Paradiso. Allí descansaremos, un amigo nos aguarda y te aseguro que tendremos banquete de sobra.

La tundra se pierde a la vista y ni un solo árbol bajo el que cobijarse, tan solo una tediosa llanura. Al atardecer, los reflejos les ciegan los ojos y cuando pasan a darse cuenta, se hallan en medio de un formidable desierto de arena.

—Vamos, caballito, ya pasaste lo peor. Verás que pronto encontramos agua —le grita el Gris al Cabalganieblas.

Del Cabalganieblas

«No es animal de espacios abiertos, le van más las brumas y los enigmas. El vigoroso sol le causa una fuerte derrota, desvaneciéndose su emisión y con ello el porte que le distingue. Le encanta el musgo que brota entre las rocas, junto a los arroyos y manantiales. Es pues un animal de luna. En ciertos momentos, y dependiendo de su estado, es un animal capaz de originar ciertos fluidos azules, sobre todo cuando se despereza, en que sacude su crin y mueve su larga cola, complacido. Al cabalgar, inclina su cabeza fijando sus ojos sobre el suelo y su velocidad es capaz de doblar la de cualquier rocín. Según se dice, goza de una fiereza sin igual para la batalla y es portador de una mordedura temible, aunque por lo general es un animal pacífico y al que le gusta pasar lo más desapercibido posible. Amante de la soledad y del retiro, huye de participar en grupos y manadas. Observador discreto y de cierto porte melancólico, patas cortas y de abundante pelo, siendo especialmente exagerado en la crin y la cola. Su tonalidad mantiene cierta tendencia a lo plateado; cuello corto, ojos azabaches y sin reflejos; pestañas rizadas que forman veladura; dentadura fuerte, nácar de estrellas y reflejos de hadas. Exigente en la bebida, se trata del mayor problema que supone el conducirlo, debido a que el Cabalganieblas solo acepta saciar su sed en remanso de agua fría, por lo que es de capaz de soportar la sed en distancias considerables y como último dato añadiría que le gusta bañarse en el agua que cae de la montaña, siendo esta una de sus grandes quimeras».

***

Un imponente mascarón de proa emerge del desierto, ofreciéndoles la bienvenida. Frente a ellos, se abre la aldea Galeón, una ciudad amurallada donde se dan cobijo decenas de cobertizos levantados entre restos de material marino. Inesperadamente, se les acercan mujeres y niños con la intención de acariciar los caballos.Y en medio de tan digno espectáculo se encuentra sentado Gum, el Gordo, que intenta hacer sonar una pequeña flauta y es incapaz de reproducir dos notas enlazadas. Nada más percatarse de la presencia de nuestros hombres, hace el intento de levantarse, pero es en vano. El tremendo volumen de su cuerpo impide toda destreza posible. Ixhian le ofrece su mano mientras el Gris ríe disimuladamente y cuando al fin consigue incorporarse pierde el equilibrio, yendo a caer en brazos del Gris, que apenas puede sostenerlo.

—Es muy serio, ¿no? ¿De dónde lo traes? Supongo que está roto y quieres que lo pegue.

Por primera vez desde la salida de Casalún, el Gris transforma su lacónico rostro en sonrisa.

—Lo primero es lo primero, Gordo. Danos algo de comer que estamos desfallecidos.

—¿Qué me traes, Gris? ¡Venga, suéltalo, ya! —patalea el Gordo, dando saltitos y haciendo retumbar el suelo.

El Gris introduce su mano en la alforja y saca una caracola de color azabache.

—Estaba en la otra orilla y pensé que te gustaría.

El Gris le hace entrega de un fardo repleto de muestras marinas. Gordo Gum observa su interior y a continuación se marcha complacido, balanceándose como si fuese una enorme pelota.

—Parece que le ha gustado —añade Ixhian, atónito por el personaje.

Ambos se dirigen hacia un cobertizo donde se reúne la mayor parte de la comunidad. En su interior, cada cual habla más alto que su colindante. Gordo Gum se revela eufórico, lanza aullidos y esquiva los huevos que la gente dispara en dirección a una sartén gigantesca.

—Es caldo de olivos, de las aceitunitas —le revela al oído el Gordo a Ixhian—. Un néctar traído de la lejana Fenichia. Créeme que no te engaño, niño comandador. Los Fenichios lo utilizan para encender lamparitas en honor a un dios llamado Pocholo o algo así. ¡Qué desperdicio!

En eso, una distinguida señora deposita una jarra de vino sobre la mesa y el Gordo, poniendo cara de circunstancias, guiña un ojo al comandador.

Una vez cuajados los huevos, el Gordo lanza un grito ensordecedor y da comienzo el festín.

—Podéis comer los frutos que queráis. Estáis en casa de Gum, aquí nunca os faltará de nada.

Los habitantes de la aldea son bajitos de estatura, degustan la comida de manera voraz y cuando el efecto del vino comienza hacer mella golpean las mesas con tremendo frenesí. Tras la salvaje consumición, el Gordo entona una hermosa balada que traslada al comandador a otros momentos y lugares.

—Si dejamos a esta gente, son capaces de juntar la cena con la merienda del día siguiente, y es que nunca se dan por satisfechos. Eso sí, te aviso: en Galeón no existe el almuerzo, a esa hora todos dormimos. Oye, errante, bicho raro, ¿olvidaste la chica? —El Gris se toca la cabeza como si le doliese—. Tú vete de aquí, niño, que vamos hablar cosas de mayores y aún no estás preparado.

Al día siguiente, el Gordo los invita a dar un paseo. Se encuentra ansioso de mostrarle su jardín.Atraviesan por unas callejuelas que parecen derrumbarse y donde se perciben multitud de bártulos desperdigados, trozos de quillas, maderos, guijarros, cuerdas, más alguna que otra escultura mitológica. Así, nuestros hombres conocen un lugar llamado Aldea Galeón, alcanzando una pequeña arcada bajo la cual se adentran en el jardín.

—¡He aquí a mis manzanos! —Godo Gum abre los brazos, gesticulando—. Mis queridos amigos, este es mi jardín. ¡Bienvenidos seáis! ¡Todos los manzanos del mundo! —Teatraliza el Gordo, mientras vocifera lo más alto que puede.

Ixhian le dirige una mirada al Gris y este le hace señas para que guarde silencio. Entretanto, el anfitrión avanza como un tiovivo mal sincronizado.

—Los he coleccionado durante toda mi vida y algunos han sido rescatados en situaciones muy comprometidas; debéis creedme. Pero ahora todos comparten sus dichas y vicisitudes en este jardín especialmente levantado para ellos; mirad cómo asoman sus frutos ¡Aquí! ¡Aquí! No menos de tos mil especies diferentes —alardea el Gordo, saltando y dando palmadas en el aire.

—¿Tos mil? —el comandador se asegura de la expresión.

—Sí, tos mil. Los tengo todos, no creo que me falte ninguno. —El Gordo, colorado como un tomate, se frota las manos.

—¿Cuánto se tarda en cruzar este jardín? Parece enorme —apunta el Gris en un intento de suavizar el desenfreno del Gordo.

—No mucho. Si vas aprisa, en dos días puedes estar fuera. Y si no, te quedas atrapado de por vida, no hay otra. Todavía queda sitio de sobra, aunque me da que al final terminas convertido en otro manzano —lanza una sonora carcajada el anfitrión.

—A este no le circula bien la cabeza —dice Ixhian en voz baja, mientras el Gris le insiste en que guarde silencio.

—Venid, os voy a enseñar algo muy particular.

Atraviesan un estrecho pasillo hasta dar con una glorieta, donde unas pequeñas barandas ofrecen protección a un árbol.

—¿Veis? Observad qué ejemplar más curioso.

Un manto de hojas envuelve el tronco y entre sus ramas se puede percibir un nido de pájaros.

—¿Es primavera en Paradiso? —cuestiona Ixhian en voz alta.

—En este jardín es la estación que yo quiera, ¿me entiendes? Dejaos de sandeces y contemplad esta maravilla única en su especie. Frente a ustedes os presento al árbol de Eris.

El Gordo hace una reverencia. Bajo el árbol se exhibe una manzana protegida por un cristal. Emocionado, toma la manzana.

—¡Con rendimiento y pleitesía, que es una de las más valiosas de mi colección! Una manzana de oro perfectamente pulida y de la que, si os fijáis bien, sobresale una minúscula rama con dos hojas a cada lado.

—¿Qué dice en la manzana, Gordo? —pregunta el Gris.

—«Para la más bella». Es un idioma de los viejos dioses magnificentes, cuando el mundo merecía la pena recorrerse. Pero ustedes entendéis poco de esas cosas.

—¿A quién perteneció la manzana? —se atreve el comandador.

—Esta manzana fue un regalo para la boda de Tetis y Peleo. Ella fue la causante de la discordia entre las mujeres más poderosas del mundo. Esta manzana desencadenó el rapto de la sublime Helena, la más bella mujer de todo el Egeo. —Ambos hombres se miran incrédulos.

—Estás de broma, ¿verdad, Gordo? —interviene inoportunamente Ixhian.

En eso que el Gordo comienza a enrojecer. Los brazos le tiemblan convulsivamente y su cuerpo se hincha, aún más si cabe, resoplando como si le faltase el aire. Sus ojos parecen salir de sus órbitas y, para colmo, comienza a lanzar llamaradas de fuego por la boca. Ixhian y el Gris se lanzan al suelo, cubriéndose la cabeza con las manos.

—¡Gordo, basta! ¡Gordo, basta! —grita el Gris.

Pero ya no hay Gordo en el mundo y todo lo que queda de él se ha convertido en una nube que resopla, levantando un viento encolerizado que hace estremecer los árboles.

—¡Gordo, perdónalo! Tan solo está un poco sonado, tú supiste una vez lo que es pasar por eso. ¡Perdónalo! —grita el Gris.

La furia del viento comienza a desistir, los manzanos mecen sus ramas y Gum llora como un niño pequeño sentado sobre el suelo.

—Discúlpate, Ixhian. Anda, pídele perdón, que el Gordo es muy sensible.

Sin dar crédito a cuanto está sucediendo, nuestro hombre intenta hacerle razonar.

—Señor Gum, no sabía lo que decía. A veces me pasan estas cosas. Mi mente se encuentra confusa, intente comprenderme ¿No sabe aún por qué estoy aquí? ¿No se lo contó el Gris? —El errante lo mira aterrorizado.

—El hijo del gran Ulma, el Dasarí, está aquí y viene para ofrecerle sus respetos. Ha sido designado para solicitar el regreso a las Mariposas. Sus hazañas se comentan por toda la Isla. Si lo deseas, podemos compartir sus aventuras durante la cena.

El Gris intenta hacerle entrar en razón y le muestra la joya que asoma bajo la camisa de Ixhian.

—Vale, te perdono, pero quedamos en eso.Tú me cuentas esa historia mientras cenamos, pero que no se vuelva a repetir, te lo aviso.

Con tremenda precaución continúan visitando el jardín hasta alcanzar un nuevo reservado, tras el que se esconde un coqueto huerto.

—¡Mirad! —señala el Gordo hacia un nuevo árbol, en el que se expone una manzana atravesada por una flecha.

—¿Veis? Esta es la manzana de Guillermo Tell, nada más y nada menos. Curiosa, ¿verdad? Ya sabía yo que os gustaría.

Ixhian contiene el aliento intentando no hacer ningún comentario, dado que no se pueden permitir un nuevo percance.Aun así, su tremenda ingenuidad le hace preguntar:

—¿Te costó mucho obtenerla, Gordo?

Cada vez que el comandador interviene, el Gris se echa a temblar. El Gordo se queda pensativo ante la pregunta y con la mano en la barbilla le contesta:

—Sí, tuve que convencer a mucha gente para que saliera a subasta hasta que al fin fue mía y ahora, como una hermosa flor, se complace al sur de mi jardín.

Seguidamente se introducen tras unos canales por donde circula generosamente el agua.

—¡Ah, mirad este! —vuelve a replicar Gum.

Sobre una mesa de piedra en forma de altar y cubierta de musgo se haya depositada una rama con tres manzanas de oro.

—¡Qué hermosura! ¡Cuánto hacía que no paseaba por este rincón, digno de los mejores tiempos! ¡Mirad este tesoro! Regalo de un cíclope en la isla de Delos, os presento esta maravilla llegada desde el Jardín de las Hespérides. He aquí el codiciado tesoro de Euristeo de Tirinto. ¡Acogedla, acogedla!

El Gordo levanta la tapa de cristal y extrae una ramita con tres manzanas de oro.

—Protegida por un fiero dragón le fue arrebatada por el viejo Hércules. ¡Qué buen tío! ¡Eso era un hombre, y no los de ahora! Contemplad esta joya que descansa en un rincón de mi jardín, como si tal cosa. Aquí no te hacen falta dragones que te cuiden ni protejan. El Gordo está aquí, pequeña. El Gordo cuida de todas vosotras. Descansad tranquilas, manzanitas mías.

Ixhian tiene la sensación de formar parte de una escena teatral.

—¡Hacia el oeste! Pongamos rumbo hacia el oeste, donde vive la niebla y el viajero sueña.

El Gordo parece poseído por una energía extraordinaria y, sin duda, no es la misma persona que los acogiera el día anterior.

—Por favor, tened mucho cuidado. Seguidme y no haced ruido, que se asustan los espíritus.

Alcanzan un paraje donde reina un silencio sepulcral y en cuyo centro se aprecia un árbol cuyo porte y aspecto produce visiones. A sus pies, le guarda pleitesía una piedra solitaria.

—Ahora sí que estamos en el oeste del mundo. ¡Venid, arrodillaos! Es el manzano padre, lo último que queda de una tierra bendecida. Mientras se mantenga su recuerdo, estaremos todos a salvo. En Ávalon aún reina el poder del estío.

El Gris se inclina y deposita un lirio de agua sobre sus raíces, mientras el comandador se sienta junto al árbol. En eso, se manifiesta un fantasma cuyo rostro se cubre bajo una gasa oscura. Es la tejedora, aquella que hilvana la vida de todos los hombres y mujeres. Suelta sus agujas y le hace señas a Ixhian para que se acerque.

—No te preguntes, comandador. Todo se te ha dicho y, aun así, todavía no te has enterado —le dice el fantasma.

Ixhian se posiciona y toma asiento frente a la figura, lo que le provoca un sueño incontrolable. Sin esperarlo, el Gordo le propina un pequeño mordisco en su oreja izquierda, haciéndole dar un respingo.

—¡Vámonos! No te dejes atrapar por la melancolía, y menos con esta vieja medio chingada.

—Nos encontraremos bajo el fresno, comandador —son las últimas palabras de la anciana.

Alcanzan un pequeño claro, en cuyo centro se levanta una pequeña columna de mármol y sobre la que descansa una urna de cristal. El Gordo alza la tapa y eleva la manzana. En ese instante cae por su mejilla una lágrima imposible de contener.

—Blancanieves, Blancanieves… la manzana que fue capaz de mitigar tus párpados de rosas y amapolas —murmura el Gordo.

Continúan avanzando entre el canto de las aves y el incesante revuelo de mariposas, hasta que el Gordo se detiene en seco y dice:

—Venga, chicos, animaos, que nos encontramos muy cerca de la salida, pero estáis obligados a ver este último. —Se miran entre sí, intentando evitar toda suspicacia posible.

—Ahí lo tenéis, es todo vuestro, el árbol del bien y del mal, aquel que dio su nombre a un paraíso.

—Es un árbol maldito, ¿no? —pregunta el comandador, mientras el Gris lo mira aterrado.

—Los árboles nunca son malditos, los hombres sí. Aquí están a salvo de toda mezquindad humana.

Ambos buscan la susodicha manzana sin encontrarla, limitándose a dirigir una mirada al Gordo y sin atreverse a preguntarle.

—Lo siento, se ve que la señora Eva se las engulló todas. Ya conocéis la historia… Además, desde la marcha de los magnificentes, el hombre carece de paraíso del que se pueda expulsar.

Oyen un persistente siseo a sus espaldas y perciben una gigantesca serpiente enroscada en una de las ramas del árbol.

—Esa maldita serpiente entró en el lote y os advierto que no me cae simpática —replica el Gordo.

La tarde se les echa encima. Cruzan un pequeño puente de madera a cuyos bordes se pincelan diminutas florecillas.

—Vaya, acabadito de llegar, mi última adquisición. Ya comenzaba a cotizarse, pero aún debo buscarle sitio, y es que, para ser un buen hombre de negocios, hay que saber anticiparse.

Ixhian se acerca al manzano. Un cisne blanco se arropa entre sus raíces. El cisne alza su cuello, lo mira con tristeza y le señala un corazón tallado en el árbol en el que se suscriben dos nombres: Ixhian yThyrsá. El comandador cae abatido. Las emociones le alcanzan de lleno y el Gordo le ofrece uno de sus frutos.

—Este chico no está bien, ¿verdad? —objeta Gum en voz alta.

Justo a la salida, Ixhian se golpea con un barril de madera y el Gordo grita:

—¡Cuidado! Es de «La Española», no te vayas a cargar el refugio de Jim Hawkins. Un barril de manzanas que fue en busca de un tesoro. ¡Vale toda una fortuna, niño!

***

Se oye un griterío enorme, cientos de antorchas arden en la noche. Las gentes cantan alborozadamente por las calles. Al cruzar la puerta del comedor, perciben unos olores suculentos. El Gordo baila en el centro de la sala, a la vez que los demás le acompañan en delirante frenesí.

—Aquí llega nuestro héroe, ¡el señor del último manzano! ¡Alcemos nuestras copas! —vocifera el Gordo en voz alta.

Los presentes alzan sus jarras en pos del brindis formulado por Gum.

—¡Por Ixhian y su dama! ¡Aquella que le aguarda tras los pastos de Zamora!

—¿Descansaste? —pregunta el Gris, acompañado de una bella muchacha.

—Parece que me cayó una losa encima.

—Este Gordo es un pasote, tómate un trago y come algo.

—Sí que es sorprendente…

Tras saborear el vino, Ixhian se fija minuciosamente en el interior del recinto; pieles de animales salvajes, un viejo escudo de armas y una red de pescar cuelgan de las paredes.

—No respondiste a mi pregunta, errante: ¿quién es Gordo Gum?

—Que te lo diga él mismo. No me gusta desvelar la vida de nadie, ya deberías haberte dado cuenta.

—Sí, ya… qué me vas a contar.

El Gris efectúa una mueca en señal de desaprobación, mientras vuelve a llenar los vasos de vino.

—El símbolo de los errantes es el aire, por eso nos adornamos con plumas, dándonos al sigilo.

—¿Y ahora a qué viene eso?

—Recuerda siempre, comandador, que caminamos juntos, pero ambos pertenecemos a tradiciones distintas. Sin embargo, llevas sangre errante en tus venas. ¿Recuerdas la historia que contó Dewa en Madriguera?

—¿Te refieres a mi abuelo, el Dasarí?

—Exacto. Conforme pasan los días más te pareces a él.

—Mi padre abandonó pronto la senda del comandador.

—Comienzas a entender, la sangre te llamará algún día. Tus orígenes son las tribus, lo demás no pasa de ser un mero accidente.

—Explícame entonces. ¿Por qué los magos decidieron que me uniera al cuerpo militar?

—No había elección. Marcelo respondía por ti. Tenías que forjarte y endurecerte. Las tribus ahora son meras marionetas de Melodía. El mundo en la Isla es tremendamente simple, para como era antes.

En eso que irrumpe el Gordo en el centro de la sala.

—En honor por los que por aquí pasan, a mi viejo amigo el Gris y a mi nuevo hermano. A ellos les ofrecemos nuestra sangre transformada en licor y nuestra carne en festín. ¡Benditos seáis!

Todos, sin excepción, se ponen en pie y brindan. En eso que hace presencia en la sala una señora que parece nacida de una fábula y a la que siguen varios jóvenes que portan bandejas repletas de manjares, mientras el Gordo recita los nombres de cada comida y hace pura literatura de ellos.

—Con este no se aburre uno —vuelve a manifestar el comandador.

—A veces hay que salir corriendo y alejarse de él lo más que se pueda.

—Dime, hijo mío, cuéntame tu historia con detalles e intenta no dejarte nada atrás.Tenemos toda la noche por delante. Le diré aAmparito que nos preparé unos combinados.

—¿Quién es la señora?

—¿Quién va a ser? Amparito. Llegó aquí muy perdida, como todos; buscaba su amor, como todos, y aquí se quedó, como todos.

—Su presencia sobresale al resto.

—Sí, es muy linda, pero te advierto que tiene muy mala uva.

La llegada del diario

Amanece mientras Ixhian relata su vida al Gordo que, ensimismado, muestra un especial interés por el tiempo transcurrido en La Sidonia y la aparición de Dewa. Historia que le hace repetir hasta tres veces, revolcándose de risa hasta quedar finalmente dormido sobre un taburete en el que dificultosamente puede dar cabida a su generoso trasero. Pasado el tiempo, aparece Amparito con tres tazas humeantes. Su peinado con forma de diadema le otorga cierto postín y elegancia. A diferencia del resto, es alta y apuesta. El Gordo despierta y le dirige una sosegada mirada, a lo que ella le responde besando su enorme cabezota.

—La quiero con locura, y lo bien que me conoce, sabe que me encanta su puchero. Qué habría sido de mí…

—Excepto ella, todos parecen niños —objeta el comandador.

—No quiero que crezcan, no eran más que críos cuando los salvé de la servidumbre. Aquí serán felices de por vida, yo me ocuparé de ello. En Paradiso, el Péndulo de la Clepsidra apenas interviene y Amparito es mi garantía.

—Guardas más de lo que expresa, señor Gum.

El Gordo lo mira y, como por arte de magia, este se transforma en un caballero de lo más hermoso y, guiñándole un ojo al comandador, le dice:

—¡Venga ya, comandador!Ahora que lo pienso quizás pueda echarte un cable, pero a cambio prométeme que cuando vengas de vuelta me traerás una piel de lobo. Son tan calentitas… El Gris saben dónde abundan, aguarda un segundo que ahora vuelvo.

Al rato, regresa el Gordo con algo bajo el brazo.

—Aquí está, pienso que puede serte útil. Yo quise comenzarlo, pero van pasando los años y no termino de ponerme. Además, ahora no tengo a quien escribir.

Sobre la mesa deposita un cuaderno forrado en piel.

—¿De qué está hecho?

—Es un cuaderno de notas. Me hice con él en uno de mis viajes al puerto de Genowa. Siempre me ha gustado pasear por los ancladeros, allí se encuentran cosas muy curiosas. Este, por ejemplo, me lo ofreció un señor de ojos rasgados y bigotes larguísimos; recuerdo que vestía con una túnica amarilla y portaba una coleta que le caía por la espalda. El tío era un espectáculo. Tenías que ver al Gordo y al maestro mandarín haciendo negocios en el camarote de su barco. ¡Qué pasada! Sus hojas son de palmeras. Ya sé que tiene pocas páginas, pero, según me dijeron, y dependiendo de la necesidad del beneficiario, le brotan nuevos pergaminos. El libro manda, tú escribes y él responde. Te toca probar, tampoco es que tengas mucho que hacer.

Ixhian lo envuelve en un paño de seda y se dirige hacia su aposento. Nada más abrirlo, descubre un enunciado que dice: «Cartas a Thyrsá». Sorprendido, y sin atreverse a proseguir, cierra el cuaderno y se queda dormido con él entre sus manos. Cuando despierta, las estrellas brillan de nuevo; se había pasado todo el día durmiendo.

***

En la taberna se repiten las mismas escenas de la velada anterior. El Gris coquetea con la chica, mientras el Gordo hace de maestro de ceremonia.

—¿Has descansado? Comienzas a acostumbrarte a esta vida; duermes por el día y resurges al final de la tarde. Tiene sus ventajas cuando te acostumbras.

—Estoy como si me hubiesen molido a palos, Gordo.

—¿Qué se te apetece, niño? Tengo preparada una maravillosa sopa de ganso con moras y perlitas negras.

—No, Gordo. Lo que de verdad necesito es regresar al camino. Deseo terminar esto cuanto antes y volver junto a Thyrsá. Comienzo a echar de menos el Powa.

—¡El hogar! ¿Dónde se encuentra eso? Vamos, no seas aguafiestas y dime qué necesitas.

—El cuaderno se ha puesto nombre por sí solo, anoche me dijiste cosas que no acabé de entender.

—El cuaderno representa tu anhelo, Ixhian. Es un filtro donde las circunstancias adversas se trasforman. Escribe en él cuanto tu corazón te dicte. El cuaderno te puede enseñar mucho. Es tu sigilo y atrevimiento.

Este no era el Gordo que los acompañó a través del jardín de los manzanos. Su rostro se había transformado y colmado de discernimiento. Nada más regresar a su habitación, el comandador descubre el cuaderno abierto y, dejándose llevar, escribe:

En casa de Gum,

en la orilla donde no baten las olas

y cien manzanos salpican.

Un galeón antiguo reposa en la arena,

de fondo se oye una canción.

***

Amanece. Le toca tomar decisiones y no debe aguardar al Gris, dado que este lleva otro ritmo, que, sin duda, le hará retrasar su misión. El comandador salta de la cama y sale apresuradamente en busca de Dulzura. Comienza a lloviznar y en Galeón todo el mundo duerme.

—¿Te marchas sin despedirte? ¿Así agradeces la hospitalidad de un amigo? —escucha la voz del Gordo, que le habla apoyado sobre una cancela, impidiéndole la salida.

—Déjame pasar, no puedo dilatar más esta misión.

—Al menos, déjame ofrecerte un mapa del lugar.Aunque no lo creas, estoy contigo en lo que respecta al Gris. Es un nómada y esa gente no suelen terminar nada de lo que comienzan.

—Me sería de mucha ayuda, Gordo.

—Entonces, ven y acompáñame a la biblioteca. —Le señala el viejo Galeón, pero Ixhian desenfunda su daga, a sabiendas de que intenta retenerle.

—Vaya, estos caballeros luciérnagas siempre con la violencia de por medio.

—Se acabó, Gordo. Cruzaré esa puerta con mapa o sin él, y aunque tenga que cortarte esa barriga.

—Vale, vale… no seré yo quien te lo impida, amigo. Eres un testarudo y, en vista de que me es imposible razonar contigo, me rindo. Mejor despedirnos como amigos que perderte.

—Déjate de charlatanerías y abre la cancela de una vez.

En ese instante se asoma el Núcleo, la piedra de las sirenas, entre los pliegues de su camisa.

—¡Oh! ¡La joya de las sirenas! ¡Qué bien le vendría a mi colección!

El comandador dirige la punta de la daga hacia el Gordo.

—Ni se te ocurra intentarlo —le dice.

—¡Por todos los dioses! ¡Basta de intimidaciones! Márchate de una vez y cruza las granjas. Pero ten cuidado, que hay agujeros que te pueden llevar a lugares indeseados. En las granjas podrás satisfacer tu hambre. Las Mariposas suelen ser buenas cocineras. ¡Gracias a Dios que aprendieron! Te será fácil reconocerlas, pero ten cuidado, que en todo esto hay trampa. La memoria de los magnificentes aún es poderosa.

El Gordo Gum le abre una puerta enmohecida.

—Adiós, Gordo, has sido muy amable. Cuando despierte el Gris, dile que ya he partido.

—Amparito te echará de menos. Ten cuidado, mi niño, no vayas a terminar como este viejo portón, hundido en el fondo del mar, y recuerda que la presunción te puede perder.Todos los comandadores pecáis de eso.

Sin demora, el comandador se aleja de la aldea y al mirar hacia atrás, percibe la figura de un enorme barco encallado sobre la arena. El camino serpentea sobre una llanura que comienza a poblarse de frágiles matorrales. En el cielo vuela algún que otro buitre solitario y distante. La naturaleza trae de nuevo la vida, tras solidificarse el océano.

Querido amor:

Te echo tanto de menos que no existe nada capaz de hacerme levantar el ánimo y en nuestra fuente, donde el agua no cae, dejo que la fragancia de este lugar me colme y sane, como si fuese un recipiente vacío. Miro el cielo y pienso que desde algún lugar también lo debes estar contemplando y demasiadas son ya las veces que me arrepiento de haberte dejado partir.

No decaigas y mantenme presente en tus oraciones, porque necesito que pidas por mí. Resiste, aun a sabiendas de que la soledad te colmará de dolor y de que llegarán esos momentos en los que te sentirás abatido y sin fe. Nosotras continuamos en Casalún, en nuestro Valle, donde un día espero verte regresar. Las doncellas me acompañan en cada momento, y aunque todas percibimos la inquietud que se manifiesta en el bosque, ninguna mencionamos el nombre de Kudra.

MadreAna padece dolores en su vientre. Ella dice que es la materia oscura que la está devorando, pero Eulalia, la sanadora, nos ha advertido de que no es más que fruto de la tensión y el miedo. La aldea se ha convertido en nuestro refugio, por lo que a ninguna de nosotras se nos permite salir. El invierno está siendo duro como ninguno; las soldados mayas rodean la aldea y ni tan siquiera las lecciones de canto bajo la acacia blanca consiguen hacernos elevar la moral.

Supongo que debes haber alcanzado la primera aldea, pues según nos dijo Archa, la sibilina, esta no se encuentra demasiado lejos de la orilla. Apresúrate, Ixhian, la vida de todos está en juego. Algo está a punto de suceder y tan solo hay que saber escuchar el lamento del viento para saber que lo que quiera que sea cada vez se encuentra más cerca de nosotras. Me llegan imágenes de mi caverna en las Díalas y es entonces cuando salgo al exterior y desde la lejanía percibo llegar la tormenta, pero esta vez no viene precedida de lluvia, nada de eso.

Cuídate, mi amor.Yo continuaré velando por esta tierra que tanto estimo, pues algo muy dentro me dice que es mi presencia la que contiene su ataque. Algunas tardes monto sobre Anais y acompañada de Eleonora y Asián cabalgamos hacia la fortaleza del Mananú, donde monta guardia todo un destacamento de guerreras mayas. Desde su mirador comprobamos que el horizonte se mantiene en equilibrio y nada lo altera. Archa y sus sibilinas levantan ruedas de protección durante la noche, por lo que ahora toda nuestra confianza está puesta en ellas, aunque también en la luz que baña el Valle de Tara, ya que es de buen juicio pensar que Kudra nunca atacará bajo cielo abierto.

Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso

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