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1. Los recuerdos del Castillo de La Batida

El ensueño de Thyrsá

Ixhian y el Gris partieron en una mañana donde el otoño ya asomaba con desmesurada aflicción. La niebla cubría amplias zonas del Valle y más allá del sendero de la melancolía el mundo se tornaba de una atmosfera que parecía a punto de deshacerse. El abandono y la soledad rechazaron cualquier tipo de persistencia y, si no hubiese sido por sus últimas palabras de consuelo, me hubiese roto como una vieja muñeca de porcelana, hasta que, cuando menos lo esperábamos, y bajo una lluvia torrencial, llegó Dewa, acompañado del abuelo, diciendo:

—Me apetecía echar un vistacillo por el pueblo de las mujeres, que tanto hombre a mi alrededor comienza a incomodarme.

Nos echamos a reír tras su atrevida expresión.

—Te buscaremos un lugar entre nosotras, querido Dewa, pero me tendrás que prometer que no te entrometerás en las cosas de mujeres, y menos en las de Casalún —le contesté a mi amigo.

—No me castigarás mandándome de nuevo a Madriguera, ¿verdad?

—Ya veremos cómo te portas —le dije, a la vez que paseábamos y este se aferraba a mi brazo.

A partir de esa noche volvió a abrirse el cuarto sendero y entonces nuestros pensamientos comenzaron a fluir con cierta placidez. Todo sucedió tan rápido que apenas lo recuerdo. Un tremendo frío se asentó en nuestros huesos y la nieve descendió hasta cotas sorprendentes, cubriéndose el sendero de la melancolía y ofreciéndonos un espectáculo primoroso. Pero yo, la Inda Onmarisán y gran madre de Casalún, intuía que algo estaba a punto de suceder, y en esa mañana helada me permití retozar junto a mis hermanas sobre la nieve, hasta que el viento comenzó a desplazarse y entonces entendí que no podía continuar debatiéndome en algo imposible. La tormenta estallaría cuando menos lo esperase, por lo que habría de estar preparada para cuando esto sucediese. No me equivocaba en absoluto, aunque jamás llegase a pensar que el detonante se encontraba tan cerca.

A partir de la última luna de invierno decidí incorporarme a la disciplina de Casalún y le solicité a Amanda, la maestra, un lugar entre las doncellas. Necesitaba estar lo más cerca posible de las pequeñas, asignándome Amanda dos clases a la semana, en las que les hablaba de la naturaleza del Powa y de cuanto nos rodeaba. De esta manera, me acerqué a mi niñez y recobré el aroma de los bosques de Hersia, pero mis recuerdos comenzaron a diluirse debido a un presente que lo devoraba todo. Y aunque hubiese cesado el acoso y el hostigamiento, yo sabía que todo era fruto de un engaño. La había visto con mis propios ojos: Kudra, la materia oscura, se había manifestado ante mí, aunque mi mente intentara disuadirme de ello.

Mientras persistía la luz del día, el sendero de Belenia, aquel que llevaba a la fuente, se hallaba custodiado. Se acercaba el Elán de las Flores y el cuarto sendero se abriría una vez más. Tanta calma me turbaba y al brujo Dewa se le veía ensimismado, hablando solo, inclinándose hacia la nostalgia. Entonces, deduje que Siné, la señora de las plantas, no debía de ser su mejor compañía y decidí ofrecerle un alojamiento en la torre de la Atalaya, donde residíamos las Madres de Casalún.

—¿Te has vuelto loca? —me dijo Eleonora, y dirigiéndonos a la habitación de Amanda, expusimos nuestras conclusiones.

—Al viejo Dewa le sentaría bien, de eso no cabe la menor duda. Aunque la influencia que ejerza sobre las más pequeñas es lo que debería preocuparnos —dijo Amanda.

—¿De las pequeñas nada más? —contestó Eleonora con cierta suspicacia.

—Dewa es alguien que se encuentra más allá de nuestra comprensión. Si he de elegir a una compañía masculina entre nosotras, que sea él —puse en voz alta mis pensamientos.

—No pongo en duda tus razones, madre. Tan solo es una cuestión de saber comportarse y cuidar su modo de proceder.

—Él está por encima de nosotras, no lo olvides nunca, Eleonora. Él pertenece a otra raza y nosotras no somos quienes para juzgarle. Estoy segura de que con su presencia el Valle se encuentra más seguro y, obviamente, todas nosotras.

Con Dewa a nuestro lado alcanzamos cierto sosiego, ya que el brujo poseía una extraordinaria percepción, a pesar de sus extravagancias y locuras. Pasó el invierno y en la primavera regresaron Noru y el abuelo a Casalún, pero esta vez ya no cabía retorno. Habíamos sido convocadas a reunirnos en el Claro del Itsé, por lo que ante nosotras se abría un abismo que nos dirigía directamente hacia la batalla y, con ello, un horizonte donde la magia y lo milagroso se alineaban de nuestro lado.

Fue en la selva del Urbián donde alcanzamos la virtud, aunque eso queda muy lejos aún. Por ahora centrémonos en cuanto supuso aquel tránsito caótico y demencial.Todas dependíamos del comandador, que en esos instantes cruzaba un puente con destino a Paradiso y con la misión de conmutar la condena a las Madres Mariposas. Mucho nos temíamos que Kudra había convocado fuerzas con la intención de aniquilar nuestra especie y todo cuanto de hermoso se había creado a lo largo de nuestra tradición. Si el comandador fracasaba, no tendríamos opción, por lo que tuvimos que recurrir a la sabiduría de antaño para poder hacer frente a tanta perversión.

Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso

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