Читать книгу Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso - Ricardo Reina Martel - Страница 12
Оглавление4. La granja del lago
Asián, la segunda mariposa
«Cuando el mundo era silencio, llegó la lluvia y se creó la música. Luego, aparecieron los frutos y con ello la vid. Se nos ofreció el vino y con ello la posibilidad de soñar. Por otro lado, el mar brindaba un desafío a la vez que libertad. Los adoradores eran una corriente de pensamiento ya desaparecida. Vivían casi desnudos y no necesitaban nada para sí. Su cometido principal consistía en adorar el mar. Eran una raza muy antigua, cuyos practicantes se engalanaban con restos de caracolas y algas marinas. Veneraban las olas, los flujos y las mareas, además de pasar muchas horas en quietud y en sintonía con las olas. Buscaban un conocimiento más profundo de las cosas y para nada les interesaban las montañas ni sus volcanes. Se cuentan que eran muy apasionados, entregándose a la danza con delirio, donde simulaban ser el movimiento de las olas. Para ellos tan solo existía el mar».
***
El comandador aún no sabe nada de ellos, está a punto de cruzar un nuevo umbral. Camina como si tal cosa, rodea un riachuelo de aguas cristalinas y percibe como le siguen pececillos de plata. Ha cabalgado durante todo el día y necesita reponerse. Nada más devorar un trozo de pan, es consciente del cuaderno. No se puede contener y lo abre:
Los lirios mueren.
Lo que creíamos inmune ya no lo es.
Las enramadas sofocan los espacios.
Amor, cuídate del agua
y de todo cuanto no es definible.
Es la respuesta de Thyrsá. La lee una y mil veces, hasta memorizarla. Se queda dormido y sueña con el Valle de Tara y con la poderosa luz que lo inunda en verano. A la mañana siguiente habla con Dulzura y lee un nuevo mensaje de Thyrsá:
No luches contra ti,
date una oportunidad.
Mejor una sola que muchas juntas.
Una hermosa higuera se tuerce a un lado de la montaña e Ixhian se sacia de sus frutos. Desde las alturas percibe una campiña en la que se elevan leves cortinas de humo. El cielo es de un celeste que traspasa, ha llegado la hora de iniciar el descenso. Se oye un constante rumor del agua. La falda de la montaña guarda secretos. Cruza por delante de un viejo molino que le ofrece señales de otro tiempo. Apresura su marcha, no desea pasar la noche en un lugar tan sombrío. Desciende con cuidado. Aun así, una gran piedra se precipita de manera traicionera desde la cumbre y el comandador incita a Dulzura. Comienza a tronar, llueve a cantaros y el caballo relincha.
—¡Corre, Dulzura! ¡Corre! —grita el comandador a la vez que intenta salvar la montaña. La precipitación le hace caer y nuestro hombre queda tendido sobre el suelo.
No sabe cuánto tiempo ha sucedido. El sol brilla de nuevo y Dulzura pasta en un pequeño claro. Le duelen los huesos y su pierna se encuentra algo magullada. Camina con dificultad mientras recoge sus enseres diseminados por el suelo.
Pese a que la luna no luce hoy primorosa,
las aves volverán a cantar,
prodigando su presencia
sobre las ramas de los manzanos.
***
Como si fuese una aparición, ve acercarse a una dama que porta una cesta bajo el brazo y esta, sorprendida, se le queda mirando.
—Disculpe, mujer, ¿he alcanzado Paradiso?
—Así se le conoce. Lo extraño es que llegaste por una zona no habitual. Las almas se acercan a pie y nunca a caballo. Por tu aspecto diría que te has peleado con la montaña.
Sus ojos son intensamente verdes y sus cabellos se enmarañan conformando una selva; de sus labios brota una fuente perfecta y su rostro conserva un brillo ingenuo e infantil a la vez. El comandador ha encontrado la segunda de las Mariposas, la primera no pudo reconocerla.
—Tropecé mientras bajaba; me sorprendió la tormenta y apresuré el paso.
—Un visitante que cruza Paraíso nunca se dio antes. Dime, ¿cómo es que la montaña te dejó pasar? —Lo mira asombrada—. Anda, acércate a casa. Océano tendrá a bien recibirte.
Circundan el arroyo hasta llegar a una especie de molino.
—Tras las acequias está nuestra casa. No tiene pérdida, es amarilla y se encuentra a la orilla del lago. Instálate como si fuese tuya, yo regresaré en cuanto termine.
—Muy amable. ¿Por qué nombre debo conocerte?
—Soy Asián, y Océano es quien pesca en el lago.
—Encantado —contesta el comandador, fascinado.
—Dime, ¿vas vestido de comandador o tan solo me lo parece?
—Soy soldado, aunque no dependo de la ciudad de Lagos. —El comandador menciona el nombre antiguo por el que era conocida la ciudad de Luzbarán—. Tan solo respondo ante el Powa.
—Ve a casa. Océano estará encantado de recibirte y sé bienvenido a la granja del agua —insiste la muchacha.
El comandador siente el frescor de la brisa, mientras observa una gran variedad de acequias que se multiplican en diferentes direcciones. Los acueductos bajan de la montaña y entre ellos descubre infinidad de senderos y surtidores. Sigue la dirección del agua, que baja de manera caudalosa hasta desembocar en un plácido merendero, donde un entramado vegetal se entremezcla en una pérgola de madera. Del interior de la glorieta mana un caño de agua con excesiva violencia, anegando su superficie y desde donde percibe un reino de líquenes y plantas. Avanza hasta llegar a la orilla del embalse y allí observa a un hombre que pesca en una pequeña barca. Es Océano, que viste un enorme sombrero y una pelliza oscura. El tobillo se le ha inflamado, aún más si cabe. La casa se encuentra inclinada y da la sensación de querer huir del agua; presenta dos plantas, además de un cobertizo. Alguien ha debido pintarla de amarillo. Sus ventanas son dos ojos que con infinita nostalgia miran hacia el lago.
Una luna macilenta y tenebrosa se asoma sobre un mundo que es un dibujo en el que una barca atraviesa lánguidamente el lago. Por entre la niebla se conforman un par de personajes surgidos de los mitos más antiguos. En esos momentos, ella es la mujer más misteriosa de la tierra y el comandador comprende que Thyrsá se encuentra más cerca que nunca. Ya en el interior de la casa, Asián le hace tomar asiento al tiempo que Océano enciende su pipa y se deshace del sombrero. Entonces Asían le acerca una jarra de cristal.
—Toma un poco de esta agua, te sentirás mejor y reanimará tu cuerpo. No te preocupes por nada, aquí todo funciona distinto. Dulzura descansa en el cobertizo, me he encargado de ponerle algo de heno y agua limpia.
—¿Desde cuándo vivís aquí? —se decide a preguntar el comandador, mientras la dama frota con agua fría su tobillo. Océano le mira con unos ojos que reflejan la eternidad y Asián tose incomodada por la pregunta.
—Hay cosas que es mejor no comentar, situaciones que pesan más que la montaña que acabas de salvar.
Le ofrecen una habitación pequeña en el piso superior de la casa, donde una ventana se asoma hacia el lago. La hermosa luna se refleja de manera fantasmal sobre la superficie, las aguas ocultan cierto celaje; un lugar sin nada a lo que aferrarse y capaz de transformar cualquier tipo de certeza. Sobre la mesita, una nueva jarra de cristal, un vaso y una toalla pequeña. A los pies de la cama se encuentran sus pocas pertenencias. Ixhian rebusca hasta hallar el cuaderno.
Si salvas al mundo, te salvas a ti.
En el agua nacen los insectos,
en el agua nace la flor
y las aves ya vuelan sobre el cielo.
Si salvas al mundo, te salvas a ti.
En el sueño, un mar encolerizado y violento le amenaza; grandes olas salpican sobre los muros y Torre Maró se rompe; el agua entra por todas partes. En la orilla, un grupo de nativos enloquecen. Ruge una gran tormenta y una nave despliega su vela. La gente llora, el mundo enloquece y una montaña comienza a escupir fuego.
***
—Desayuna con nosotros, tenemos trabajo y hay que fortalecerse antes de emprender la tarea —le invita Océano.
Hace presenciaAsián, vestida de rojo y abrigada por un jubón cobrizo.
—¿Descansaste, comandador?
—Más o menos, aunque me asaltaron pesadillas.
—Esta casa guarda sueños —manifiesta Asián, ofreciéndole un tazón de leche caliente junto a unas magdalenas.
—Se levantó temprano y las hizo especialmente para ti —le indica Océano con cierta ironía en sus palabras.
—No debías de haberte molestado, Asián.
—¿Y ese tobillo, mejora?
—Parece que tus aguas hicieron el concebido efecto.
—Acompáñanos si te apetece, ya luego continuaremos conversando.
—Así podrás presenciar nuestra rutina en la granja —dice Asián mientras sopla, enfriando la leche.
Miles de pájaros cantan por el sendero. El camino que rodea el lago parece aún más hermoso a la luz de la mañana. Asián se muestra alegre y coquetea. Monta un precioso rocín color azabache y del que Dulzura se enamora al instante. Le sigue Océano, sentado sobre un pequeño carromato del que tira un burrito blanco. Se trasladan a un lugar que le recuerda a la fuente del bosque. Es una cavidad natural de poca profundidad, donde brotan pequeños hilos de agua.
—Lo primero es lavar las botellitas de cristal para luego rellenarlas —le cuenta Océano.
—Nos fue dictado en un sueño —le explica Asián.
—Las aguas limpian la memoria de las almas y les ayuda a aliviar sus recuerdos —añade Océano.
Ixhian asiente con la cabeza, sin percatarse de la procesión que se acerca. Océano toma asiento en un sillón tallado en la piedra. Entonces, su porte delicado se vuelve imponente; recibe a las almas de una en una, y estas, al beber, recuperan el aliento. Se acercan con ropajes roídos o desnudas, estableciendo un clima de inquietud en la caverna. Asián les ofrece su agua y les sonríe, calmándolas. Ahora le toca el turno a una niña, cuyos ojos desesperados encuentran los del comandador.
—Quiero ver a mi mamá. Ella se la llevó, vino de noche y la empujó a la oscuridad.
Conmovido, el comandador intenta abrazar a la niña, pero Océano lo aparta con premura.
—Un muerto no se debe tocar —le dice.
—Ve con el padre, hija —interviene Asián, que le señala a Océano.
Este toca su cabeza y la niña cae arrodillada. Asián le ayuda a incorporarse y ambas se marchan cogidas de la mano.
—Ixhian, ocupa tú el lugar de Asián y reparte el agua que yo te vaya indicando.
Así van pasando todo tipo de espíritus con la apremiante necesidad de ser orientados. Pasada la mañana, recogen las botellas e Ixhian comprende el alcance de cuanto sucede en Paradiso.
***
—Asián, ¿por qué estáis aquí? —le pregunta el comandador.
La Mariposa le coge de la mano e inician un largo paseo bajo el efecto del agua y las flores.
—Hace mucho tiempo y en una noche de verano un grupo de personas aguardaban en una playa. —Asián habla mirando al frente, sin detenerse—. Un pueblo se disponía a partir en busca de una isla de la que se decía que hallarían la salvación. Era un día de mucho frío y densa bruma. Recuerdo a Océano alzado sobre una roca, mirando el mar. Estaba inmenso, gigante diría. Por aquellos años las grandes Madres huían refugiándose en el Urbián y al amparo de Melodía. La ciudad de Larilia había caído y con ella Daniela, por lo que esperábamos lo peor. Mi cuerpo era distinto al de ahora, mis cabellos eran de oro y mis ojos de un azul mineral. En el instante que relato tenía dieciséis años y mi destino ya estaba predestinado desde mi nacimiento. Océano, mi maestro, había prometido salvarnos a todos excepto a mí. Ellos se marcharían, pero yo aguardaría la llegada de las Madres para cruzar hacia Paradiso. Incomprensiblemente, y justo cuando todo se hallaba dispuesto, Océano renunció a dirigir la expedición. Toda la vida por un instante. Curioso el destino, ¿verdad? Vino a mí y juntos nos refugiamos en la espesura de la montaña. Con dicho acto, Océano cometía una falta irreparable y nos condenaba a todos. Por eso, tu camino y el de Océano van unidos, conformáis una misma circunstancia; el amor y su renuncia, aunque con evidentes diferencias —termina de contar Asián.
—¿Qué ocurrió con la gente que aguardaba en la playa?
—El ejército comandador arrasó. Buscaban a quien estaba predestinada a ser la sacerdotisa del santuario de Arduria Muzá, y Océano, a cambio de un amor, sacrificó a toda una comunidad. —Asián lo mira intensamente mientras habla.
***
—El amor. Mi primera pregunta sería la causa que lo origina. ¿Es el deseo amor? Estarás de acuerdo conmigo que sin amor no se puede alcanzar la dicha ni el conocimiento. ¿Tienes algo que añadir, comandador? Sin amor qué poco sentido tiene todo y qué cosa tan pueril sería la vida —comenta Océano, formulándose preguntas para sí.
—¿La ayuda que ofrecéis a las almas no es acaso amor?
Océano abre los ojos.
—¿Te han afectado las aguas, muchacho? ¿O quizás te ha embriagado el perfume de las rosas? Me refería a algo mucho más simple: el amor a una mujer; se cuenta que la abandonaste por salvar la vida de muchos.
—No puedo contestarte a eso, no sé qué debo decir.
—No te engañes, Ixhian. Estás aquí porque ella te lo pidió. Todo es tan simple… —Lo observa con tal intensidad que el comandador no puede mantener su mirada.
—Cuando hablo del amor, hablo de ese sentimiento que supera toda dualidad, esa emoción que embriaga la existencia y la pone boca abajo. Hablo de esa materia que supera cualquier tipo de entendimiento. Y dime, si te atreves, ¿cuánto darías por volver a encontrarte con ella? —Las palabras de Océano le producen turbación y curiosidad a la vez, ya que no sabe hacia dónde se dirigen—. Dime, Ixhian, si ella te pidiese que abandonaras esta misión y regresaras a su lado, ¿qué le dirías?
—No fue solo ella quien me lo pidió. También estaban mis maestros. Ellos han depositado su confianza en mí, nunca podría defraudarles.
—Precisamente a ese punto quería llegar. Si todo dependiese de una simple decisión, ¿qué harías, Ixhian? ¿La elegirías a ella o a tus maestros?
Ixhian dirige su mirada hacia el lago sin atreverse a declarar.
—Si ella me llamara, acudiría a su lado como el rayo.
Océano sonríe, su rostro se emociona ante la respuesta del comandador.
—Así de simple, ¿verdad? Ese es mi pecado, lo abandoné todo por ella. En ese momento se acerca Asián, sus pasos parecen cansados.
—Tengo que ir lejos, en busca de las aguas que combaten la rabia y el desencanto.
—Siéntate con nosotros, querida. Hablábamos de guerras y batallas —le pide Océano, guiñándole un ojo.
—Cuando se os deja solos, los hombres siempre deriváis la conversación a más de lo mismo. No hay tema que os guste más que ensalzar vuestro ego y su consabida competitividad. Estoy cansada y reconozco que esperaba la llegada del elegido de otra manera, ¿por qué no decirlo? —Ixhian disimula, intenta dominar el desconcierto que le producen las palabras deAsián—. Comandador, dime, ¿eres tú aquel que esperábamos? —le repite Asián, suplicándole—. Si es así, libra a Océano de su carga y sácanos de aquí.
Ixhian queda paralizado tras la súplica más hermosa y desesperada que le han hecho en su vida. Asián es una mariposa portadora de una belleza que no puede compararse con nada. En ese instante, nuestro comandador se atreve y, sin ser consciente de sus actos, acerca a sus labios el agua de Eleonora y le da de beber algo que ella desconoce. Entonces, Asián entiende que comienza el fin de su condena.
—No nos falles, Ixhian.Todos dependemos de ti, recuérdalo. Estamos cansados y deseamos superar esta cerca infranqueable.
—Comandador, culmina aquello que yo no fui capaz de hacer. Tú no perteneces al mar, rompe tus corazas y sé brillante. Para eso fuiste elegido —termina de hablar Océano.
Disfruto de la más exquisita de las compañías,
donde el agua es más que nunca agua,
y el amor más que nunca amor.
***
Despierta con la sensación de que será el último día que pase en la granja. Algo vuelve a tirar de él y entiende que debe retornar al camino, al tiempo que le atrae la idea de compartir una última conversación con la pareja. Dos almas que le habían conmovido, dos seres condenados a disuadir sus propios engaños.
—¿Descansaste? —pregunta Asián, vestida de verde.
—Se me han pegado las sábanas, anoche no podía coger el sueño —contesta a media voz nuestro hombre—. ¿De dónde proceden las almas, Océano?
—Eso no te lo podemos contestar. Desconocemos su procedencia, tan solo podemos afirmar que en Paradiso todos somos seres condenados. Océano las recibe con afecto e intenta consolarlas, mientras que yo les ofrezco el agua. Ya lo viste hacer, no hay más.
—Mañana marcharé, va siendo hora de continuar —afirma el comandador con expresión melancólica.
—Hemos pasado un tiempo juntos, Ixhian. Un tiempo en el que ambos hemos aprendido que nada escapa a los ojos de la creación.
La casa se encuentra a oscuras, el sol declina en el horizonte y el hogar resume sosiego y calma por todas partes.
—Hemos de despedirnos, Ixhian. Decirnos adiós como hombres que se han confesado sus secretos.
—¿Quién fueron tus preceptores, Océano? Siempre me atrajo el pueblo del mar, el abuelo Arón era de allí. Nos contaba historias a Thyrsá y a mí cuando apenas éramos unos críos.
—Nací en los acantilados del Barás y mi llegada fue profetizada por el viejo Anselmo, del que se decía que se marchó cabalgando a lomos de una gran tortuga para ser recibido por Elissé, la reina de las sirenas. Fruto de ese amor, dicen que nací yo. También se contaba que el viejo Anselmo podía correr por encima de las aguas y que un día lo vieron hacer el amor con Elissé sobre la cresta de una ola.
Océano se complace al ver la expresión de incredulidad dibujada en el rostro de Ixhian.
—Dime, Océano, ¿te arrepentiste alguna vez de escapar a tu destino?
—Durante muchísimo tiempo cargué con el tormento de mi decisión, pero gracias a la fidelidad de Asián entendí que nadie puede hacer nada por nadie. El proceso que hemos de vivir es personal y tan solo le pertenece a uno.
Tras esas palabras, Asián entra en la habitación. Lleva el pelo mojado y porta una sopa humeante y de agradable aroma.
—No molesto, ¿verdad, caballeros? —Asián se introduce en la conversación—. Dejaos de tanta formalidad y amenicemos la velada. Anda, saca una botella de ese licor rosado que te guardas. —Ixhian se ofrece con la intención de ayudarle—. Estoy de suerte, no abundan caballeros capaces de socorrer a una dama, y menos para un acto tan simple como poner la mesa. La próxima mariposa no te dejará hacerlo.
Las palabras de Asián van colmadas de misterio. Ambos se miran con intensidad. En esos instantes, el comandador daría la vida por saber qué es lo que piensa la dama del lago.
—Háblanos de la Isla, Ixhian. Cuéntanos qué ocurre más allá de Paradiso, ¿queda alguien en el Barás?
—El abuelo Arón, mi tutor, proviene de allí. El oeste se encuentra desierto, el abuelo es el último.
Asián juguetea con un trozo de pan.
—Parece ser que va llegando la hora de nuestro regreso.
—Desde luego… —le contesta Asián, ensimismada en sus pensamientos.
—La situación se ha agravado desde que partí. Lo deduzco por las notas que Thyrsá me manda a través del cuaderno.
Asián mantiene la mirada fija en la mesa.
—Cuida del cuaderno, Ixhian, pero ten cuidado con los talismanes, a veces poseen voluntad —añade Océano.
—Hay mucho temor en el Powa desde la aparición de Kudra. Las fronteras han caído y se espera lo peor.
—¿Viste alguna vez las sirenas, Ixhian? ¿Las viste saltar sobre las olas?
—Thyrsá proviene de ellas, porta el linaje de Lasismarí. —Ambos se miran con asombro.
—¿Y las serpientes marinas? ¿Viste las Naghasis?
—No, Océano, nunca las oí nombrar.
—Siempre es bueno conocer el mundo en su totalidad. —Asián apoya su cabeza sobre el diván y Océano se sienta junto a ella—. Duerme, mi niña, duerme, que ya llega el comandador. No temas por ello, mi niña, que yo continuaré a tu lado para siempre.
Océano la acaricia y ella se acomoda sobre su regazo. Entonces el comandador entiende que ha concluido su paso por la granja del lago; siente que le anega una enorme tristeza y queda aislado en medio de las sombras.
—Ixhian, sal de aquí al amanecer y llévate todo nuestro amor e intenta llegar hasta donde puedas. Nos arrastras contigo y ten cuidado que en todo ello hay trampa. Las granjas también son para ti.
Océano aferra a Asián entre sus brazos y como un dios antiguo la traslada hasta la alcoba mecida entre sus brazos.
Querido amor:
La mayor novedad que tengo que comentarte es sobre el regreso de los magos a Casalún y la noticia de haber sido convocadas al Valle del Itsé. Todas las fuerzas vivas de la Isla coincidirán en aquel lugar y hasta el gran Akela, el monarca de Luzbarán, ha prometido asistir. Según manifiesta Noru, se trata de crear un frente común para hacer frente a los acontecimientos que acontecen en la Isla. El pueblo gobernante estará presente, se le ha exigido una justificación por su expansión hacia Las Viñas, en el oeste. Aun así, todos sabemos que el peligro no llega desde el exterior ni se encuentra en el pueblo gobernante. Kudra ya está aquí. Su poder se acrecienta con cada día que pasa, y aunque la ignoremos, ambos comprobamos su poder, por lo que mucho me temo que nada es cuanto aparenta ser.
Cierta calma se respira en el Valle, no lo negaré. Pero ¿cuánto tiempo persistirá esta paz? Nos hemos reunidos en la Atalaya y en la misma sala en que se reveló nuestro pasado apenas hace un año, aunque tenga la sensación de que ha pasado toda una eternidad. Luego he paseado junto al abuelo hasta la casita del bosque, que ahora se encuentra deshabitada. Me ha dado tanta lástima que he mandado adecentarla, como si alguien la estuviese ocupando. El abuelo me ha informado de su desconfianza, dado que no las tiene todas consigo, advirtiéndome para que me halle prevenida. Me han asustado sus palabras. No había tenido en cuenta esa posibilidad, pero el abuelo y Noru son los hombres más sabios que conozco y he de prestarles toda mi atención, ya que Madre Ana se encuentra abatida por la incertidumbre.
Seguiremos el curso delAmbrosía hasta alcanzar la Poza de la Encantada y desde allí cruzaremos los Pasos de Miranda hasta alcanzar el Itsé. En todo momento seremos acompañadas por soldados mayas junto a un destacamento de hombres panteras que cuidarán de nosotras. Ten cuidado, mi amor, no confíes en las apariencias y he de advertirte que el brujo Dewa conoce la existencia del cuaderno. No me preguntes cómo, no tengo ni la más remota idea, pero me ha referido una frase tan enigmática como él mismo: «Dale recuerdos a Ixhian y adviértele que tras el Gordo está todo». Vete a saber qué mosca le ha picado. Cuídate y cuéntame en cuanto puedas. No te detengas y apresúrate. Ahora te toca mover ficha. Háblame de las mariposas, estoy deseando saber de ellas y si son como dicen o tan solo son leyendas de antaño.
Aunque se derrame mi sangre, no vuelvas;
aunque oigas mis gritos, no vuelvas.
Llevas mi corazón contigo,
acompaña al cisne que vuela sobre el mundo.